Este reportaje
apareció originalmente el jueves 22 de mayo de 1975 en el suplemento Cultura
y Nación del diario Clarín.
Tendrá que pasar todavía un tiempo
largo para que podamos apreciar en su real dimensión la obra múltiple
de Juan Filloy (novelista, poeta, cuentista, cronista, palindromista,
que aplica cabalísticamente a sus libros títulos de siete letras: Op
Ollop, ¡Estafen!, La potra, Caterva, Usaland,
La hucha, etc., etc.). Apenas se ha publicado en ediciones normales
un ocho por ciento de su obra. Es cierto que se ha impreso algo más, pero
en ediciones privadas fuera de comercio; porque, como nos dice el autor:
"Yo no podía cometer la tontería de caer en las sanciones del artículo
218 que a mí, como juez, me correspondía aplicar." En su Río Cuarto de
siempre, este criollo fornido de edad increíble — genuino escondedor
de años —, nos ha cautivado con un diálogo zumbón, rabelesiano,
lleno de alegría y de palabras fuertes. De esta caudalosa entrevista de
siete horas, apenas y lamentablemente, podemos dar este fragmento típico
de su personalidad.
Don Juan Filloy, espero que usted no le tema al grabador.
El temor a ese aparato es explicable. Usted habla y habla. Muchas veces
hace una confidencia y pide que no se publique... Y es lo primero que
le sacuden. Claro, el periodista busca ciertamente lo sarcástico, lo escarnecedor.
Y sería más que tonto si no lo aprovechara.
Un conocido escritor me decía, por ejemplo, que temía al grabador porque
sentía que era un poco él. Es decir que el temor al grabador era un poco
el temor de sí mismo.
Mire, estos aparatos reflejan más el carácter. En un reportaje interesa
el hombre tal cual es. Ya el carácter es una modificación del temperamento
sobre la base de cierta intelección de lo que se dice. Y la conducta a
su vez es una superación del estado caracterológico porque ya la conducta
está unida a la acción y al comportamiento del tipo. Comprendo que estos
reportajes son temperamentales. Es muy común que el escritor sufra inhibiciones
cuando tiene que hablar. Sobre todo el escritor que está acostumbrado
a una vida recoleta, sedentaria, y que vive frente a sus cuartillas. Al
expandirse encuentra un mundo distinto. Eso usted lo encuentra aquí mismo,
en la sierra. El serrano cordobés, por ejemplo, es sumamente silencioso.
Para sacarle una palabra, una confesión, una declaración, tiene que sacársela
con sacacorchos. Yo he sido juez toda la vida. Eso lo he experimentado
en la vida judicial, en la justicia del crimen. Los serranos están acostumbrados
a un panorama restricto, a un panorama apeñuscado.
Sin embargo, en la sierra, la meseta o la montaña, el alcohol desata
las lenguas. El alcohol y la confianza...
¡Y la autoridad! Usted no puede imaginarse el alcohol que es la autoridad.
Si usted inviste a un chuncano, a un paisano con un cargo de subcomisario
o de juez de paz, ¡hay que ver la facundia que adquiere el tipo! Ahí aparece
el español.
Yo quería ver la relación entre el Filloy cotidiano y el Filloy escritor.
Se dice Fiyoy, ¿eh?... no Filoy. Mi apellido es gallego.
¿Usted es hijo de español?
Sí. Mi padre es gallego, mi madre francesa, mi mujer inglesa, mi suegro
y mi suegra rusos. Cuando yo anotaba a mis chicos, el jefe de registro
civil, que es muy amigo, me decía: Pero che... vos sos la Liga de las
Naciones. Buen, esa es la emulsión americana. Esta mezcla de sangres y
de pueblos distintos van creando un tipo humano. Le doy un dato importante.
Según los índices antropométricos del servicio militar, el promedio de
altura ha aumentado cerca de quince centímetros con respecto a la primera
conscripción que se hizo en el país. Aquí, en estos pueblos, toda esta
mezcla, toda esta gringada que se junta, ha producido unos especímenes
humanos realmente valiosos. Hay una pendejada hermosa. Y viene mucha gente
a buscar novia a Río Cuarto; las chicas son aquí realmente bonitas.
