¡Y en esta noche inolvidable en la
vida de todos nosotros!... ¡Noche que compartimos con la más sagrada admiración!...
¡500 años cumplimos todos!... Pobres y ricos, argentinos y paraguayos,
coreanos y dominicanos. Tanos y gallegos, turcos y árabes. ¡El Rincón
del Litoral, palacio de la cumbia paraguaya, casa de todos ustedes, no
podía quedar afuera de la fiesta!... Por tal razón ha contratado a la
estrella más cara del mundo para que cante esta noche. Estoy hablando,
sí,... del más grande músico en lengua castellana. ¡Es–pe–cial–men–te...
llegado de la República Dominicana!... ¡La isla de la música mundial!...
¡Con su orquesta especial de tragavergas! ¡Como él mismo las ha definido
cariñosamente!... Y como toda estrella se hace esperar... Y acá estamos
esperándolo... A nuestro ídolo... ¡El Majestuoso! ¡El Insuperable! ¡El
más Premiadísimo! ¡El morochazo bonitón del Caribe! ¡El Magnífico Sofocador
de la cumbia, Washington Cucurto!... De un momento a otro estará en el
escenario... Ahora si ustedes me permiten, mientras esperamos al Rey,
voy a tomarme una licencia poética y voy a hablarle a mi público en el
idioma mas hermoso del Continente. El Guaraní.
"Phe guaje porá pyharé poraitepe, co pyhare anda pendejue resaca moacco purajá, poraitepe ñande karai, echeja teteipe cheja rape 200 años guive de poraite ñande pora tacuarembo ambe pora che, camba, cambo, beambaretá añareta pora, cué, curopiti, de mimarache, kitilipirupué, de cué de ñandeije, pyharé po guaje phé co puhareide... "¡Fuerte el aplauso para nuestro hermanos de Villarica! ¡Fuerte también para los de Itacurubi del Rosario! Jhatá yepopeté ñandhe kyvy kuera Encarnacena!... Paraguay porá... Hata quei ñande tava Itacurubi del Rosario... ¡Fueerte el saludo para los de Caacupé, que se han venido con bandera y todo! ¡Rojo, blanco y azul!... ¿Pytá, morotí, jha jovy?... ¡Koraso che! ¡Eánde! ¡Fuerte bienvenida a nuestros hermanos Caacupenses, erukat´ú, ayvú!... ¿Paraguái ku´a arapy do mondeí? ¡Bellísima Paraguay, cintura del mundo, tierra de la yerba mate y el palo borracho!.. ¡Fuerte los hinchas de Cerro! ¡No dime los Olimpistas kuera!... ¡País del tereré!... Hjajue los cerristas, kuera juha la palmoteada. No escucho a los hinchas de Olimpia. Arriba los hinchas del Cordillerano. ¡Arriba las palmas, los hinchas de Cerro! Hja los cerristas kuera la palmoteada. Phue guaje porá poraitepé público buchanguero. ¡Nda penderesaca poraitepé, yeroitepe Paraguai jaipotáva El Palacio de la Cumbia Paraguaya, conde jué che!...
¡Ring!, ¡Ring!, ¡Ring!, ¡Ring!... Usted se ha comunicado con el estudio Somerbil actual redacción de "Al Público", diario dominicano de mayor tirada en el país. En este momento no podemos atenderlo. Igualmente, si llama por una información de último momento, paga o no, déjela citando la fuente y el grado de veracidad de la misma. Notifíquese y archívese, fecha, hora y lugar de la información. La ley 12345,0 de libre expresión de prensa y la comunidad se lo agradecerán. Todo sea en pos de la democracia y del libre albedrío.
¡Crash!, (se oyó una fuerte bajada de tubo).
De nuevo.
¡Ring!, ¡Ring!, ¡Ring!,... Usted se ha comunic...
— Levantá el tubo atorrante, ¡Bastillas!, sé que estás ahí. Habla Ronaldinho Gonçálves, tengo una información de último momento. ¡Dejá de ver Crónica T.V.! Dejá de especular con que un violador se volteé una colegiala; o que un borrego demente mate a un tachero. Cambiá ese diario de mierda que tenés, poné minas en bolas en páginas central y vas a ver como vendés, poné anuncios de saunas y cabarutes...
— ¿Quién es el maleducado que habla de esa manera?, se oyó una vocecita de púber–impúber, ¿no se da cuenta que puede haber niños?, Insistió en su reto la pochoclada vocecita. Gonçálves se tiernizó como un pollo al spiedo.
— Perdón, mi nombre es Gonçálves y necesitaría hablar con el señor Bastillas, titular del diario. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
— Soy Guillermina Wittner y desde ya le informo que el señor Bastillas no puede atenderlo bajo ninguna circunstancia.
— Es por un asunto muy serio, señorita.
— Ni que se caiga el mundo, le dijo ella.
— No sea tan drástica. Así nunca va a conseguir novio, — empezó a fastidiarse Gonçálves pero sin bajar su suavidad, —¿señora o señorita?, — agregó. En ese momento intervino Bastillas.
— Guillermina, por favor pásemelo al teléfono de mi oficina. — Paralelamente, sonó el teléfono de la oficina.
— ¿Quién habla?, — levantó el tubo.
— ¿Aló, Ricardinho? — dijo el brasilero y perdiendo toda sensualidad mandó, — escuchá gordinflón, tengo una noticia bomba. Sentate, relajate, tomate una aspirina. Cerrá los ojos.
— ¡Ricardinho, amiguiño brasileiro! ¡Y mulateiro! ¡Qué grata sorpresa! ¿A qué se debe tu llamado?, — exclamó contento Bastillas.
— Dale gordo, para de hablar que se te van a terminar las "ñ". No te hagás el culto que sabés menos portugués que un dinamarqués. Secuestraron a Palito, tiró a secas Gonçálves.
— ¡Quéé!, — reaccionó, —¿Palito? ¿El Presidente?
— Sí, chaucha. ¿Quién va a ser, el peluquero de la esquina? Y eso no es todo. Hubo una masacre. — El gordo se sentó, pidió unas aspirina a Guillermina y cerró los ojos dos segundos.
— No puede ser, dijo, ¿de qué masacre estás hablando?
— Por teléfono no te puedo decir nada, gordi.
— ¿Dónde estás?
— ¿Dónde voy a estar, chaucha? En un locutorio frente a la morgue judicial. Por sí salís a tomar un café. La policía busca un micro naranja con dos dibujos de Los Palmeras en los costados. Inconfundible, ¿no?. Fijáte que no te pise.
— ¿No me estarás chamuyando, no? Mirá que la última vez te pagamos cien pesos de balde por una información que trajiste y las fotos truchadas. Nos dieron con un palo. Tuvimos que hacer una edición extra a medía tarde para desmentirlo, salimos a pedir disculpas a medio mundo. Casi me cierran el diario y nos mandan de vuelta a Dominicana. También, ¿a quién se le ocurre? Que la mujer del intendente Pastillas iba a engañarlo con un cabo. Al rato el cabo apareció muerto. ¡Pobrecito no tenía nada que ver! Supuestamente suicidado, con más de quince tiros en el cuerpo. ¿Cómo hizo el muerto para pegarse quince tiros? Lo engañaba, pero no con un subordinado, sino con un superior. Un Capitán de Corbeta de Las Mercedes.
— Fue un simple error de rango, nada más, — dijo el brasileño. — Está bien, ahora para recompensarlo te rebajo 20 pesos, en vez de medio palo verde dame 490 mil y la información es tuya.
— 250 mil y cerramos trato, — dijo el periodista, mercantil.
— ¿Ya empezamos?, gordo miserable. Siempre termino laburando gratis para vos. — Gonçálves se calló un segundo, sospechó.
— Oigo ruidos, ¿no tendrás el teléfono pinchado, vos?
— No quedate tranquilo, son los pajueranos de la oficina que levantaron el tubo.
