No, no es cierto que yo haya tenido mi pene erecto
cuando hice mi reverencia frente al emperador Wu Wei. Eso fue un rumor
que hizo correr el Metamariscal Napilsja Kon'jaku, un sborniki al que
no le caigo simpático desde que le vendí un cargamento de
merlugos fraxinógenos que no estaban en el mejor de los estados,
basándose en una infortunada conjunción de casualidades,
de probabilidad casi nula (pero no igual a cero), y que, vista en retrospectiva,
lo hacen pensar a uno en el Destino, el Karma y en el Libro de Mnogosmexu,
donde, según los nákkere, está escrita toda la historia
de cada átomo del Universo.
Lo que pasó, por más increíble
que parezca, fue lo siguiente: Hace cuarenta y tres años atrás
dos de los científicos que hicieron posible que yo me convirtiese
en el primer astronauta de Santa Gregoria de los Cardales, el Profesor
Geschwür am Zwölffingerdarm y el Magister Cursum Perficio Dr.
Oscen Artocreas, eran adolescentes y, como adolescentes típicos,
tenían ebulliciones sexuales incontrolables y mal focalizadas.
O, para decirlo de otra manera, andaban calientes con una compañera
del colegio que, oh casualidad, era mi tía Ofelia.
Como mi tía no le daba bola a estos dos anteojudos llenos de acné
y ortodoncia, ellos decidieron utilizar sus conocimientos científicos
y fabricar una especie de Ofelia Virtual, desnuda y dispuesta, con la
cual ellos podrían fornicar y, gracias a una antena parabólica
modificada, mi tía sentiría lo que ellos le estaban haciendo.
Pero, bueno, como podrán imaginar, el invento no funcionó
sino que explotó cuando el pene de Artocreas estaba entrando en
la vagina virtual y se produjo un desequilibrio cuántico que derivó
en una distorsión infrasubortoespacial con la imagen tridimensional
de la pija parada que hizo su aparición cuarenta y tres años
después, a novecientos años luz de distancia, justo, justo
en mi entrepierna.
Lo peor de todo es que, como yo era el primer humano
que veían los wu wu erl pu yü wu, el emperador tomó
ésto como una expresión de cortesía de nuestra especie,
una confusión bastante lógica porque el Universo, además de ser enorme, está
lleno de extrañas costumbres de cortesía que sorprenderán
a más de uno. Por ejemplo, los goteunkaros consideran un gran honor
defecar en la boca de sus huéspedes. O los dorogu menja, que regalan,
como dote nupcial, sus mocos a sus cuñadas. O los Ilustres de Kuie
Tan Dsare, que alaban una exquisita cena vomitándola. O los slobodas,
que ni bien te ven te zapan un baboso beso en la boca y te pinchan con
sus bigotes, inoculándote una sustancia alucinógena que
te deja hecho un hippie por una semana y media. O el saludo de despedida
de los rozliven, que consiste en ponerse un encendedor en el culo y rajarse
un sonoro pedo, produciéndose una llamarada multicolor. Y así,
infinidad de costumbres que hacen del Universo uno de los lugares más
desagradables que se conocen.
Fuera de este pequeño incidente en el que condené a nuestros futuros embajadores a andar con la
bragueta abierta y el coso en guardia (pero en fin, allá ellos, quién los manda a ser embajadores estelares), me estaba
comportando bastante bien en mi papel de enviado de la Confederación
Unida de Civilizaciones Galácticas. Mi misión, al igual
que la de los otros veintiséis enviados, era la de mediar entre
el Imperio Wu Wei y el Otro Imperio Wu Wei para ponerle fin, de una vez
por todas, a una guerra fratricida que se prolongaba desde hace más
de trece mil años. El origen de esta guerra se pierde en una confusa
mezcla de hechos históricos y elementos legendarios que, resumiendo,
nos cuentan lo siguiente:
Hace muchos, muchos años (más de trece mil) vivía un emperador muy bondadoso, que era amado por todos
sus súbditos. Un buen día, viendo que le quedaban pocos
siglos de vida, decidió darle a su pueblo un heredero. Entonces
se autofecundó y puso un hermoso huevo esmeralda (los wu wu erl pu yü wu son hermafroditas y ovíparos y es un privilegio de las castas gobernantes la autofecundación).
Tras cinco largos meses de primorosos cuidados, el cascarón se
rompió. ¡Oh, nefasto día! ¡Oh, destino aciago!
Del huevo no nació un sólo príncipe sino dos. Y no
hay nada de peor augurio en todo Wu Wu Erl Pu Yü Wu que el nacimiento
de gemelos. Es que, al contrario de lo que ocurre en casi todo el Universo
conocido, los gemelos wu wu erl pu yü wu, además de muy raros
(uno en sesenta y cuatro mil trescientos veintisiete millones de casos),
son completamente diferentes entre sí y desarrollan, desde su más
tierna infancia, una rivalidad sin precedentes.
