Numero 14
Caprichos navideños
Eloísa Suárez
Te decía que los del dúplex de al lado no se la llevaron de arriba con lo del gato muerto en el jardín, porque les quedó un olor fétido que todavía están tratando de limpiar. Yo por ahí no paso ni loca. Los dos dueños están que arden de bronca porque el fin de semana ya habían tenido un gran problema con lo del robo. El que está más embroncado es el petiso, que tiene el departamento lindero con nuestro edificio, porque es al que le robaron más cosas –en cantidad y en calidad- y, además, fue él quien encontró el animal envenenado. Como si no tuviera bastante con la pinta de insignificante que tiene.
Como te digo, es petiso, con un cuerpo parecido a los jockey, ¿viste?, esos que corren carreras en el hipódromo. Pero la cabeza es grande y negra. Digo negra, porque el pelo es negro, la piel es blanca, pero parece negra porque está cubierta de barba y tiene una mirada de cuervo. Isidoro, creo que se llama. Más parece un mono que un hombre. Es de éstos que o se sacaron la lotería en un golpe de suerte o le robaron a alguno, porque se nota que la plata no la tuvo toda la vida y anda derrochando a troche y moche. Lo que habrá gastado en esa calamidad de muñeco navideño que hizo poner en el techo de su casa, para que pareciera que Papá Noel estaba trepándose para ir a la chimenea. A la mujer no la vi, pero debe ser linda, porque las hijas le salieron bastante bien. A mí me cargan por pelirroja, pero te digo bien claro: prefiero que me digan cabeza de fósforo a que me llamen Mona Chita.
El otro dueño, Jaime, no perdió tanta plata con lo del robo, pero después de eso quedó en muy malos términos con Isidoro, tanto que ni se dirigen la palabra. Bueno, no es que antes se hablaran mucho, porque dificultad para hablarse ya la tenían, más que nada por causas físicas. Uno es demasiado alto; el otro demasiado petiso. Jaime mide casi dos metros, rubio, rubísimo, casi albino, y completamente bizco. No sé cómo habrán hecho estos dos para mirarse antes a la cara o para escucharse, estando como están la altura de sus bocas y de sus ojos a tanta distancia.
Si lo pensás, la naturaleza es sabia y todo está hecho en este mundo para que sean amigos sólo los que se pueden comunicar y enemigos los que no pueden: el león y la liebre, la araña y la hormiga, el caballo y el perro, el agua y el fuego. Creéme: no todo lo que rige la naturaleza es fuerza. También está la comunicación. Según este principio, Isidoro y Jaime, por su naturaleza, están destinados a ser enemigos. El desencadenante de que se agudizara esta enemistad fue el robo del sábado. Yo lo sé todo por Violeta, la mujer de Jaime, que es muy amigota mía. Incluso terminó peleándose la familia de Jaime, la madre y el hermano, por el tema éste.
La cosa fue así. El sábado a la mañana llegaron del interior la madre de Jaime y su hermano gemelo, que es igualito a él, pero más lindo, porque no es bizco. La idea era pasar las navidades y el año nuevo en la casa de Jaime. A Violeta no le hacía mucha gracia la novedad porque no se lleva bien con la suegra y Jaime, según Violeta, nunca fue muy unido con su hermano, entre otras cosas, porque le envidia el que no sea bizco. Imaginate: tener el cincuenta por ciento de las probabilidades de que te toque ser bizco y resulta que te toca a vos y no a tu hermano. Es para embroncar a cualquiera. Igual, digo yo, ¿por qué no se opera? Me contesto: por cabeza dura. Parece que todavía no se enteró de que estamos en el siglo XXI. Yo creo que en realidad le tiene un julepe bárbaro a la operación. No entiende que el láser es una cosita de nada.
Continúo. Pasó todo el día del sábado sin sobresaltos. Violeta y la suegra prepararon la cena de Nochebuena, los dos hermanos arreglaron el jardín: Jaime el delantero, su gemelo el jardín del fondo -que más que jardín es una especie de patio con plantas con una parrilla de hierro al fondo; lo sé porque se ve desde mi ventana. Pararon para tomar unos mates y a la tardecita las dos parejas -“disparejas”- siguieron trabajando por un par de horas. A eso de las nueve, cuando todo el mundo empieza a preparar la mesa para la cena de Nochebuena, escuchan que afuera tocan el timbre. Va Violeta a atender y se encuentra con el vecino, Isidoro, que trae cara de pocos amigos.
