Ácaros
Diego Escarlón
¿Qué son los ácaros? Poca gente sabe de ellos o los tiene en cuenta. Los ácaros son arácnidos, como las arañas o los escorpiones. Su tamaño varía desde los escasos centímetros de una garrapata a los cien micrones de las larvas de las especies más pequeñas. La mayor parte de los ácaros adultos miden poco menos de medio milímetro y tienen forma ovalada y regordeta, lo que les da la apariencia de porotos con patas peludas. Tienen el cuerpo cubierto por surcos que aumentan su superficie. Esto les permite mejorar la absorción de la humedad del aire y les otorga un inquietante parecido con nuestras huellas digitales.
Muchos ácaros son parásitos, aunque algunas especies cazan y otras  se alimentan de organismos muertos o excrementos. Ocupan una amplia gama de nichos ecológicos pero los realmente importantes son aquellos que se alojan en nuestras casas, alimentándose de particulas de polvo y produciendo no pocos casos de asma en sus anfitriones. Colonizan así alfombras, felpudos, bibliotecas, cortinas y cualquier rincón difícil de limpiar. Algunas especies, más inteligentes o afortunadas, pululan en los depósitos de polvo de nuestras aspiradoras, donde el maná del cielo nunca deja de caer.
Por lejos, los más interesantes son aquellos que viven en nuestras camas. Colchones y almohadones albergan a millones de estos seres microscópicos. Cualquier colchón, por más limpio que su dueño sea, contiene tras poco tiempo de uso grandes cantidades de partículas de piel humana, principal ingrediente del polvo hogareño. Esta inacabable fuente de alimento mantiene una población enorme de minúsculas bestias de ocho patas que ramonean tranquilamente en la goma espuma. Nadie podría dormir si se detuviera a pensar que bajo suyo vive una urbe de polizontes irreverentes que comen, defecan y se reproducen sin cesar.


Los peores son los de las almohadas. Siglos de selección natural han terminado por producir ácaros telepáticos. Se introducen en nuestros sueños y nos imprimen constantemente sus rudimentarias ideas y emociones en un intento por dominarnos. No son lo suficientemente inteligentes como para lograr un control total, pero ¿quién no ha salido del estado de sopor, sobresaltado por una incómoda sensación de caída? ¿Quién no se ha despertado en mitad de la noche con una idea extráña carcomiéndole el cerebro? Muchas veces la solución a un problema que nos esquivó durante días se nos revela nítida y coherente sacándonos del sueño. Otras, luego de intentar dormir durante horas, nos levantamos y vamos hacia la cocina para saciar un antojo inoportuno. A todos nos ha pasado que, en plena vigilia, recordamos súbitamente un sueño olvidado. Esos fragmentos de sueños nos marcan una línea de acción que de alguna forma termina siempre beneficiando a los microscópicos tiranos. Mal que le pese a muchos, somos títeres en las peludas tenazas de los ácaros.


Las técnicas telepáticas para mantenernos a su lado son diversas y varían de especie en especie y de colonia en colonia. Al dormir en un sitio extráño, es sabido que nos asaltan imágenes melancólicas de nuestra propia cama. Entonces acortamos el viaje o, en el siguiente encuentro amoroso, invitamos a nuestra pareja a compartir nuestro propio lecho. No pocas discusiones se han originado cuando una pareja debe decidir en casa de quién pernoctarán. De no regresar a nuestro hogar, la incomodidad persiste hasta que los ácaros de la nueva almohada logran vencer el mandato implantado. Entonces nos relajamos y dejamos de extrañar nuestra cama.


Hay muchas especies de ácaros telepáticos y no siempre se llevan bien entre sí. Muchas establecen una tregua y conviven en paz, pero las más combativas suelen trabarse en sangrientas batallas por el control de la almohada. Negras pesadillas nos acosan esa noche llegando a veces a despertarnos transpirados y con el pulso acelerado. Sólo al recobrar la calma volvemos a dormir, deseando no soñar e ignorando que, a sólo centímetros nuestro, el combate almohadil continúa.


El único punto débil de los ácaros es la humedad. No resisten los climas secos y hacen todo lo posible para que mantengamos húmedo su medio ambiente. Algunas colonias de ácaros nos obligan a bañarnos por la noche, humedeciendo la almohada con nuestros cabellos.


Un caso frecuente, pero no por eso menos curioso, suele observarse cuando una cama aloja a una pareja sexualmente disfuncional. Cuando una pareja no humedece lo suficiente la almohada con el pasional sudor de sus cabezas, los ácaros de la colonia implantan en uno de sus anfitriones una atroz hambre sexual, forzándolo a conducir indiscriminadamente a su cama a cualquier pareja ocasional que la ley permita. La transpiración de las cabezas de los amantes proporciona humedad a los pequeños manipuladores que, involuntariamente, benefician también a sus hermanos sedientos en el colchón. Suele suceder que una misma colonia no se pone de acuerdo en cuanto a sus prioridades. Una parte puede trabajar para producir humedad, atrayendo al reemplazante ocasional. Pero esl resto, temeroso de una invasión procedente de otra almohada, intenta desesperadamente llamar a la pareja engañada para que eche al extraño. Es por eso que muchos crímenes pasionales se cometen al encontrar alguien su cama ocupada por otra persona. Los ácaros son artrópodos muy territoriales.


Somos esclavos pero no lo sabemos. Quizás algún día esta relación parásita se transforme en simbiótica y podamos emitir ondas telepáticas a través de los ácaros. Tal vez esto ocurra o tal vez no, seremos felices de todas formas.
Diego Escarlón nació el 3 de enero de 1971 en Argentina y vive en Buenos Aires. Aparte de escribir hace arte fractal.