A manera de prólogo y reconocimiento
La tapa de este libro fue compuesta sobre el fondo
de una carta del poeta entrerriano Juan L. Ortiz enviada el 16 de marzo
de 1939 desde Gualeguay, Entre Ríos, al poeta José Portogalo.
Anarquista en su juventud, apóstata, José Ananía (quien
adoptó en los años treinta el apellido de su protector y
padrastro, Portogalo) arañó cierta fama precisamente en esa
década y de una manera insospechada: su extraordinario libro
Tumulto, aparecido hace exactamante 64 años, en el mes de
noviembre de 1935, provocó un escándalo político, religioso
y literario por su tono subversivo, injurioso y apasionado. Se ganó un
premio municipal que nunca le pagaron y luego le confiscaron, pero agotó
insólitamente una edición completa de mil ejemplares.
Se había convertido por entonces en el primer poeta ciudadano y culto
con la realidad social metida debajo de las venas de su agrio humorismo,
descalabrado, orgulloso y triste. Eran esas épocas tremendas, de
persecución política, de hambre, dolor, angustia y absoluto
desprecio por la dignidad humana. El poeta de
Tumulto–nacido en la
Calabria pero porteño desde sus 4 años—les cantaba a los
cañilllitas, a las maestras y a los proletarios, a las prostitutas, a los
seres sin familia y sin techo, sin amor y sin compasión.
Tumulto es el tercero de sus 12 libros,
el que sin duda revela su lírica intransigente. Después vinieron otros,
tal vez más prolijos, tal vez más acorde con su época de mansedumbre militante,
cuando más cerca estuvo de Raúl González Tuñón y Juanele Ortiz, de Nicolás
Guillén y Pablo Neruda, amigos todos –americanistas, chinoístas,
prosoviéticos--, envueltos todos en la mística revolucionaria de los años
cuarenta.
A Ortiz lo unía su pasión irrenunciable por la China de Mao y
el tabaco negro. A Neruda y Guillén la camaradería partidaria,
sumisión que exigía la Madre Rusia. Con Tuñón
compartían el tinto y el semillón, la redacción de
Clarín, la amistad de sus mujeres. A Ortiz y Guillén, cuando se
llegaban hasta Buenos Aires, los hospedaba en el departamento que alquilaba en
Villa Ortúzar, sobre la calle Avilés, casi esquina Estomba. A
Ulises Petit de Murat –su otro yo poético, su más
íntimo y fiel amigo, su contracara católica y anticomunista, su
compinche futbolero—le disputaba el vínculo con Juanele y los
invitaba a ambos a comer por los boliches cajetillas de Belgrano.
Con los dos últimos hacían un trío estrafalario: Ortiz,
flaco como una espiga, ya doblado como un junco, con sus anteojitos y su
boquilla larga y finita de hueso y ébano. Petit, con su traje gris perlay
chaleco, bigotito gris y sonrisa gardeliana, con apariencia de banquero o de
aristócrata arrepentido, y el viejo Porto –menudo, con su andar de
cachafaz, pelada incipiente, el encendedor carucita y el paquete rojo de
Particulares en la mano—discutían airadamente de política. A
veces, los domingos al mediodía, en la casita de Villa Ortúzar
donde vivía, Dominga Gualtieri (la madre de Portogalo) amasaba tallarines
y se les unía Tuñón. Al terminar, los cuatro salían
a tomar mate amargo hasta la puerta de calle, se sentaban en el cordón de
la vereda o sobre un escalón de la mueblería de al lado, y miraban
el picado de los chicos del barrio con pelota de goma. Discutían mucho de
fútbol. Ni falta les hacía hablar de poesía.
En la carta que le envía Juanele desde Entre Ríos es posible
también detectar qué otros intereses compartían los poetas:
"Querido Portogalo: Recién puedo contestar su carta. No
tenía gallinas. Me las robaron. Encargué a un hombre me
consiguiera un casal de ‘legos’. No sé si serán puros.
Es la raza que más les conviene a sus viejos porque es la más
ponedora".
Las aves eran para el gallinero de Dominga Gualtieri,
del que se alimentaba toda la familia de los Ananía y buena parte del
barrio de Calabria, asentado entre Colegiales y Villa Ortúzar. Las dificultades
económicas y esas formas domésticas de resolverlas se mimetizaban, como
le cartea Ortiz, con una
"necesidad más profunda: la expresión
lírica".
