Los concretos pensamientos de Rogelio
Ricardo Germán Giorno
Me encuentro paseando por la amplia y pulcra cubierta del buque estelar Ensueño, junto a mi compañero Rogelio Raimondez. Él, sin embargo, no es un pasajero más. Él es un pensador. Un pensador de incoherencias, de incoherencias concretas. Nada que ver con esas nimiedades del Saber Enciclopédico que a todo el mundo agradan.
Esta vez estamos alisándonos el lado izquierdo de nuestro tupido bigote azulado. Codo a codo, plácidamente apoyados en la baranda del enorme buque. La vista enfocada más allá de las estrellas. Su mente trabajando también más allá del escudo energético que protege su cuerpo y mi cuerpo de las inclemencias del exterior. Ve también ese mismo escudo, novedoso, que no nos protege de las inclemencias de nuestro interior. Ve ambas cosas en simultáneo, entrecruzándose en el devenir de la guerra de las Sustancias contra los Hechos. Él sabe, me ha transmitido, que diferentes guerras simultáneas se están librando ante las mismas narices de los que piensan coherencias, de los que aman la Razón por encima de ellos mismos.
Sé que me estuvo enumerando algo concreto, aunque me perdí el inicio.
—... la guerra de los Insectos contra la Desconfianza. La de la Naturaleza contra los Planetas. La de las Incertidumbres contra los Magos. La de mi Madre contra mis Padres. La de los Aborígenes contra las Inclemencias. La de los Sapos contra los Zapatos. La de los Destierros contra las Certezas. Aunque, a fuerza de ser sinceros, la de mi madre es más una revolución que una guerra, pero, así y todo, igual me agrada contar con ella.
—Sí, a mí también me agrada su madre  —intervengo, aunque no creo que se haya percatado.
Rogelio Raimondez hace una mueca de satisfacción y cambia de mano. Acomoda la otra parte de su bigote con la mano opuesta. Yo no quiero.
Es su espalda, y no la mía, la que apoya en la baranda del Ensueño y es él quien observa a los pasajeros. Me introduce en sus pensamientos.
—¿Qué querrán decir, al decir que hacer nada es perder el tiempo?  Será por el febril trajín que entretenimientos estúpidos despiertan al cuerpo. Será porque sus mentes sueñan con estúpidos trajines, que sus cuerpos jamás pueden igualar. Yendo más lejos que ayer digo y sostengo: ¿qué querrán decir cuando sólo repiten, palabra tras palabra, lo que han escuchado más de una vez? 
—Yo creo que sólo quieren ejercitarse un poco  —le digo.
Mi amigo comienza a caminar paralelamente a la baranda. Al observar a los pasajeros, sabe que también, con un disparo por elevación, se está observando a sí mismo. Aunque siempre creo que a mí también.
Se para en seco. Tieso. Mueve el cuello, tratando de enfocar mejor. No le gusta cómo se ve la imagen de sí. ¿O la de mí? Especula meciéndose ante mis ojos.
—La proyección de un cuerpo tridimensional sobre una hoja de papel es de dos dimensiones. La proyección de un cuerpo tridimensional sobre un espejo nos engaña, haciéndonos creer que es tridimensional. Tirando un falso paralelismo, mi imagen simbiótica está en este momento en la cubierta del Ensueño, pero si yo estuviese sobre la superficie de Marte, entonces mi perfil reflexivo cambiaría.
—Creo que uno cambia según el aire que respira —me atrevo a intervenir.
— ¡No! Es así como todas las equivocaciones ocurren. No es ni más ni menos que una cadena rota de la guerra de los Reflejos contra las Luces. Unida al cordel anudado de la guerra de las Sombras contra los Rostros.
