Aplausos para las hadas
Sarah Genge

Abrís de par en par la cortina polvorienta de la ventana del cuarto del motel y observás a Verde parada en el cordón. La iluminación no es una prioridad en esta parte de Oklahoma y desde donde estás ella se parece a cualquier prostituta normal, siendo indiscreta con un impermeable que se abre para mostrar lencería.
Ella volverá a matar hoy, no cabe duda. Matará porque no te animaste a tirar del puto gatillo. Ella es una renegada y mata gente. Vos sos una cazadora y matás renegados.
El asunto debería ser simple.
No lo es.
¿Qué clase de mundo de mierda es este, en el que chicas de veinte años como vos tienen que matar a sus propios parientes? Por supuesto, nunca fuiste una persona normal ― nadie de tu familia lo es. Tu gente son las últimas hadas que quedan en los EE.UU. y el hecho de que la mitad de tu familia se volvió renegada no está ayudándolos a sobrevivir como especie.
Además, ella es más fuerte que vos ― siempre fuiste una chica endeble ― y la puerta está cerrada por fuera. Te avergonzás de lo poco que le costó sacarte el arma. Reconocelo: sos el hada del jade, linda, algunos dicen “fascinante”, pero nunca podrías competir con el poder crudo de la Naturaleza, especialmente cuando este se volvió loco y tomó la forma de una prostituta en un frenesí homicida.
No queda nada por hacer excepto observar.
Verdemujer sonríe y le hace gestos seductores al auto ocasional que pasa junto al motel solitario. Siendo la pequeña buena ecoterrorista que es, prefiere a los dueños de 4x4 y Hummers. Como si matarlos a ellos fuera mejor que matar a otra persona. Como si existiera una excusa para lo que está a punto de hacer.
Oprimís la taza de plástico y le das un sorbo a un líquido soso que no sería considerado café en ninguna otra parte del mundo. Parece agua de lavar los platos y sabe peor. Te morís por un espresso de Mamá, preparado con los pelos del pecho de Satanás, como ella solía decir hace mucho tiempo, cuando ella todavía vivía en casa, antes de enloquecer y comenzar a matar humanos.
Verdemujer se agarra las tetas y se las muestra a una pick-up verde que pasa lento.
Vamos, no te detengas, le ordenás silenciosa al conductor.
La pickup se detiene.
El tipo que baja la ventanilla tiene el tonelaje de una pequeña ballena. Verde gira hacia vos y te saluda con la mano. Sus piernas blancas son ligeramente iridiscentes bajo la luz de la luna.
Oh, Dios, por favor, no querés ver esto. Por favor, rogás, Dios, por favor, ayudalo. Hacé que el hombre se vaya o que, al menos, insista en ir a otro motel. No querés verlo morir.
Verde se inclina hacia el auto y señala al motel. Temblando mucho, dejás el café para que no se vuelque. No podés mirar. Te sentás en el piso y sacás de tu billetera la foto de la reunión familiar del 99. Todos los Sidhe de Norteamérica están allí, felices en sus remeras y bermudas. Tachaste los rostros de todas las hadas que se rebeló desde entonces y Verde te observa por debajo del marcador negro. Ella tenía 15 y vos nunca la habías conocido antes porque era una pariente distante. Se la ve graciosa en la foto. ¿Hay un brillo renegado en sus ojos? ¿Estaba teniendo sangrientos sueños de venganza mientras ambas estaban enredadas, exultantes de sexo y tabú?
Esto no puede estar sucediendo; no vas a dejar que suceda. No hay forma de escapar de este cuarto pero no te quedaste sin opciones. ¿Qué tal si te retirás al fondo de tu mente, a recuerdos no tocados por este horror? Hay muchos momentos felices alojados en tu cerebro, momentos que no te molestarían que se repitieran sin fin en un bucle de remembranzas? Es una idea tentadora, y juntás fuerzas, jugando con la decisión.
Va a ser peligroso. Si te escondés dentro de tu cabeza, está la chance de que no seas capaz de volver. Te desplomás en el suelo, un vegetal por siempre, para que Verde haga contigo lo que se le plazca. Podría matarte. No podés confiar que el pasado te proteja, no de una renegada. Una vez fueron amantes, pero no sabés cuánto signifique eso para ella. Si es que significa algo. Se separaron mal, después de todo, y para algunos es más fácil odiar a la gente que alguna vez amaron.
Caer en la inconsciencia es tentador y está a tu alcance.
Si querés rememorar, andá a la sección 1
Si querés seguir viviendo en el presente, andá a la sección 2

