[Ilustró: Camilo Pérez Luque]

Los mosquitos
Diego Escarlón
Los mosquitos son insectos, del orden de los dípteros, es decir que tienen dos alas (es válido aclarar que tendrían dos alas aunque no estuviesen clasificados entre los dípteros, a ellos les importa un comino las clasificaciones humanas). Los machos se alimentan de la savia de las plantas y las hembras se alimentan de nosotros. Esto no es ninguna proclama sexista, simplemente así son las cosas. Los machos se evitan entonces el peligro de chuparle la sangre a los humanos (nosotros nunca recibimos bien a quien realiza estas actividades) y las hembras se encargan de la guerra. Ellas son las amazonas del mundo de los insectos.
Dotados de las más sofisticadas armas, los mosquitos están pertrechados de una fina jeringa extractora y de un potente anestésico que, luego de que el mosquito se ha saciado de sangre, actúa como un irritante veneno. El anestésico-tóxico ha generado múltiples debates en la comunidad científica. Muchos especialistas imaginan que sería más eficiente para el enemigo si este anestésico se diluyese sin causar dolor. Otros especulan que, mientras la víctima se está rascando desconsoladamente la herida, el mosquito aprovecha para huir con su, nunca mejor dicho, sangriento botín.
Además de estas armas, el enemigo ha desarrollado un sistema de detección muy avanzado. Puede ver tanto la luz visible como el espectro infrarrojo. Cuando en la noche un combatiente humano escucha el zumbido delator, se despierta alarmado y enciende la luz. Entonces el mosquito huye, a la espera de que el sueño vuelva a su víctima. En esto son algo menos pacientes que las arañas, pero corren con la ventaja de que duermen menos que nosotros. Otra de las decisivas ventajas con las que cuenta es el olfato. El territorio que nos es más difícil defender es también uno de los que más nos huele: los pies. Algunos mosquitos han superado el asco de acercarse a nuestros pies y atacan sin piedad a traves de nuestras medias, guiandose por el olfato y dejándonos rabiando asombrados por esta inteligente estrategia.
Cuando alguien escucha el zumbar de un mosquito, instintivamente busca la revista o diario más cercano. Se desconoce a ciencia cierta qué armas utilizaban nuestros ancestros de la época de las cavernas. Algunos antropólogos especulan que las lanzas y garrotes fueron inventados para combatir a estos peligrosos insectos y luego se les descubrieron otros usos, para alegría de los cocineros y generales cavernícolas. Esta guerra humano-mosquito lleva ya cientos de miles de años y lo más irónico es que beneficiamos constantemente al enemigo en la carrera armamentística. Cuando el humano inventó el zapato para combatir al mosquito, eliminó todos los ejemplares enemigos que volaban con lentitud, los supervivientes (aunque debería decirse las supevivientes) tuvieron hijos (o hijas) veloces y en la siguiente batalla los zapatos fueron menos eficaces y se tuvo que buscarles otros usos, como por ejemplo armas arrojadizas no letales en la guerra contra las trasnochadas serenatas de gatos o en las propias escaramuzas familiares. Esto último hasta que se inventaron los platos, claro.
Volviendo al mosquito, superviviente por excelencia, se puede decir que ha resistido todas las armas que hemos desarrollado. Algunas especies se han hecho más pequeñas, para volar con menos ruido. Otras inventaron poderosas armas bacteriológicas para infectarnos. A cada neurotoxina con la que se les enfrenta, ellos responden seleccionando los mosquitos resistentes, incluso algunos se alimentan de ellas. Estos nuevos mosquitos puede que estén mal de la cabeza, pero no dejan por eso de ser menos peligrosos.
Esta guerra está estancada por nuestra parte y ganada por la de ellos, ya que no quieren matar al enemigo y nosotros sí. Quizás nuestra última opción, y de esto ya se habla en los más altos círculos militares, es dejarlos sin alimento, es decir sin nosotros. Cientos de miles de grandes naves espaciales se alzarán hacia el cielo, llevando a en su interior a todos los humanos y quitándole al enemigo su sustento. Luego de una temporada en órbita las naves descenderán para reclamar el territorio liberado. Así venceremos en esta desgastante guerra que despilfarra nuestros recursos. Así eliminaremos a este cruel enemigo que avergüenza a toda la humanidad. Así reafirmaremos, de una vez y para siempre, el dominio indiscutible sobre el planeta que le corresponde a nuestra especie por derecho propio.

Diego Escarlón nació el 3 de enero de 1971 en Argentina y vive en Buenos Aires. Aparte de escribir hace arte fractal.