Numero 14
En el piso de los globos oculares
Tina Connolly
Usamos brazos robóticos para insertar los globos oculares. Abrazaderas metálicas para bajar los párpados. Tony, del Cuatro, se ocupa de que los tanques de grasa estén llenos. Diecinueve veces por minuto un chorrito de aceite sale para evitar que las cuencas de los ojos rechinen. Unas hábiles agujitas cosen las pestañas, millones de irises diferentes se estampan en magenta, amarillo y cian, para que no haya dos que sean iguales, como los nuestros.
A pesar de todo esto no pueden fabricar algo– o alguien –que me sustituya en mi trabajo. La gente de órganos se va a casa cubierta de grasa y vinagre; la de huesos han perdido dedos en las máquinas. Y aún así nadie quiere el trabajo donde cien cyborgs medio vivos están en fila y tienen tirones cuando les das la espalda. Esperando a alguien que les hable, que sienta algo por ellos. Que los haga trascender a la vida.
Por toda la fábrica hay señales de seguridad. “Cuida tu higiene”. “Conócete a ti mismo”. “No pestañees”. Esto último es el mejor consejo que te pueden dar acá, en el piso de los globos oculares.
A veces pestañeás y el mundo cambia.
A veces simplemente te quedás ciego.

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Clementine era de la clase guardería, diseñada para calmar a los bebés humanos. Para sostenerlos en las salas de maternidad o cuando los padres humanos están trabajando. Un trabajo paralelo al mío, un cyborg conduciendo a humanos hacia un estado de conciencia. Usualmente los de clase guardería son los más rápidos en trascender; es que están repletos de señales de calidez y hormonas maternales. Responden a mi necesidad de que trasciendan y acceden allo.
Pero ella no.
Una tarde, luego de que yo había acompañado a todos los cyborgs recientemente trascendidos a Envíos, volví a mi cuarto en el piso de los globos oculares.
El cuarto siempre se siente frío después de que se fueron los más vivaces. Los cyborgs restantes caen en esa brecha extraña que es no estar ni muertos ni vivos. Partes pequeñas de ellos se despiertan – uno de los lados de la boca de ese se arrugó en una sonrisa humana. Esa chica tragó y ese hombre se rascó cuando yo le estaba dando la espalda. Lo sentí.
Es por eso que nadie quiere mi trabajo. El minero de asteroides, al final de la fila: su cuello y su boca estaban conscientemente vivos pero el resto no. Sus latidos resonaban en su cuello, acelerando a medida que lo inspeccionaba. Miré su mandíbula y él se mordió el labio inferior. Me apuesto una caja de té que él tendría resentimiento innato y me odiaba a mí, su “padre”.
Pero, aunque su boca estaba viva, sus ojos estaban muertos.
Pasé a la mujer joven. Clementine la llamé. Su nombre verdadero era Agrippina Adamantina Guardería –estaba inscripto en su nuca. Julie en Uno es la que se encarga de ponerles nombres y tatuárselos, justo debajo del número de serie. Hace siglos que se quedó sin buenos nombres como Clementine. Clementine es un buen nombre para una cyborg guardería porque todas tienen pies anchos y robustos.
Llevé a Clementine a un rincón y hablé a solas con ella. Le hablé de conejos y del precio del té en China. Sobre Sue, mi chica en Pies que tiene cabellos castaños enrulados que le caen sobre la nariz, a la que le gusta ponerle leche en polvo al té. Le miré los ojos impresos en azul, las orejas criadas en tanques. Las hebras entrecortadas de sedoso cabello rubio. Nada, ni una señal.
–Odio los fracasos– le dije –. No a vos. Odio cuando fracaso. Así que sería mejor que te apures y trasciendas. No quisiera que tu cerebro sea desmantelado y vuelto a construir. Si hay algo que funcione allá arriba va a dejar de existir en un parpadeo.
Detrás mío, el cyborg minero dio un paso para salirse de la fila.
–¿Vos tampoco querés que te pase eso, eh?– dije –¿Cómo te llamás?
Me miró despreciativamente. Con odio.
– No sé.
Lo rodeé y miré su nuca:
–Maurizio Jung-Na Jung Minero. Un trabalenguas. Podrías llamarte Maury.
–Si quiero.
–Mirá, cyborg recalcitrante, yo ya finalicé la entrega a Envíos. ¿Ves ese modelo guardería de rulos? ¿Por qué no probás si podés convencerla de que entre en existencia antes de que amanezca?– los ojos pintados de la chica nos miraron fijo a ambos –Ella está escondida allí adentro.
