I. De la épica en la maleza
En mis ocho libros publicados siempre hubo un texto extenso, con algún aliento épico. Por ejemplo, en Los objetos del miedo, el primero, hay un texto bastante largo, "La construcción de la casa", que tenía que ver con cierto momento del mundo de mi niñez, donde el espectáculo que yo veía en el barrio era el espectáculo que también veía en mi casa: las personas, las familias, en el plan o proyecto de construir su casa. Constituía su "inserción en el mundo". Para mi papá, para mi mamá, el hecho de tener la casa propia -y como eran pobres, en el caso de mi papá hacerla él mismo, con la ayuda de un tío y con mi hermano y yo, que también colaborábamos- conformaba un proyecto que de alguna manera está reflejado en ese poema. Con otros elementos, porque en realidad lo que se cuenta en el poema es el fracaso de la construcción de la casa, que de algún modo tiene un ribete autobiográfico: la casa aquella cuya construcción emprendieron mis padres y que nosotros ayudamos a hacer siempre fue una casa sin terminar. En el segundo libro, Cuerpos, el poema largo es más extenso aun y se llama "Lamento de mi padre por la venta de su casa". A su manera es una continuidad del poema anterior, porque esa casa sin terminar tiene que ser vendida y yo le pongo voz a mi padre contando esas circunstancias. Ahí aparece mi mamá, aparecen situaciones del barrio, situaciones sociales que enmarcan ese hecho de la venta que tiene que hacer un hombre de aquello que fue el proyecto de toda su vida. En el tercer libro, que se llamó Paisajes, el poema épico es "En el lugar opaco". El lugar opaco es ya el barrio aquel de la construcción de la casa y del lamento por la venta de esa casa, pero ya en un sentido abstracto. Es el lugar en sí mismo; por eso el libro se llama Paisajes. Y este lugar opaco es el paisaje mismo que muestra su aridez, sus nubarrones de polvo, todo tamizado por esa niebla que es el polvo del verano o la lluvia del invierno. En el cuarto libro, Reino Sentimental, el poema largo es ya casi una historieta, el "Relato sobre Noemí". También transcurre en un barrio, en una casa, pero empiezan a aparecer personajes: Noemí, el Poeta, las tías de Noemí... Es un dramón, a la manera de los radioteatros que se escuchaban en aquel tiempo. Un poeta se enamora de una sirvienta; la sirvienta a su vez se casa con otro tipo; él sueña con ella y ella sueña con él. Y en el medio del sueño se arma el desbarajuste porque es descubierta una especie de trama sentimental inexistente entre el poeta y la sirvienta, y hay un crimen y una pelea y el lamento final del poeta por aquel sueño que se va. En Vida privada, el quinto libro, el poema largo de tono épico es "Queridísimo hermano", una vuelta a la reconstrucción del ámbito inicial: el barrio, la casa, la familia, todo aquello que conformaba nuestro hábitat infantil. Acá está referido a los valores de nuestros padres, aquello que nos infundieron como ejemplo de vida. Está dirigido al hermano, como haciéndole recordar aquello que quizás él haya olvidado; como que se trató de un mundo donde lo que prevalecía por todas las cosas era el afecto, el sentido del amor más que el sentido material de la existencia. Es un poema bastante doloroso pero al mismo tiempo cargado de un reconocimiento a la figura paterna, una figura que ya está muerta. Después vino La dama de mi mente, en el que el poema largo se llamó "Un locutor en el paraje democrático". Ahí vuelve a aparecer la escena del Gran Buenos Aires, donde también trascurren los otros relatos, en Loma del Mirador. La diferencia es que ya está mediatizada. Hay una cámara de televisión, un locutor que habla y una oyente que escucha y ve. Pero ve una imagen, y el locutor no ve nada: simplemente habla como hacen todos los locutores, tratando de seducir a esa masa informe que son los oyentes con el discurso del progreso, el discurso de los años '90, el discurso del país del "primer mundo". Como esa es su potencia, la potencia informativa del locutor, él cree que puede ser además una potencia amorosa. Sin embargo le habla a alguien a quien no ve, y el propio discurso es el que deshilvana esa potencia. Lo que ocurre es que en un momento dado, al no haberse concretado la aparición de ese objeto amoroso, el discurso se empieza a enredar en su misma contradicción, e incluso ese acompañamiento de la contradicción va develando la situación desgraciada del locutor, y se vuelve un lamento de amor. El personaje se siente "el gran seductor", pero el límite está en su insaciabilidad de habla: el habla toma un derrotero que no era el previsto, y al querer imaginar una historia de la oyente, esa historia casi fatalmente se desbarranca hacia la de una oyente desaparecida, o por lo menos una oyente