*
Sección 1

Es el 19 de julio de 1999 y Verde está sentada junto al estanque, sus pies descansando en el agua como si esta fuera sólida, los talones balanceándose sobre la superficie sin humedecerse. Es uno de estos truquitos que suele hacer con la esperanza de impresionarte.
No podés apartar tus ojos de las pecas de sus brazos, de la manera en que su cabello parece moverse incluso sin ninguna brisa. Estuvieron jugando al gato y el ratón todo el verano pero te decidiste a resolverlo hoy, de una vez y para siempre. O ella gusta de vos o no lo hace, pero odiás ser arrastrada con una soga. Además, ella podría estar poniéndote a prueba, tratando de descubrir si puede respetarte, y enamorarse de cada capricho de ella no va a dar resultado.
Verde levanta la vista con una sonrisita y tira su cabeza hacia atrás cuando hundís tus dedos en la aireada masa de sus cabellos. Te arrodillás junto a ella, metés una mano en el estanque, te la llevás a tus labios y observás la mirada desconcertada de Verde cuando sus pies se hunden en el agua fría. Te reís; ella no debería olvidarse que vos también te sabés algunos trucos.
Estás tan nerviosa que casi te vas, pero te obligás a quedarte. Si te acobardás ahora lo vas a lamentar para siempre.
Ella quita tu mano y comienzan a jugar el juego de ojos-labios-ojos pero ninguna de las dos sabe quién deberá ser la primera en iniciar el beso. Las dos se sientan allí mientras el silencio crispa sus nervios. Estás ansiosa pero no querés mandarte una cagada. El momento dura sólo unos segundos pero la imagen la tenés grabada en el cerebro, Verde y vos junto al estanque, dos insectos palo gemelos atrapados en ámbar, congelados en el tiempo. En tu recuerdo ella rompe el hechizo y te besa, pero esta es una remembranza y algo es diferente.
Las siguieron. Algo merodea en el otro lado del estanque. Energía negativa, mal karma, pensamientos asquerosos. Un voyeur.
― ¿Qué es eso? ― pregunta Verde cuando te ve mirar.
― Nada. Un lector. ― Su ceño fruncido te interroga. ― No preguntes. ― No querés decirle que nada de esto está pasando. Las aletas de tu nariz llamean de furia porque alguien se atrevió a seguirlas hasta aquí.
Verde fija su mirada enervante en el acechador.
― Dado que está aquí, tal vez tendríamos que hacer algo al respecto ― dice.
La mirás sorprendida, deseando que esté sólo burlándose. El viento se ha detenido y los sauces están congelados en posiciones torpes, las ramas trabadas hacia la izquierda, como si no sirvieran para la gravedad.
― Sí, ― susurra Verde, ― acabémosla ahora y dejémoslo con ganas de más. Si es lo suficientemente picarón para espiar se merece un castigo.
― ¿Qué?
Ella se ríe en tu cara.
― ¡Estaba bromeando, Jade! ¡Mirá que sos crédula! ― Te pellizca los cachetes. ― Deshacete de ese lector ― susurra.
Cerrás la puerta de tu mente en la cara del lector.
Fin de la remembranza
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*
Sección 2