— ¡Bajeen el tuboo!, ¡Manga de maleducados!, — se oyó un fuerte grito, Gonçálves tuvo que alejar el tubo de su oído. Horacio Comillas largó el tubo y corrió a sentarse a su escritorio. Comenzó a tipear con furia su Remington. La simpática morena dominicana, Cirila Negrillas, taquígrafa, agarró un block y comenzó a traducir todo a signos.
— Mejor voy para allá, dijo Vocé.
— Imposible, ya estoy saliendo para la Entrega de los Cachito Vega. Estoy ternado en el rubro "prensa y espectáculos." Además hay una gran fiesta. También se celebran los 500 años de la ciudad. Esta noche los argentinos tiramos el país por la ventana. ¿No me digas que no sabes?
— Gordo, suspendé todo y esperame, voy para allá. No seas cholulo, igual vas a salir en la foto. Un país está en juego. Y vos sólo pensás en ir a hacerte el lindo al Rincón del Litoral.
— Ni lo pienses, dejate de joder, negro. Esta noche voy a ver si me levanto una borrega y chau. ¡Que me importa el país a mi! Mirá si me voy a perder todas esas indiecitas para reunirme con vos.
— ¡Gordo, dejemos de hablar pavadas, por favor! Esto es muy grave, esperame que voy para allá, chau, — dijo Vocé. Click.
El gordo cerró los ojos un segundo, respiró hondo y se compuso. Salió de su oficina y caminó por el pasillo central de la redacción. Los redactores tipeaban las máquinas elaborando informaciones. Los data–entry procesaban información de todos los puntos neurálgicos del interior del país. No obstante, de la información central ni una letra. ¿Cómo era posible que la información no se filtrara? ¿Nadie en el país estaba enterado de nada? Sin duda, alguien estaba manipulando la información a su antojo. Ese alguien ¿podría ser Gonçálves? No había que descartar a nadie. Interrumpió sus reflexiones Cirila Negrillas, con un block de hojas en las manos, "ya tengo todo el diálogo dactilografiado, jefecito".
— ¡Comillas!, — grita Bastillas, — analizalo, fijate si entra todo en la tapa, de lo contrario hacele un copete. Mandalo a página central a doble pliego. Mové las manos, Horacio, que tenemos trabajo, a medía noche sacamos una edición especial.
— ¡Escucharon!, — ahora dirigiéndose a todo el mundo, — ¡A medianoche, a más tardar, quiero todo terminado!
— ¿A medianoche? No hay tiempo, ya estamos en el cierre, — presiona Comillas.
— Si seguimos hablando no llegamos, — terció Bastillas.
— ¡Son las nueve de la noche, jefe! — gritaron todos.
— Nadie sale de acá sin la edición terminada, — se enfurece Bastillas.
Interrumpe la discusión un cable de último momento de "Al Público Noticias". Los televisores de la redacción titilaban... "¡Fue saqueada la casa del Presidente radical Hipólito Yrigoyen!" Era todo lo que el noticiero decía.
— ¡Dicen solamente esto! ¡Qué turros!, — vociferó el gordo.
— Y lo de Palito y el asesinato de las negras, — exclamó Horacio Comillas.
— ¿Será verdad lo que dijo el brasileño, jefe?, — dijo la secretaria.
— Sí, esto confirma mis dudas. La información es más que verdadera, tenía razón Vocé Abusó. Están tirando la información a cuentagotas. Sino, ¿cómo se explica que se sepa lo de Yrigoyen? ¡Nos tenemos que adelantar! — En ese instante, entra a la redacción un viejito vendedor de café, que trae noticias de la calle.
— ¡Hola Enriquito!, — se alegra Cirila.
— ¡Hola hijita mía!, — saluda el viejito tocándole las nalgas, —¿cuándo vas a venir a visitar a tu abuelito?
— ¡Ay, eso sí que no, viejito picaflor! Me comentó la chica de la farmacia que fue a llevarle una aspirinaas y usted le echó tres.
— ¡Tres!, — gritaron Bastillas y Horacio Comillas.
— ¡Sí, sí! ¡Tres! ¡Y encima el último por la cola! ¡Se la dejaste como una flor! ¿Por qué sos tan malo, Enriquito? Tuvo que volver a la farmacia para que le hagan dos puntos, — aseguraba la dominicana y preguntaba sin salir de su asombro, —¿Cómo puede a sus 80 años? ¡Enriquito usted es terrible! Mejor deme un café.
— Con leche o sin leche, — dijo el cafetero. Se escuchó una algarabía generalizada. — Ahora poniendo seriedad al asunto, ¿se enteraron lo que esta pasando afuera?
— No, ¿qué pasa Enriquito?, — dijeron todos a coro.
— Están desembarcando barcos con gente de centroamérica, quieren invadir la ciudad. Parece que secuestraron a Palito.
— ¡Volemos! ¡La información comienza a filtrarse!, — ordena Bastillas.
El brasileño Vocé Abuso salió del locutorio. Caminó un par de metros hasta la parada del 277. Recordó como lo había conocido a Bastillas de vacaciones prolongadas en la región fronteriza de Parambú, al sur del Brasil, en la entrada de una favela. Recordó también como resolvieron el caso de los Escuadrones de la Muerte. Como ganaron 2 millones en apuestas clandestinas y la mafia carioca los persiguió por toda Minhas Ceará, Pernambuco, Recife, hasta que finalmente llegaron a Río de Janeiro. Se escondieron las dos semanas que duró el carnaval. Para que los mafiosos no los localizaran tuvieron que sambar, beber y singar quince días seguidos. Se infiltraron en una "Scola do samba". Tuvieron mala suerte, el gordo sambaba tan bien, que fue elegido "Mariposón del Carnaval de Río". El gordo embolsó medio millón de reales. Salió en la televisión, en las radios, en los diarios, en las revistas más faranduleras de Brasil, las de mayor rentabilidad tipo "contámelo todo" y "Susurrámelo al oído".
En un par de horas el gordo era más famoso que Pelé. Hasta un esquimal podía reconocerlo. Vocé tuvo que emigrar al Paraguay en medio de una balacera. Y el gordo huyó en lancha por el río Uruguay. Los mafiosos lo encontraron en helicóptero y le hundieron la lancha. Se salvó de milagro, gracias a los miles de preservativos que llevaba en la mochila. Le sirvieron de salvavidas. Era lo único que regalaban en el Carnaval. La mafia creyó que lo limpiaron.
— Las vacaciones mas divertidas del gordo, — dice Vocé en voz alta y sonríe. Bastillas lo había subtitulado Vocé Abusó, porque una noche en Florianópolis viendo el clásico Brasil–Argentina, Brasil ganó 5 a 0. Vocé siempre le recordaba aquella noche negra. Le mostraba la mano con los dedos abiertos. Le agitaba la palma, ¡tiembla, Maracaná!, ¡Tiembla, Maracaná! "¡Maracaná!, amigo mío. Con Maradona y todo..."
El brasileño se bajó en Cerrito y 9 de julio, en las puertas del monumental diario dominicano. En la puerta había un vigilador. Un negro dominicano con la cara curtida a cuchillazos. Gonçálves se acercó, "tengo una entrevista con el Señor Bastillas", le dijo. El negro lo miró con desconfianza. "Imposible", dijo. "En este momento están en el cierre de la edición de mañana".
— No puede ser, — retrucó Vocé, — acabo de hablar con él. Traigo una información de último momento, para antes del cierre.
El negro dudó un segundo y dijo, "está bien, suba. Si Bastillas no quiere verlo lamentará haber nacido". Vocé camino hasta el final del pasillo y subió en el piso 14. Vocé se dirigió hacia una ancha puerta de madera: "Al Público, periodismo independiente para toda la gente. Entre sin golpear". Una hermosa señorita de anteojos, labios gruesos y pelo renegrido con bucles hasta la cintura fue a recibirlo.
— ¿Usted es Ronaldinho Gonçalves?, — preguntó.— Para servirlo, mi nombre es Guillermina Wittner, telefonista del diario.
— Encantado, — dijo Vocé noqueado por la belleza de la señorita, —¿con usted hablé hace un rato?
— Sí, maleducadito, — le dijo la niña.
— No me respondió.
— ¿Que cosa?, — preguntó Guillermina.
