Ilustró Saurio
Aquella cuestión acerca de si escribir o no poesía después de Auschwitz, o cómo hacerlo, es muy anterior al momento en que algo al respecto dijo Theodor Adorno: tiene que ver con el hecho mismo de hacer poesía, si hacer poesía es hacer algo que merezca algún lugar en la vida humana, y suele retornar a interrogarnos cuando algún advenimiento atroz la desata, una y otra vez. Y la respuesta es, casi siempre, la única posible: escribir, a ver qué pasa, haciéndose cargo de Auschwitz o de como se llame la atrocidad, sin garantías de que a eso que se escribe le quepa el nombre de “poesía”. La poesía, entonces, es un hecho, que obliga a replantear lo que se sabe o espera de “la poesía”.
Acuciado por una realidad que no cesa ni un instante de venirse encima, y, como tal, no deja margen para la palabra poética, Pablo Ananía siente que es precisamente palabra poética lo que ese estado de cosas reclama: “quien habla no está muerto”, escribió Alberto Girri y, en Un espectro asedia a la Argentina, Ananía lo cita, lanzado, como quien ejecuta actos de vida, a hablar de eso que lo urge, es decir a poner en juego, sin garantías, su larga, compleja y singularísima relación con la escritura. Abre así paso a un arte política franca que es también, manifiestamente, un arte poética, pero que para la necesidad de hablar en tanto no estar muerto, así como se presenta, no basta: es toda una vida lo que exige exponer, poner en juego, la propia vida del poeta Ananía, incluidos lecturas, amores, los autores venerados o respetados, la poesía, la familia, las mujeres que por algún motivo lo conmovieron, y lo que en el encuentro o el entrevero con todo eso se suscita.
El resultado es, en todos los sentidos de esa palabra, inmenso. No hay cómo dar cuenta de la experiencia a la que uno se enfrenta en los cuatro libros que componen este libro. Por su magnitud, pero también porque eso es precisamente lo que supone Un espectro asedia a la Argentina: la imposible tentativa de dar cuenta de lo que demanda ser puesto en palabra. Tan imposible como necesaria esa tentativa, tan incanjeable como desafiante y riesgosa: de esos riesgos suele estar hecho lo que hace a la poesía refundarse para no entrar en el juego de la reducción general de cuerpos y palabras.