Pero cuando se hizo de día, Maury estaba tallando un insulto en mi escritorio y Clementine seguía tan tiesa como una tumba.
Si había vida allí, lo estaba ciego alla.

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Debería haber mandado a Clementine a Reciclado, pero no lo hice. Se convirtió en mi proyecto favorito y en mis descansos la paseaba por la fábrica. Le mostré dónde le habían puesto las manos y cómo le habían tejido sus rubios cabellos a su cuero cabelludo.
La llevé a ver a Sue y ambos nos quedamos viendo cómo sus cabellos caían cuando limpiaba una pila de pies.
–Querida Clementine, esa es Sue Pies Grandes– dije.
Sue se rió.
–Sos tan gracioso. ¿De dónde sacás todos esos nombres locos?– con la lijadora sacó un poco de piel.
–Sue Pies Grandes era la novia de Pecos Bill– dije –. Se puso un polisón que la hizo rebotar hasta la luna.
Se rió de nuevo.
–Jamás pude ver las cosas como vos. Debe de ser por eso que podés trabajar con los cyborgs cuando se ponen bien escalofriantes.
–Es sólo agarrarle la mano, creo. Bueno, Clementine y yo nos vamos ahora a Cuatro a ver la grasa. Tal vez vuelva más tarde y te hago un té con una cucharadita de leche, como te gusta.
Pies Grandes miró hacia abajo, al pie que sostenía, sus rulos tapándole la cara.
–Mandale mis saludos a Tony– dijo.
Llevé a Clementine hasta las escaleras y su brazo tembló cuando la toqué, fue algo cálido y humano. Su rostro estaba muerto pero no trabajás en el piso de los globos oculares mucho tiempo sin aprender a confiar en la intuición.
–Eso es, tesoro– dije –. Eso es lo que quería ver.
Aparecimos en Cuatro, donde Tony estaba jugueteando con un accesorio.
–Tony mantiene las ruedas engrasadas. Él llena hasta el tope los tanques de grasa y se asegura que los engranajes de Cuatro funcionen con fluidez.
–Quí'ay– dijo Tony –. ¿Qu'estás haciendo con la cyborg?
–No trasciende– respondí –. Ya pasaron tres semanas.
–¿En serio? ¿Las junturas del cuello 'tán bien?– se limpió las manos en su pantalón y le corrió el rubio cabello sedoso para rotarle el cuello –A veces los cables y los orgánicos se comprimen.
–Tony solía trabajar en Cuellos– le conté a Clementine –. ¿Podrías decirle a Tony que Sue Pies Grandes le manda saludos? Ella era una chica agradable, ¿no?
–No les hables enfrente mío– dijo Tony –. Me da chuchos.
–La estás tocando y ella no es nada terrorífica.
–Todavía no es una “ella”– dijo Tony –. Tan sin vida como una tostadora– dejó que cayeran sus cabellos –. Dicho sea de paso, Randy se va el lunes. Alguien tendría que reemplazarlo en Siete.
Gruñí.
–¿Combate?
–A menos que quieras abandonar ahora.
–Ni lo sueñes. Vamos, Clementine– saludé con la cabeza a Tony –. ¿Mañana a la mañana?
–Dale– se quedó mirando el rostro sin vida de Clementine –. ¿En serio la llevaste a ver a Sue?
–Por supuesto– dije –. Después de todo, es mi chica.

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El viernes a las diez me encontré con Tony para el combate. Cuando estuviste tanto tiempo acá como nosotros te conocés todos los trabajos de memoria, incluso aquellos por los cuales preferirías pelearte antes que hacerlos. Montones de personas quisieran anotarse para un puesto en gerencia, pero dejan que Tony o yo lo hagamos porque ninguno de los dos va a tener ideas. No queremos ideas. A Tony le gusta la grasa y a mí se me necesita donde estoy.
El gimnasio estaba lleno de mirones. Todo el mundo tomándose un descanso, de pie, con sus termos con café o sopas en sachet. Sue revolvía su té con leche en polvo, sus ojos marrones animados por la excitación.
Tony y yo combatimos haciendo birling –hay un largo cilindro metálico en el medio del gimnasio, montado a un metro del piso sobre un pivote. Cada uno de nosotros se para en un extremo y camina o corre, para adelante o para atrás, tratando de tirar al otro mientras el cilindro gira. Una imitación de los viejos tiempos cuando la fábrica era realmente un lugar salvaje: una gerencia corrupta y sin reglas de seguridad. Los tipos solían balancearse, bien avanzada la noche, en el caño giratorio sobre el Reciclador apagado, apostando quién sería el que se caería de jeta en el tanque.