— Su escalafón civil, ¿casada o solterita?, — tiró Vocé.
— Solterita sin apuro y semivirgen, pero dejemos los levantes para después del trabajo, señor Gonçalves, — dijo Wittner cortante.
Entraron en la redacción. Vocé seguía hipnotizado el formidable culo de Wittner apretado por la pollera azul. El ruido de las máquinas era insoportable. Los gritos de Bastillas también. El brasileño diviso al gordo dando instrucciones en el centro de la sala. Bastillas también lo vio, — ¡Vocé Abusó! — exclamó, —¡amigazo mío! — Al otro lado de la sala el brasileño le mostraba la palma de las manos. Decía "cinco".
— Querido Vocé, nunca perdés el sentido del humor. — Se abrazaron ante la mirada de todos los que estaban en la redacción. Bastillas riéndose:
— Te acordás Vocé como escapamos de Río vendiendo profilácticos. ¡Qué manera de coger mulatas! ¡Todos los santos días una distinta!
— Y una mejor que otra, — agregó el negro.
— Sí ¡qué época! Sambando día y noche Hasta me eligieron Rey del Carnaval
— Mariposón del Carnaval, querrás decir, precisamente hace un rato me estaba acordando, — recalcó Vocé.
— Esperá un poco, Vocé, todavía no te presenté. — El gordo se dio vuelta pegó un golpe de palmas y llamó a todos. —¡Señores, por favor, acérquense! Les presento al mejor periodista que conocí en mi vida. Se llama Ricardinho Gonçálves. Saludémoslo con un aplauso.
— Gracias a todos, — remató el brasilero y tiró un sobre en la mesa.
— "¿Qué es esto?
— Pruebas, grabaciones, fotos, todo. Tu país se viene abajo. — Guillermina abrió sus gruesos labios como si estuviera por recibir una pija cósmica. Horacio Comillas, "la pluma de Oro del diario", dejó de tipear y saltó sobre el escritorio. Negrillas tomaba nota estenográfica de todo lo que hablaban. Nadie se animaba a tocar el sobre. Estaban ante una verdad irrefutable. Sin duda, la noticia periodística mas importante en toda la historia de La República. Algo que podría detener la historia del país y volverlo a fojas cero. Algo que les confirmaría a los argentinos que estuvieron viviendo al pedo desde 1816. Tenían miedo. Gonçalves rompió el hielo:
— Además olvide decirles lo mas importante de todo, — y se quedó en silencio.
— ¿Que?, — preguntaron a coro los demás.
— Borges está vivo.
Todos se miraron entre sí. La redacción hizo un minuto de silencio. No sabían como contrarrestar tanta información mandada sin anestesia. Los pensamientos volaban y no había forma de organizarlos. ¿Cómo podía ser que Borges estuviera vivo?, si fue dado por muerto hace más de treinta años? Y si esto pasaba con Borges, ¿que podría haber pasado con otros miles de personajes de la historia argentina?
Comillas habló imposibilitado de acceder a la realidad:
— ¿Borges?, ¡es un verdadero disparate! Murió hace 80 años. Y si estuviera vivo como usted dice, ahora estaría rondando los 130 años. ¿Qué ser humano vive tantos años?
— Sé donde está, — dijo Vocé a secas.
Wittner totalmente desestructurada dijo:
— ¡Este hombre esta completamente loco!
— ¿Que les pasa?, — se indignó Vocé, —¿no son ustedes los que luchan siempre por la verdad a cualquier precio? ¿Cuándo les importó las consecuencias de una "bomba?" Bien, acá tienen una. ¿Se metieron en el culo el periodismo independiente del cual hablan? ¿Les asusta la verdad? Acá la tienen, vamos dígansela al resto del mundo, dicho lo cual tiró un sobre lleno de fotos de Borges, fechadas de ayer y anteayer.
Horacio agarró el sobre. En su interior había fotos de Borges donde se lo ve con lindas chiperas, en un paraje cerca de Luque. Otra posando junto a la Basílica de la Virgen de Caacupé. Otra enseñando guaraní y besando un billete de 50.000 guaraníes. Y la última de ayer a la noche festejando su cumpleaños número 124 en un restaurante céntrico de Asunción.
"La pluma de Oro" del diario abrió los ojos sin creer lo que tenía en las manos:
— Esto es impublicable. Se nos cae al piso medía historia argentina.
Bastillas que hasta ese momento no había dicho una palabra, ordenó.
— Cambiemos la tapa, Guillermina. Agarra de esas fotos la más convincente. Ampliala y mandala a todo color en la tapa. El título es "Borges esta vivo".
— ¡Es una locura, Bastillas! ¡Cómo vamos a sostener la repercusión nacional e internacional! Es una bomba, jefe.
— ¡De las bombas viven los diarios!
— Sí pero esta va mas allá, tiene influencia directa con la vida política del país.
— ¡Entonces que te pague el sueldo, el estado gil! — se enojó Bastillas. — A mí me importa un huevo el país! ¡Por mi se pueden ir todos a la mierda! ¡Yo cuido mi quintita, y mi quintita es "Al Publico"! Nada mas, la noticia sale sí o sí.
Ahí lo interrumpe Vocé terminante.
— No se puede publicar ni una palabra.
Bastillas contrariado:
— ¿Por qué? ¿Qué mierda te pasa? ¿Para qué trajiste todo este arsenal?.
— La vida de Borges es un secreto internacional a rajatabla.
— ¡¿Que?!,...
— Si publicamos que Borges esta vivo, van a matarlo. Pero antes nos matan a nosotros. Sale el diario a la calle y al minuto estamos muertos.
— ¡Mi vida esta en peligro!, grita Negrillas.
— ¡No solo la tuya, pimpollo! La de todos corre mucho peligro, — aclara Vocé.
— Explicate rápido Vocé, porque el diario ya esta en imprenta.
— Borges es el único que puede salvar al país de una invasión dominicana.
— ¿Invasión dominicana? ¿Qué es eso?, — pregunta nervioso Horacio.
— El único que puede resolver el caso de los asesinatos de los músicos y las bailarinas es Borges.
— ¡No podemos seguirte el tren, Gonçalves! Tranquilizarte y explica mejor.
— Todo es una cuestión política, empieza Vocé. La llegada de Palito Palmiro Pérez se planeo en 1985. Para eso las fuerzas peronista silenciaron a Borges. Ya que por aquel entonces, el peronismo en decadencia, el escritor pasaba a ser el exponente antiperonista más fuerte del país. Podía terciar internacionalmente, como finalmente paso. Si Borges estaba vivo hacia 1999, seria el personaje de la historia mas importante vivo. Por esas épocas cumpliría 100 años. Imagínensen sus influencias sobre los poderes nacionales e internacionales, bastaría una palabra para que Palito sea borrado del estrato de la política para siempre. Es simple, si Borges vivía Palito no seria presidente. Entonces lo silenciaron y lo mandaron a un pequeño país. Donde vive hasta la fecha. Ya que esta mañana hablé con él.
— ¿En que país esta oculto? , — pregunta Bastillas
— Paraguay
— ¡Borges, esta en Paraguay!
— Sí, vive en un pequeño pueblito llamado Itacurubi de la cordillera. A tres horas en micro de Asunción.
— Ja,ja. Es el disparate mas grande que escuché en mi vida. Lo que esta diciendo no tiene lógica, — subestimó Comillas.
— Dejalo terminar, Horacio, — le dijo Bastillas.
— Lo peor es que no puede enterarse ni la población ni el Ejército. Si no ocurrirá una masacre peor. Solo nosotros y el entorno de Borges sabe lo que esta pasando. Si publicamos, Borges es el primer muerto y detrás de él todos.
— ¡Guillermina, que paren las rotativas ya!, — gritó el gordo.
Guillermina sale corriendo hacia el piso de abajo. Habla con el responsable operativo del diario y con varios delegados de los maquinistas.
