Hace apenas unos meses, el sello
Siesta
publicó
La máquina de hacer Paraguayitos, obra ganadora
del concurso de poesía organizado por esa editorial, primer libro de
Santiago Vega. Los lectores ávidos en busca de nuestro autor pueden
encontrar asimismo inconfundibles huellas de su puño (las letritas son
ajenas) en el cuerpo de
"La Novia de Tyson" , revista que dirige
junto con otro poeta que se las trae (las piñas, digo): Edwards, Rodolfo.
Pero, en verdad,
La máquina... es un segundo libro, habiéndose
prodigado el primero casi tanto y tan peculiarmente como su autor. De
modo que
Zelarayán -así se titula- puede leerse, casi
completo, en el
"Diario de Poesía" (N° 41, otoño '97), medio
que también le había otorgado el premio (compartido) del Concurso homónimo.
Además, fue incluido en la página web
poesia.com
y en la antología virtual
Monstruos, el sueño de la poesía
(compilada por Arturo Carrera para la sección web del ICI), sitio
en el que ese taimado texto medra junto con otras criaturas de la misma
cosecha cuya mejor virtud sea, tal vez, la de prefigurarlo. Por su parte,
la semi-clandestina
Ediciones del Diego -propaladora de valiosos
trabajos en libritos precarios que, según aclaran los editores/autores
Durán, Villa y Desiderio, conforman una
'colección para amigos'
-dio cuenta de las bondades de
Zelarayán . Un 'libro'
que, por lo visto, como el poeta homenajeado desde el título, va en
camino de convertirse en un mito involuntario y renegáu, pero que suma
a sus peculiaridades la de haber sido oficialmente halagado y soslayado
con parejo énfasis. Esto se percibió, al menos, desde el lugar de un
lector situado fuera de los circuitos del cotilleo crítico/editorial.
¿O se trata nomás de un sintomático misterio? ¿Por qué durante un lapso
de dos años ninguna editorial de las que tienen su benemérito ISNB y
los recursos adecuados para editar de un modo consistente y garantizar
una circulación regular a sus producciones no gastó unos pesos en darle
el bellísimo y práctico formato de libro a una serie de
desatinos lírico-narrativos
tan contundente y original y, por lo pronto, favorecida y recomendada
para su publicación por esa otra maquinita, el consenso de la prensa
especializada?
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Quién sabe. Hay cuestiones parecidas a agujeros
negros: sólo admiten hipótesis, no respuestas, y tanto unas como otras,
como habrá comprobado quien haya tenido el valor de asomarse a la precedente
nota al pie, se desintegran al menor contacto imaginario con su objeto
terrible y banal. Por nuestra parte, aunque no somos los felices poseedores
del dinero ni de las claves de 'planificación' (o, simplemente, del
capricho) de quienes podrían darse el gusto de perder unos patacones
para ganar la dicha de producir algo tan cercano de la perfección como
un buen libro de poesía, y aunque a guapos del lumpenaje nos gana hasta
la primera novia de Pelé... Como no somos nada, digo, salvo egoístas
virtuales sin grandes oportunidades de demostrar lo contrario, gastamos
gozosamente algo de tiempo en editar y como -en efecto- sí podemos,
algo de esta prosa alucinada, lujuriosa, rítmica, irónica, incierta,
en fin: de Santiago Vega.
Un poeta argentino que tiene el don de ganar premios y de ganar cómplices
sin necesitar realmente de unos ni de otros. Que es capaz de transmutar
todo lo que toca y ve y saborea y odia y, especialmente, todo, todo
lo que lee por ahí, en pequeños objetos erizados de belleza, filosos
y necesarios como ciertas melodías que oídas al azar acosan para siempre
a la memoria, o ese trago último que destila en la lengua la cosquilla
alucinante de un puntual veneno. Y que por eso es eficaz hasta cuando
finge ignorar aquello que se le cae de la manga: vocablos ladinos de
oro en polvos, signos ígneos y plebeyos que provocan la ilusión de detectar,
revelar y volatilizar los objetivos triviales detrás de los que se esconde
cuanto hacen, piensan, dicen, ejecutan esos otros que
lo tienen todo
-el poder, los medios, la fortuna-para embaucar con nada. Un poeta que
jugando al distraído entre paraguayitos, perucas, salteños, coreanitas,
demoníacos dominicanos, lúmpenes de toda laya y tarados televisivos,
puede desatar orgías donde el crimen se parece tanto al acto amoroso
que para coger/cojer algo hay que concentrarse al máximo en los peligros
y las ventajas ocasionales de recibir y dar (el golpe). Y que, además,
encima, como si, al paso sincopado de la prosa induce para siempre el
advenimiento fantasmal de un sujeto casi tan alegre, alerta, atropellado,
y -hay que decirlo-calentón, como ése que uno se topa algunas veces,
casualmente, por Corrientes o por cualquier calle-mejor de Córdoba
hacia el sur-, hurgando en el hueco de ciertas librerías, tomando una
cerveza, o persiguiendo miríadas de muñequitas de amor portátil, castamente
derramado. Porque la felicidad de tantas adiciones fácilmente apodícticas
y adictivas llega ahora a multiplicarse en ese fatuo despliegue plagado
de virtualidades y secretos -que cada tanto alguien ventila y guarda
bajo otra llave, por las dudas-, ese producto sin fecha de vencimiento
visible que se promociona en los exhibidores del súper-mercado infausto
y fácilmente alegórico del cantar/contar. Exacto: una novela.