Sirvan estas líneas como homenaje y agradecimiento a quienes
–tal vez sin proponérselo, maestros—precedieron con los suyos
estos versos, que tampoco hubieran podido constituir libro sin la amistad
y generosidad de Héctor Aguirre, su impresor, y de Leda Agostini, su diseñadora.
Pablo Ananía
Buenos Aires, noviembre de 1999
De Elrroy, casi textual
¿Es que todavía no has escuchado la melodía
de esa música nunca tocada que es el amor?
Portogalo
Estabas en lo cierto: todo
es lo que es, nomás vacío,
tu acordeón detenido,
tus ojos olvidados
en la oscura pobreza.
Brevísimo,
un instante de olvido
musical.
Persistencia del error
Hemos construido este país
desde el principio al fin equivocados.
Creer, confiar, ése fue el error:
Sobre la calle Avilés, en Villa Ortúzar, contra
una ventana estrecha que daba al patio
había una cama enorme unida a la pared. Allí dormían
dos ancianos en el hedor evanescente que genera
la vejez. Dormían felizmente, más allá
de toda duda y sobresalto, no porque el sueño
silenciara el deseo: el teatrillo de la vida,
dormían en el silencio de la pobreza,
tan felices de llegar a viejos en América. Tan felices
con la mente que más allá del mar memorizaba
las cumbres de Catanzaro, nombre de la Calabria
donde la belleza perduraría en vocales
mal acentuadas y ásperas pronunciaciones.
¿No son acaso esas fotografías que hoy alguien contempla
bellezas para el geómetra, sin grietas esos rostros, sólo
curvas y gestos distinguidos, como si Leonardo, con desinterés,
hubiera trazado con lápiz grueso su condición de viejos
y en vez de roca o guijarros de montaña recreara aire y agua
como el modo de un pájaro a través del océano?
¿Cómo no amar esa constancia, esa belleza,
ese espíritu tan italiano, esa persistencia del error?
Físicamente muy favorecido y gentil, enfundado
en su traje oscuro y lustroso, el viejo andaba siempre
con tacones altos y ropas de despedida.
He venido aquí a sentarme,
no a pensar, sólo a sentarme, se diría que dice
el pantalón. He venido aquí a que miren
las chicas cómo es
un paisaje surrealista: el sombrero
requintado, la nariz aplastada, algo enrojecida
por el alcohol, un cubo de madera en el culo
y la mirada, ah, la mirada, como un rezo,
una catedral abierta, un junco que se estira
eternamente.
Viejo, te has equivocado, has concebido hijos
y no hay paz después del error. ¡ Venir
aquí a destruir, venir aquí a sembrar
donde sólo se cosechan penas, venir para nada!
Creer, confiar, venir, ése fue tu error.
He venido a mirar, he venido a sentarme, he venido
a criar a un hombre y a una mujer con dentaduras
perfectas. ¿Fue ése un error? He concebido
hijos en varios matrimonios, he nacido con ellos
una y otra vez, todos con dentaduras perfectas.
¿Fue ése un error, una desgracia, una afrenta, una desdicha?
¿Quién puede creer que olvide los olivares de mi pueblo
en la cumbre de Savelli en Catanzaro?
No supe olvidar.
Al morir, unas ramitas secas que guardó
celosamente la última esposa, ramitas
de olivo del olivar natal, en el ataúd, próximas a su cabeza,
dieron cuenta de su error: no supo olvidar.
En cambio, ella prefirió el asilo, un hospicio, un remoto
y lóbrego caserón de Morón donde instaló su cuerpo
y extravió su mente y a cada hombre le dijo hijo y a cada mujer
le dijo Filomena, en memoria del único hijo muerto
y de la hermana que pasó sus días
encerrada en una habitación, la mano en alto, la palma
de la mano abierta, despidiendo a su amante, un calabrés
llamado Berto que cayo de un andamio gritando Filomena.
¿Fue ése un error, ella volverse loca,
caer al vacío el albañil,
un error, una desgracia, una afrenta, una desdicha?
Esa mano abierta fue su error.