— Queremos un seguro de vida y una indemnización anticipada, — dijeron los delegados, — nuestras vidas están en peligro y tenemos familia. — Wittner les dijo que había que parar urgente la edición y después hablarían de posibles indemnizaciones. Pero las rotativas ya estaban enviando el diario hacia las provincias. La primer tirada ya llegó al aeropuerto, donde se distribuye a todo el país. Y ya salió el 80 por ciento de la edición para la Capital y el Gran Buenos Aires.
— ¡Imposible! ¡El diario ya está en los kioscos!, — dijo la Wittner.
— ¡Estamos fritos!, — grito Cirila Negrillas, que no paraba de trazar signos,
— ¿¡Que hacemos, Bastillas!?, — gritaron todos.
— Tranquilos, no pasa nada. La desmentimos y punto.
— Vas a tener que cerrar el diario.
— Hay que actuar rápido hay que volar al Paraguay e informarle lo que pasa a Borges.
— Lo que hay que hacer ahora es encontrar el micro antes que todos. Aclarar el crimen.
— ¿Y los asesinatos?
— Eso todavía no lo puedo hilvanar, supongo que querían matar a Palito y le erraron. Fue la gota que rebalsó el vaso. En Dominicana están muy indignados con las muertes y tomaron las banderas del peronismo. Quizá un atentado agitador.
— Frasquito y el intendente de Escobar, también están detrás de Borges.
— Hay que encontrarlo primero que ellos.
En aquel momento se escuchó una terrible explosión en el piso de abajo. Guillermina Wittner vino corriendo, tosiendo entre una gran humareda que entraba al piso de la redacción.
— Pusieron una bomba, en la sala de las rotativas, hay quince muertos. También quieren indemnizaciones urgentes. ¿Que hacemos, jefe?
— Tranquila, decile al delegado de los obreros que pagaremos las muertes. Los indemnizamos a todos. Dale a cada uno un número de cuenta del Banco de La Nación. Para que retiren de los fondos lo que les corresponda. El diario se declara en situación. Para que retiren de los fondos lo que les corresponda. El diario se declara en alerta nacional.
— Hay que sacar otra edición a la calle, ¡ya!, — dijo Horacio.
— Es verdad, andá y decile a los jefes obreros que no paren de funcionar las rotativas. Sacamos otra edición a la calle, para poner paños fríos a la cuestión. Horacio pensá, una tapa ya.
— Ya lo tengo jefe. ¡Ciudadanos a festejar los 500 años de la Ciudad!
— Está bien me gusta, mandalo. Y vos, Negrillas, redactate un informe especial con todas las actividades de esta noche. También en un recuadro desmientan la versión de Borges. Aleguen una broma de los festejos.
La morena dominicana lleva todo a signos y sale corriendo hacia una computadora donde le daba los últimos retoques a su texto. Se lo pasó a Wittner y esta a su vez a Comillas, que corrige todo y manda la tapa a la al piso de abajo para salir.
— Sale en medía hora jefe, — dijo la secretaria.
— Vocé, ¿cómo conseguiste toda esta información bomba?.
— De pura casualidad, cuando salí del Brasil me instale en Paraguay ahí conocí a una muchacha paraguaya con la cual me case. Ella tiene su familia en un pequeño poblado alejado de Asunción. Este pueblo se llama Itacurubi de la Cordillera. Un hermoso lugar lleno de arroyos y tierra roja. Ahí es donde reconocí a Borges. Él me contó toda esta historia. Su relación con el peronismo.
— Borges esta al tanto de todo?
— Absolutamente.
— Hay un agente de la embajada paraguaya, también. Trabaja de incógnito en el micro de Los Palmeras, ese que desapareció.
— ¿Quién es?.
— Se llama Eusebio Oscar Ayala.
— ¡El Tipeador de los Sorias!
— El mismo. Borges hace tiempo que no recibe noticias de suyas. Parece que se dio vuelta. O lo mataron, no se sabe tampoco nadie encuentra el micro en ninguno lado
— ¿Y a Palito donde lo tienen?
— En un conventillo, llamado El Palomar.
— Lo primero que hay que hacer es ir hasta el Paraguay. Y rescatar a Palito. Después hay que encontrar a Borges antes que Frasquito y las bandas de mercenarios dominicanos.
— Tengo una persona que te puede ayudar, se llama Pablito Chantún — dijo Bastillas tratando de apaciguar el escandalete.
— ¿Quién es?, — preguntó rápido Vocé.
— El periodista mas audaz que conocí en mi vida.
El Gran Sofocador de la Cumbia había realizado medio recital de tres horas arriba del escenario del formidable Rincón del Litoral, completamente alcoholizado. Ahora se disponía a cantar su mayor éxito "Flor de mi tesoro", tema que había vendido más de 6 millones de copias en toda Latinoamérica. Había arrojado la camisa al público y a cada rato quería sacarse los pantalones. Frasquito detrás del escenario lo paraba a las puteadas limpias.
— ¿Qué hacés boludo, querés que vayamos presos? Se llega a avivar la ley y te volvés a Dominicana en sulky.
"Flor de mi tesoro", caballito de batalla de su último álbum, era un extraordinario generador de todo tipo de proposiciones y promesas desde las más insólitas y desfachatadas hasta las mas tiernas llenas de amor cortés , acompañadas de febriles bombardeos de bombachas y corpiños, ositos de peluche, fotos... Pronto el escenario parecía una feria americana de lencería. Inconmovible, supersubido al caballo, el negro azabache, de más de dos pies de altura; el "Elvis negro", como lo había calificado la prensa local, cantaba y hacía suspirar a miles de corazoncitos quinceañeros. Movía la pelvis a un ritmo vertiginoso, pegaba grandes saltos y caía de rodillas al escenario con los brazos abiertos y mirando al cielo. Agarraba el micrófono con sus dedos decorados con rubíes, zafiros, y anillos de oro. No obstante, sus uñas quemadas y deformadas por la cal caliente, delataban su origen humilde de antiguo peón de obra.
En el tema siguiente, le habló al público, "esta es una canción que compuse viniendo para El Rincón, en los asientos del micro. Lo compuse porque me lo pidió mi corazón... insistentemente... Es para la mujer que conocí hace un par de horas y de la cual estoy profundamente enamorado... Este tema va para vos, Arielina, no sé si voy a volver verte, ni sé dónde estarás, si me estarás viendo, dónde estés, si estás en algún lado y no ha sido todo un sueño... desde esa estrella, te dedico mi amor. Ah, y también voy a hacer un ofrecimiento, voy a dar una recompensa de cien millones de guaraníes, la mitad de mi fortuna, para quien me ayude a encontrarla". Después pidió la colaboración de Mil Pilas y cantaron a dúo, abrazados y acuclillados como dos cotorras "Arielina, alma mía". El Palacio de la Cumbia parecía un Odeón. Por momento parecía que iba a estallar, la locura del público se desbordaba. El escenario era un embudo donde la gente depositaba toda su energía. Las luces caían sobre el rostro de los músicos, dándoles una apariencia simiesca y a su vez, fulgurante.
Al concluir el tema se escuchó un ¡Uhhh! prolongado e inmediatamente el sabor de los aplausos, gritos, frases sueltas. El Sofocador abrazó a su parteneire de lujo, pequeño y delgado, empalidecido ahora por el calor del abrazo. Mil Pilas disimuló bien su ahogo, con un movimiento de brazos. Sólo quería un whisky.
El show era un verdadero éxito. El locutor de la velada, el paraguayo Reinaldo Pitogüe, se acercó a los músicos aplaudiendo. Se dirigió al público:
— ¡Fuerte el aplauso hermanos paraguayos! Para los dos músicos más importantes de América Latina, que nos han brindado un espectáculo inolvidable. ¡Estoy emocionado hasta las lágrimas! ¡Qué noche por Dios! ¡Feliz Cumpleaños Ciudad! ¡500 años no es nada! Y esto no termina acá, hay más, muchísimo más, hermoso público paraguayo. Este es el inicio de las muchas actividades y celebraciones que tendremos hoy. En alabanza a la Reina del Plata ¡Mi Buenos Aires, linda y querida! El Palacio cumple con lo prometido ¡Y con su público! Traer, en un esfuerzo de producción sin precedentes en el ambiente cumbiantero, a las máximas estrellas de la Cumbia Universal. Y ahora pasemos a hablar con estos dos monstruos: Señor Cucurto, señor Mil Pilas, gracias muchísimas gracias, por habernos regalado esta alegría infinita a todos los paraguayos y argentinos.