Lo he notado. Es lo primero que se ve. Ayer y hoy he estado caminando
la ciudad.
Así se la conoce. Yo me pateo la ciudad. Mire, yo hice unas crónicas de
mi viaje a Europa que se llaman
Bitácoras del humor vagabundo.
Son unas noventa crónicas. Justamente
Clarín publicó algunas
de ellas. Es mi segundo libro de viajes. El primero fue
Periplo,
sobre un viaje por el patio líquido que es el Mediterráneo, por todas
las naciones que bordean el Mediterráneo. Conozco Egipto hasta la presa
de Asuán; conozco Tierra Santa como la palma de la mano, Grecia, etcétera.
Y vea, he andado a pie. Hay que dejarse de macanas. ¡Esas giras turísticas
que lo llevan de la nariz! Yo no tengo auto ni nunca lo tendré. Y he gozado
haberme liberado del automóvil. Es un instrumento mortífero, por otro
lado. Mortífero porque va arruinando al individuo. Se va perdiendo el
hábito de caminar. ¿Usted ha visto la gente que anda en automóvil? Son
culones, tienen la cintura pesada. Por ejemplo en Norteamérica, donde
la proliferación del automóvil llega a proporciones catastróficas, la
gente no sabe caminar. Eso sí, es un deleite ver caminar a los negros.
Las negras y negros caminan a pasos de ballet. Ver caminar es una cosa
hermosa. Yo camino por lo menos dos leguas diarias. Voy caminando y hago
al mismo tiempo respiración yoga. Eso es lo que me ha mantenido muy bien.
Además, camino con tensión helénica; con el eje de cada pie siempre en
la misma línea. Mire, eso repercute en el organismo de una manera tan
positiva... Yo tengo ochenta y un años, compañero.
No... ¿Ochenta y un años?
Sí, ochenta y uno. Es increíble. No sé lo que es un dolor de cabeza. No
sé dónde está el hígado o la vesícula. Yo creo que todo obedece a no haber
tenido auto. ¿Usted sabe los desquicios psicológicos que trae aparejado
el automóvil? Es tremendo, los nervios, la dependencia... Yo lo veo por
mis hijos y por mi yerno. Son unos tipos locos de mierda que dicen que
el conductor de adelante no sabe manejar.
Y el conductor de atrás dirá lo mismo de ellos.
Sí, mire, tienen lo que en medicina se llama exacerbatio cerebris. Es
patológico.
Bueno, Perón también era muy caminador. Creo que decía que no había
que dejar de caminar porque si no a uno le pasa lo que a la estaca del
alambrado, que por abajo se pudre y por encima se amontona la intemperie.
Ah... ¡Qué bueno! Perón tenía cosas espléndidas. Hablemos ahora un poco
de libros. En este momento estoy corrigiendo pruebas de una novela un
poco extensa: unas cuatrocientas páginas.
¿Y cuándo va a sacar Caterva, de la cual me han hablado tanto?
Bueno, la tiene que sacar Paidós.
Caterva es una novela
estuario que publiqué en 1939. Estuario porque avanza como un río. En
una conferencia que di en Mendoza sobre novelística hice una distinción
que me parece muy atinada sobre la diferencia entre el cuento, el relato
y la novela. El cuento es dibujístico, es una línea, no tiene que tener
adornos.
Es decir que el cuento sería para usted puramente lineal.
Lineal, es claro. Utilizando una metáfora, un símil, yo lo comparo a los
arroyos nuestros. Salen, hacen unos cuantos firuletes y desaparecen. Después
está el riacho, que es muy distinto. El riacho pampeano, por ejemplo,
va apaciblemente por los pequeños desniveles de la llanura y se remansa
en ciertos lugares. Eso es más bien un relato. La novela, en cambio, es
un río.
EL CUENTISTA
¿Cuál sería para usted el cuentista que más se ajusta a su definición?