que estuvo en algunos campos de encierro donde fue torturada. Esa escena, que no estaba prevista en su discurso inicial, que no era lo que él quería decir, aparece como una instancia propia de la relación sujeto-objeto: la realidad misma es la que impide al personaje mantener su discurso inicial. Esto lleva al séptimo libro, en La maleza, de mayor unidad que los anteriores, que tenían una concepción basada sobre una reunión de distancias congregada por el lenguaje. Es como una novela. Ahí está "La carne muerta del idioma", que es el relato de una escena de tortura. El personaje de la oyente del locutor acá aparece en una mesa junto con su amado en un momento de tortura. Ahí está todo lo que pasa alrededor en esos años y lo que viene después. La escena de tortura da paso a la escena democrática, como en el "paraje democrático", una escena vacía de sentido donde lo que se muestra es la equivalencia, en términos de "caída", entre el proyecto democrático que dio el país y el proyecto dictatorial que asesinó a tanta gente. Y de la maleza se pasa a Aquel corazón descamisado, donde el poema del título es una vuelta a la historia política del país. Ya no se trata de un gobierno militar o un gobierno democrático, sino los últimos cincuenta años como una imagen de lo que fue la vida en el contexto de una determinada concepción económica y política dominante. La idea parte de que el país tuvo entre el '45 y el '55 un proyecto económico y político propio. En lo económico el proyecto se basaba sobre un modelo de sustitución de importaciones; en lo político se trataba de un modelo de tercera posición, ni capitalista ni comunista, donde el punto central estaba en la distribución más equitativa del ingreso, plena ocupación y gran movilidad social. Todo eso que se produjo entre el '45 y el '55 fue lo que originó la extensa clase media que caracterizó a la Argentina hasta estos últimos años. Lo que ocurre es que ese modelo, que creó gente muy rica, fue traicionado. En principio, por la gente muy rica: los Pérez Companc, los Macri -mencionados en el poema- eran hombres que hicieron su fortuna en ese período y luego lo traicionaron, de muchos modos. (Ahora están pidiendo que el Estado vuelva a intervenir en su favor.) Por eso el poema dice aquel corazón. Es "aquél corazón descamisado" que creó un espacio mítico en la Argentina. Quienes pertenecemos a la generación que tuvo su educación primaria en aquellos años del peronismo, pudimos estudiar porque nuestras familias ingresaron en esa clase que podía acceder a los estudios superiores. Ahora bien, toda esa clase media dio un viraje mental hacia algo que puede ser explicado psicológicamente como desconocer los propios orígenes, creer que se estaba hecho para otra cosa, que el país en que se vivía no contenía su gran capacidad. Ese pensamiento de ser un país periférico y querer vivir en un país del "primer mundo" en lugar de profundizar aquel modelo, bastante ideal para nuestra manera de ser; un modelo de acumulación libre, de competencia leal, de producción nacional. Todo eso que fue abandonado especialmente por los grupos de poder, pero muy acompañados por la ideología de las clases medias. En el poema "Aquel corazón descamisado" hay dos voces principales. La que narra el poema es la voz del sujeto medio argentino, que está en la City porteña buscando cómo hacer para que la fatalidad que ha caído sobre sus pocos bienes se revierta. Atraviesa todo ese escenario monstruoso de la City, sobre todo en aquel momento de enero de 2002, y mientras está haciendo su travesía aparece esa voz, que en el texto va entre comillas, que es la voz de Menem. Es la voz que acompaña todo el relato. Menem es el que interpela a los gorilas, a la esposa de De la Rúa, a los generales, a los industriales, a los sindicalistas. Desde lo psicológico sería el típico caso del "cargador" porteño. Pero es más profundo el asunto, porque Menem tuvo y tiene una condición: ser el hombre de las dos cabezas. Él fue un descamisado, y el traidor de los descamisados. Pero para traicionar a los descamisados tenía que conocer también el verdadero corazón de los enemigos de los descamisados, a los que interpela conociendo cómo son pero diciéndoles: "Hacen bien, ahora los quiero conmigo haciendo esto que han hecho siempre", a fin de completar esa torsión que hizo él respecto de la realidad del mundo de los descamisados. Esta identidad se revela prácticamente en las postrimerías del poema, cuando dice: "Soy amigo de Bush, tengo Bololoquita para rato", etc., y se propone como quien quiere ser nuevamente el presidente de los argentinos. Por su parte el narrador le habla a alguien que en realidad es él mismo. "Quisiste estafar y fuiste estafado", ése es el punto neurálgico. Porque