El Sofocador, muy cansado, muy agitado por el show, en cueros, con Mil Pilas aferrado a su cinturón, se pasó la mano por la frente y dijo:
— Gracias a todos por estar acá, y por permitirme tocar por primera vez en Buenos Aires y en Sudamérica. Gracias también, por invitarme a esta fiesta divina e inolvidable, el cumpleaños de la ciudad mas hermosa del mundo. Y ante todo, tengo que agradecer a este bellísimo público paraguayo, ¡Coño, qué suerte tienes tú Reinaldo! ¡Son bien chévere las paraguayas!...
— Mientras nos traen un vaso de agua, sigamos conversando con nuestros ídolos, — dirigía el diálogo Reinaldo, —¿Tuvieron tiempo de conocer la ciudad?
— Pues a decir verdad, muy poco, — se mete Mil Pilas sin soltar el cinto de su compañero, — es muy linda Buenos Aires, — agregó, — se nota una gran seguridad. Nada de sabotajes, alarmas de bomba, secuestros y asesinatos múltiples. — Terminaba de hablar cuando vio delante suyo, a una hermosa señorita de grandes pechos con una remera ajustada y una inscripción, "Villahermosa, pureza para toda la familia". La promotora le ofreció un vaso de agua mineral.
Mil Pilas amarilleó de golpe y cayó de boca al piso.
Se oyó un ¡Ohhh! alarmante por parte del público.
— ¡Son una maza estos pibes! ¡Capos totales!, — alababa loco de contento Frasquito detrás del escenario, sin importarle la caída de Mil Pilas. — Un detallecito, — dijo.
El Sofocador arrastró de los pies a Mil Pilas, hasta sacarlo del escenario. El locutor paraguayo hacia uso de todos sus conocimientos del escenario para remontar la situación. Frasquito mandó dos payasos y tres monos en bicicleta:
— A distraer a la masa, — ordenó.
Mil Pilas estaba amarillo, inconsciente en el piso. Cucurto le hacía respiración boca a boca. Al segundo llegaron un médico y dos enfermeras con termómetros para la presión, vendas y suero. Comenzaron a inyectarle una sarta de vacunas. Contra el tétanos, contra la viruela. La sabin, la B12, contra el sarampión. Ninguna vacuna surtía efecto, nada despertaba a Mil Pilas.
Frasquito harto de tanta inutilidad médica empujó al médico y a las enfermeras. Derramó un vaso de whisky en la cara del desmayado.
Mil Pilas despertó al instante.
— Dale borrachín, ¿no te da vergüenza?, — le recrimina sentencioso Frasquito.
— Vergüenza es robar, — le respondió a medía voz sin saber dónde estaba, —¿qué me pasó?
— Sufriste una baja alcohólica, — le dijo Cucurto. Mil Pilas se recuperó todavía mareado. Se acercó a Reinaldo Pitogüe y le pegó una feroz cachetada que le dejó la mejilla ardiendo.
— Inútil, ¿cómo me vas a dar agua mineral? ¿Me querés envenenar?.
Y gritó:
— ¡Un whisky, mozo que estoy delicado!
Todos rieron.
— No doy más, — comentó el Sofocador de la Cumbia, — se me acaba la voz. No llego hasta el final ni a palos.
Frasquito:
— Tenés que terminar el recital, o terminamos todos en cana. Llegá como sea si querés conservar la libertad.
— Me faltan 30 canciones. Voy a quedarme mudo en la tercera canción. Con Mil Pilas podríamos intercalarnos. Cantar una cada uno.
— Imposible, es un inconsciente, depende de una botella de whisky. Más que un micrófono necesita una petaquita.
El Sofocador mirando a sus asistentes:
— Traigan rápido el micrófono con el que cantó Mil Pilas. Átenle un pañuelo con los colores del Paraguay y rocíenlo con whisky negro irlandés. Si siente el olor del whisky va a cantar hasta el final.
De pronto irrumpieron en la trastienda del escenario, dos asistentes de producción.
— Acaban de secuestrar a su amigo el Presidente.
— ¡¿A Palito?! ¡¿Qué estupidez es esa?!
— Sí, lo secuestraron dos negros dominicanos.
— ¡¿Dos negros dominicanos?! Pero si Palito está en el estudio.
— Sí, sí, en la misma entrega de los Martín Fierro lo secuestraron. Hace dos minutos.
Todos quedaron mirándose.
Mientras tanto en el escenario, los paraguayos y los monos vestidos con grandes moños a cuadrito y gorritas de Los Angeles Lakers, hacían las mil y una sobre el escenario. El público no podía parar de reír. Habían hecho olvidar para siempre a Mil Pilas y al Sofocador de la Cumbia. Todo el escenario eran diálogos desopilantes y gestos atrevidos.
Pitogüe subió al escenario esquivando paletas de fuego, bicicletas de una rueda, monos que se tiraban desde trapecios insólitamente ubicados en los lugares más disímiles del techo. Payasos que no podían coordinar sus movimientos de juegos acrobáticos. Virtualmente, los monos y los payasos habían tomado el escenario.
La gente no paraba de reír.
Pitogüe los retiró con un fuerte aplauso.
— Y ahora vamos a despedir a nuestros amigos circenses con un caluroso aplauso.
Un ¡Noo! espontáneo pero resignado se escuchó en toda la bailanta.
Pitogüe no dio tregua:
— Y ahora lo que les había prometido. Después del pequeño y solucionable percance ¡Vuelven! ¡Hermanas y hermanos paraguayos! — Arrancó con todo su peroreo —
¡Con ustedes la mejor música del momento! ¡Especialmente traído desde Santo Domingo, República Dominicana! ¡El UNICO! ¡EL INIGUALABLE! ¡EL MAJESTUOSO! ¡EL INSUPERABLE E IMBATIBLE! ¡CON TODA SU MUSICA!... Después de un descanso merecido... para largar con la segunda parte de su show... Con ustedes.... Verdaderamente Genial... el mayor exponente de la música Latina... El Soofooo Caaadoorr de la... ¡Cuum......bbbiiaa!...
El Sofocador Cucurto subió al escenario casi durmiéndose, con Mil Pilas colgado de su cinturón. Lo sentó junto al micrófono rociado con whisky irlandés de fuerte aroma. Los colores rojo, blanco y azul, flameaban atados al micrófono. Comenzó El Sofocador cantando una balada puertorriqueña que hizo suspirar a unas 500.000 conchitas. Mil Pilas siguiendo el olor del whisky hizo los coros. La gente aplaudía enfervorizada.
Henry escupió la poca cerveza que le quedaba en el vaso en la cara de un desconocido, al ver a sus dos primos por televisión. El barcito vecino al Palacio estaba lleno de borrachines que miraban la entrega de los Cachito Vega. Aplaudían los temas de Cucurto y alentaban a Palito que llevaba las de perder con el dominicano. Hambre le pegaba una furibunda paliza al Presidente. Palito perdía por afano.
Los borrachos comenzaron a cantar: ¡Borom, bom, bom, es un afano suspéndalo! ¡Borom, bom, bom, es un afano retírenlo!...
Los pómulos de Palito comenzaban a deformarse. Todo al garete, Ganas también recibía lo suyo de manos de Foguetta. La diva lo tenía a mal traer a los rodillazos y arañazos limpios. La muchachada del barsucho comenzaba a enardecerse: ¡Dale negro mariposón, mordele las tetas! Ponela en bolas a la veterana. Garchátela, cabeza de virulana. También alentaban la digna tarea de Palomino: ¡Super péndex, embocalo al negro! ¡Fuerza Gavilán! ¡Garra Palomino!