El Gran Consejo de Nobles
se reunió durante más de tres noches con sus días
y a la única solución que arribaban era que uno de los niños
debía morir. Pero ¿cuál? Porque uno era bello y el
otro era sabio, uno era hábil con la espada y el otro era un diestro
jinete, uno patrocinaba las artes y el otro apoyaba las ciencias, y así
no existía virtud en uno que no fuese equilibrada por el otro.
Desesperados, una comisión de Nobles
partió hacia el monasterio Sheng Jen, ubicado en la cima de la
escarpada Montaña de los Nueve Vientos (Han Chao Wei Ch'in Shih
Huang), en busca del consejo del anciano monje Nieh Ch'üeh, famoso
en todo el planeta por su vastísima sabiduría y su imparcial
juicio. Luego de un largo y accidentado viaje, en el que murieron el conde
Fu Hsi, el marqués Shang T'ung y el archimamante Ween Kho (amén
de quinientos nueve sirvientes), los nobles llegaron hasta Nieh Ch'üeh.
Ni bien los vio el anciano monje dijo: "Si un árbol no cae en el
bosque, ¿cómo esperas oír el aplauso de una sola
mano?", lo que produjo gran admiración entre los presentes. Informado
de los servicios que se le requerían, Nieh Ch'üeh levantó
sus seis brazos y murmuró una extraña plegaria mágica.
Una nube envolvió al monje y los nobles y los llevó raudamente
hasta el interior del palacio. Allí, Nieh Ch'üeh trazó
un círculo con su cayado, sentó a los dos príncipes
en posiciones enfrentadas sobre la circunferencia y dijo: "Desde tiempos
inmemoriales el Uno ha sido símbolo de la Alegría, ya que
con el Dos nace la Pena. Por eso, que la Santa Mano de nuestro Ancestro
y Creador, el Sagrado Han Shu I Wen Chih, dirima este entuerto". Dicho
esto, acostó una botella en el centro del círculo y la hizo
girar. Cuando ésta se detuvo, apuntando con su boca a uno de los
príncipes, Nieh Ch'üeh exclamó: "¡He aquí
al Emperador Wu Wei!". El otro niño inmediatamente se incorporó
y dijo: "¡Si él es el Emperador Wu Wei, yo seré el
Otro Emperador Wu Wei!", a lo que algunos nobles contestaron: "¡Así
será!" y otros replicaron: "¡Ni soñando!". De esta
manera se inició la guerra de más de trece mil años
que nosotros, los enviados de la Confederación Unida de Civilizaciones
Galácticas, estamos intentando detener.
Las conversaciones se iniciarían
el Cheng K'ai 9 de Ylang Ylang en Oderilka Egon, capital de la neutral
República Maikotzurkin. Esto me dejaba con una noche libre para,
digamos, confraternizar con la representante de los halsbrünstigpfefferbeilebendigem,
mi vieja amiga Maribel Shoshonee, también conocida como Maricler Slupnik, Marisa Sturgeon, Mariana Sinisbidemakurdun,
Mariela Schiefe-Scheiden, o como se le haya tocado llamarse ese día.
Otra extraña costumbre en este extraño Universo. Igual,
para lo que pensaba hacer yo con ella los nombres no eran muy necesarios.
Lo que sí eran necesarios, por no decir imprescindibles, eran unos
preservativos hiper reforzados. Porque, como todo el Universo sabe, los
halsbrünstigpfefferbeilebendigem son idénticos a los humanos
salvo en dos cosas: Una, que tienen el pie derecho del lado izquierdo
y viceversa, lo que los convierte en unos pésimos bailarines, y
dos, que sus células sexuales poseen 74 cromosomas, en vez de los
23 humanos. Esto, que en teoría haría imposible que Marina
y yo tuviésemos un hijo, en la práctica no es así
y los híbridos de humano y halsbrünstigpfefferbeilebendigem no son solo muy viables sino que también son muy diferentes
a sus padres, parecen jirafas violeta y verde y se los considera una delicia
culinaria en el asteroide Txwrk. Y aunque también
en teoría Marisol y yoseríamos capaces de procrear cientos de jirafitas
con tal de sacar rédito vendiéndoselas a los gourmets txwrkianos,
en la práctica tratamos de cuidarnos al extremo cuando tenemos, como diría el
Emérito Laico Donatien-Alphonse-François Valcour D'Auvertais-sur-terre,
"un tiroteo amistoso", porque, aunque parezca mentira, uno tiene sus límites.