–¿Dos de tres?– dijo Tony.
–Uno de uno– respondí. Manteníamos nuestro equilibrio con varas largas y puntiagudas, los pies afirmados en el metal áspero.
–Tres... dos... ya– dijo el referí y soltamos las varas, avanzando por el cilindro metálico.
El buen birling se trata de mantener un equilibrio inteligente y agudizar el foco de atención. Observar los pies de tu oponente y no parpadear. No estábamos en forma pero de todos modos combatíamos, porque no podía dejar que Tony ganara sin pelear. Algunos apostaron por mí, porque les gustaba el riesgo.
Los pies de Tony trotaron hacia adelante. Los míos le siguieron el ritmo. Yo nos frené. Él nos aceleró.
Sue nos observaba, sosteniendo su té. Un rulo caía en su cara. Me perdí el cambio de tempo cuando Tony fue hacia atrás, haciendo girar el cilindro en dirección opuesta, los pies rodando y golpeteando el metal.
Caí de cabeza sobre la alfombra y todo se acabó así como así. Todo el mundo gruñó.
Tony bajó de un salto, le sonrió a Sue y ella corrió a su encuentro.
–Estuviste genial, Tony–. Y, con piedad, me dijo: –Buen intento– Tony la abrazó con más fuerza.
Fue ahí cuando me di cuenta de que esta vez el combate no era por la gerencia sino por Sue Pies Grandes. Y, lo peor de todo, es que me di cuenta de que su corazón pertenecía a Tony. Trabajé en Corazones antes de que me ascendieran al piso de los globos oculares, así que creía saber un montón acerca de ellos, pero obviamente no era cierto. A Sue no le importaba que yo fuese el único que observaba como caían sus rulos. El único que conocía y adoraba cada gesto que ella hacía. Me arrodillé usando la vara puntiaguda como palanca.
Ella no era mi chica en lo más mínimo.
Arremetí contra Tony. Él se hizo a un lado y la vara afilada siguió de largo, muy de largo, le hizo un largo tajo rojo a la persona que se acercaba para darme un informe detallado del turno de suplentes del lunes.
Randy. Era Randy, que saltó hacia atrás, agarrándose el brazo y chillando.
–¡Mierda, Bill! Te quedás afuera por esta pelotudez. Sabés como son las putas reglas. Tony, cubrí los turnos de Bill.
Mi sangre bombeó a tope con el repentino colapso de todo.
–No parpadees– le dije a Tony.
–¿Por qué no?
–Alguien puede quitarte a tu chica.

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Cuando volví a mi cuarto en el piso de los globos oculares mis manos temblaban.
Clementine estaba lejos de los otros, junto a la ventana, el sol centelleando en sus enrulados cabellos castaños. No me había dado cuenta de que su pelo era como el de Pies Grandes y eso me hizo inclinar hacia atrás y cruzar mis brazos.
Le conté del combate. Había algo en el modo en el que Tony me había mirado antes de que comenzara. Debería haberme dado cuenta en ese momento, dije. Debería haberme dado cuenta de que Pies Grandes había cambiado de opinión, que ella ahora era la chica de Tony. Seguro, nos reímos una o dos veces en el ascensor pero ¿y qué? Tony tenía un buen trabajo con el engrase y yo estaba aquí. Debería haberme dado cuenta de que a Sue no le importaba nada que yo conociera todos sus micromovimientos; cómo comía, se reía, movía su pelo.
Clementine se movió mientras yo hablaba, pero no significaba que estaba viva. Incluso las máquinas se inquietan. Ella estaba sentada junto a la ventana, el rostro levantado al sol.
–Y ahora esto– dije. –Estoy frito. Kaput. Tengo que hacer las valijas. ¿Y sabés cuál es la peor parte?– la luz del sol trazó una franja blanca en su nariz respingona y su pómulo –A Pies Grandes no le importa.
Clementine, el fracaso que dejaba detrás mío, se irritó. La tomé del mentón y volví su cara hacia mí. Los iris impresos en marrón parecía de piedra– ¿fríos de odio? –Volví a girar su rostro. No, sólo fríos. La desecharán.
¿Marrones?
Miré nuevamente. Sus ojos eran marrones, del mismo color que los de Pies Grandes, esos ojos que yo conocía como si fuesen míos.