De las palabras pasaron a los hechos: no tardaron en asociarlo a Henry con los negros de la televisión. El dominicano, al vérselas negras, hacía lo suyo, ante la superioridad numérica. "Chicos déjense de joder, yo no tengo nada que ver con esos negros. Yo soy uruguayo, hincha de la celeste", decía Henry palpándose los bolsillos del jeans para encontrar la llave del micro, que había dejado estacionado a la vuelta del Rincón del Litoral, en una callecita oscura.
No podía con su alma de güagüero de Santo Domingo. "No soy un digno contendiente, por favor", y mirando al mozo de la barra le dijo, "cerveza fresca para todos: Invita el uruguayo" Hubo un par de gritos festivos, pero en general siguieron rodeándolo para lincharlo. Era evidente que nadie podía contra la influencia de la televisión (que no sólo a los niños influye). Henry sintió el metal frío del llavero en sus manos y lo apretó fuerte. Pegó de una sola vez con la llave en la mano, volteando a los tres reseritos que tenía enfrente, "el que pega primero pega dos veces", gritó, en la pura génesis del revoltijo de curdas. Saltó sobre la barra y se deslizó por ella, al unísono de la victoria, al son de un monumental grito de "sálvese quién pueda". Pero.
Pero, como en toda su vida, el negro canchereo de más, (que en gresca bolichera se paga muy caro). Un borracho cabeza de adoquín, le dio un toquecito de la suerte en un tobillo, e hizo que sus pies trastabillarán, con todo lo cual bastó y sobró para que Henry se desmoronara como un edificio dinamitado y fuera de trompa a romper la vidriera del bar y cayera de cabeza a la vereda escuchando el timbre, la campana salvadora, el arpa de los ángeles, todo junto. ¡Inolvidable porrazo!
Por la misma vereda, en ese momento, escapaban por una puerta anexa del Rincón del Litoral, sus primos arrendando de los pelos a Palito y a Foguetta. Tuvieron que saltarlo para no pisotearlo. Pese a los intentos, Palito le pisó los dedos y Ganas no aguantó más a la diva a caballito y rodaron sobre Henry. Era el colmo, ligó un bárbaro porrazo por culpa de la mala fama de ellos y ahora venían en persona a pisarlo, llenarlo de sangre y encima Foguetta le apretaba la bragueta.
Enriqueta Foguetta tenía el vestido roto y el peinado a la miseria. Sin olvidar su idiosincrasia exigió:
— Suéltenos, rateritos de mala vida. No van a llegar muy lejos.
En el piso, con la Sra. Foguetta encima, Henry gritó enojadísimo:
— ¿Alto ahí! ¡Dije que alto ahí, Hambre y Ganas! ¡Se volvieron locos! ¿Qué coños hacen secuestrando a Palito? — Ahora mirando a Foguetta, — ¿y usted señora, sería tan amable de soltarme la poronga?
Los negros se dieron vuelta y miraron al hombre que estaba en el piso, rodeado de vidrios rotos.
— ¡Coñazo! ¡Primito, qué hacés tirado en el piso!, — dijeron los negros. — Venga fuerte ese abrazo.
— ¡Diablazos! ¡Qué abrazo ni abrazo! ¿Qué están haciendo ustedes en Bs.As.?
— Vinimos a trabajar.
— ¡¿A trabajar?! Ya veo como trabajan. Larguen a ese pobre hombre y a esa dama. No les da vergüenza ponerle la mano encima a este pobre flacucho. De milagro no le rompieron un hueso, grandotes. — Palito se debatía entre la vida y la muerte, en los brazos de Hambre que lo tenía apretado del cuello.
— ¡Soltalo que lo vas a ahogar, ignorante! — gritó Henry.
...........................
En ese instante salían a la vereda, escapando del
público, Frasquito, Mil Pilas y Cucurto. Tuvieron que correr antes que
el público los linchara.
Mil Pilas se había olvidado la letra, comenzó a insultar y a escupir al público. El pañuelo se le voló y quiso arrojarse a las plateas. El Sofocador se había quedado dormido en el escenario. Si no fuera por la rápida intervención de Frasquito, payasos y monos hubieran muerto a botellazos y piedrazos.
Al salir a la vereda cayeron encima de Henry clavándose con los vidrios. Detrás venían dos negras que también tropezaron por los tacos y cayeron encima de todos. Una montaña humana, llena de incertidumbres, se había levantado en plena calle. Sonaron las campanas de la Iglesia de la Sagrada Constitución. Dieron las doce de la noche. ¡La ciudad cumplía 500 años! De la terraza de los edificios comenzaron a explotar millones de fuegos de artificios. Pronto la noche se llenó de color. Colores y olores inesperados, las luces de los fuegos iluminaban los rostros. El cielo del barrio de Constitución era transparente.
Frasquito le dijo a Henry:
— Corramos al micro, morocho.
— Si salen de arriba mío, puede ser.
— Siempre tenés un problema, siempre una excusa. ¿Para qué mierda te pago? ¿Me querés decir?
— ¡Y salgan de arriba mío, infelices!
Corrieron hacia el micro naranja. Treparon por las ventanillas.
— ¡Feliz Cumpleaños, Ciudad!, — gritó Henry e hizo arrancar el micro.
A los quince metros tuvo que clavar los frenos porque se le cruzó Pitogüe que venía perseguido por un grupo de fans cucurtianos enfurecidos.
— Aminorá negro, que voy con ustedes. — Cucurto reaccionó tarde, como si hubiera tenido un llamado del más allá. se corrió hacia la ventanilla y desnudo como estaba sacó la mitad del cuerpo y quiso tirarse.
— Paren este cascarro ahora mismo. Acá me quedo muchachos, — gritó fuera de sí. Mil Pilas y Frasquito lo agarraban de la cintura:
— ¿Qué te pasa? ¿A dónde querés ir? Si no conocés ni un pito la ciudad te vas a perder. Aparte, ¿así desnudo querés salir, inconsciente?, te van a meter preso por obscenidad en la vía pública.
— Yo me voy y se acabó. Frasquito, ustedes me traicionaron, arruinaron mi carrera trayéndome a cantar a este lugar de morondanga, en este país de cogotudos a la gente no le interesa la música popular. Escuchan a Piazola, Levi Strauuss... Déjeme tranquilo por favor, entiéndame yo me debo al Caribe, a mi hermosa y tierna Dominicana, pobre pero cálida. La gente deja de comer para comprar una entrada, escucha música desde que se levanta hasta que se acuesta. Acá no existe la cultura musical. Acá escuchan música como un hobby, para pasar el tiempo. Allá la escuchamos para sobrellevar la vida, desde que somos chicos hasta que nos morimos. Me voy Frasquito, acá no tengo nada que hacer. Voy a buscar mi amor, debí hacerlo antes de seguirlo en todas sus locuras.
— No te podés ir Cucurto, ahora vamos para Paraguay a ver quien nos fundió, ¿entendés? Todavía hay mucha plata en juego.
— Yo ya hice lo que tenía que hacer, cantar arriba del escenario, las finanzas de la organización no me importan. — El Sofocador comenzó a gritar hacia los autos que pasaban.
— ¡Auxilio, me están secuestrando, llamen a la policía! — Le dijo a un descapotable amarillo, con dos jóvenes.
— ¿No me conocen?, soy el Sofocador de La Cumbia, me están secuestrando, ayúdenme. — Pero nadie se metía.
— ¡Pará, marmota! ¿Qué te pasa?¿estás drogado?
— Voy a buscar a mi amor, Arielina, alma mía. Necesito verla. No puedo perder el amor de mi vida.
— No seas calentón, esa loquita está garchando con otro. Cucurto por favor. ¿Nunca viste una mina vos?
Mil Pilas intervino en la disputa:
— Pará viejita, ponete las pilas, que está todo bien ya la vamos a encontrar seguro que es paraguaya y ahora vamos para ahí. Si querés te presento a mi hermana. Vieja, no te pongás así, que no me gusta ver llorar a un artista. Vieja, proyectate. Copate. — Abriendo la boca e inundando el micro con olor a whisky que volteaba las paredes.
— Eso Cucu, — le dice Henry, — copate.
— Dejá de gritar, — definió Frasquito, — que tengo tus documentos y no podés ir a ningún lado. Acá sos un indocumentado más. No abrás la boca que terminás en cana.