Quiroga, evidentemente. Ahora, el modelo europeo...
Sí, Maupassant.
Y fuera de Horacio Quiroga, ¿qué otro cuentista se ajusta en la Argentina
a su definición?
Guillermo Estrella, un cuentista muy bueno. En la década del 10 al 20
había otro: el uruguayo Javier de Viana, que vivió en Buenos Aires. Me
gustaba porque con cuatro macanitas le sacaba un cuento. Bueno, macanitas
no... bueno. Javier de Viana es puro cuento. Y sus cuentos se vinculan
con las epopeyas militares y políticas de su país. El era uruguayo y estaba
muy interiorizado de las luchas entre los blancos y colorados que fueron
violentísimas.
(Pausa)
Caramba, ¿en qué se ha quedado pensando?
Mire, estaba pensando en Pérez de Ayala, que para mí es la gran figura
de la literatura española. Un poco oculto, un poco soterrado...
Nunca me lo hubiera imaginado.
También tuvo una característica: era un hombre sumamente mordaz. Atacó
en especial a figurones de la literatura española como Benavente. Era
mordaz como Groussac.
No conozco casi a Pérez de Ayala pero que Groussac fue cáustico y mordaz,
de eso no hay duda.
Groussac fue un francés toda la vida. Llegó a dominar el castellano y
a una relativa identificación argentina, pero fue un francés cien por
cien, por su literatura, sus fuentes.
Pero casi toda su obra la escribió en castellano.
Sí, lo que quiero decir es que fue un escritor francés que escribió en
castellano. Así como hoy el irlandés Beckett escribe en francés.
Eso me recuerda a un escritor nacido en Bélgica y naturalizado francés
que escribe en un castellano que parece traducido, en una especie de español
de hotel internacional.
Sí, de acuerdo. Y actualmente cuando ese escritor alude al tema argentino
está retrasado. Por ejemplo, cuando aborda el lunfardo emplea un lunfardo
del año treinta. Yo no sé qué fobia tiene ese hombre a la Argentina. No
quiere incorporarse.
Bueno, hay quien dice que es mejor ser ciudadano del mundo.
Sí. A mí me han llamado la atención las visitas meteóricas de ese escritor
a la Argentina. Nunca pasaban de quince días. Vivía enclaustrado. Huía.
Lo notable es que ha hecho escuela. Por su posición frente a la literatura,
por sus actitudes. Hoy hay escritores argentinos que escriben pensando
que van a ser traducidos y hay muchos que se pasan soñando con radicarse
en el extranjero. En fin, no es ningún secreto que en Buenos Aires no
sólo los artistas dicen que éste es un país de porquería y que hay que
irse.
Mire, hay que salir un poco de la Argentina para querer al país. Yo no
soy ningún apátrida. Yo siento la nacionalidad. Afuera se siente enormemente
la Argentina porque usted encuentra ámbitos completamente ríspidos, cerrados,
hoscos, torvos. En fin, llenos de roñería, de privaciones, de espíritus
cohibidos, de almas mancas. La última vez estuve nueve meses en Europa,
recorrí una punta de naciones y permanecí en algunas ciudades. Es un tipo
de vida completamente distinto del nuestro. Aquí usted ve la generosidad
argentina en todos los aspectos de la vida. ¡Y hay detractores! Vea, una
de las cosas que me calienta es que aquí vivimos en un ámbito de quejosos.
¿Quién no se queja aquí? Yo no quiero pecar de optimista. Pero es un país
de vida rica. Si hay algo rico en la Argentina es el pueblo. El Estado
es pobre. El Estado está siempre en la inminencia de una quiebra, de una
falencia.
Es un pueblo que opta por darse los gustos, ¿no?
Sí. ¡Mire las recaudaciones de los partidos de fútbol! Y esos verdaderos
éxodos humanos a Mar del Plata. Vaya usted a Europa y va a ver lo que
es la roñería del centavo.