este es un país donde sus habitantes traicionaron aquello que los llevó al punto en pudieran tener un maletín para ir por la City. Junto con estas voces del narrador traidor y traicionado, y de Menem, hombre de las dos cabezas, aparecen las voces sublimes, como apariciones. Es al revés de lo que ocurre en el infierno de La divina comedia; en lugar de las voces de los condenados, las que irrumpen como voces muertas son cuatro voces que, yo diría, atraviesan la historia argentina como una especie de manto de espiritualidad. Esas voces son las de Mastronardi, la de Moreira, la de Eva Perón, y la del Bandoneón. Son los portadores de una significación espiritual perdida. Porque están muertos, y bien muertos: aparecen, hablan y se van; no vuelven a gravitar para nada. Y queda al final la voz del narrador que se habla a sí mismo con ese deseo de dormir el sueño eterno. "caer y caer, caer desde mi yo". Este caer significa ser sólo escena: caer "en el tifón sin aire". Ahí se objetiva totalmente esa relación doble entre el yo y su espejo. Esto respecto de esa especie de secuencia que yo encuentro en los poemas largos, desde el primer libro hasta el último. Probablemente de todos estos poemas el único que se sale de la línea, en la medida en que es un poema de amor celebratorio, es el de La dama de mi mente, hacia el final: "De la breve fusión definitiva". Es el único poema largo que escapa a esta secuencia entre lo social, lo personal y lo político.II. El árbol del idioma
Con respecto a la cuestión formal, parto de un profundo amor por la tradición. Para mí el tema de la poesía, del quehacer poético, del último eslabón humano que es uno frente a todo lo anterior, no es el del rompimiento, el "escribir desde la nada", sino todo lo contrario. Lo que pasa es que cada poeta elige en qué tradición se inscribe, y en ese sentido su aporte es agregar un eslabón más, extender esa tradición. Es una tarea de amor por la literatura. Y creo que sobre eso se basa la labor de un poeta: amar ese oficio que ha elegido para expresarse. No creer que se puede escribir desde la nada, ignorando absolutamente todo lo anterior. Si uno ve por ejemplo las experiencias más nihilistas de la literatura del último siglo, en realidad no son mucho más nihilistas que muchas de las expresiones antiguas. Si uno dice "audacias en la concepción de los personajes", o "audacias en el decir del yo", en cuanto profundiza en las literaturas clásicas se da cuenta de que en realidad somos más bien pacatos. Basta leer Catulo, Bocaccio, buena parte de la poesía erótica española previa al Siglo de Oro, que es de una audacia sin límites.III. En lo indócil, primeras formas
En mi primer libro quise utilizar el idioma más "apretado" posible. El libro está escrito desde una visión del idioma exactamente contraria a la exuberancia surrealista. Yo me oponía a dos elementos: a las poéticas derivadas del surrealismo que privilegiaban la idea de "espontaneidad": el inconsciente, el sueño, convertido en lenguaje librado a su azar. Eso resultaba generalmente en poemas de una gran expansión verborrágica a la que yo me oponía. Yo buscaba el poema exactamente contrario a lo espontáneo. En esa época yo había escrito un ensayo que se llamaba "Poética del sujeto dependiente", que nunca se llegó a publicar, donde decía que el sujeto supuestamente libre del surrealismo no nos correspondía a nosotros, porque éramos sujetos dependientes y como tales teníamos un control sobre el lenguaje. Todo lo que se le ocurre a un sujeto dependiente son imágenes de su esclavitud, de su encierro, no de su libertad. Eso es lo que forma parte de su interior. Entonces el habla expresiva o el poetizar de ese sujeto dependiente es una lucha contra la naturaleza que le han impuesto como idioma. Esa lucha opera en su escritura como un idioma que está reflexionando permanentemente sobre aquello que se le ocurre en forma espontánea y contra lo cual reacciona hegelianamente como conciencia negativa. Eso fue el armazón intelectual de aquella época, cuando yo tenía entre 25 y 30 años. Mi interlocutores eran amigos de mi misma edad, que carecían de relevancia "literaria", como un muchacho que todavía sigo viendo, Aquiles Ferrario. Cuando le llevé Los objetos del miedo a Aldo Pellegrini, que era en ese momento algo así como el pope, me dijo: "Está bien, pero está muy atado". Aldo Pellegrini era de todos modos ideológicamente más libre que todo los otros popes de la época. También se entendía que la poesía debía ser denunciadora o anunciadora de una revolución. Yo la revolución no la veía por ninguna parte, y creía además que la denuncia pasaba por la exposición de una subjetividad atormentada; eso ya de por sí denunciaba una fractura entre el hombre y el mundo, y me parecía que era lo propio del poema. Pero yo en realidad no participaba de grupos literarios, no tenía mentores, ni siquiera había descubierto al gran Carlos Mastronardi.IV. Paisajes, cuerpos: libros