–Estoy enloqueciendo– dije. Una afirmación sombría mientras retrocedía. Tal vez si me daba vuelta ahora todo el cuarto estaría lleno de cyborgs que me parecerían iguales a Pies Grandes. O sólo las chicas, filas de rulos castaños; los muchachos parecidos a Tony, corpulentos y con mejillas coloradas.
No parpadees en el piso de los globos oculares, dicen. Es por esta razón que nadie quiere mi trabajo. Nadie quiere trabajar la trascendencia. Porque dicen, aquí en la fábrica, que cada vez que alguien parpadea pierde un poquito de sí y un cyborg se lo gana. Es un juego de suma cero sobre lo humano y yo soy el que se lo drena. O era. Es una superstición tonta, una manera de mantenernos separados.
Me di vuelta. El cuarto estaba como siempre, lleno de los a medio trascender, filas de extraños cyborgs que nadie más podía manejar.
“No parpadees” decía el cartel. Lo arranqué.

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Separé a los cyborgs que estaban a punto, los aceleré y los despaché a Envíos. Me quedé en el turno noche, cuando todos se van excepto los mecánicos que juguetean con los caños a la luz de la luna. El cuarto se fue haciendo cada vez más frío. Nadie me dijo nada; nadie me hizo ir a casa.
Esta, con el cabello y los ojos de Pies Grandes, la que no puede trascender, estaba allí, fría como una piedra todo el santo día mientras otros cyborgs parpadeaban y se reían a su alrededor.
Alguien la estaba usando para burlarse de mí.
Me acerqué, empujé su cabeza hacia un lado y hurgué por su cuero cabelludo, mirándole las raíces. De cerca podía ver cómo su primer cabello había sido esquilado torpemente, ahora que miraba bien. Parecía como si alguien le hubiera cortado sus cabellos rubios y lacios y puesto su cabeza de nuevo en el tanque de crecimiento para que le tejieran otro. Pero estaba muy mal hecho; era desparejo y algunas raíces salían de la parte de arriba de la oreja izquierda.
Sus ojos ahora eran marrones pero estoy seguro de que eran azules. Los signos eran clarísimos: grandes tajos alrededor de sus párpados donde alguien había arrancado los viejos ojos azules. Qué desperdicio, sólo para volverme loco. Ya lo estoy a medias por trabajar en el piso de los globos oculares. ¿Y quién lo hizo? ¿Tony?
Esta doppelganger de Pies Grandes era mi fracaso y me iba a deshacer de ella antes de partir. O la reciclaban o la amenaza la iba a sacudir. El terror hace que la trascendencia ocurra a grandes saltos, aunque es una táctica repugnante.
Arrastré a Clementine al sótano, a Reciclado. Le señalé las cuchillas de hierro, las llaves grifas, el ácido. El tanque del Reciclador en donde la voy a tirar para que otra persona se haga cargo. En su caso, no sólo le van a borrar su cerebro. El Reciclador va a detectar su cara con cicatrices y le va a remover toda la cabeza, para empezar de cero.
–Es tu última oportunidad de decirme si estás ahí adentro– dije. Su brazo tembló en mis manos. Ella estaba cerca, demasiado cerca. La incliné sobre los rodillos que llevaban al tanque del Reciclador, empujándole la cara hacia ellos, odiando lo que hacía –. Tony va a hacer esto si no lo hago yo. Decime.
–Soltala– era Tony, sosteniendo una enorme llave grifa.
–No va a trascender. ¿Querés hacerte cargo de ella?
–Dios mío. Estás loco. Soltá a Sue.
Miré a la figura en mis brazos pero seguía siendo la Clementine sin vida, con el cabello y los ojos de Pies Grandes.
–Vos hiciste esto– le dije a Tony –. ¿Cuál era tu plan? ¿Que yo perdiera la chaveta?
–Soltá a la chica.
–Tony– dije –. Ganaste– saqué a Clementine del tanque y se la arrojé. Ella cayó rígida encima de su hombro, quien levantó rápido los brazos para atraparla. La llave grifa hizo un ruido metálico contra el piso de cemento–. Tomá a tu cyborg y hacé lo que quieras con ella.
Tony miró fijamente los ojos impresos de Clementine.
–Lo siento, viejo– dijo –. El pelo, el cuerpo... pensé qué... no sé qué pensé– paró a Clementine. Un rulo castaño cayó sobre su rostro, del mismo modo en que lo hacen los de Pies Grandes.
–Sos un tarado– dije.