Féparguerie des sous, como dicen
los franceses. Hay gente que camina cuarenta cuadras para comprar una
hortaliza medio franco más barata. Aquí nosotros nos dejamos robar a conciencia,
con fruición. Y los trabajadores trabajan menos y son menos exigidos que
en otras partes.
Pero la mano de obra es excelente
No sólo la mano sino la cabeza. Recuerdo cuando los ferrocarriles estaban
en mano de los ingleses. Los muchachitos argentinos eran los que hacían
toda la diagramación y los ingleses que venían contratados no hacían más
que firmar. Mire, cuando vinieron las grandes industrias a Córdoba trajeron
todos esos planes de organización, esos organigramas y todas esas habladurías
de sociología industrial. A veces los obreros les hacían una huelga o
brazos caídos o a desgano. Pero cuando se dedicaban a trabajar, ¡suplían
tres veces el tiempo perdido! Porque aquí los obreros piensan. Claro que
desde el punto de vista político o desde el punto de vista empresarial
esa deserción o languidez en el trabajo repercuten. Pero no en el trabajo
en sí. Repercuten en los balances. Eso es lo que los calienta a esos chupasangres.
Toda esa gente quiere plata a troche y moche. Y después el capital va
a una nación de Europa donde se permite que se junte toda la mugre del
capitalismo mundial. Una nación que presume de ser la más limpia, la más
atildada, la más pulcra...
UN GRAN FRESCO
¿Y volviendo a la literatura?
Ah... Para mí la novela es como un friso pictórico, así como el cuento
es dibujístico. La novela toma una fracción de vida, una fracción de pueblo,
una fracción de sociedad. Es curioso, pero no hay novelas multitudinarias,
novelas que tomen a la multitud como protagonista. Solamente conozco un
novelista, el catalán Raymundo Casellas, que lo ha hecho muy bien. Como
digo, la novela es un gran friso, un gran fresco. Claro, hay novelas con
muchos personajes. O hay cúmulos de novelas sagas como
Los Ronjon-Maquart,
Los Thibault, donde aparecen familias enteras. Yo estoy
haciendo una saga ahora. Ya llevo tres volúmenes y serán cuatro. Agarro
una familia, una familia cuyo primer protagonista participa de la campaña
del desierto. Es una familia de sinvergüenzas. A mí me gustan los personajes
complejos, con todas las taras. No hay novela de buenas costumbres. La
mujer honesta no tiene historia. No se puede novelar sobre hechos correctos.
Ahora, en mi novela
Caterva hay ciento seis personajes.
Personajes tangenciales que entran, salen, vuelven pero, eso sí, con un
elenco de siete tipos que son los que hacen la novela.
¿Cómo ve en este momento la novelística argentina?
Mire, hay evidentemente un fenómeno de promoción. Se ha llegado a una
cosa fastidiosa para el escritor realmente vocacional. La promoción es
evidentemente una gran espuela, la espuela económica. Una gran propaganda
se encarga de crear una personalidad ficticia, pero entonces ese escritor
se llena de dinero. Pero una cosa es promoción y otra fama. La fama sería
la decantación de un prestigio logrado por méritos auténticos mientras
que la promoción es la exaltación de méritos adventicios con una finalidad
económica. Las editoriales hacen más o menos lo que hace Lectoure en el
Luna Park. Promueven, estimulan a un muchacho que ha pegado un sopapo
bien, le hacen un tren bárbaro, le preparan una pelea mejor, le pasan
unos pesos y bueno... hay algo semejante. es claro que el símil es un
poco grosero, ¿no?
Peor sería que fuese cauto.
Ahora no hay muchos escritores vocacionales en el país. Hay escritores,
sí, promovidos por las editoriales. Y hay también una abundancia de comentaristas.
Hay una profusión de publicaciones que recuerdan a las tesis universitarias.
Usted trabaja mucho, ¿no?
Si, yo soy un sistemático. Trabajo todos los días. Creo que la inspiración
no existe.
¿La inspiración es el trabajo, como decía Valery?