Sabemos cómo empieza, ahora, porque aquí va un
primer capítulo. Sabemos algo de su personaje principal, aunque subsiste
otro misterio (y si supiéramos, nosotros, no seríamos): ¿cómo fue que
el bailantero maratónico de Tucumán, Cucurto, devino poeta y, como si
fuera poco, uno más de esos sujetos impredecibles, guarangos, cadenciosos,
increíblemente temerarios y lúbricos, capaces de cualquier desmán en
el desvarío vengativo del sigilo -un
dominicano? No sabemos cómo,
menos el por qué, y menos hacia dónde va esta novela que iremos completando
en próximas entregas; pero sabemos que alguna clase de respuesta flota
en este potingue del desmadre peronista/caribeño, y también que a esta
altura la respuesta importa menos que todos esos brillos y perfumes
y texturas de golosina ardiente que ofrece un mundo de infinita miseria
y de infinita felicidad,
fruta podrida (escribió un nadaísta)
a fin de cuentas. Y algo más podemos arriesgar (total no es gratis):
también en esto de novelar, de ver sin velos en un sueño lleno de inminencias,
este raro hereje milagrero, el tal Santiago, encuentra en su camino
la dicha de escribir a costa de un precio que sólo él conoce y calla,
como perfecto caballero salteño o antillano. Es una hipótesis. Desde
el borde de estas fantásticas heredades abonadas casi exclusivamente
por el cinismo y el hastío, algo incómodo, como si pensara todo el tiempo
-ebrio de sí- en otra cosa, pero dispuesto a reír primero y mejor a
costa de nuestra resignada hipocresía,
mesié Vega es presa una
y otra vez del vértigo y la fatalidad de estar acá, ser esto. Quiero
decir: se las ve negras
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Así enunciada, la pregunta parece lo que es, estúpida o capciosa. Pero
se trata se mostrar un síntoma, no de magnificar un caso que, por otra
parte, justifica más la celebración que el denuesto. No postulo un complot,
desde ya, sino algo que estaría, casi, en las antípodas. Porque a veces,
a cierta altura de las celebraciones, nadie sabe ya para qué había acudido
a la fiesta, o termina festejando otra cosa, que olvidará al día siguiente
con el primer vaho de las fragancias matinales sobre el hedor de la resaca.
Recuerdo ahora el episodio del joven cordobés que en estos días, después
de presentar un no-invento tan absurdo como una supuesta cafetera parlante
que además era ¡una guía de calles!, fue proclamado por la academia 'científico
del siglo', recibido, por el gobernador De la Sota, invitado al programa
de la Susy y, por supuesto, enfocado y luego desenmascarado prestamente
por los mascarones sin proa de los noticieros. Eso: "¿cómo fue posible?''
Además de explicar en parte por qué cierta tradición de malas novelas
pergeñadas por los ideólogos de la patria surreal/populista ha producido
producido tantos best-sellers, el hecho suscita una vez más la sospecha
de que, encriptados en el reverso de algunos falsos misterios, los mecanismos
que postulan y rigen 'la realidad' en términos de consenso estadístico
son, a su vez, tan estúpidos y capciosos como parecen. Porque yo no me
sorprendería si, para explicar el caso que nos ocupa, alguien sostuviera
que las editoriales no editan poesía por cuestiones obvias de mercado;
por supuesto, primero: estaría mintiendo -poesía se edita; segundo: omitiría
el dato de la gran cantidad de narrativa nacional 'de catálogo' que abarrota
año a año, terca e infalible, las mesas de saldo (papel sí: se vende).
Y si alguien sostuviera una vez más que la poesía no se vende porque/
la poesía no se vende, sólo ratificaría que 'al que nace barrigón...'
más vale ponerle una faja laudatoria, algo que no necesitan los buenos
libros para convocar a la paisanada -mucha o poca, pero de fierro. Claro
que, en última instancia, a falta de recursos puede recurrirse a la inversión
del cross: cuando se tiene algo que leer..., en fin: importan menos los
soportes de lectura que negarse a naturalizar el zumbido ensordecedor
de la incoherencia en un ámbito donde tantos moscardones sumamente productivos
'prestigian' los fondos editoriales antes de ir a alimentar, olvidados
para siempre, los fondos de los estantes o, peor, de los depósitos.