El silencio se siente bochornoso. ¿Seguirá vivo el tipo? ¿Lo estará trayendo al motel? Tenés que saberlo. Tus nudillos palidecen en la cortina mientras observás una vez más.
Bien, sigue en el auto. Tiene una oportunidad. Entonces Verde hace algo con su corpiño. No podés ver bien porque está de espaldas, pero el tipo sale del auto.
Mierda, mierda, mierda.
Ella lo alcanza ni bien sale pisa el pasto y pone sus manos en la nuca de él. Cerrás los ojos pero oís el chasquido de su cuello al romperse, como el crujir de nudillos, sólo que más fuerte. Es muy rápido pero, por supuesto, no es la muerte lo que ella persigue sino lo que viene después. Ella es una hada de la Naturaleza y hoy es el primer día de otoño. Durante los próximos meses su deber es descomponer la materia orgánica en compost que fertilizará la tierra para el año siguiente.
Sentís el escalosfrío de una transfiguración esperando a suceder.
El cuerpo cae al piso y ella comienza a trabajar en él. Al final del verano del 99 ella te mostró cómo molía hojas muertas entre sus manos y muslos, separando las fibras en sus componentes básicos, haciendo el mejor humus para tus canteros. Ahora ella cruzó la línea entre lo muerto y lo vivo, matando cosas en lugar de esperar que mueran naturalmente.
Comienza por los pies y avanza hacia arriba, lamiendo sus brazos y frotándolos contra el cuerpo como una mosca gigante. Sabés qué gusto tiene su saliva; nunca te era suficiente, aún cuando te quemaba la lengua con sus enzimas digestivas. Este tipo podría ser gordo, pero no era rival para esa baba.
En menos de treinta minutos queda un montículo de tierra fresca en el lugar donde solía estar el cuerpo y ella se levanta y se dirige al motel.
Te zambullís en el suelo, cerrando las cortinas al hacerlo.
¡Mierda, no podés dejarla entrar! Soltás la cortina y corrés para trabar la puerta. ¡La tabla de planchar! La colocás junto con una silla y luego apilás valijas detrás para completar la barricada. Sus tacones resuenan en el pavimento y se detienen frente al cuarto.
Gira la llave y trata de abrir la puerta.
― Jade, abrí. ― Rasca la puerta y casi podés sentir sus uñas corriendo por tu espalda.
Das un paso atrás, repentinamente asustada por lo que acabás de hacer. No es una buena idea encabronar a Verde.
― Jadita, Jadita, ¿no le abrirías la puerta a tu querida prima? Vamos, Jade. ¡Sé que estás allí; puedo olerte!
Y vos podés olerla a ella: las flores marchitas en su pelo, el aroma a animal mojado de sus axilas, corteza y sándalo de su piel y el olor a tierra húmeda saliendo a bocanadas de alguna parte bajo sus ropas.
― ¡Jade, hablo en serio, abrí la puta puerta! Puedo quedarme toda la noche despierta esperando que salgas, pero preferiría no hacerlo ― dice.
― ¡Andate, Verde! Los ancianos no han declarado una Tregua Formal, no deberíamos siquiera estar hablando ― decís.
Se ríe. Una vez cada tantos pocos años alguien aparece con una nueva solución diplomática al problema de los renegados y los ancianos de ambos lados declaran una Tregua Formal. Los hermanos se reconcilian, las parejas nuevamente tienen bebés y todo está bárbaro, hasta que lo inevitable sucede: los humanos comienzan a morir cerca de los campos rebeldes y los renegados corren a buscarlos.
― Bah, al demonio, nena, tengamos una Tregua Hamburguesal o una Chilear. Hay un lugar a un par de cuadras de aquí que sirve el mejor chile del país. Abrí la puerta y te compro ración doble.
Cerrás tus ojos. Nadie sabe que estás aquí. Te enviaron a cazarla y no podés recordar cuando dejaste de seguir a Verde y ella comenzó a seguirte a vos. También querés volverle a ver la cara, de cerca, una vez más. Casi te olvidaste como se sentía eso de necesitarla como un falopero necesita su dosis. Te decís que esto no es real, sólo glamour conjurado por Verde para atraparte, pero no podés negar cómo te sentís.
Si no abrís la puerta, andá a la sección 3
Si decidís abrir la puerta, andá a la sección 4