-Quiero hablar con su marido -dice.
-Estamos por sentarnos a la mesa. ¿Es urgente? -protesta Violeta.
-Urgentísimo –insistió Isidoro con su típica voz nasal.
-Ya mismo se lo llamo.
Dice Violeta que su marido se enojó con ella porque no tenía ganas de atender a Isidoro, más que nada, porque estaba disfrutando de un buen vaso de vino, mientras preparaba el asado con su hermano. Igual fue, no le quedaba otra. Dejó el vaso de vino sobre uno de los ladrillos que hay junto a la parrilla, que le sobraron de la construcción –yo lo sé porque justo en ese momento me asomé por la ventana para ver cómo venía la noche y lo veo a Jaime, su cabeza, con su hermano. Dejaba el vaso y el hermano aprovechaba la ausencia de su gemelo y se tomaba unos cuantos sorbos.
Jaime fue a la puerta de entrada:
-Qué necesita –preguntó.
-Que me explique qué estaba haciendo usted hace un rato en mi casa, más precisamente en mi dormitorio –dijo Isidoro.
Jaime dijo:
-Nada, porque yo no estaba hace un rato en su casa y, menos, en su dormitorio.
Los dos se hablaban y las palabras del petiso subían mientras que las palabras de Jaime bajaban todo lo que podían.
-Claro que usted estaba ahí, vestido con un sobretodo gris y encapuchado –lo acusó el petiso.
-¿Con este calor? –preguntó el alto.
-Así es –aseguró Isidoro.
-¿Y cómo sabe usted que al que vio era mi persona si el tal intruso iba disfrazado?
-Porque era alto como usted, y flaco como usted.
-Pero, ¿usted no sabe cuántos hay flacos y altos como yo?
-Sí que sé, pero de éste estoy seguro que era usted. Si no, ¿para qué se iba a disfrazar un tipo que yo no conociera? Al que conozco con esas características, inconfundibles, es usted.
Jaime no entendía ni la jota de su nombre.
-¿Y?
-Que si yo conozco al tal es lógico que se disfrace.
-¿Para qué?
-Para que yo no lo reconozca.
Jaime largó un resoplido que tardó varios segundos en llegar a la cara del petiso.
-Usted me está queriendo marear. Yo le juro y le perjuro que no entré en su casa. Además, si tan seguro está de que invadí su hogar, ¿por qué no hace la denuncia a la policía?
Dice Violeta que el petiso se quedó en la puerta sin decir palabra, meditando. Después se dio media vuelta y se fue a su casa. Jaime volvió al vaso de vino con su hermano. Estuvieron charlando un rato y después Jaime volvió a aparecer en la sala, seguido de su hermano y de Violeta que estaba intrigada por saber lo que había pasado con el petiso. Jaime salió y se fue a lo del vecino. Le tocó el timbre y los otros dos, Violeta y el hermano, se quedaron a un costado, esperando. Enseguida vino el petiso a atender.
-Dígame una cosa: ¿su dormitorio da al jardín trasero, como el mío? –preguntó Jaime al petiso.
-¿A dónde va a dar si no?
-Espere.
Jaime llamó a su hermano.
-Jimeno, ¿podés venir?
El hermano hizo lo que Jaime le pedía y dice Violeta que el petiso se quedó patitieso al ver a los dos hermanos juntos. Dos gotas de agua, porque no era posible saber cuál era cual, salvo mirándolos a los ojos.
-Acá tiene a otro tipo con las características que usted dice: alto y flaco.
El petiso estaba ahora más que patitieso.
-Entonces fue él el que estuvo hace un rato en mi dormitorio... Pero no, éste no es bizco. El que estuvo en mi dormitorio era bizco. Antes de salir, me miró en la cara, como burlándose ... y estaba bizco.
El petiso se puso rojo de furia, dio un portazo y dejó a los vecinos afuera.
Jaime, su hermano y las dos mujeres volvieron a la casa. Por el camino, Jaime increpaba a Jimeno:
-¿Seguro que no fuiste vos? Vos estabas en el jardín trasero y, de ahí, es muy fácil meterse en lo del vecino.