Sí. Sobre el trabajo hay una frase exacta de Baudelaire que dice que el
trabajo es una forma desesperada de divertirse y es la pura verdad. Trabajando
se presentan todas las ideas y se estimula la imaginación. Sin imaginación
no hay escritor; no hay escritor creacional. Y el que no tenga imaginación
que se corte la mano; que no escriba. La imaginación es la gran matriz
que provee todos los argumentos, todas las formas de desarrollo, todas
las estilizaciones, etcétera. Ahora, crear y escribir son cosas diferentes.
Por eso a mí no me gusta el trabajo de glosa, de comentario, el trabajo
de escoliasta. El que tiene vocación literaria debe ser creacional. Es
una especie de mayéutica: un parto diario. El escritor debe tener veinte
embarazos. Y están saliendo todos los días... Y una vez parido, ¡a otra
cosa! Uno se desinteresa. Yo no he leído ningún libro mío después de publicado.
Me interesa el que está por nacer, me tiene preocupado la preñez. Y bueno,
cuando sale... ¡a otra cosa también! Es un parto continuo. Y muchas veces
esos partos no son normales, son abortivos. Es peor todavía. Y en esos
engendros aparece una cosa teratológica que es mejor que lo natural. Porque
desde el punto de vista literario a veces vale más lo monstruoso.
¿Y usted trabaja en varios libros al mismo tiempo?
Sí. Escribo cinco o seis cosas simultáneamente. Tengo cuarenta libros
para publicar. Creo que la vocación es torrencial. A mí me pudren esos
poetas que juntan cinco sonetos y los reparten estratégicamente. ¡Si yo
que he escrito novecientos cincuenta sonetos siguiera este procedimiento
tendría que disponer de los fondos del Banco Central para publicarlos!
No puede ser. El escritor vocacional debe ser torrencial. Que por ahí
salga una cosa mala, bueno, qué le vamos a hacer... Pero, habitualmente,
sale algo que tiene el cuño, la sangre, el espíritu del numen del escritor.
Por ejemplo, hoy estaba hojeando el último libro de Ramponi y veo que
es un poeta torrencial, que no puede contenerse. Es un geyser. ¿Y cómo
se va a contener a un geyser? Usted puede atajarlo a Bonavena, no a un
geyser. Usted no puede atajar a una locomotora con ademanes, ni mucho
menos una inundación. Mire, el hombre que crea es una pobre víctima de
su vocación. A mí me pasa eso. Yo tengo que escribir todos los días porque
si no estoy jodido, me abotargo. El creador no sólo tiene una población
adentro, tiene un manicomio también. Si usted tuviera una población de
hombres correctos, de ciudadanos pulcros, sería un escritor insoportablemente
monótono, porque la vida correcta es lo más estúpido que hay. De modo
que si usted no tiene un manicomio adentro, tipos de psicología podrida,
de caracterología enrevesada, no puede hacer novela. Ahora estoy corrigiendo
las pruebas de una novela en tres niveles. Es una novela de tema militar.
Creo que vamos a tener problemas. Pero es una creación literaria. Se llama
Vil y Vil. Un general que prepara la revolución desde un
ministerio y que utiliza como confidente a un muchacho, un ordenanza,
que es un estudiante próximo a recibirse de abogado y que está haciendo
el servicio militar diferido. También he mandado otra novela que se llama
Zodiaco, que para mí es muy corta. Es raro porque nunca
hago cosas cortas. ¡No hay tiempo para hacer cosas cortas!
¡Caramba! ¿Y las palindromías las recogerá en un libro?
Sí, a eso iba. Estoy preparando el libro de las palindromías o frases
que se leen al derecho y al revés. Publicaré todas las frases palindrómicas.
Las del emperador León VI, considerado el campeón de la palindromía, que
publicó veintiséis en griego, las de Ambrosio en latín, la única de Dante,
palindromías francesas, japonesas, húngaras, italianas y la única que
he conocido en castellano. Finalmente incluiré diez mil frases palindrómicas
mías.
¿Qué diría usted a los que dicen o piensan que la suya es una literatura
de juego o de evasión?