Rogelio Raimondez practica con regularidad los ejercicios desestructurantes de las estructuras que produce la Psicología Media. La misma que la gente que estudia coherencias ama e idolatra. De otra manera le resultaría imposible pensar incoherencias concretas, esas que lo elevan por sobre la cubierta del Ensueño y le hacen ver a través de las míticas guerras y sus infructuosas batallas. Diariamente debate conmigo sus más profundas ideas.
De pronto su mente se enfoca hacia la diversidad. Reflexiona junto a mí y es mi pecho el que vibra con sus palabras:
—El efecto que genera un reflejo distante es contrario, o diferente, o no, según sea el que lo vislumbre. Y voy a ir más allá todavía. A un mismo individuo le produce un efecto diferente con solo estar acompañado, con quien o con cual, o solo. Es así definitivamente: cuando alguien está acompañado, ve las diferentes realidades como realidades diferentes a cómo las vería estando completamente solo, o diferentemente acompañado.
—O sea que usted pensó de esta manera al estar yo a su lado.
—No.
—Cuénteme más sobre las guerras, amigo Raimondez. Me agrada mucho aquella historia de cómo comenzó la primer batalla de los Dichos contra los Estrechos.
—¡Hermosa y larga historia! Quizá mañana, tal vez.
Rogelio Raimondez pondera lo simple sobre lo velloso. Lo básico sobre lo complicado. Lo azulino sobre lo grisáceo. Lo despierto sobre lo alumbrado. Él es, al fin y al cabo, un pensador y pensar lo concreto lo hace volverse también concreto. Eso lo aprendió muy bien; cuando era joven, cuanto tomó partido en la Guerra Mayor. Sí, así, con mayúsculas. Me ha contado la leyenda muchas veces y siempre es mejor cada vez.
Medita en voz alta, conmigo como testigo:
—¿Recuerda cuando éramos jóvenes y enérgicos? La Guerra Mayor atrapó mi intelecto durante muchísimos años. Es la guerra más intrincada de todas; los límites cambian constantemente y un segundo es toda una eternidad. Aunque ya está casi decidida para uno de los contendientes. Los Subjetivos comenzaron siendo unos cuantos. Con el transcurrir de las Eras, fueron creciendo, no sólo en fuerza sino también en cantidad y diversidad. En cambio las Objetividades quedaron tal cual nacieron. No cambiaron. No crecieron. No evolucionaron. 
—Sí, recuerdo cuando era joven. Aunque debo confesarle que no he ido a ninguna guerra: poseo pies planos —me aclaro por las dudas.
Por fin, cansados ya, dejamos atrás la baranda. Mientras saludamos a los de la cubierta, ingresamos en las profundidades del Ensueño. Deseamos ir a nuestro camarote. Él, de manera personal, ha elegido el suyo. Lo atrapó la vista prodigada por el enorme ojo de buey y la proximidad a la cubierta. Rogelio Raimondez no es adicto a las grandes caminatas. A él le agrada llegar de inmediato a la superficie.
Bajamos las escaleras juntos, inseparables.
—...veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete escalones. Me he topado con una objetividad. ¡Ja!  Todavía me acuerdo muy bien cuando les dije a los Subjetivos: “Soy Neutral” y ellos se lo creyeron. Bueno, es una de sus propiedades, creérselo todo. ¡Neutral! Eso no existe. Bueno, sí existe. Como existen los Gnomos, las Hadas, los Unicornios.   
—Jamás vi un Unicornio. Aunque me agradaría.
Tomamos nuestra acostumbrada tacita de té verde antes de acostarnos. Sabe que pronto tendrá que dormir, al igual que yo. Todos los seres vivos que conocemos lo hacen. Debemos volver... no, él debe volver en sus sueños a regurgitar lo vivido durante el día, pero lo hará bajo la óptica de los Subjetivos.
Ese fue el trato.
Ricardo Germán Giorno nació en el barrio de Nuñez de la ciudad de Buenos Aires en 1952. Además de hincha forzado de River, es diseñador gráfico y tiene "una imprenta, dos hijos, una esposa y una perra".