No voy a narrar aquí lo ocurrido en el transcurso
de aquella lujuriosa velada. Podría pensarse que es por pudor o para
preservar el honor de una dama, pero no es así, porque, como ustedes
bien saben, yo no tengo pudor y Marisela no es ninguna dama sino una inescrupulosa
criminal. (más extrañas costumbres: los halsbrünstigpfefferbeilebendigem no encarcelan a quienes infringen la ley sino que
los premian con una embajada o algún cargo diplomático en
el espacio exterior, con dos condiciones ineludibles: que no vuelvan
jamás a su planeta natal y que instalen cadenas de heladerías
dondequiera que vayan). No, las razones de mi
silencio son mucho más complejas y sutiles, tanto que me llevará
varios años de intenso psicoanálisis poder siquiera comprenderlas.
Así que sólo me queda mencionar que a la mañana siguiente,
ojerosos, cansados y felices nos fuimos a Oderilka Egon, a las conversaciones
de paz entre el Imperio Wu Wei y el Otro Imperio Wu Wei. Las cuales fueron
así:
Emperador Wu Wei: Che, y si dejamos de pelear.
Otro Emperador Wu Wei: Bueno.
Y listo.
— ¡Para esto nos hicieron venir! — exclamó
el Aristóbulo Prostrator Ah-qixb Zeml-ja-golov, representante
de los Ñâfühlhrtschüssigg.
— Bue, con tal que paguen... — comenté yo, en
medio de un suspiro.
— Pse. Podría ser peor. — terció el
enviado de los Gucumatz (otra extraña costumbre y van: Los Gucumatz
no tienen nombre. "Total, somos pocos y nos conocemos todos" dicen.
Lo que si tienen es una compleja estructura de parentesco, que incluye
grados inimaginables para otras especies, como, por ejemplo, "epifóptrio",
que es el sobrino del amante de la cuñada de un compañero
de trabajo del tercer padrastro de quien habla) — Si no, fíjense
en lo que le pasó a mi primo, que fue a Trakatcia a vender unos
tractores y los senadores Trakats, en agradecimiento, se lo culearon.
— Uh, eso debió doler — exclamé.
— Bue, no tanto, porque a mi primo le gusta que le den
por el orto. El problema es que ninguno de los setecientos senadores después
se hizo cargo del asunto. Qué sé yo, no les cuesta nada una
llamadita de vez en cuando, una tarjeta para las fiestas, algo que demuestre
un poco de cariño. Pero no, nada, como si nunca hubiera pasado.
Por eso, yo siempre digo "A canilla regalada no hay que mirarle el cuerito".
Bueno, a veces digo otras cosas, pero, por lo general y siempre que venga
la ocasión, digo eso. Porque no voy a estar diciendolo cuando quiero
pedir un bife con papas fritas o cuando me quiero levantar una mina, no
sé si me explico.
— Sí, se explica...
— Ah, ¡qué suerte! Porque a un cuñado
mío se quedó tuerto por no hablar claro. ¡Y eso que
yo le avisé que si iba al médico le convenía llevar
anotado donde le dolía! Pero ahí ve usted, no me hizo caso,
y le metieron un enema en el ojo, en vez del ojete. Por eso, qué
quiere que le diga, yo a los sandwiches, menos dulce de leche, les pongo
de todo.
La conversación es interrumpida por los gritos de los emperadores:
— ¡Esta guerra nunca debió comenzar!
— ¡Ni debió durar tantos años!
— ¡Es que fuimos muy mal aconsejados!
— ¡Cierto! ¡El Gran Consejo de Nobles tuvo
la culpa!
— ¡Y el Otro Gran Consejo de Nobles también!
— ¡Son culpables de traición!
— ¡Deben morir!
— ¡Sí!
Ambos Consejos de Nobles son llevados frente a los emperadores,
quienes personalmente los degüellan con certeros golpes de alfanje.
Terminada la masacre los emperadores se quedan pensativos:
— Pero... nosotros aceptamos sus consejos.
— Podríamos haberlos rechazado.
— Sin embargo no lo hicimos.
— No, no lo hicimos.
— Y nos embarcamos en una guerra fratricida.
— En una guerra sin sentido.
— Nosotros hemos traicionado a nuestra gente.
— ¡Somos culpables de traición!
— ¡También deberemos morir!
— ¡Sí!
Mutuamente los emperadores se decapitan. Marité
me comenta:
— Me parece que se les fue la mano con la autocrítica.
— Más bien lo que se les fue es la cabeza.
— Es un chiste obvio, Ignatz.
— Pero alguien tenía que hacerlo.
— Ah, sí, eso sí.