-¿Para qué me iba a meter en la casa de alguien que ni conozco?
-Entonces el petiso está viendo visiones. O alguno se lo está tomado a la chacota –dijo Violeta para calmar los ánimos. Y dice que la suegra acotó, para no quedarse atrás:
-Claro, ¿qué otra cosa? Ninguno de mis hijos es capaz de meterse en casa ajena sin permiso. ¿Para qué está la puerta de calle si no?
La cena de Nochebuena transcurrió sin sobresaltos, hasta que en medio de los fuegos artificiales, a eso de la una, Jimeno decidió irse. Estaba ofendido. Su hermano había sospechado de él injustamente. La gente se fue a dormir, pero no conciliaron el sueño mucho rato. A eso de las siete de la madrugada, apareció el petiso acompañado de un policía.
-Es un allanamiento –explicó el oficial ante la cara sorprendida de Jaime –Acá el hombre dice que usted se introdujo en su casa y se llevó dinero, joyas y otras pertenencias.
Dice Violeta que ahora era Jaime el que estaba patitieso. Los dejó pasar y hacer lo suyo. Los policías dieron vuelta la casa patas para arriba y, después de dos horas de búsqueda, no encontraron rastros ni de dinero ni de joyas ni de las otras pertenencias declaradas como robadas por el petiso. Igual, Jaime tuvo que ir al destacamento, donde permaneció casi todo el veinticinco.
Al anochecer volvió a la casa.
-Me largaron por falta de pruebas. Pero esto es una mancha para nuestra familia.
Dice Violeta que dijo y después se fue a la planta alta murmurando. Ella lo siguió y, una vez en el escritorio, lo vio cómo buscaba abrir la caja fuerte y decía:
-Este Jimeno. Seguro que se hizo el bizco. Ya me imaginaba yo que era capaz de una cosa así, con sus antecedentes.
Violeta entonces le preguntó:
-¿Qué antecedentes?
El marido no quiso largar palabra y es el día de hoy que ella no sabe a qué se refería. No le contestó no por falta de ganas sino porque lo distrajo el descubrimiento de que la caja fuerte estaba vacía. Allí, él guardaba los ahorros del año. Enseguida Jaime supo a quién culpar:
-Es el colmo. Robarme a mí, a su propio hermano.
-¿Cómo supo la combinación? –preguntó Violeta. Ella sí la sabía.
-¡Qué pregunta, mujer! La clave es mi fecha de nacimiento. Para él descubrirla no demandó mucho esfuerzo mental.
Jaime no sabía si hacer la denuncia en la policía, primero, porque pensaba que no le iban a creer, y, segundo, porque en realidad no quería perjudicar a su hermano.
Esa noche todos se fueron a dormir como pudieron y Jaime se ayudó con unos calmantes. Al otro día tenía que ir a trabajar y si no dormía no iba a servir para nada. En medio de la noche hubo gritos y a Jaime le pareció escuchar entre sueños que alguien decía:
-Ahí va. Es Papá Noel. Entonces existe.
A eso de las seis de la madrugada tocaron el timbre. Era la policía, acompañada, otra vez, de Isidoro.
-Tenemos otra orden de cateo.
-Pero si ayer vinieron y no encontraron nada -protestó Violeta.
-Ayer estábamos buscando otra cosa.
Dice Violeta que ella los dejó pasar y de nuevo revolvieron todo lo que hay en la casa, pero tardaron menos que el día anterior. Uno de los policías se metió por el hueco de la chimenea y encontró un muñeco lleno de hollín. La cabeza, las manos y los pies eran de goma –aunque imitaba pobremente esas partes del cuerpo humano-, el resto era de trapo. Este muñeco era de tamaño natural y era larguísimo de piernas.
-Justo lo que buscábamos –dijo el comisario.
Dice Violeta que entonces el comisario le pidió a Jaime que lo acompañara al destacamento, pero esta vez iría como testigo. Jaime estaba furioso, en parte porque había dormido como la mona, en parte porque no iba a poder ir a trabajar.
Recién como a las cinco de la tarde volvió a la casa. Estaba muerto de cansancio, pero igual tuvo fuerzas como para relatar lo que sabía del caso del muñeco.