Me dediqué siempre a la fabricación de libros. Fui editor desde que empecé a trabajar e a los veintidós años en Omeba -una editorial de enciclopedias- como corrector de estilo. Seguí como diagramador, y cuando fallece el jefe de Producción me ponen a mí en esa área, con lo cual tengo acceso a todo el conocimiento del ámbito de las imprentas, del papel, de impresión, encuadernación, etc. En ese momento la empresa quiebra y empiezo a trabajar en la librería Fausto. Allí, al año de estar trabajando, aparece el proyecto de las ediciones de Fausto, y me lo encargan a mí. Salieron ediciones muy buenas, como las de poesía y de narrativa. Las de poesía eran ediciones bilingües, con traducciones de autores argentinos: Armani, Modern, Revol, Girri, Aguirre. Ahí aparecen La vida en los pliegues, de Henri Michaux, Huesos de Jibia, de Montale; de Terra Promessa, de Ungaretti. También se publica la Antología de Poesía Argentina, que compiló Raúl Gustavo Aguirre, una antología histórica porque fue la primera en incluir a los poetas más nuevos de la época. Fue fascinante, porque el trabajo editorial pasaba íntegramente por mis manos: la elección de autores, el encargo de la traducción, lectura del original, lectura de pruebas, diagramación, producción general... Era el único encargado del proyecto, no había un grupo editorial, y eso me permitió aprender mucho. Haciendo esos libros conocí al que fue mi gran amigo, Lucho Torres Agüero, en cuya imprenta trabajé un año como encargado de producción, prácticamente al lado de la máquina.Addenda: La gran herida argentina
La maleza es un elemento constitutivo del paisaje pobre, ese del que yo siempre hablé. Entonces toda la mirada se concentra en ese elemento abstracto que es la "maleza", en lucha contra el "jardín". Ése es si se quiere el elemento novelesco del libro: la maleza azarosa, estrepitosa, desordenada, bárbara, inculta, cargada de contradicciones, porque produce flores bellas y también aquello que daña cultivos ordenados, se opone al tiesto donde emerge la flor cultivada. En el fondo se juega una dinámica. La maleza está enamorada del jardín, sólo que hay elementos que obstruyen cualquier comunicación. Es como un amor imposible, socialmente imposible. Esto se da también en el idioma. El sujeto maleza avizora la posibilidad de la belleza; sabe que está en alguna parte, pero no puede acceder a ella. Entonces trata de elaborar su propia idea de belleza, pero lo hace exactamente con lo que son sus contenidos desordenados, fatídicos y restallantes. Propone también una belleza, pero muy diferente del -como diría mi amigo Herrera- "palacio de las formas" de la belleza clásica, a la que tiene que combatir, golpear y adorar. Algo propio del amor, donde precisamente el objeto mayor del deseo, al no cumplirse, es execrado, pero cuando más se lo execra más se lo ama. Ahí ya aparece el sujeto "descamisado", como una especie de sustancia incorpórea del paisaje, como "maleza", que es la muchedumbre: se la incendia y vuelve a aparecer en otro lugar. Las vecinas incendiaban el potrero, pero la maleza volvía a aparecer. Es inextinguible. Conlleva una especie de procreación que no se puede parar. Esa muchedumbre no es que esté enamorada de su falta de forma; quiere su forma, lucha por su forma. Como el esclavo de Hegel, piensa su forma pero no la puede completar. Su aventura está en pensarla, en establecer de pronto algún escalón formal. Es un poco el proyecto formal de la maleza: encontrar un punto en que esa informidad logre anclar en algunos destellos de epifanía clásica. Argentina vivió entre el '45 y los '90 una especie de vida dominada naturalmente por las secuelas de aquel momento económico que propició el primer peronismo; en los '90 eso se corta absolutamente: aparece la herida, esto que somos ahora, y aparece como el recuerdo de lo que fue el sujeto histórico en algún momento. Ya no lo tenemos; no forma parte de nuestra vida ciudadana el salir a la calle sabiendo que si nos rompemos el alma vamos a poder avanzar económicamente, de caminar por cualquier calle con total libertad porque no nos iba a pasar nada. Todo ese mundo se extinguió, y lo que vemos ahora son las llagas, la gran herida argentina. Y esa gran herida es desde donde habla ése que tuvo un corazón "descamisado": abierto, transparente, generoso, dado a ser junto con la idea de una comunidad. Estamos viviendo en una comunidad desintegrada, fragmentada en mil segmentos, todos contradictorios, enemigos unos de otros, donde alguna vez hubo una idea de comunidad.