¿Adiós a qué? ¿No resulta
más conmovedora una lluvia de flores
caídas del paraíso de la calle Avilés, ese perfume no?
Despedirse fue su error.
Despedirse significa amor, deseo, y significa
vacío, significa dolor.
¿Y allá arriba, el aire de Calabria
y las aves, gaviotas y cuervos
no decían adiós?
Filomena Gualtieri: venir, despedirte, ése fue tu error.
Doménica y Filomena Gualtieri,
Berto Salvatori, Portogalo José, Ananías
o Ananía y su familia italiana
unida por el error a los judíos llegados de Polonia por error:
ya no queda de ustedes otra cosa que el error.
LLega furtivamente la noche y se instala
en el alma de Israel Ambas.
Eva, su hija mayor, anhela de Ananía
un hijo varón para darlo en ofrenda
al Padre y Señor: hijo varón de vientre judío
no debería provocar desazón.
Pero los significados ya nada significan.
Comunista, réproba, unida a los italianos, ya nunca más
judía, ella enfermará su vientre y, sin desdicha real,
romperá para siempre la ilación de sus pensamientos.
¿Acaso ha mentido, fue infiel, no ha consentido
y acepado el odio de su raza, no ha perdido
prematuramente a su madre, no hubo dolor
suficiente en su vida para llenar un espejo de hastío?
¿Cuál fue su error?
Creer, confiar, soñar, tener
un hijo varón: ése fue su error.
Apartaste las manos de tus ojos y viste
cómo es el horror, el personaje del horror, la ambigüedad
del horror: el fruto del pecado es pérdida horrible de vivir.
Es el teatrillo de la vida. Alrededor sombra y grotesco:
títeres alrededor que hacen gestos ridículos,
las risotadas que despierta el titiritero
ahuecando la voz, el vistoso trabajo antiguo de resucitar
lo inservible, vocesitas italianas cavando en el vacío
sin lograr que se calme el gentío, argentinos
muertos de risa, acostumbrados a la fatalidad.
En el camino de los siete lagos
Quien posee el lenguaje,
todo lo dice dulcemente
y no lo hace para sí mismo,
no para sí. Músicas, aires del sur,
el febril perfume de los jardines,
de prisa, velozmente, el camino revela:
forman lenguas las hojas y las llamas
voraces de la edad devoran
bosque tras bosque almas asidas al ramaje.
¿Habla el paisaje de que es más heroico
partir, de que nada en vanidad subsiste?
¿De qué especie extraña que ser
quiso persona? ¿Habla del rito de aves
que enfrenan el curso del viento?
De prisa, velozmente, el otoño llega.
De prisa, velozmente, vacía.
¿De tan malas artes de ojos habla el paisaje
jamás antes en libro concebido?
De prisa, velozmente, el otoño llega.
De prisa, velozmente,
el aquietamiento de mis caderas.
Todos ellos en mí
En mí uno que protege fieramente
la tumba del Dante, otro no sabe qué,
continuador sin ley. sólo pendiente
de su posible distracción de eterno.
Aquí yace: un Mallarmé por error, desatento,
perdido en la filigrana transparente de la noche
sin fin. Aquí, la traza desvalida de Leopardi.
¿Acaso esa voz temible como epílogo?
Esa voz temible como epílogo:
fui estéril y mi débil contextura yo maldigo.
Esa voz aguda como rencor me crispa.
No quiero su epitafio:
amo todavía nuestro haber reducido
a la ilusión que amanece en el río,
amo el perfume de esta ciudad sombría,
amo mis hábitos compulsivos.
De Machado, en su grito y en su rima, amo
su afiebrada, campesina metafísica.
Amo de Marechal su celosa geometría,
no abrirse las nalgas con lujosos rebenques
sino la vertical del santo, mudo en su anonimato.
Lectura de L.K.
Su casa huele a pan caliente, a gas, a café ácido,
a óleos
recientes, a tapices. Todo con un aire
de falsa huida. Agravios no le faltan:
se los puede reconocer en las cicatrices
del texto, consecuencia de castigos y cirugías.