Y bueno. Que la hagan ellos. Yo por mi condición de magistrado he debido
tener una actitud completamente al margen de las militancias políticas
e ideológicas. Y tengo mis ideas y mi ideología política y filosófica.
Pero en razón de mi magistratura debía tener despojo y aplomo. Tener una
mente limpia para poder juzgar con soberanía cualquier tema que se llevara
a mi estrado y tener soberanía mental para hacer caer mi opinión como
cae una plomada. No he podido ser jamás un escritor comprometido. Pero
desafío a quienes me acusan de hacer una literatura de evasión... o no
desafío nada porque, en realidad, me interesan las discrepancias, las
apruebo y las estimulo. Como Oscar Wilde que se quejaba porque no lo criticaban.
Mire, yo no he escrito nada pornográfico, he escrito cosas crudas, escenas
que son reales en cualquier persona normal. He pintado la vida prostibularia,
por ejemplo, en
Caterva y
Balumba, en épocas
en que los quilombos estaban perfectamente permitidos. El escritor debe
ser una especie de notario público, Debe dar fe del momento en que vive.
NOTARIO DE LA REALIDAD
Veo que usted es un escritor realmente comprometido, un escritor sin
retaceos, a diferencia de tanto otro escritor que se considera tal y que
dice ciertas cosas y esconde otras.
En las novelas que escribí entre el treinta y el cuarenta he sido un verdadero
notario público de la realidad argentina. Todo libro es un acta notarial.
Usted pinta un fragmento de vida, un fragmento de sociedad. Es lo que
en griego se llama ectopeya, el estudio de la conducta. Así, la gente
que me acusa de hacer una literatura de evasión, ¿por qué me cita ahora
como precursor de una literatura sin remilgos, sin eufemismos? Yo no iba
a escribir como Carlos Novell en
La novia de don Juan donde
descaracteriza a un paisano haciéndole decir: "Váyase usted al estiércol".
¿Dónde ha visto a un paisano que diga: "Váyase usted a la grampa de la
puerta"? Eso no es lo corriente en nuestro idioma coloquial. En
Balumba
hay versos prostibularios, sí, pero verdaderos aguafuertes que recuerdan
a las obras de Facio Hebequer, ese gran litografista que pintaba la realidad
como es.
¿Y cómo es ese libro de cuentos de la saga de los Ochoa?
En los cuentos de los Ochoa aparece un paisano, don Primo Ochoa, procaz,
zafado, borracho, haragán, que tiene todas las virtudes auténticas del
criollo. Es una especie de contrafigura de Segundo Sombra. En efecto,
don Segundo fue un gaucho que se descaracterizó al ser ascendido a peón.
Entró entonces en la cocina de una estancia y aprendió a comer con tenedor
y sentado en un banco. ¡Y ahí se jodió el paisano! Se descaracterizó totalmente.
¡De modo que sólo faltaba que cuando iba a hacer los arreos recitara poemas
de François Villon! Claro, los escritores de la oligarquía hicieron todo
lo posible por exaltar las virtudes paisanas, pero no para honrarlas sino
para explotarlas. En cambio, don Primo Ochoa es un gaucho auténticamente
cordobés, un gaucho de pampa seca que tiene toda la picardía congénita.
Un viejo atorrante, vago, borracho, pero sumamente simpático. La saga
nativa o Saga de los Ochoa está integrada por
Los Ochoa
— cuentos, relatos y noveloides —
La Potra,
Decio SA y
La Hucha, que son novelas. Son
cosas con vida. Goethe decía algo muy cierto en sus
Conversaciones
con Eckermann: La novela, el cuento, la poesía y toda obra literaria
tienen que producir estremecimiento. Sin estremecimiento — dice
— no se opera el milagro literario. Los escritores que hacen pura
y exclusivamente cuentos mentales son fríos, no tienen sangre, no hay
barro vital. Hay que reconocer que cuando Borges escribe cuentos mentales
lo hace muy bien. Borges escribe muy bien y cerebra muy bien. Tiene una
imaginación admirable. Pero... le falta quilombo.