Wáshington
Cucurto quedó impresionado mirando a las chicas del supermercado. Una
extraña luz se encendió en sus ojos y su cara de provinciano alzado tomaba
rara textura. Bizcacheaba los culos debajo de las telas, de las gruesas,
azuladas e impenetrables telas de jeans. Espaciaba sus ojos en el devenir
de las nalgas...¡Recién llegado y alzadísimo! ¡Erectas sus huestes el
toro tucumano! Miraba los redondos, porteños culos de las señoritas que
repartían volantes y perfumitos ante las puertas del Coto y se afanaba
en que ése y no otro fuese su Jardín de la República...La propaganda del
mundo giraba en tiernas manos. El dinero del mundo se valía de rostros
angélicos y vidas adolescentes. El comercio bañábase entre la delicadeza
y formábase buena imagen, era mirado y deseado por todos. El dinero del
mundo excitaba las pupilas y trastornaba las neuronas. Tornábase blanco
y delicado. El comercio del mundo era hermoso y delicado como un tierno
gatito en un poema de Penna... El dinero era la lontananza, la juventud
y la bondad. ¡Oh Master Inspirator del mundo moderno y de las almas jóvenes!
¡Capaz de detener la más ominosa decadencia! ¡Oh, trastorno, verde glorieta
de tilo para el sueño de las almas viejas! ¡En ti vive el amor, los grandes
imperios viven tu hechizo! ¡Oh dinero, sin ti todo es charco! ¡No hay
tronos sin ti!...
Su negra poronga tucumana iba tomando un tamaño y un color extraños, distraíase en una burbuja de imágenes: ¡Esos rosados ojos de dieciséis años! ¡Esos adánicos ojos palpitantes que lo ven todo roto!...¡Esos ojos usados en el campo! ¡El milico rompiéndole el culo a la guacha! ¡Mi padre rompiéndoselo a mi madre! ¡El de la profesora y el del profesor! ¡Todos queremos ver sangrar agujeros! ¡Todos quieren que les rompan el agujero! ¡El campesino se lo rompe a la gallina! ¡El uruguayo a la gualeguaychense! ¡El ticky le cierra el ojo a la ticky!... ¡El chiri se lo cierra a la chiri!...
Y fue al final del insoportable verano, de la edwardiana melodía del verano, cuando Wáshington Cucurto llegó en La Veloz del Norte, con escala en Tucumán y proveniente de Santo Domingo, entre bolsos y bolivianos cruzó la calle y se sentó en la vereda de la plaza Constitución.
A esa hora imprudente de la tarde y en esa etapa tardía del verano, Wáshington Cucurto recaló en Buenos Aires. Paró un taxi, puso en el asiento trasero su bolso. Se distrajo un segundo o ni eso mirando el culo ceñido de una pendeja. El tacho arrancó jalonando el aire de ambos costados, produciendo una ventisca caliente y sofocante. Un chisporroteo salió de sus chapas, se elevó hasta las ramas de los árboles que a esa hora estaban cubiertas de hollín y vapor de los balcones bajos...
La puerta quedó abierta y el saxo va rodar, dando saltitos acrobáticos, al medio de la avenida. Se enciende el semáforo y una manada de autos y colectivos se lanza encima de la avenida. Cucurto se tiró jeta abajo, al mejor estilo guaraní: esquivando guardabarros, escupidas e insultos de tacheros y colectiveros, amagues de pisarlo entre ruedas inmensas como patas de elefantes, gambeteando guardabarros ingratos, paragolpes mugrientos...
¡Tucumano sembrador de papas! ¡Andá a arrancar limones! ¡Qué te creés, que estás en las vías de un ingenio! ¡Negro lamedor de caña!, ¡Correte que te piso, mandarina! ¿Quién sos? ¿Palito? ¡Dale, cabeza de higo, hacéte a un lado que te hago mermelada! ¡Dejá de lengüetear el asfalto que ahí no crecen limones!, repetían tacheros y colectiveros.