–Sí. Siento que todo esto haya hecho que te echaran. Mirá, ya le dije a Randy que yo te provoqué. Creo que se calmó. Creo que va a cambiar de opinión.
El alivio me invadió. Las cosas se iban a arreglar.
–Vos no querés hacer mi trabajo.
–Bingo– dijo Tony –. Me gusta la grasa. ¿Y qué es lo que pasa con esta cyborg, eh? ¿Es sólo coincidencia que se parezca a Sue?
–¿O sea que no fuiste vos quien la puso así?
–¿Estás loco? Eso es de psicópata– miró más de cerca –. Sus ojos están todos estropeados. No van a permitir defectos así en el envío. Desechala ahora, antes de que trascienda– tiró del brazo de Clementine en dirección al tanque y en eso vi algo que aparecía en la cara de ella,
Miedo.
Había miedo allí, y ella me lo estaba mostrando.
–Pará, Tony– dije –. Está despierta.
–¡Mirá vos!– le soltó el brazo y levantó su llave de grifa –. Bueno, tendrá que ser reparada.
Clementine se quedó quieta, mirándome. Esa intuición que trasciende a la razón me dijo que ella había estado despierta desde hace mucho tiempo.
–Decí algo– dije.
Su voz esa suave y resonante, lenta al salir de sus labios.
–Tu cabello– me dijo –. Cuando girás la cabeza hay un rulo que cae sobre tu ceño. Roza tu frente.
Tony se estremeció.
–Es por esto que nadie quiere tu trabajo. Cyborgs psicóticos con mal de amores.
Ella había estado despierta desde hace mucho y yo no lo había visto. Me acerqué y ella me arrojó su aliento, con un suave aroma metálico. Le toqué un bucle castaño.
–Vos hiciste esto– dije –. Te rapaste el pelo y pusiste tu cabeza en la máquina– le toqué la punta de la oreja de donde salían algunos rulos –. Te pasaste un poquito.
–Tres veces traté de programar la máquina bien– dijo –. Al principio me hizo pelirroja. Luego me hizo un patrón de calvicie masculina.
–Y después te arrancaste los ojos– toqué los huecos debajo de ellos –. Por mí.
–Se me cayó uno– dijo –. Lo tuve que buscar gateando a oscuras.
Le toqué la mandíbula y ella inclinó su cara con su nariz respingada. ¿Cómo pudo ocultarlo tan bien? Cerré mis ojos, acercándomela.
Y luego estaba sosteniendo solo aire.
–Te estás poniendo demasiado raro con este asunto– dijo Tony. Volvió a empujar a Clementine hacia los rodillos. Sus ojos marrones suplicantes –. Está defectuosa, viejo. Psicosis. Yo me encargo– empujó a Clementine. Sin aliento: –Yo te voy a enseñar a imitar a mi chica.
Técnicamente era el curso de acción correcto según el manual de la compañía, pero no era correcto. Del gancho más cercano tomé unas tijeras de hierro, las levanté como un garrote:
–La llegás a tirar y yo te mato.
Él no se inmutó.
–Te estoy haciendo un favor, viejo.
–¿Es un crimen el enamoramiento? Los trascendidos se despiertan con emociones estrambóticas. Algunos me aman. Otros me odian. Piensan que soy su padre, o psiquiatra, o hijo. No sabés lo que es estar ahí arriba.
–¿Ah, sí?– se burló Tony –. Yo sé que sos un acosador repugnante que no puede conseguir una chica propia. Seguro. ¿Querés una cyborg? ¿Es eso todo lo que podés conseguir? Bárbaro, pero no podés quedarte con una que convertiste en Sue.
–Yo no lo hice. Ya la escuchaste.
–Uno de ustedes es un psicótico– dijo –. Entre ustedes dos apenas hay normalidad suficiente como para hacer un individuo cuerdo. ¿Sos vos o es la cyborg?– poco a poco la colocó sobre los rodillos. Uno de sus ojos se desplazó en la órbita.
–Está bien, fui yo quien lo hizo. Sacala de ahí.
–Perdón, Bill. Es por tu propio bien. Te va a arreglar– arrojó a Clementine mientras yo me abalanzaba para atraparla.
Manoteé su camisa, pero igual ella se cayó. Se revolcó sobre los rodillos metálicos, sus manos buscando dónde agarrarse, las flojas extremidades agitándose. Los rodillos la arrojaron al tanque de Reciclado y se escuchó un crujido.
