Imperfectos objetos de deseo
Esteban Martínez Torrico;
— ¿Sabes quién iba en el tren conmigo y sentadita a mi lado?
— Sorpréndeme – respondí. Intentaba mantener una conversación telefónica con un colega aunque de vez en cuando mi mente volvía a la pelea tan tonta que había tenido con Maite y que había provocado cierta debacle reciente en nuestra vida como pareja.
— No sé si has visto ese programa en el que juntan a unas cuantas chicas y las enseñan a desfilar y a ser modelos – continuó mi colega.
— Pues no me suena…
— No importa ya te lo cuento yo. Se llama “Supermodelos” y la ganadora iba en el tren. Por supuesto con unas gafas oscuras más grandes que su cara. Riguroso incógnito, ya sabes…
— ¿No ibas en un tren regional?
— ¿Qué pasa? ¿Qué las supermodelos sólo pueden ir en trenes de alta velocidad? Aunque he de confesar que yo también lo he pensado.
— ¿Y qué tal está la supermodelo en vivo? – pregunté intentado dejar mi voz en un tono lo más inocente posible.
— Pues hombre… la verdad es que despampanante no es. Vamos, que la ves por la calle y no te paras a mirar.
— ¿Pero en la tele estaba más buena?
— Me imagino que es el maquillaje. De todas formas para mi gusto está un poco seca. Ya sabes que a mi me gustan rellenitas.
Y a mí.
Con lo que mi mente volvió a aquel anuncio de televisión que había causado la mencionada crisis de pareja. Un par de noches antes, Maite y yo estábamos viendo la tele, los dos en el sofá, tan tranquilos. Ella tumbada y con los pies encima de mis piernas, yo jugando lentamente con sus dedos. Nos íbamos poniendo en situación mientras veíamos pasar los anuncios sin prestar mucha atención. Un coche, un detergente, una colonia… y un anuncio que parecía básicamente de un jabón.
“Hemos cogido a un grupo de mujeres de verdad y hemos hecho que prueben nuestro producto. Porque creemos en la belleza real” – decía una voz en off desde la tele.
Y allí estaban, cinco mujeres “normales” en ropa interior de un blanco radiante. Presté atención inmediatamente al anuncio no precisamente al contenido pero sí a las formas. Aquellas chicas no estaban nada mal. Pero Maite no pensaba lo mismo.
— Están un poco gordas, por eso las habrán cogido – dijo mi novia mientras movía sus pies y los rozaba juguetona con mis piernas.
— Pues yo las veo muy bien. Donde estén las curvas… – había dicho casi sin pensar.
Y es que aquellas mujeres tenían curvas y no estaban gordas. El colega con el que estaba hablando en aquel momento por el móvil las habría calificado de “tías buenas” inmediatamente
De repente noté un frío glaciar a mi alrededor y tuve que mirar para comprobar si Maite seguía allí. Estaba y me observaba. Ya no movía los pies.
— Exactamente, ¿qué quieres decir con eso? – me preguntó.
Y se había liado la gorda, nunca mejor dicho.
— Sí, como las del anuncio del jabón. ¿Le pedirías un autógrafo o algo? – pregunte a mi colega recuperando el hilo de la conversación.
— Joder, si llega a ir una de esas tías del anuncio de jabón en el tren le pido salir inmediatamente.
— ¿Sabes de qué anuncio te estoy hablando?
— Claro, cómo lo voy a olvidar. Ocupa parte de mis sueños nocturnos, precisamente los húmedos. Hasta he buscado los videos por Internet.
— ¿Y el autógrafo? – pregunté riéndome.
— Ah, sí. No se lo pedí, pero hemos hablado un rato. Venía a Madrid a una sesión fotográfica de esas de todo “photoshop”. Pronto la veremos en alguna revista enseñando las tetas. No ha querido decirme cuál porque quería vender la exclusiva y salir en televisión contándolo. Ya le he dicho que yo soy una tumba pero no se fiaba.
Este anuncio está claramente pensado para los tíos – le había dicho a Maite tranquilamente– . A nosotros a diferencia de lo que podéis pensar nos gustan rellenitas, con curvas, vamos, que tengamos para tocar. Siempre con cierto orden, claro.
— ¿Me estás diciendo que esas mujeres te parecen sexualmente atractivas? – me había preguntado mientras se levantaba y ocupaba una posición de ventaja psicológica mirándome desde arriba.
— Claro… no están gordas, tienen curvas. Las mujeres estáis engañadas. Os pasáis media vida intentando estar delgadas cuando lo que de verdad nos gusta es eso.
— Vamos, que somos tontas. Pues no lo entiendo, porque yo precisamente no estoy como ellas.
Y ahí me tuve que callar porque había dado en el clavo. Maite tiene un físico que mi colega del móvil califica sin dudar de “seca”.
— Esto… ¿tu intelecto tal vez? – dije intentando hacer una gracia.
No funcionó. Los ojos casi se le salieron de las órbitas y se fue a la habitación cerrando la puerta de un portazo. Decidí dejar un tiempo prudencial y seguir viendo la tele. Repitieron el anuncio del jabón varias veces hasta que me quedé frito a eso de las 3 de la mañana, en el sofá.
