I
cuándo, cuántas
veces se preguntaron ellos
resbalando en la arena
de la obra, sucios y felices, duros
de felicidad, solos entre vigas
condenadas, sobre ese terreno
ganado a la miseria o al fracaso,
o masticando carne asada
mientras se dejaban cegar
por la luz de invierno en la santidad
de su cansancio, sin mujeres
a la vista: "¿quién
soy?, ¿mi vida
a quién importa?"
¿en qué momentos la mirada
filmaba distraída las baldosas amarillas
de la calle concepción
arenal y sentían ellos
que sus vidas eran como esas hojas
de paraíso que un día barrería la tormenta?
si los hermanos pensaron
"concepción", si repitieron
"arenal"?: aceptaron
como el viento esas dos palabras
que jamás se unieron sino en mujer
anclada en un siglo viejo, mártir
del progreso y las potencias del alma,
que en el refugio del dolor
bajó una vez la vista, escribió: "¿mi vida
a quién importa? como a ellos el azar
la convirtió en eco de una calle
perdida de este lado
del mal , atravesando los barrios
chacarita y colegiales, del río
al cementerio: tajo
de inmigrantes redimidos
por el avance hacia la materia
del ensueño vertical: hijos, nietos
de otro siglo, entregados
al progreso familiar, el egoísmo
en alto cuando la voluntad
y la ganancia crecían como animales
ciegos en el mismo charco, a salvo
de toda connivencia con el cuento
de la Historia y sus desvelos
"Una hoja caída
que un día barrerá..."
escribió ella, penitente: ¿qué
habrá evocado ese nombre de mujer
en los hermanos pedro y héctor, soñadores
de imperios, cuando decidieron levantar
su casa apilada a mediados de siglo
en ese lugar sin memoria, hecho
de paraísos, ratas y adoquines para esquivar
el campo que vencía con la noche?
¿o "arenal" fue el eco que retuvo
a los hermanos, unidos en la tentación
de conquistar orillas, poblar pampa
bajo nombres que convocan el poder
y la virtud, obedientes siempre a una
voluntad más fuerte que el tiempo,
depositada en mujeres fuertes que largaban
hijos como anclas para su orgullo ralo
de venir de lejos a fundar acá su patria
paria, enardecida entre los yuyos?
II
levantaron una casa de tres pisos
sobre el ruido del taller que algún día
sería fábrica y empresa y después nada
más que un testimonio: la economía
no entierra a sus muertos
poder y rectitud eran monedas
y un modo de vivir: golpeaban
todo el día como quien forja una palabra
que perdurará en la ilusión del tiempo
golpeaban y forjaban la virtud
de su palabra: parían autoclaves
pero no había clave para conjurar
el fraude de una descendencia
que renunció a perpetuarse
en el sueño de la casa
había un sótano y ahí el motor
del agua y las cucarachas inspiraban
historias para criar generaciones
en el miedo a la escasez y el destierro
nada mejor que esos ruidos de agua escasa
en la oscuridad para recordar por qué
los hombres se hacen a los golpes
construyeron con sus vidas
un diagrama del poder:
en el tercer piso pedro, el mayor,
en el segundo piso héctor,
antes del taller un círculo
para el primer hijo que cayó
en la ilusión de una familia
engendraron dos hijos
varones cada uno: mayor y menor,
temple y astucia en espejos deformantes
por algún tiempo la piedra va a seguir siendo
piedra, pero la virtud de los mayores
se hizo carne nomás en el terror
para salvar por lo que dura un sueño
el apellido de las ratas
dividieron los días y los años,
náufragos que se entretienen
en el simple arte de edificar
sobre la arena una casa
antes de que se los coman los indios
las mujeres fuertes nobles como anclas
lustraban el piso, soltaban hijos
a la espera de cárceles más vastas
los hijos destruyeron la empresa familiar
pero nunca pudieron con la casa
quedaron sordos de tanto golpear
III
levantaron
una casa
sobre el ruido del taller; desde una
lejanía sin nombre que se dibujaba
en las hojas muertas de los paraísos,
penetró de nuevo en sus cabezas calvas
el llamado de la cal y obedecieron
al impulso de escapar
de la intemperie; parado
en la misma esquina donde lo vieron
por última vez, pedro concibió
otro edificio, misma altura:
una caja luminosa con máquinas
modernas, oficinas, cierto ensueño
de patria encaminaba rectamente
a los hermanos hacia las entrañas
de una plegadora eléctrica
ahí está pedro,
en la incisión de cada mediodía:
ya tomó el café y enseña a los chicos,
hijos de los hijos de héctor,
a agujerear la siesta
con recuerdos futuros
antes de volver al colegio y al
trabajo duro: no eran años
de esquivar al viejo que confundía
sus nombres con los de sus padres:
expertos en cazar arañas con palitos,
perder las carreras con el bóxer,
trepar a la ventana del taller,
repetir la canción del caño, no
supieron que el día iba a revelar
resbalando en la arena
de la obra nueva, una rata
más rápida que la vista, la patada
del tío pedro, la mancha gris
a varios metros sobre el agua
sucia de la calle: fuerza y razón
no le faltaron al héroe
que como el siglo se hacía viejo
y mantenía intacta su pasión.
ahí está héctor,
entre el trabajo duro y las series
embucha el té con leche de la tarde,
criollitas con manteca
y mermelada de naranja:
la misma cocina que comparte
con la mujer enorme siempre alegre
y triste como un paisaje
varios años después lo verá solo
con un busto de voltaire iluminado
frente a él sobre un atril; el lugar
donde ella preparaba las pizzas
del sábado para hijos y nietos
es ahora una caverna que protege
maternal al viejo en su viaje
gótico hacia la desesperación:
cada trazo en carbonilla animaba
el simulacro de una cara
con la sonrisa ambigua
de quien daría la vida por probar
que la luz cría a sus mártires
en el agua del destierro: odio y temor
no le faltaron al héroe
que como el siglo se hacía viejo
y mantenía intacta su pasión.
levantaron juntos una casa,
inventaron ritos para celebrar
los días y los años del imperio
iguales en la felicidad: día
a día los lamentos de héctor,
el furor de pedro: mientras las mujeres
se fundían en la cera y los hijos
aprendían mudos el valor del mal,
desde el taller subía el estruendo
de las voces que pulían la palabra
santa, el apellido musical: nunca
fueron jefes pero aceptaban ser
patrones: con cada golpe de maza
sobrenatural en tubos de hierro
encerraban la idea de que juntos
hacían por deber lo que aislados
en el hueco infinito de la casa
harían por miedo o por vanidad
IV
temple y astucia:
imprimieron sus huellas en la arena/
dividieron los días y los años/
quedaron sordos de tanto golpear /
construyeron con sus vidas una cáscara de nada/
engendraron dos hijos varones cada uno/
creyeron en la luz de las palabras/
dejaron el apellido a las ratas/
- pero nunca pudieron con la casa
Leonardo Longhi nació en la ciudad de Buenos Aires en 1968 y es uno de los responsables de La idea fija. Textos de su autoría fueron publicados en la revista 74 Metros, en la Antología de Poetas Argentinos Noveles (en ocasión del Premio Edenor de Poesía Inédita organizado por la Fundación el Libro en 1996), en Diez Lecturas de Arlt (Premio Edenor de Ensayo 2000, organizado por la misma Fundación) y en Buenos Aires / Escala 1:1. También obtuvo una mención honorífica en el premio FATSA de Poesía 1997.