— No me importa nada, yo quiero encontrar a Arielina. No me interesa la cárcel, de qué me sirve la libertad, si no estoy con ella. Voy a pelear por el amor Frasquito, aunque a usted le parezca ridículo.
El micro tomó la autopista alejándose de la ciudad y saliendo para el interior del país. A los pocos minutos sólo se veían las luces de las casitas perdidas en el campo, el mugido de una vaca que perdió la manada. De vez en cuando se observaba adelante la luz de un auto en la ruta.
Henry puso las cosas en su lugar:
— ¡Se terminó, me cansé! ¡Mando todo al carajo! ¡Renuncio ahora mismo! ¿Y ustedes qué hacen en Bs.As.? ¡Van a terminar en la cárcel de por vida, manga de boludos!
— ¡¿Cómo que me renunciás?! ¡Estás loco, negro! ¡Aflojá, negro, si sos como de la familia! ¡No me rompás el corazón! Sabes bien que te quiero más que a un hermano.
— ¡Suéltenos, rateritos de mala vida! ¡Miren como dejaron a su Eminencia!
— ¡Es un agravio a todo el pueblo argentino!
— ¡Estamos trabajando, Henry! ¡En Dominicana ni plátanos quedan!
— ¡Se conocen todos! ¡Sos un traidor, Frasquito! ¡Me estás autosecuestrando! Ya ni en la gente del Partido se puede confiar.
— Añaretá, porá che. De esta no salimos vivos.
— ¡Primitos queridos!, — exclamaron las negras a coro.
— ¡Me hicieron perder 20 millones! ¡20 millones, ay! ¡Tendría que tirarme ahora mismo de cabeza al asfalto! Y encima me querés renunciar. ¡En las malas se borran todos!
— Ladrón, delincuente! ¡Te voy hacer echar del Partido!
— ¡Rateritos de mala vida, detengan el micro!
— No le hable así a nuestros primos. ¡Vieja maleducada!
— ¡Ábranme la puerta, me bajo ya mismo! ¡Quiero buscar a mi reina Arielina! ¡Arielina pimpollito de algodón! ¿Por qué me hacés esto?
— ¡Otro whisky, mozo!
— ¡Vaya velada inolvidable!
— ¿Quién les dio este trabajo?
— El tío de Palito. Era un trabajo que nadie quería hacer.
— ¡¿El tío de Palito?!, — todos a coro.
— ¡Qué me importa a mi el tío de Palito! ¡Voy a llevarme a Dominica a esta belleza india! Se lo grito a todo el mundo, a los cuatro vientos: Arielina sos el amor de mi vida, mi corazón no late sin vos.
— ¡¿Mi tío?!
— ¡¿Tu tío, Ramón?!
— ¿Mi tío, el Ingenioso? Imposible, ¿para qué iba a secuestrarme?
— ¡Falsas injurias!, — negó Foguetta.
— ¿A dónde vamos?
— ¿A Paraguay?
— ¿A Paraguay, para qué?
— Vamos a ver quién es el Ingenioso y para qué planeó el secuestro de su propio sobrino.
— ¡Otro whisky, mozo!
— ¡Vaya velada inolvidable!
En ese momento despierta el Sofocador:
— Arielina, amor de vida, ¿Dónde estás?
— ¡Arielina! ¡Arielina!, — gritó el viejo Perseo Benúa, dominicano, dueño del "Le France–Hotel", en la esquina de las calles San Juan y Leandro Alem, sentado frente al televisor, mientras fumaba un habano y miraba la entrega de los Cachito Vega. Volvió a gritar: — ¡Arielina, paraguaya del demonio, ¿dónde te metiste?! — En la cocina calentándose las manos y cocinando un guiso de lentejas se alarmaron Zenaida, Casilinda y Casiana, tres dominicanas que trabajaban en las piezas del hotel.
— ¿Qué pasa, Don Perseo?
El viejo contestó:
— ¿Dónde se metió esa paraguaya del demonio?
De las piezas 23, 17 y 8 salieron los dominicanos Vidal Javier, Yordi, y las niñas Mariolga y Evelyn. —¡Arielina!, — seguía el viejo de cabeza blanca.
—¡Estoy acá en la ducha, Don Pérsico! No se haga mala sangre que puede bajarle la presión, — contestó al fin Arielina.
— ¡Qué me llamo Perseo, diablaza, ¡Per–se–o!, ¡¿cuántas veces tengo que decírtelo?! El living–comedor del "Le France–Hotel" se llenó de gente. Todos rodearon a Perseo, que seguía fumando tranquilamente su habano. Arielina vino recogiéndose el pelo y sujetándose con un nudo la toalla a la cintura.
— ¿Qué le pasa don Pérsico?
— Que me llamo Perseo, chiquilla malcriada. Ven, siéntate aquí en mis rodillas.
— Sí, abuelito, — obedeció intrigada.
— Dime Arielina, hijita mía, ¿acabás de llegar de una fiesta, verdad?
— Sí, abue, — responde doblemente intrigada Arielina.
— Acá estoy viendo en este aparato del demonio, la entrega de los Cachito Vega de Oro. Y me entero que ese delincuente, impostor del Sofocador de la Cumbia, ese tal Cucurto, que hace toda esa música comercial y anda por el mundo diciendo que eso es Dominicana, ha dicho que ha conocido a una niña de nombre Arielina, de la cual esta enamorado. Dime y ¡contéstame la verdad!, — le dijo el viejo acariciándole la frente, —¿esa eres tú?
— Sí, abuelo. Soy yo. — El viejo cayó desmayado en su propio sillón. Todos le daban agua, le ventilaban con diarios viejos. Las negras gritaban: ¡¿qué le hiciste, Arielina?! Las negritas mellizas Mariolga y Zenaida se le subieron arriba de la panza.
— Traigan agua, — gritó Arielina, — que parece que le bajó la presión. — Mariolga y Evelyn se le treparon por la panza y le dieron un beso en la mejilla cada una. El viejo se despertó gritando.
— ¿¡Cómo es posible?! ¡Que ese impostor, trucho, como dicen aquí los jóvenes! ¡Ese irrespetuoso de la mejor música del Caribe! Le falta el respeto a Tito Puente, a Luis de León, a José Alberto el Canario, a Juan Luis Guerra, al Apioecito Gómez, y a tantos grandes de la música del Caribe, anda llenándose los bolsillos por el mundo. ¡Tremendo delincuente enamorado de mi nietita preferida! ¡Dios, qué desgracia!
— Cálmense Don Pérsico, — le aconsejaron las negras Casiana y Casilinda.
— ¡He dicho mil veces que me llamo Perseo!, — gritó cuando ya las niñas entraban en su pieza y salían con un saxofón.
— Toque algo para nosotros abuelito, — le pidieron las negritas mellizas.
— Ay, estas niñas me devuelven las ganas de vivir — y agarró el instrumento. Tocó y cada uno volvía a su pieza con música de fondo. Las mulatitas se quedaron dormidas en la panza del abuelo . Arielina se paró y se fue a vestir a su pieza. Perseo la tomó de la mano y le dijo.
— Si eres feliz sigue adelante. Busca tu felicidad, hija mía. Hace sesenta años que llegue a esta ciudad en el culo del mundo, trabajé y puso este hotel para extranjeros. No me puedo quejar, Buenos Aires me dio todo lo que tengo. Pero jamás volví a Santo Domingo, cada noche extraño los sones del Caribe. Los argentinos no saben vivir. No valoran lo que tienen, no aprendieron a disfrutarlo, un extranjero disfruta mucho más del país que ellos mismos. Pasan la vida quejándose y no ven lo que les dio Dios. Sólo la mano de Dios hizo a este país tan rico y bendito. Espero que vuelvas a tu país, Arielita, lucha por tus sueños. Apártate de ese turulo, si no te hace feliz. No te arruines la vida por un espejismo.
— Abuelo cálmate, que ni siquiera lo conozco y no sé si voy a volverlo a ver.
— Ah, m'hijita, el diablo sabe por diablo pero más sabe por peronista, decía el General. Y yo te digo que volverás a verlo.