La concibieron, sin duda, entre libros
de Goodis o de Prather, padres en discordia, mentes
de cholos en horas de avaricia. Ella responde
claramente a esta descripción: espinazo de papa, blando
y sensual, cabeza de alacrán, ojos enormes
como fragmentos de lapizlázuli que brillan
con una luz interior, lengua que sabe vagamente a canela,
pezones duros como carbones al rojo, pintura labial
tenue, un toque de polvo en las mejillas y una nalga
grabada, a punzón, con el nombre del escultor
como marca de fábrica. En su idioma hace que mira
desde un espejo roto cuando estalla la afasia.
Sentido
Quizá sea éste
el sentido del arte:
ir como una mosca
en derredor de la luz, encontrar
sin malicia la muerte.
Carta
Querido mío: hablemos de la utopía,
el no lugar, el puerto inexistente de Nietzche
donde fondean las almas luminosas
y se puede preservar el recuerdo
de una antigua amistad- Allí se reúnen
los que fueron convertidos en piedra
por obra del destino y aquellos cuyo corazón
reconoce el lenguaje del otoño.
Hablemos, querido mío, de nosotros.
De mí, tan cerca del otoño tardío
que en las más íntimas medianoches me susurra
una despedida no del todo admitida.
Estás en casa, querido, en este puerto
casi inaccesible que imagino para los artistas.
¿Y que es este espacio sin límites,
este fulgor, qué es?
¿Tu deseo quizá de lo inmediato,
las mujeres hipnotizadas de Coghlan,
perversas, difíciles de expulsar, o la amargura
cebada del mate en las mañanas
para desahogarnos con blasfemias las broncas,
el dolor con monólogos?
Estás en mí, mi yo extraviado.
No importa si en tu interior se ordena ambigüedad,
si nunca partiré de este muelle doloroso.
No ceses la ilusión:
cuánta luz en la sombra tu palabra.
Un giro del destino
Se inclina ante la inmutable montaña
como si se tratara de una mujer.
Le recuerda el vigor de la madre
sustituta que aliviaba su angustia
con extrañas bebidas y oraciones.
Nacida en la cumbre de otra montaña
en Catanzaro, hambre y miseria
la llevaron a la ciudad de las oportunidades,
una América donde el arcoiris
existía en estado salvaje, donde la tierra
se hacía río y el río
olvido. No era
sino dignidad de lo humilde
y grandiosa belleza
ese cuerpo macizo, su deseo
de protagonizar nada, ser
nadie.
Ese fue tu destino. Pura
presencia del cuerpo
sobre el carácter, pura
montaña en la oscuridad
argentina.
Pero hubo desorden
mental, un asombroso efecto
de levitación en su hijo
parecido a la mutilación
de un pedazo de su memoria
situado a medias en el cerebro,
a medias en el corazón.
(Como inmensos islotes en su mente, así
también la ciudad padeció el caos: con sólo
estirar el pescuezo sobre la ruina
de fábricas destruidas
ahora se puede observar que se ha perdido
algo muy importante
en ese proceso metafísico
de aquel sitio al que llamaban Casa.)
Luego vino un giro del destino, el drama
del silencio, de ruptura, de umbral, de rompimiento.
Al que había criado como un ser unívoco
de cabo a rabo una rajadura en el yo
lo desbarranca. Nada, nadie, otra vez
nada, sólo el deseo infantil
de perderse en la montaña.
Formas
Mañana cuando nazca de nuevo,
caeré vencido nuevamente
con la medianoche siempre en el corazón.
Todo esto cuenta, sin embargo:
la Aparición, ¿en qué realidad?, de una langosta
con cabeza de asno como quería Renard.
De esas formas hablo:
una langosta con cabeza de asno
en la ciudad prostituida.
Inútil ir más lejos:
en mi mente las arañas de la lengua tejen
sus tiendas nocturnas.
Café de putas
Entre sombras leves y amnésicas, ausente,
con sus ojos en desvariada contemplación,
empolvada hasta el paroxismo, invento para ella
las palabras más dulces, las más
nocturnas, hasta que adivino que la consuelan
porque une sus labios, inicia una plegaria.
Fotografía
Reclinándose, la cabeza
en la curva de su brazo
caída hacia la izquierda, yéndose,
recienvenido de las sombras,
padre mío, perdido.
Nada de lo que digas será oído
a orillas de este mar que se disipa.
Materia mortificada y corrupta esa fotografía
tiene su olor de sepulcro, de muerte.
