Mi marido dijo: — Me encanta cojerte como si fueras un objeto.
— ¿Qué objeto?— pregunté.
— Un objeto.
— Pero: ¿es grande, pequeño, blando, duro?
—¡Oh, por favor! Un objeto es un objeto y no siempre es literalmente un objeto. Una oveja puede ser un objeto.
— Entonces OK, me siento como una oveja cuando me cojés por atrás como si fuera un objeto.
— Pero yo no. Digo, no me importa que te sientas una oveja, pero yo no.
— Bueno, ¿a quién le importa? Yo lo siento.
— A mí me importa. Quiero ser el sujeto de un objeto, sea una oveja o no.
— ¿Cómo se siente uno siendo un sujeto?
— Bueno, un poco tenso... pero luego el sujeto explota y es granulado, sabés, uno siente un montón de personalidades... y ninguna al mismo tiempo.
— Sabés, yo me siento así todo el tiempo. Salvo cuando me cojés como un objeto. Como una oveja objeto. Sí, quizás eses es el único momento en el que me siento con una sóla personalidad.
— Quizás esa sea tu identidad.
— Sí, quizás la encontré... pero no sé cómo conservarla. No me pueden estar cojiendo como a una oveja todo el santo día.
— Bueno, deberías pensar como una oveja cojida, aún cuando no te cojan, porque tampoco sos una oveja.
— Nunca pienso en mí como algo, oveja o mujer.
— Pero SÍ existís.
— Sí, medio como que SÍ existo, a veces... mayormente cuando me cojen como a un objeto.
— ¡Oh, qué quilombo que es esto! ¡Creo que nunca más podré cojerte como un objeto! ¡Lo arruinaste todo!
—¡Oh, perdón, no era mi intención! ¡Lo deseo tanto!
Esa fue nuestra última conversación. Dejamos de hablar luego de eso, y dos días más tarde él se murió de una apoplejía
. Lo enterré con todo el debido respeto y guardé luto por un año, aunque sólo por seis meses fui capaz de recordarlo vívidamente. Desapareció en una bruma, junto con mi barroca, privilegiada y caótica vida como una mujer hecha y derecha.
Finalmente pude vivir la vida de un objeto libremente. Estaba sola, sin supervisión ni reflejándome en los ojos o en los deseos de otros.
Comencé a usar mucho maquillaje, zapatos de taco alto y ropas sensuales y a la moda. Me veía como esas mujeres en las carteleras de la ciudad, indiferentemente vendiendo ropas, teléfonos celulares o a sí mismas. Al caminar por las calles de Milán me sentía tan ostentosa que me volví invisible.
Las mujeres se daban vuelta para mirarme más que los hombres. Las más jóvenes incluso corrían detrás mío para observar mejor mis estrafalarios zapatos. Me fabricaba mis propios zapatos, objetos para rodar por las calles de moda ávidas de dinero de la profundamente superficial Milán.
Así fue cómo me las ingenié para vivir en Milán libre de amor u odio por la vida milanesa. Luego de un tiempo dejé de lavarme. Sólo me ponía un poco más de maquillaje, agregaba unas vestimentas extras. En poco tiempo me convertí en un fenómeno de circo, un apestoso objeto ambulante al cual la gente se quedaba impávida y evitaba tocar o ver.
Un policía callejero llegó a la conclusión de que me veía demasiado sospechosa para ser libre. Mi aspecto era ilegal... Me tuvo que dejar luego de un largo acoso y una amenaza de arresto, dado que le mostré que tenía documento de identidad, hogar, trabajo, ingenio y voluntad... Sin embargo no le pude explicar mi situación. Él era joven y directo, así que le dije que mi marido había muerto. Que él solía cojerme como un objeto y que luego se murió sólo porque no podía ser un objeto para él todo el tiempo. Lo siento, oficial, una no lo puede superar así como así.
— Seguro — dijo el joven — seguro... pero uno de estos días, señora, usted va a encontrarse en serios problemas si sigue así.
Me dejó ir, por lo que dejé de caminar por las calles y empecé a visitar cementerios a la noche. Me compraba un atado de cigarrillos y una cerveza y luego me hacía la gran caminata hasta el cementerio con mi tapado de piel y un enorme sombrero de seda. Elegía cualquier tumba que tuviera un escalón agradable en el que pudiera sentarme y tomarme mi bebida.
Pocas personas pasaban por ahí, especialmente las noches que eran frías y húmedas. Pero a veces la gente paseaba a sus perros cerca de mí y me miraban extrañados. Suponían que estaba llorando a algún ser querido, así que no me hablaban, o huían. A veces incluso sonreían.
Una viuda se comporta como una viuda, pero la verdad es que yo no me siento una. Mi cuerpo era el objeto de una viuda. Era como una adolescente luchando por crecer, como un transexual en el género equivocado. Tenía que tocar la música que este mundo me permitía.
Una noche una extraña criatura se dirigió hacia mí: — Señora, ¿no tendría algunas monedas?
— Tome — Saqué un billete de mi bolsillo y se lo puse en su mano.
Era un joven alterado, con ojos nerviosos y ropas raídas.
—¿Estás drogado? — pregunté
— Sí, no. Digo, mi cabeza produce sus propias drogas. No tengo que usar de las otras. Necesito el dinero para alimentar a mi cuerpo.
— Entiendo — dije, y era verdad.
— Alimento para el cerebro, alimento para el cuerpo, son todas drogas, son todo lo mismo...
— Mi marido solía cogerme como un objeto. Teníamos tres hijos. Ahora él está muerto y yo soy un objeto libre que solía ser cojido como una mujer.
El joven alterado puso su cabeza en mi regazo. Creí reconocer a mi hijo en él, pero no estaba segura. Así que lo dejé dormir. Los muchachos necesitan el nido de una mujer mayor, especialmente si es su madre, anidando en una tumba.
[tradujo: Saurio]