-El muñeco lo puso ahí Jimeno. Ustedes ya deben querer saber por qué. Yo les digo: para joderme la existencia, ¿para qué, si no? El comisario me lo dijo. Pero antes me preguntó si yo conocía el paradero de mi hermano y que recordara que todo lo que yo le iba a decir tenía valor de declaración jurada. Yo le juré y le perjuré que no tenía la menor idea. El, parece, me creyó y me preguntó si yo sabía por qué razón Jimeno metió ese muñeco en la chimenea. Yo le dije que no tenía ni la menor idea. Él me respondió:
“Lo metió ahí porque lo estorbaba. ¿Para qué quería el muñeco si con las ropas y las barbas le bastaban”.
Dice Violeta que dijo Jaime que ante esta respuesta del comisario estaba más que intrigado. El policía se aclaró:
“Las ropas y las barbas le bastaban para huir de la policía, es decir de nosotros, durante un buen rato.”
Jaime no sabía de qué ropas ni de qué barbas hablaba el comisario.
“De las ropas y de la barba de Papá Noel. El muñeco que encontramos en su chimenea es el que su vecino tenía colgado del techo de su casa, disfrazado de Papá Noel. Jimeno, aprovechando que ya era entrada la noche y que todos estaban durmiendo, subió por el techo, tomó la bolsa de Papá Noel, se metió en lo de su vecino y robó algunas cosas de valor. Las colocó en la bolsa de Papá Noel. Ya pensaba darse a la fuga, cuando vio un móvil de la policía que pasaba por la calle Galicia y que se estacionaba justo enfrente del dúplex. Se ve que ahí vio a dos policías que se bajaban y se acercaban a la puerta de la casa de Isidoro. Los vio entrar. Ahí nomás pensó en si podía aprovechar y huir, pero siempre estaba el peligro de que salieran para un lado y para el otro, justo cuando él se iba a bajar del techo. Era muy arriesgado. Igual, se animó. No podía permanecer ahí por siempre. Tomó el muñeco que colgaba del techo, le sacó las ropas, se las puso y luego la arrojó por la chimenea. Volvió al techo y ocupó el lugar que tenía el muñeco y permaneció así, recostado, fingiendo ser un muñeco navideño, durante horas. Mientras, nosotros revisábamos su casa inútilmente. A la otra noche, cuando se aseguró de que todos dormían de nuevo, abandonó el techo y huyó por las calles. Yo ya sabía todo y estaba en un operativo de rastrillaje. Pero hace un rato lo encontramos. Ya está en la jefatura.
Entonces dice Violeta que Jaime le preguntó al comisario que por qué le había preguntado el paradero del hermano si él ya lo sabía:
“Quería saber si usted era inocente, según yo me imaginaba. Yo ya lo sabía todo porque una vecina nos llamó asustada, diciendo que había visto un Papá Noel corriendo por las calles, de árbol en árbol, entre la oscuridad de la noche. Nosotros pensamos que estaba loca, pero después yo me quedé maquinando y al rato relacioné todo: el muñeco colgado del techo y todo lo demás. Si quiere ver a su hermano antes de que lo traslademos, puede hacerlo ahora.”
Jaime no quiso ni oír hablar de Jimeno. Lo único que quería era dormir y volver a la tranquilidad de su hogar.
¿Qué me decís? ¿Te das cuenta lo que cuesta andar mandándose la parte? Un dolor de cabeza. Si tenés dinero y joyas, mejor que no lo sepan. Si tenés un buen pasar, mejor vivir en una casa cualquiera. No llames la atención adornando la casa de modo estrambótico. Si no, te sucede como a Isidoro, que, por querer destacarse, se arruinó la Navidad.
Eloísa Suárez nació en la ciudad de Buenos Aires en 1970. Durante varios años enseñó latín en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Sus elecciones literarias van un poco a contrapelo de lo que se está editando actualmente y sus cuentos se pueden enmarcar dentro del género fantástico en sentido amplio, abarcando tanto el policial como los cuentos de terror. Reconoce como influencias literarias a Rodolfo Walsh, Manuel Peyrou, Poe, Chesterton y Hawthorne, por mencionar algunos.