Una ilusión la curvatura de tus hombros, la proyección
de tu cabeza, caída hacia la izquierda.
Piadosamente llevo mi mano hasta tu rostro
y es como un amén el retorno fugaz
de tu palabra.
Ilusión
(Para Abril)
Ojos somos el uno para el otro, espejos
que reproducen tus ojos mis ojos sin habla.
Teoría
(para Ángel Bonomini, en su memoria)
¿Sin fe acaso, errando, tan de agregar inmediatez,
vaciándome el cuerpo como modo de ensayar mis dudas?
¿Es esto lo que queda: mi cuerpo
ya no es mío, mi mente es sólo pérdida?
Teoría: esas formas no están libres de tu pena.
Final
Cuando caiga el telón y todo
haya quedado a medio hacer
surgirá de golpe lo no efímero:
retratos, flores secas, reliquias.
Cercado es todo, reducido
a un vaho gris, un polvillo letal.
Y yo, retraído a mi forma
original sin luz, en el hueco cruel
del pensamiento en sí.
Ausencia
¿Ya no he de oír
esa lengua
apagada yo
fragilidad de otoño?
¿No más
las citas románticas
a oro crepuscular
de cielo hipnótico
rendidas
ni tales
acorde que nadie
en realidad
ninguna mano
de ámbar o forma
femenina ejecute?
¿No he de escuchar
esa lengua
apagada yo
fragilidad de otoño
que a la razón renuncia
lenguaje y moral en rima ocultos
y más aún anestesiado el cuerpo de continuo seco?
Vacío
¿No hay en realidad
verbo sagrado
ni vivo
presentimiento de ojo
que al expirar redima
ni ángel que ilumine
lo que en amor creó?
¿No es en verdad carnal
lo sobrenatural, materia impía,
un agudo, vibrante
y altísimo Yo
que lee siempre pérdida
cuando estoy de mí cautivo,
el yo de mi mente
cegado en su propia adoración?
Ofrenda
(A Francisco, desde San José, Costa Rica)
Todo me huye ahora.
La memoria, la razón
en sí misma confundida.
Pero es un privilegio
padecer tanta pérdida:
mis dedos musicales
quisieran nombrar, decir
palabras de laberinto,
cerrar y abrir cada día
con una señal de la cruz.
Han dejado, en su lenguaje,
un sabor entrañable de paraísos
aunque mis labios ya no sepan
dar el agua que se pierde.
Es un privilegio tanta pérdida:
lo que nunca existió no puede nombrarse.
En esta tierra hostil, al llegar diciembre, terminadas
las lluvias, descansa mi alma en un viento seco.
Milagro que oscila entre los árboles:
¿no debo entonces en nombre del dolor
revelar por quién se prolongan mis días?
Yo esperaría un poco para nombrarlo.
Es un idioma secreto y dulce al oído el que susurra.
Como Cristo
sin situación ni nombre
resucita:
confusión de la luz
sin rastro alguna de teoría
hace nido
en el vacío de mí.
Encuentro
He recuperado, Portogalo, lo que usted enseñaba.
Veo la vida desde la muerte.
Y aunque pueda probar no obstante
que nos amamos, otra música ocupa
el lugar de su ornamento, una música insensata.
¡Tantas vacilaciones en la invención
que no tiene ojo ni oído, sólo una trama hecha
de remordimientos y de hastío!
He recuperado, Portogalo, lo que usted enseñaba.
¿Otra vez Cristo en casa?
Tumulto
Portogalo, condenado,
¿quién te humilla?
¿Quién te obliga a correr
de zona en zona, qué alquimista
somete tu emoción
a frases secas, qué mucho significa
tu cólera anarquista?
¿No fue por alguien dicho
que es todo entrega, anhelo,
entregarse
y sólo en Uno recibir
aunque nunca con dicha?
Los hombres no han cambiado,
de espaldas a la vida, agonizan.
Flotan como fantasmas, ojos sin párpados, párpados
sin pestañas, cuellos sin cráneos, cuerpos sin alma.
Ese es mi infierno, Portogalo: nunca con dicha.
Salomé
No amabas. Necesitabas
ser amada. Hembra
de presa, fuiste como el reptil
inviolado de Mallarmé.