Giré, apuntando las tijeras contra la cabeza de Tony . Le dieron en los pómulos cuando él retrocedía, abrieron una curva poco profunda. Su camisa se manchó con gotas rojas.
–¡Ajá! Un combate de enserio, ¿eh?– Tony levantó la llave de grifa –. Esta vez no voy a parar cuando te caigas de cara al piso.
–Esta vez no va a haber ningún gerente que te proteja– arremetí nuevamente. Bloqueó mis tijeras con la llave; el choque metálico resonó en mis brazos.
–Esto es por Sue– dijo y la llave impactó en mi costado, haciéndome caer de rodillas –. Y esto– la llave impactó en mi mano y me sacó las tijeras, me hizo tener espasmos en mis dedos.
Pensé que si podía llegar a los controles podría apagar al Reciclador antes de que descubriera la cabeza defectuosa de Clementine. Pero Tony se me tiró encima otra vez y tuve que defenderme.
Dimos vueltas por el piso. La voz de Clementine me llamaba, llorando. La maquinaria zumbaba sobre ella.
Un último intento para alcanzar los controles, pero Tony me incerceptó. Se oyó un sonido metálico desde el tanque y luego el llanto se detuvo y sólo quedó el silencio.
Agarré las tijeras con mi mano izquierda y me abalancé contra Tony. Él retrocedió, riendo, bloqueando mi ataque con la llave. Pero los filos estaban abiertos y un profundo arco se recortó en sus nudillos, haciendo que se le cayera la llave. Puteó, retrocedió hacia el tanque y se quedó sin escapatoria. Yo avancé, con las tijeras bien abiertas.
Tony saltó sobre los rodillos metálicos. Por un instante se mantuvo sobre ellos tan orondo y despreocupado como en cualquiera de nuestros combates de birling. Por un instante se mantuvo suspendido sobre el Reciclador. Por un instante me miró con ojos triunfantes.
Y luego su pie patinó hacia atrás sobre el metal y trastabilló dentro del tanque. Trató de levantarse rápidamente.
–¡Bill! ¡Sacame de acá!
Miré como la máquina lo rodeaba. Su mano goteaba en donde yo le había cortado los nudillos.
–¡Podés quedarte con Sue! ¡Sacame de esto!
Pero yo ya no quería a Sue. Yo quería a Clementine, cuyo cuerpo sin cabeza estaba tirado en el contenedor de clasificación, cuya cabeza había sido absorbida y reducida a sus elementos.
La máquina consideró que su mano era defectuosa y, con un tajo y un pop, se la sacó, cauterizando el extremo. Tony gritó. La máquina se le acercó, sus partes metálicas buscando su cara, la cara con el corte que le hice.
En ese momento miré dentro mío y vi que tenía el destino de Tony en mis manos. Que me encantaba saber eso. Que podía matarlo. Lo miré a los ojos y él supo que yo lo sabía.
Sólo entonces me levanté, corrí hacia la máquina, apagándola con manos temblorosas.
Sólo entonces.

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Sigo trabajando en el piso de los globos oculares. Hubo una investigación pero Tony calló. La compañía le pagó una nueva mano y tomó medidas de seguridad para el Reciclador, pero Tony prefirió quedarse con el dinero y ponerse un garfio metálico en la muñeca para poder seguir llenando los tanques con grasa. Construyó una casa para Sue y ella dejó Pies y tuvo bebés y se volvió gris en un año.
Cada vez que veo el garfio de Tony cierro mis ojos.
Sigo trabajando en el piso de los globos oculares, trascendiendo a los cyborgs. Pero perdí el toque. Estoy asustado como jamás lo estuve. Asustado de los cyborgs que tengo detrás mío, escondidos detrás de sus ojos impresos.
Cada vez que llega una modelo guardería me pregunto si su cuerpo alguna vez fue el de Clementine. Pero si apareciese no podría verlo. Estoy ciego a los cyborgs y a las pasiones que imitan, al modo en el que roban humanidad con cada parpadeo.
Hay carteles en el piso de los globos oculares. Tomo mi té con leche en polvo y los miro desde atrás de mis ojos. Hay días que los carteles son quienes me mantienen cuerdo.
Conócete a ti mismo, dicen, y yo lo hago, oh, sí que lo hago.
No parpadeo.
Tina Connolly nació en St Louis (EEUU). Publicó en Lightspeed, Tor.com y Highlights. Su novela Ironskin fue nominada al Nebula publicada por Tor Books en 2012, con dos secuelas previstas. Más información en su sitio web.