Ilustró Saurio
Publicado originalmente en Clarín, 2 de febrero de 1986
Advierto algo, digamos, “arltiano” en el intento de tantas y tan distintas actividades: fotógrafo de fiestas y de industria, dueño de una casa de fotocopias…
¿Sabés otra cosa que hice? Vendía un aparato vibromasajeador; me había asociado con un periodista, Rubén Cáccamo, e íbamos a las peluquerías de mujeres. Rubén entraba y hacia la promesa básica: "Ahora mi compañero les va a hacer un masaje en la espalda y ustedes van a ser muy felices".
¿Vendían algo?
Muy poco. Casi todo lo que vendí de este modo, casa por casa, por la calle, se pareció bastante al fracaso. Uno de mis negocios más estables, porque lo mantuve durante 7 años, fue una librería en San. Juan y Boedo, en una galería en la que no entraba nadie. Otro intento comercial muy cómico fue un estudio fotográfico, en el pasaje subterráneo Obelisco.
¿Qué tenía de cómico?
Una era el nombre. Había que ponerle uno. Entonces, mi socia me designa a mí, el poeta, para buscarle un nombre muy original. Lo pienso, lo pienso, y como el número del local era el 44, le puse "El 44". Un día, limpiando una gaveta, descubro que el negocio anterior, una camisería, también se llamaba "El 44".
Claro, ¿de qué otro modo? Tu librería de San Juan y Boedo se llamaba "San Juan y Boedo".
Sí, pero he tenido títulos más felices. Fijate el nombre de algunos libros: "Cerrado por melancolía", "Cuentos anteriores" que encierra un alto grado de ambigüedad, necesario al parecer en los títulos.
¿De qué modo se llega a un buen título?
Piensa Borges, y comparto su opinión, que un título de Mallea le parece dilecto: "La ciudad junto al río inmóvil". En mi caso personal, mis títulos surgen tras la obra. Hay toda una teoría literaria al respecto que sostiene que la obra es preanuncio del título.
¿En qué consiste la teoría?
Algo así: las primeras palabras (una, dos, pocas más) marcan el resto de la obra y el título.
¿Comprobaste la veracidad de esa teoría?
Sí. Por ejemplo, mi cuento "Dublín al Sur" empieza con la palabra "gané". Cuando Borges escribe: "A mi, tan luego, venir a hablarme de Francisco Real". Ese "tan luego" está marcando todo el cuento, porque quien está narrando es el mismo asesino de Real, ¿a mí venir a hablarme de él, si yo lo maté? De todos modos no creo que se puedan hacer cuentos desde la teoría, el cuento pertenece al estricto misterio de la creación.
Ahí leo, en un cartelito, ahí atrás, la frase "El sentido del humor salva muchas cosas"...
Ah, sí, son cosas que hace Elena Zambonini, una amiga. Y tengo otra que dice "La fiera ruge y el ángel canta". Las dos son frases mías.
De haber podido hacer la elección, ¿a qué frase propia le pondrías marco?
¿En este momento?: "Envejecí sin crecer".
¿Qué quiere decir?
Que cuando se pasan los 50 años es inevitable cotejar entre lo que se ha querido ser y lo que uno realmente es. Yo pertenezco a una familia muy pudiente y soy el único que no tiene un buen pasar. Siempre soñé con ser reaccionario.
¿Lo lograste?
No. ¿O acaso viste alguna vez un reaccionario que tuviera un mal pasar?
Entonces no pudiste ser un reaccionario ni alcanzar un buen pasar.
Un cuñado mío, algo aficionado a la bebida, solía decirme: "Mirá, che, te pasaste a la reacción sin guita".
¿De qué cosas te salvó el humor?
Yo sostengo que el humorismo es la penúltima etapa de la desesperación. El sentido del humor es una forma de ver la vida, es lo que lo rescata a uno de la imposibilidad de sentir. Para mi, la persona que no tiene sentido del humor no tiene sentido.