Patria mía
"Un día en que nada creció, ni murió nada"
Eunice Odio
La existencia que se encuentra a sí misma, dice Machado,
eigentliche Existenz, que ya no huye ni se dispersa
en otros seres, es lo que la angustia nos revela. Es
la existencia humana, finita, humillada, pero absoluta,
que surge en nuestra conciencia con la angustia de la muerte.
La muerte, dice Machado, es la existencia en sí misma
en trance de alcanzar su propio fin. La angustia de la muerte, dice
Machado, es en realidad una expresión del desamparo
frente a lo infinito, lo impenetrable, lo opaco.
Pero en el camino hacia abajo de la existencia a la deriva,
la existencia que huye de sí misma, uneigentliche Existenz,
fenómeno por el cual uno deviene otro y nadie él mismo,
sólo hay temor: ni muerte ni no muerte.
¿Quiénes somos nosotros, lejana tierra mía,
quiénes somos nosotros, ahora que estamos
sin más patria que el miedo?
Ernesto
No sabe si la frase es de Keats
o si la ha leído en Wilde, pero le parece
por momentos que es realmente suya:
trust not the reason of those smiling looks.
¿Acaso habla de sí mismo,
de ese mal que lo acosa,
de su amor por un muchacho
que le huye y desprecia?
Cuando lo observa sonreír
ya no da crédito a sus ojos.
¿Es una ilusión el río, la poética
masculina de agua viva
que discurre entre sus piernas?
Sueña que llega a su cuerpo
como lo haría un fiel al
penetrar en el santuario,
yendo desde el exterior
hasta las hojas de la puerta.
Con una voz que no parece la suya
pronuncia su nombre
y él dice que sí con los ojos sonrientes
pero habla del último de sus viajes a Roma,
una ciudad –sonríe- cuyos hombres
te provocan a un tiempo éxtasis y pavor,
esa imperfección que a veces
estremece y atrae.
Arte
A veces surge en mi mente
una escena de amor
que no te incluye
y se extingue rápida en invariablemente
en un paisaje melancólico.
El hombre olvidado
Donde ya nadie te ve
donde nube y piedra son una
sola forma y una sola materia
y la luna desaparece
y rueda la piedra
en la ondulada Carpintera
al pie de la montaña
donde nadie te ve
del todo olvidado
sin ser el que eras
sin ser todavía
el que piedra se anhela.
No diré
No diré: mi alma se partió
como un vaso vacío.
No diré, si está de manifiesto
mi fracaso, a qué gema, perla, plata.
Sé que en la casa, en paz, abierta,
rehúso el oro de la palabra.
Fiesta
¿De qué banquete opulento
no fui fin ni fui principio?
Esto en verdad cuenta: mi lengua
se infecta en ese sitio apoético.
¿Ser tal, dejar de serlo?
¿Por cuerpo que no
amé, ángelus perpetuo?
Resucitemos el término: ángelus.
¿En honor de la reencarnación?
Falso Cristo
Artistas rotos
en honor de la reencarnación...
¿No suena memorable?
De error en error, querida mía.
La idea un falso Cristo anunciaba:
no nos une la Pasión, no mi avidez
de cuerpo virginal:
¡anhelo de ramera en casa!
Débil, enferma y codiciosa puta:
no hay ojos aquí, sólo artificio.
Da placer simular: no ver semen u orina
no cuerpo vivo sino gema
en el espejo.
¡Falso cristo el demonio fatal del pensamiento!
Tirando dados
"Toute pensée émet un Coup de Dés"
Stéphane Mallarmé
Para Carlos Andaló, Sergio Brunetti y Leopoldo Rabinovich
porque lograron subvertir el dominio del azar
en esta última partida de dados de incierto final:
me devolvieron
Buenos Aires, y con ella, cierta paz, el olvido de lo íntimo.
I
No hay ojos aquí
sólo agonía
sombra ocular y polvo te ruego
alta mujer
con perfumes en frasquitos de alabastro
te ruego
dejar de ser una forma bastarda
nadie que diga cómo
nadie que diga quién
agita un cubilete
con la mano izquierda entrecerrada
tan cerca de su oreja
alta mujer
te ruego
que el daño espere debajo de las mesas
te ruego por las muchachas que esta noche
renuncian a su amante
un seis un seis
te ruego
todo se perdona
en una noche de juego
un seis
nadie que diga cómo
nadie que diga quién
quién será otra
con la cabeza escalpada
los ojos vaciados
esos ojos están hechos
en parte del abismo
del que vengo.