*
Sección 3

El plan es romper la ventana y comenzar a gritar hasta que alguien llame a la policía, pero muy dentro tuyo sabés que no son los muebles baratos los que mantienen a Verde del otro lado de la puerta. Ella es el espíritu de la descomposición, y si quisiera podría pudrir la puerta y todo lo que está detrás, volviéndolos una masa apestosa. ¿Qué está esperando entonces? ¿Tanto le importás que quiere tu consentimiento? Tratar de entederla es como arrancarse los pelos. Siempre lo fue. Las tomas de rehenes son más simples en la TV.
Carajo, no tiene sentido. De todos modos, ¿qué podría hacer la policía contra Verde? ¿Arrestarla? Te dan ganas de reír.
Sólo hay una cosa que podés hacer.
Continuá a la sección 4

*
Sección 4

Levantás la barricada. La luz de la calle se apagó y por un segundo sólo podés ver sus ojos verde lima. Te toma por la muñeca y te arrastra hasta la pick-up de su víctima.
— Te va a encantar este lugar, ― dice mientras enciende el motor ― una comida espectacular, te lo juro.
El chile es tan bueno como te dijo. Se sienta frente tuyo con su impermeable y lápiz labial rojo y se ríe mientras tosés con el primer bocado y te lanzás buscando la cerveza.
― Yo te avisé ― dice. ― Bueno, ¿por qué estás tratando de matarme?
Bajás la vista hacia el pegote rojo en tu tazón. No estás muy orgullosa de esa parte.
― El tío Jim, Sally y el Rev pensaron que yo debía aprender algo sobre los renegados. “Servicio comunitario” ― No le decís que luego de lo que viste estás últimas noches estás de acuerdo con ellos.
Ella asintió de manera cómplice.
― ¿Pensaron que te ibas a volver renegada? ― pregunta. ― Querían probarte, ver si estabas con ellos o no.
Carajo, la chica es viva. A vos te llevó dos meses darte cuenta de eso.
― ¿Así que te mandaron a cazar a tu propia familia, a tus amigos, pensando que si podías hacerlo es que estabas cuerda? Guau, estos tipos tienen la más extraña definición de cordura que yo haya visto.
Realmente no querés pensar en ello. Ambos lados de la familia están de acuerdo en que ser un hada le jode la mente a las personas. Hay al menos tantos chiflados entre los cazadores como entre los renegados, pero estos últimos salpican más cuando comienzan a matar.
Se saca un zapato y acaricia tu tobillo con los dedos.
― Vamos, nena, levantá el ánimo.
Te concentrás en la comida. El vapor del chile hace que tus ojos lloren.
― Escuchame. Perdón pero tenía que encerrarte y todo eso porque querías matarme. No podía saber de qué lado estabas. Mierda, todavía no sé de qué lado estás, pero al menos estoy tratando. Por los buenos tiempos. ― Se la ve seria, tal vez incluso hasta un poquito preocupada. Su piel tiene un ligero brillo verdoso que los humanos confunden con un blanco albino. Ella es más bella de lo que recordabas y te atragantás con chile y lágrimas en la misma engullida.
― Lo siento ― le decís. Es un alivio hacerlo. ― Pero no entiendo cómo podés hacerlo, matarlos así. Es algo seriamente enfermo.
Ella se repliega y te das cuenta de que está resentida.
― No menos chiflado que ir por ahí matando a tus parientes. Vamos, Jade, vos y yo tuvimos algo. Fue hace mucho tiempo, te lo concedo, pero yo no haría nada que te lastime. Esos humanos… ni siquiera son de nuestra misma especie. Sólo porque nos vemos como ellos no quiere decir que debemos tenerles más consideración que con otro animal. ¿No es carne eso que hay en tu chile, Jade? Viene de una vaca, o tal vez incluso de un perro, ya que los inspectores de salubridad son escasos por esta zona. ¿Cuál es el problema en comerlos? No es de tu especie, no es tu problema. Los humanos de mierda fueron creados para servirnos. Es hora de que nos respeten de una puta vez, y si no lo hacen, que se aguanten las consecuencias. Yo hago lo que tengo que hacer para sobrevivir.
El argumento es viejo: ¿cuál debería ser la estrategia de supervivencia de las hadas? Los renegados afirman que cuando el último humano deje de creer en las hadas, todas se desvanecerán en una nube de humo. Suena a una tontería redomada, pero la verdad es que tu pueblo se ha ido debilitando en el último par de siglos y no hay muchas otras explicaciones que elegir. Por otro lado, cada vez que un pibe dice que no creen en las hadas, uno de los tuyos muere. Así que el truco es tratar de recuperar algo de esa creencia, sin dejar que los humanos se den cuenta de cuánto poder tienen sobre ustedes. Te tragás tu chile.
― Son seres sensibles ― decís. ― Está mal ponernos de vuelta en el inconsciente colectivo matándolos y usándolos como fertilizante. ― Eso es sólo parte de lo que el rev dice. La cosa es que si se deja a los renegados seguir con su matanza los humanos van a empezar a darse cuenta. ¿Cuánto pasará hasta que encuentren a las hadas? ¿Cuánto hasta que descubran que se necesitan sólo unas pocas palabras sencillas para matar a una? “No creo en las hadas”. No es difícil de decirlo. El Rev es firme cuando dice que no se puede confiar en los humanos. Nunca deberían saber de la existencia de las hadas, y los renegados, con todos esos asesinatos, van a provocar el salto desde el mito colectivo al show de Jerry Springer.
― ¿Querés morir? ¿Querés sentir que tu vigor decae cada día? ― dice Verde. ― Porque lo va a hacer, tarde o temprano. ¡Mirame, me siento mejor que nunca! Puede que nunca sepan quién lo está haciendo, pero saben que alguien los está eliminando. Puedo sentir el respeto en el aire. No me importa si ellos piensan que soy un asesino múltiple cualquiera. No espero que entiendan. Su creencia en mí, sea lo que sea que piensen que soy, me hace más fuerte.
En realidad, se lo dejás pasar en lugar de dispararle, pero no estás lista para admitir que ella todavía te importa, aunque sea un poquito.
― No hablemos de eso ahora, ¿está bien? ― rogás.
― Claro, claro. Estoy feliz de verte. ― Te toma la mano y vos dejás que lo haga por un segundo, recordando cuando solían encontrarse en secreto junto al estanque, el sabor del musgo en su boca y su olor cuando se recostaba exhausta, su cuerpo medio fundiéndose con la tierra húmeda. Luego recordás que un hombre está muerto y quitás tu mano y te quedás mirando tu plato