¿Se trata de gente con personalidad de aquel personaje de historieta, "Don Fulgencio"?
No, para nada. Tiene que ver con la posibilidad de ser poeta, escriba o no poesías. Todo niño es un poeta, porque hace cosas poéticas. Poeta es cualquier adulto que sigue siendo niño, que logró preservar la locura por sobre la idiotez social.
¿Por qué le dirán sentido del humor?
Creo que tiene que ver con los cinco sentidos, y el humor como un sexto. Es el poder percibir el "feeling". Barthes, en un ensayo sobre Racine, habla de la a-simbolia, o sea, de la gente que no tiene capacidad de percibir los símbolos. Son aquellos que suelen preguntarnos: "¿Y que quisiste decir con ese chiste?". Ellos suelen tener, en cambio, una muy buena relación con el dinero.
Allí habría un nudo: o tenemos capacidad para hacer fortuna o un bárbaro sentido del humor pero ni un peso.
Algo de eso hay.
Cuando mencionaste aquello de "envejecer sin crecer" la frase sonó grave. No sé si tuvo esa resonancia adentro tuyo o si es una humorada más.
Quise decir que no he conseguido aquellas cosas materiales que la gente de mi edad ya tiene.
No toda la gente de tu edad. Pero entiendo esa clase de insoportabilidad. Varias veces en reportajes que te hicieron leí que le quejabas por no tener departamento propio. ¿Este es tuyo?
Sí, pude comprarlo.
Congratulaciones.
Gracias. Debo, pero lo tengo. Creo que de no haber vivido permanentemente en la intranquilidad económica, a lo mejor podría haber escrito más.
¿Cuántos libros más?
Aunque no soy de mucho escribir, porque rehago y rehago, calculo que podría haber escrito dos libros más.
Pero no se puede todo. Seguramente debe haber exitosos del dinero que envidian tu posibilidad de creación y tu sentido del humor.
¿Sabés lo que tengo yo? Una visión atípica de mirar ciertas cosas de la vida, que es lo que me ayuda. Te voy a hacer una pregunta: la última vez que votaste, ¿con qué pegaste el sobre?
Seguramente con saliva.
Bueno, yo pensé en algún dispositivo para mojar y mantener mojados los sobres. Un amigo al que le conté me dijo que reparar en esos detalles denotaba un aspecto infantil de mi personalidad. Por eso digo que envejecí conservando cierta visión. Hay un hermoso poema de Nazim Hikmet, escrito en prisión y dedicado a su novia, que se llama "Carta a Taranta Babú", y que dice algo así: "Sin jactarme, querida, pasé como una bala estos 10 años de encarcelamiento, pues guardo, como entonces, salvo este mal del hígado, el mismo corazón y el mismo pensamiento". En ese "envejecer sin crecer" mío figura el rechazo a cierta idea del crecimiento que rige en esta sociedad: llegar a algún sitio, tener cosas, renunciar a principios para lograrlas y a veces volverte directamente tonto. Yo conservo en parte aquel mismo corazón infantil.
¿Cuál es el episodio de mayor carga a-simbólica que recordás?
Puede ser uno que justamente hoy recordaba. Me lo contó un amigo que hizo su conscripción en el Regimiento de Granaderos a Caballo que se ocupa de la custodia presidencial. Sucedió durante la primera presidencia de Perón y la clase que terminaba su período debía darle la mano al general. Durante seis meses practicaron, la manera, que incluía un agradecimiento. Había que mirarlo al entrecejo, pero no con una mirada tan penetrante que pareciera ofensiva. Había que darle la mano con una intensidad como para no parecer mariquita, pero no apretarla tan fuerte como para no agraviar su investidura. ¿Te imaginás ese ensayo, durante seis meses, con un sargento controlando que la ambigüedad sea lo más ambigua posible? Si a este país, que está plagado de episodios como éste, y muchísimo peores, no se lo toma con sentido del humor, si no se le admite en sus símbolos posibles, ¿qué nos queda?