— Es una chica agradable. Incluso le he preguntando por las gafas, si tenía algún problema en la vista. Yo creo que hemos intimado bastante a pesar de mi metedura de pata.
— Mira que te conozco.. ¿qué es lo que has hecho? ¿Y cuánto ha durado el viaje porque parece que os habéis contado la historia de vuestra vida?
— Bueno, ya sabes que la sinceridad no es lo mío. Lo de la duración del viaje se explica porque como es un regional hemos parado en varios pueblos.
— ¿Y con lo que gana no podía haber cogido un tren de alta velocidad o algo por el estilo?
— También se lo he preguntado. Me ha dicho que la última moda de los periodistas del corazón es viajar en trenes regionales.
— Eso da que pensar que o es tonta de remate o está la mar de perdida. ¿En el programa de supermodelos no las enseñaban a valerse por la vida ellas solitas?
— Es lo que está haciendo. Intentando ir de exclusiva en exclusiva, De todas formas le he dicho que era fotógrafo y trabajaba para la revista “Playboy” y se lo ha creído todo, al menos al principio. O eso, o me estaba vacilando. Le he enseñado la foto de la futbolista, ya sabes la que te mandé por correo electrónico. Le he dicho que era de mi agencia.
Sí, la dichosa foto. Al día siguiente y cuando parecía que recuperaba la normalidad con Maite, había recibido la foto y la había abierto en el ordenador, justo cuando ella aparecía por detrás y también la veía.
Aparte de hacerme sentir como un pervertido y hacer un par de comentarios sarcásticos, terminó indicándome que la chica en cuestión no tenía curvas.
— ¿Cómo que no? – le había dicho siempre sincero. Era una morenaza despampanante, con un top amarillo que le cubría lo justo y necesario para que no enseñara las domingas y un tanga que le cubría lo justo y necesario para que te imaginaras todo lo demás.
— Pues precisamente gorda no está. Como las del anuncio del jabón desde luego que no.
Y dale, pensé.
— Es otro tipo de belleza – dije– . Esta es la belleza que sabes que nunca podrás alcanzar, las otras mujeres son la belleza que sabes que algún día verás por la calle.
Maite bufó…
— Ni siquiera es de verdad, hace falta ser ciego para no darse cuenta.
Y a mí se me quedó cara de tonto y no la entendí. Aquel cuerpazo moreno parecía muy de verdad. Seguí mirando la foto extrañado sin ver lo que Maite había visto.
— ¿Te ha dicho que quiere hacer fotos contigo?
— No, se ha cambiado de vagón y me ha llamado de todo menos bonito.
— ¿Exactamente qué foto le has enseñado?
— Ya te lo he dicho, la de la futbolista que te envié por correo. La saqué el otro día en papel para ponerla en mi habitación ya que camión no tengo Además tiene el conejito de Playboy de verdad en una esquina. Pues la ha mirado y la ha requetemirado, ha abierto su bolso, se ha quitado las gafas oscuras, ha rebuscado y finalmente tras encontrar un bolígrafo ha dibujado algo en la foto. ¿Adivinas qué?
Pensé en la famosa foto y la verdad es que no pude recordar que le faltara nada.
— ¿Un lunar tal vez? ¿Unas gafas? ¿No le habrá pintado los dientes de negro o algo así?
— No, más fácil que todo eso. El ombligo. No tenía.
Y entonces lo vi. El motivo por el que Maite había visto enseguida que la foto era falsa y que estaba retocada.
— Joder… ¿de verdad le faltaba el ombligo? Ni lo había visto y he mirado la foto como cincuenta veces.
— Ni yo… lo que demuestra que los tíos sólo nos fijamos en una cosa, bueno, en un par.
Sonreí.
— Entonces tu famosa supermodelo te ha dejado plantado y se ha ido a buscar un agente de una revista de verdad.
– Sí y no. Me la he encontrado después en el andén y la he ayudado con la maleta. Me ha dado su móvil y en cuanto deje de perder el tiempo contigo la voy a llamar a ver si ha terminado la sesión. Le he dicho que le voy a enseñar la noche madrileña. Es que cuando se ha quitado las gafas he visto que tenía un par de ojazos de quitar el hipo.
– ¿Pero no estaba muy seca?
– Bueno, ¿y qué más da? Además es famosa, ha salido en la tele. Oye te dejo, ¿vale? ¿Todo bien con Maite?
– Claro, sin novedades. Cuídate.
Y colgué.
Consideré mis opciones con Maite. No me quedaba otra que organizar una cena romántica a ser posible con flores, y procurar sacar a relucir en el transcurso de la cena que las mujeres del anuncio de jabón estaban gordas y que las fotos de correo electrónico estaban todas retocadas y eran mentira. Prometer que borraría el correo electrónico, apagaría la tele y me preocuparía de lo que tenía en casa.
Valía la pena. Después de todo, Maite podía no tener curvas, pero sí tenía muchas otras cosas, incluyendo un precioso ombligo.
Esteban Martínez Torrico nació en Madrid (España) en 1973. Es ingeniero de Telecomunicación.