*

Aquella noche ella se desliza bajo las sábanas mientras duermen. Tu cuerpo recuerda como enroscarse alrededor del de ella, reviviendo posiciones confortable que aprendiste hace mucho tiempo. Estás casi a la mitad de hacer el amor cuando te despertás por completo y te das cuenta de que esas son las mismas manos que le quitaron la vida a un hombre. No importa como se vea ella, esta no es la Verde que conociste cuando tenías dieciséis. Ella se convirtió en algo feo y demente y nada de su lógica puede excusar lo que hace.
Si querés que Verde muera, andá a la sección 5.
Si no querés que Verde muera, andá a la sección 6.

*
Sección 5

Ponés tus dedos alrededor de su cuello y encontrás los delicados huesos que son tan fáciles de romper.
Pensás si ella se da cuenta de lo que estás a punto de hacer. Tal vez ella esté perdida en su propio placer. Tal vez piense que estás jodiendo. Tal vez te ame y nunca te haga daño, ni siquiera para salvarse. Su cuello es largo y delicado y apenas hace ruido al quebrarse.
Más que oírlo lo sentís con tus dedos. Hay un renegado menos y todos los aplausos del mundo no van a salvar a esta hada. Te quedás recostada junto a ella hasta que su cuerpo se enfría y luego empacás tus cosas y te vas.
Fin.