¿Qué nos queda?
La última etapa de la desesperación, que es el suicidio. Me causaba mucha gracia el uso del lenguaje durante la dictadura. Por ejemplo, palabras como desinstitucionalización. Son enormes los problemas de los dictadores con el lenguaje. ¿Sabías que en esos años algún censor prohibió el libro de físico-química "La cuba electrolítica"? Una vez escribí un artículo en el que decía que todo pasaba por el lenguaje: al final, como dice el tango, el lenguaje te vende. Mirá lo que pasó durante la guerra de las Malvinas: a la zona de combate le decían teatro de operaciones. Y era un teatro, realmente. ¿Cómo no iban a proliferar los, eufemismos si el país no era otra cosa que una figura retórica? Esto se continúa ahora. Ahora se usa muchlsirno la palabra autoritario. Sarmiento fue autoritario. Victoria Ocampo fue autoritaria. Y no fue malo en cada caso que así fueran, porque además eran eficientes y respetables, diría excelentes en lo suyo. El riesgo de los eufemismos es que reducen a nada el valor lingüístico.
Hablando de eufemismos. ¿Los talleres literarios lo son?
El de los talleres literarios es un tema álgido porque yo vivo de ellos.
Entonces contás con la autoridad suficiente para hablar de ellos sin autoritarismos.
Hace muchos años nos reuníamos con Abelardo Castillo, Carlos Grosso...
¿El peronista?
Claro, él es profesor de letras. Con Miguel Briante, Ricardo Piglia nos reuníamos en el Café Tortoni los viernes. A nuestra mesa llegaban conocidos y desconocidos a leernos cuentos y poemas y nosotros con el mayor rigor posible los juzgábamos. Pero luego llegó la represión y ya no se pudo hacer tan fácilmente la reunión pública. Porque cuatro o cinco con cara de raros y papeles eran gente muy sospechosa. Muchos por temor nos replegamos, dejamos de noche y esa costumbre de encontrarse una o dos veces a la semana con los pares fue desapareciendo. Cuando nos metimos para adentro empezaron a proliferar los talleres literarios.
¿Qué opinás de los :talleres literarios?
Parto de la base que sería deshonesto decir que se puede enseñar a escribir. Mi idea es orientar y encauzar una vocación ya prefigurada. Desde mi concepción, la palabra taller implica fundamentalmente trabajo y no la seducción de supuestas inspiraciones divinas con sus correlatos literarios. El taller no es un dogma, es una guía para la acción. Para mí, el taller suple a aquella reunión de pares, y para el alumno es la primera lectura, es la primera pasada de su texto por la conciencia colectiva.
Se te conoce como una persona afecta a la elaboración de teorías. Desde esa perspectiva, ¿podrías explicar el sentido de la literatura?
A propósito de eso, últimamente elaboré una teoría muy extraña. La teoría de la preexistencia del texto. Te voy a dar algunos ejemplos: textos que primero son escritos y luego se verifican qué sucede. Yo creo que, como decía Arlt, un escritor es un mero secretario, un desolado amanuense de hechos que escribe y suscribe. Me sucede que cuando escribo "Carroza y reina" se me ocurrió que la carroza (que participaba de los festejos del Día de la Primavera de 1980, en San Juan y Boedo) era pintada y decorada por un maestro filetero. Pienso en uno real, llamado León Untroib, para que sea "el artista" de mi cuento. Un día lo encuentro en San Telmo, le cuento y sin asombro me dice: "Claro, está muy bien, porque yo en 1980 pinté esa carroza".
¿No lo sabías? ¿O lo sabías y lo habías olvidado?
No lo sabía. Cuando escribo "Cerrado por melancolía" pongo que uno de los negocios de esa galería comercial en la que no entraba ningún cliente era un acuario. Tiempo después de vender la librería un amigo que no sabía que se había cerrado va a comprar un libro y se encuentra ¡con un acuario!