¿No suena memorable proposición te ruego
tan fresca e inasible no desnutrida ebria
su mano delicada su piel yo que temía
esa traición?
II
De letra reducida a la ilusoria
la trágica ilusión con que la muerte
a doler sin sosiego confunde el pensamiento
rara vez se entiende que subsista
ausente la emoción se cree
el tiempo no se mueve
sólo el idiota en su aislamiento.
Ausente mi noche triste
todo lo que he leído todo mi desprecio
serio burlesco todo
llantos votos ruegos duelos.
Se muere rara vez se cree.
Se cree rara vez se muere.
¿Decir yo musical yo fragmentado
es poner fin no dar comienzo?
¿No rima dada a la llaga
sino lenguaje todo doble
y boca a daño cementada?
Resumen: ahora es hace tiempo.
Cuentan las huidas: no de ave
o nave en mar desierto
sino del hueco fiel
del pensamiento en sí
hacia el ofrecido don
de ser espejo, copia, resucitado sebo.
¿Ser de Pound, ser el extranjero?
¿Negaré con mi voz de falsete
que sólo puntuaciones fueron,
clorosis para mis ronrons líricos?
¿Están en mí mi yo extraviado?
Están en casa.
Clásicos, románticos, simbolistas,
en migración eterna condenados
a pérdida.
¿Y yo que tenía un seis sobre la mesa
juego? ¿El fulgor de mis letras
a ese ideal resigno?
¿Gestos serviles
y más aún, clausura, culpable yo
de haber dado la vida
nunca con dicha?
III
Seis es la cifra del deseo.
Seis, el sexto cielo
de los intelectuales de la Cábala,
el cielo de la conversión, el cielo
de las lenguas.
Absurdo, demencia:
un no puede ser que es yo: Vallejo:
voces hacen oro de los duelos, que está bien,
que todo está muy bien, gesto oblicuo
si hubiere, gesto en ángulo recto
¿agito el cubilete encayao y sediento?
¿con mi mano izquierda entrecerrada
tan cerca de la oreja?
¿rezo
seis
seis
al azar?
Rezo
mudo
mi piel
y ahora
el dado
permanece
quieto
y cae
al mismo
tiempo
detenido
y cae.
Recuérdese
la ciudad prostituta, el tipo vulgar
con la medianoche siempre
en el corazón, su infame
pena: refiérase su obra, vida
apenas desviada, casa en la cual muriese
su traición.
¿La va de eclipse cuando el dado
esquiva suerte suena?
IV
Sin saber
cómo
ni cómo no
ha ganado
finalmente
altura
el dado,
de prisa, velozmente,
como si aquí todo al unísono
del juego repitiera
su demencia.
¿Y sigue fielmente un camino?
¿Y qué es este espacio celeste sin límites
estas cosas que soy?
¿Y qué son los movimientos en las cosas
que giran sin tregua
pero siempre retornan y giran y giran
qué es la palabra que huye de mí
y de quién
el lenguaje consuela?
¿Del todo no estamos muertos?
¿No fue completa nuestra ruina?
Hay un Jordán aquí.
Hay un Shakespeare miserable y errante:
la belleza bebió de su mente,
¿no nacido de madre él yo de otra vida
anterior abastecido?
Adversa suerte, error:
no queda sitio donde ir,
se miente
cortesía, se reza
por una fe no personal, sublimadas quizá
crueldad y usura,
pero se apagan
instinto y fuego. agoniza
el corazón de este incauto
en la red de su emoción
fraguada. Este letrista
amarrado a la estaca de la pornografía,
este irreal
con tal aspecto de vaciarse
de cuanto ensueño consumen
sus mediocres pariciones, este amante
infeliz: renunciará
-como si fuese
la realidad misma lo perdido-
a su riqueza
mental, las ilusiones mentidas?
¿Qué son
los movimientos en las cosas
estos objetos engañosos
envueltos de luz
como de un manto?
¿Este fulgor, qué es?
¿El deseo sí
de lo viviente?
¿Esta palabra adversa sí
que nombra lo intangible
úlcera de paraísos que no existen?