*
Sección 6

Ponés tus dedos alrededor de su cuello y encontrás los delicados huesos que son tan fáciles de romper.
Pensás si ella se da cuenta de lo que estás a punto de hacer. Tal vez ella esté perdida en su propio placer. Tal vez piense que estás jodiendo. Tal vez te ame y nunca te haga daño, ni siquiera para salvarse. Su cuello es largo y delicado y apenas hace ruido al quebrarse.
¿Qué hiciste? ¡Idiota estúpida! ¿Mataste a Verde para qué? Para salvar a extraños anónimos que no creen que existís y que no les importás un carajo. Le gritás para que se despierte y comenzás a aplaudir lo más fuerte que podés.
Los minutos pasan lentamente y tus manos están doloridas. Luego de un rato ya no las sentís. El vecino golpea la puerta, te grita para que hagas silencio y te amenaza con llamar a la policía. Lo ignorás. Esto va a funcionar; tiene que funcionar. Si algo de lo que te enseñaron de chica es verdad, entonces aplaudir va a traer a Verde de vuelta.
Oscurece y no podés verla más. Ocasionalmente pensás que podés oírla respirar o moverse y tu corazón da un salto. Chequeás su pulso y su respiración y cuando no los encontrás, volvés a aplaudir.
Ya no sabés qué hora es. ¿Es la aurora la que se cuela por la ventana? No sentís tus brazos y sabés que no podés seguir haciendo esto mucho más. Gruñís de dolor y determinación y, de repente, ves dos limas verdes gemelas que te observan desde la cama.
Verdemujer se sienta y gira su cuello hasta que cruje. Empezás a llorar y a pedir perdón y ella te abraza hasta que el ataque pasa. Luego te lleva de regreso bajo las sábanas y enrosca sus brazos alrededor tuyo.
Tu cuello es delgado y los huesos son fáciles de quebrar.
La cagaste bien cagada, ¿no? Toda decisión que importaba; enamorarte de Verde, cazarla, revivirla. Mal, mal, mal. Estás harta de vos misma y no querés controlar más tu vida, así que usás el único poder que tuviste, la habilidad de embelezar, de ser notada, y le pasás la decisión a los humanos por los que tuviste que matar para protegerlos. Pintarrajeás tus palabras en las paredes de los baños públicos; las garabateás en graffitis del subte y las encriptás en algoritmos secretos de búsquedas de Internet.
El Rev tenía razón: al final te volviste renegada. Sos la peor clase de traidora. Te revelaste a los humanos y pusiste el destino de tu gente en las manos de estos. Por supuesto, si resultan ser unos malditos asesinos vas a ser la primera en morir. El pensamiento es un pequeño consuelo.
Pero ya tuviste suficiente. Viviste toda tu vida esperando a que cayera el otro zapato, tratando de mantenerte cuerda en el medio de una guerra fraticida. Las hadas fallaron (y fallaron y fallaron). Obviamente, es hora de que actúen los humanos.
Vos, haciendo equilibrio sobre ese inodoro sucio. Vos, en un medio de transporte rumbo al trabajo. Vos, gastando tus ojos frente una pantalla. Dejá lo que estás haciendo y prestá atención. La decisión ha sido arrojada a tus manos y no la podés ignorar.
Vos tenés este poder. Es tu momento de elegir.
Si querés que Jade muera, decí en voz alta que no creés en las hadas.
Si querés que Jade viva, aplaudí.

[tradujo: Saurio]

Sara Genge nació en Madrid en 1984. Aparte de publicar en varias revistas de habla inglesa y estar traducida al griego, al checo y al castellano, Sara Genge es médica y una de las fundadoras de The Daily Cabal, una revista diaria de microficción especulativa. También lleva un blog en inglés llamado Artemisin.