¿Y te ocurren muchos episodios similares?
A lo mejor esta teoría me sirve solamente a mi, pero veo a través de ella que la literatura puede ser definida como un ejercicio de la preexistencia. No se confunda lo que digo con anticipación o magia.
¿Tiene algún correlato en la vida?
Lo tiene. Una vez un amigo de boliche me dijo: "La mujer elige al hombre que sabe que la va a elegir". Yo digo: la literatura elige al escritor que la va a escribir. El cuento "Carroza y reina" es también una metáfora de lo que está ocurriendo en el país. Su protagonista, Gonzalito, es comparable a Alfonsín. Gonzalito presidía la Asociación de Amigos de Boedo y tenía pasta de líder. Consigue cosas fantásticas e importantes para la carroza pero se olvida de pedir un permiso para que el vehículo pueda pasar de una circunscripción a otra. Y de un instante para el otro, todos los que le cantaban, o sea "la multitud", que es un personaje (cantos como "Este no es un barrio al pedo, es el barrio de Boedo”; "Carroza y reina, para el barrio más pierna"), se vuelve en su contra, comienza a denostarlo y a despreciarlo diciendo: "Es un chanta". Algunos muchachones destrozan la carroza. Esta afección procaz a la que yo llamo infantilismo senil la sufrimos todos en mayor o menor medida.
Mentalidades extrañas
¿Cuáles son tus temores?
Soy una extraña mezcla. He tenido momentos de audacia y cobardía, de valentía y de temor, al mismo tiempo y a la misma hora. Pero a lo que le temo más es al' tiempo en el destiempo. Me explico: ¿Viste que las viejas dicen "todo llega"? Es cierto, todo llega, pero no es lo mismo que llegue en el momento en que uno lo quiere y lo necesita. Le temo al cruce entre lo que tuvo que haberse dado y lo que ya no sucederá.
¿Ese temor te condena a algo?
En materia de condenas tengo bastante experiencia. Yo estuve condenado, tal vez como hermano menor, a ser el idiota de la familia. En las familias los roles se reparten rígidamente. Al fin yo pude dislocar esos roles. Estuve casado más tarde con una mujer que me decía: "¿Para qué escribís esos papelitos?" Hasta que un día la encontré leyendo subrepticiamente esos papelitos míos que tanto la hacían sufrir.
¿Cómo lograste eludir un mandato tan pesado como ser el idiota de la familia?
Todas las empresas que puse, antes de dedicarme por entero a la literatura, las puse como aventura adolescente y siempre teniendo el modelo de los triunfadores económicos. Yo escribía como si estuviera haciendo algo pecaminoso, como si le estuviera quitando algo a alguien. Hasta que un día logro eliminar ese sentimiento y a partir de entonces empiezo a vivir de esto. En realidad me empieza a ir bien cuando logro hacer lo contrario de lo que me habían enseñado que hiciera. Aunque pensándolo bien pude tomar distancias con el mandato cuando llegó hasta mi vida una mujer, me miró a los ojos, me besó y me dijo: "Te quiero". Ahí sentí que no era más el idiota.
De todos los muchos oficios y negocios insólitos que intentaste, ¿cuál dejaste de hacer?
Ah... varios. Una máquina de pintar paredes. Un automóvil cuyas puertas se accionan por energía solar. Yo, en el fondo, he buscado cosas para ser más feliz y hacer más felices a los demás. Con la literatura siento que por fin lo estoy alcanzando. Siempre me conmovió esa frase de Arlt, que pone en un sueño de Erdosain: "Y estaré sentado sobre una montaña de oro y tendré todo y rascaré el oro con las uñas de las manos ... , e igual no seré feliz". Yo descubrí mi montaña de oro que consiste en que puedo ser feliz haciendo lo que me gusta.