V
Sombra ocular y polvo
te ruego
en mano ingrávida espejo
que ser
lo que se es
se vea
hueco carne verbo
tango dado hueso
y los modos
con los que un cuerpo
ensaya otro ser
otra entidad
moral te ruego
alerta corazón
de no tomar por permanente
cuanto me sea dado
ya no el lenguaje
su luz
¿hay más?
ausencia
de cuanto fuera idea
y yo
no era yo
y no obstante vaciado
yo permanezca.
¿Yo él como si aquí
todo al unísono repitiera un retrato
y juzgo al sospechar su acento
ser yo el que fuera
cautivo de su obra
tan solo en mi santuario
que más no pudiera?
VI
El dado
una forma
extraña rota
y abajo
su pequeño
sonido
y arriba
oyéndolo caer
oído el infeliz
es sólo
un dado
que rueda
la suerte
la desgracia
rueda
sin orden
pende
sin sostén
hunde y aplasta
sepulta
y te nombra
en un
instante
VII
(Tango canción)
En un
instante
labios de seda
en la ceguera
del azar
fatídicos
se ofrecen
y es todo
lo que queda
la vida
no está libre
de sus formas arteras
mustio encaje
seda marchita
grotescos en mi boca
desorden lentísimo
del alma
espíese
con ojo cruel
el raro deslizar
del cuerpo en el salón vacío
el baile decadente que hiere
mi carne indiferente
al incienso y al cántico
báilese
con secos movimientos
sin torsiones
en ese
descalabro
de dolor
en un
dialecto
avieso
alerta
no tan
áspero
si imprime
a tosca rima
su pasión
la vida no está libre de sus formas arteras
y si sube un olor fétido esta noche del cuerpo
es que un raro pecado recibe su perdón
véanse
sus pies
cómo sin otro
lenguaje
desvanecen
su ilusión
y sin saber
en todo yo
sus partes
fragmentadas
pelvis nalgas
y la cintura
quebrada del padre
hasta bien ver
que lamenta su herencia.
Y es todo lo que queda:
ahogar lo propio en compasión
como si aquí todo al unísono repitiera
vacío
VIII
Es una cuestión de oído:
la música vacila
y luego quizá
no hay más idolatría.
Pero en la zona de cólera de mi mente
la erudición engaña: de prisa, velozmente,
como si aquí todo al unísono repitiera una
fuga
(reclinándose, la cabeza en la curva de su brazo
caída hacia la izquierda, yéndose, reciénvenido
de las sombras... padre mío, perdido)
y nada al despertar que no hayas visto ayer.
calmo el cielo venido de un desastre oscuro
yo
bóveda
vacía:
apúntese el error, la suerte adversa y súmese
a dado
ingrávido
certeza
de no saber la fórmula: si en tu interior
se ordena ambigüedad no te detengas: cesan
anhelo y compulsión pero se copia
con ligero temblor la misma idea: no te detengas:
no obstante yendo
con ese Whitman que a solas
cantaba la esperanza, perdida el agua
entre sus piernas, de un oído a otro oído
no te detengas: está la danza cruel que sed
de las ficciones te despierta, no
el cuerpo sutil que se concibe
al retener la ira: cuerpos exhaustos: todo
fláccido el paisaje: si paraísos se describen
estériles las ramas que se observan:
mala hierba a madre seca hijo que su cruz
trazó su exilio, anhelo de ser
pura forma, artificio: pero ya no beben
labios allí, de esa madre,
nunca dos labios beben de la misma quimera.
IX
Dados que desde mis manos ruedan, muertos
bailarines, nada más, ridículos cuando fingen
que sus sangre misma y sus cuerpos nos dan para comer.
Formas extrañas rotas
y abajo un pequeño sonido
y arriba oyéndolo caer
oído el infeliz
son sólo
dados que ruedan
la suerte la desgracia ruedan
sin orden penden sin sostén
es todo lo que queda
del cuerpo lo que queda
mi mano izquierda entrecerrada
tan cerca de la oreja
X
¿Acaso en humildad deshecho
romántico estertor hasta hacer sangre
no silencioso y grave
alterados tus ritmos como arte que nunca sucediera?
No te detengas: no se debe de esta suerte dada
hacer humillación, no en mí, mi yo en
retiro.