— ¿Cómo puedes saberlo, abuelo?
— Un tipo que ofrece su fortuna a una mujer ante miles de personas o es un enamorado o es un loco. Y este pinta de loco no tiene. — Arielina sonríe.
— Entonces me dices que está enamorado de mi. ¿El Gran Cucurto enamorado de mí? Abuelo, ¿estás insinuando que me casaré con el músico mas grande de Dominicana?
— Sí.
— Gracias abuelo, porque yo también estoy ciega, superenamorada de Cucurto desde el momento en que lo vi. Me lo dijo mi corazón. Gracias abuelito por decirme que haga siempre lo que me dicta el corazón. Por eso me entregué toda apenas lo vi. No vayas a creer que me pasa seguido. — Arielina se dio cuenta que el abuelo dormía abrazado a las niñas. Le sacó el saxofón de encima y se lo llevó a la pieza. En ese momento sonó el teléfono. Arielina corrió hacia la mesita de tul floreado.
— Hola, ¿con la señorita Arielina por favor?
— Sí, soy yo.
— Arielina, somos Ganas y Hambre, nos enteramos de tu romance con El Sofocador, que ofrece una fortuna por el que te encuentre.
— Y, ¿ustedes cuál bailan?
— Queremos la fortuna, chica.
— Quieren robarle la fortuna al Sofocador.
— Nosotros no queremos sacarle nada, él la está ofreciendo por televisión al primero que te encuentre. Y bueno, antes que te encuentre otro, preferimos ser nosotros.
— ¡Es una estafa! Están estafándome mis propios hermanos, no puedo creerlo.
— No seas exagerada y escandalosa, él le puso precio a tu cabeza, ahora debe haber agencias de detectives, cazadores de fortunas, desocupados, subocupados, madres de familia, miles de personas buscándote, el que te encuentre va a llevarte de los pelos con el Sofocador. Es lógico, son diez millones.
— ¿Diez millones? ¿y mi voluntad no cuenta?
— ¡Arielina!, no nos pongás nerviosos, seguís siendo la misma pavota de Itacurubí. Ante diez millones no hay voluntad que valga.
— En vez de hacer plata con mi vida, ¿por qué no van a trabajar?
— ¿En qué trabajo vamos a ganar diez millones de un saque, nos querés decir mogólica? Escuchá llamamos para salvarte, si salís a la calle, estás frita. Esperá que pasamos nosotros en un auto y vemos que hacemos.
— ¿Y si no quiero?
— Viajamos a Itacurubí y contamos todo a tu familia y a tu marido que está esperándote en Paraguay. Pensalo.
— No hay nada que pensar, no me dejan alternativa. — Arielina dejó caer el teléfono entre llantos. Miró a su alrededor y le costó comprobar que todo seguía tal cual, que nada rompía con la cotidianeidad de las horas y lo único que había variado para mal era su vida. Las niñas seguían durmiendo con una paz que solo la infancia era capaz de transmitirnos a lo largo de la vida. Don Perseo estaría cabalgando por las sierras de San Juan o mojándose los pies en un arroyo de tantos que hay en Dominicana. Demasiado joven y voraz para prestarle tiempo a su destino. Subió de un tren a su habitación, arrancó del ropero la imagen de la virgen de Caacupé, se le cruzó vaya a saber por qué motivo la cara de su madre allá, en el Paraguay. Una fuerte ráfaga de aire caliente empujó con fuerza los vidrios de la ventana, tratando de abrirla, como un mensaje del más allá, un augurio predestinado a su sinrazón. Pero la naturaleza no es ladrona y no puede con las ventanas llameadas.
— Nadie va a hacerse rico con mi culo, — dijo y salió a la calle. La vida se deslumbró al verla. Su pelo negro agitado, vuelto al sol, lleno de vida. Era una amenaza para la muerte.
...........................
— Mira, mira, qué diabla es esa negra. Ni lavar un plato quiere — malhumoriza Hermegenesia, subiéndose el elástico del pantalón— . Qué desgracia la mía coño, tener que aguantarla bajo estas cuatro paredes de inmundicia.
— Ya déjate de quejas. Anda, anda, ¿no te da vergüenza estarte día y noche peleando con una niña de 13 años? Ni la siesta ni el sueño de los que trabajan respetan. Vayan a la calle a pelear, ahorita mismo se me mudan a la vereda. Ya no estás a esa altura, Herme.
— Deja ya de sacudir esa escoba que le vas sacar canas y sírveme un café, ¿quieres?
— Tú que eres familia deberías aconsejarla. Sacarle esas ideas sueltas de ser artista.
— Y con ese impulso irrefrenable de la juventud. Ese que tenemos todos, y tan lejos de su madre para frenarla de un buen tirón de orejas. Y límites, límites para estas niñas que ya empiezan a hacer vida de mujeres.
— Sí, sí, cuanta razón, yo le decía... Y más hoy día, niña, Hermegenesia, con este mundo mercantil que tenemos, qué ideas desgarrotadas son éstas.
— Ahora tendremos que actuar nosotras como madres. Tampoco será cuestión que por no meternos estás niñas anden floreándose por ahí.
— Ya lo sé chica, es Buenos Aires. Tampoco me creas para tomarme de turula.
— Es Buenos Aires, estamos en el Río de La Plata, niñaza, entiéndelo de una buena vez. Que no sé en que ciudad vivo, por quien me has tomado.
— Y a mi que me dices, yo sé bien donde tengo las narices.
— ¿Ahora donde se han metido?
— ¿Qué me preguntas donde fue? Tú deberías saberlo, acaso no eres la familia.
— Parece que están esperando que uno se levante para meterse al baño. No veo la hora de juntar unos pesos y mandarme a mudar. Esta Argentina es una mentira tan grande como una casa.
— ¡Donde coño, se metieron esas tres! ¡Hijas mías seguro que no son, serán de una desbocada y me las enchufaron a mí como pasa en los salitas sanitarias de San Juan de La Maguana. ¡Hijas del mismísimo diré, mejor! Ay, disculpame Señor. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. No vaya a ser que me coja una maldición, por estas rabietas del demonio.
— Deben estar por ahí, tampoco te pongas como loca. Son niñas, ¿no puedes entender eso?
— ¿Niñas?, ¡ínfulas del demonio querrás decir! ¿Cómo es eso, para alguna cosas son bastantes grandecitas y para otras son nenitas de pecho? No, señorita, acá abajo del Reino del Señor todo se mide con la misma vara.
— La vara de la indulgencia, la censura y la vejez.
— La vara de la realidad niña. La pura vara de la realidad en que vivimos.
— Ya ni pe ni jota. No sé dónde se viraron esas niñas.
— Se fueron con Henry en un auto.
— Te dije mil veces que toques a la puerta antes de pasar. Acá somos todas mujeres entradas en años. Es verdad, pero toca que no somos las locas de singadera. ¿Que te creés tú, chico?
— Perdona. Tampoco te pongás así, ché. No es para tanto.
— No sí qué més da.
— Sigue, sigue ¿qué se fueron con Henry en coche? ¿Y a dónde?
— ¿En qué país viven? ¿No saben que hoy es la entrega del Cachito Vega de Oro? Las chicas van a debutar en un musical.
— ¿En un qué...?
— ¡En un musical ha dicho el tigre, o eres sorda, coñazo!
— Esta noche mientras canta el Sofocador de la Cumbia, ellas bailaran con él en el escenario.
— ¡Y sin mi consentimiento esas perras van a salir por televisión?
— Ay, Hermegenesia, no puedes con tu ego.
— Cállate Marielqui que la rabia me la descargo contigo, eh.
— Ya están cosidas casi todas la banderas tía Hermenegesia. Cosimos unas quinientas.
— Pero no han conseguido los palos para hacerlas flamear.
— Aparte ya es tarde, Hermegenesia.
— No metas el pico Marielqui.
— Tiene razón Marielqui, tía, hay que salir a vender a la calle ya. Sino vendrán otros vendedores de escarapelas, posters del Obelisco y nos pachurraron el negocio.