Cucurto seguía con la mirada clavada en el saxo. Creyó verlo, pero se interpuso un colectivero echando ráfagas y levantó una cortina de humo espeso y negro. El humo le enrojeció los ojos y lo hizo llorar. Un fuerte ardor en la garganta lo enmudeció por un rato. Cuando abrió los ojos vio entre los troncos de los árboles a un chico de unos cinco años, rubiecito, que corría con el saxo. El borrego cruzó las plataformas rompiendo filas trabajadoras. Agarró la calle Lima y dobló por un pasaje llevándose por delante vestidos, remeras Mickey, pulseras y jeans de los puestos callejeros que estaban armados en la vereda. Esquivó puestos de panchos, carritos de helados. Pasó frente al hotel Cosmos, tocando pechos y nalgas que a esa hora hacían cola para entrar al hotel de parejas. Cucurto lo seguía a pie firme llevándose por delante todo lo que el guacho esquivaba: vendedoras, prostitutas, autos. Su mala suerte llegó al colmo cuando se llevó por delante un carrito de panchos: se derramó el agua sobre su pantalón blanco. Volaban las garrapiñadas y las manzanas pochocladas. No tardó en pisar las salchichas y se cayó sobre un charco de agua hirviendo quemándose a lo bonzo. Se le escaldaron las piernas y se le pelaron los codos. La espalda se le llenó de ampollas. Los huevos se le pusieron negros y la bolsa escrotal se le hundió dentro de la vejiga. Se puso de pie pisando salchichas y potes de mayonesa. Trató de mantener el equilibrio apoyándose en el vidrio de un negocio, pero con tan mala fortuna que el vidrio cedió mandándole dentro de la vidriera. Los despertadores que estaban en oferta sonaron todos a la vez. Los ositos a cuerda comenzaron a desfilar por la vereda; saltaron el cordón y llegaron hasta el medio de la calle; un micro de la línea 100 frenó de golpe para no pisarlos, provocando un múltiple choque en cadena. Cucurto quedó en la vidriera abrazado a dos grandes monos de peluche. El dueño del negocio y dos lindas vendedoras trataron de levantarlo. La situación fue engorrosa: los 110 kilos del músico los empujaron, también, dentro de la vidriera: El chico volvió a pasar dando otra vuelta completa. Cucurto lo vio y se paró enfurecido, haciendo a un lado a los vendedores. Ante la mirada incrédula de todos lo que pasaban, salieron de nuevo a la plaza; dieron tres vueltas completas y Cucurto cayó dos veces al agua podrida de la cuneta. La camisa de seda blanca y el chaleco negro de cuero quedaron hechos una miseria. Olía a agua podrida con gusto a pancho y mayonesa.
La correría tuvo gran aceptación entre los vecinos del barrio. Pronto hubo divisiones según las simpatías: los de las veredas pares alentaban a Cucurto, los de las impares al chiquilín. La sana competencia y el espíritu del deporte se enaltecían. Los taxistas tocaban bocina y agitaban pañuelos indistintamente, pasara quien pasara. La improvisada bienal del barrio de la Constitución comenzó a tomar color: las cajeras del Coto de uniformes rojos salieron a la vereda y aplaudían la figura morena y de enverga-dura de Cucurto cada vez que pasaba. Impávidas, las boleteras de la Compañía de Trenes del Sud, de uniformes azules, salieron a la calle y comenzaron a alentar con más fuerza al niño prodigio. Sinceramente, Cucurto estaba muy lejos de poder alcanzar al niño, pero no cejaba en su intento.
Finalmente, el pibe escapó y Cucurto se tiró exhausto sobre un banco de la plaza. De pronto, desde un rastrojero celeste y blanco modelo '73 parado en la vereda de Coto, un negro dominicano le toca bocina y le grita: "¿El Sofocador de la Cumbia?" "Sí", contesta Cucurto. "Vamos, suba que toca dentro de dos horas. Tire las valijas ahí atrás". Y al verlo de más cerca: "Pero , ¿qué le pasó? Hace quince minutos que llegó a Buenos Aires y mire cómo está ¿Qué le pasó? ¿Lo atropelló un carrito de panchos? ", el negro se reía. "Me robaron el saxo", contestó Cucurto. "¡Qué barbaridad, cada día hay más robos! Bueno, ya le conseguiremos otro. Suba, ¿o piensa quedarse parado toda la tarde? Cuidadito con mancharme el tapizado." Al entrar en la camioneta, Cucurto se chocó con unos labios rojos y gruesos y una cara bellísima. Un par de tetas muy grandes, redondas, debajo de un top rojo, y unos pezones como ciruelos. "Perdón, no los presenté. Ella es Suni, La Bomba Paraguaya. Dueña y señora del hombre más rico de la Republiquísima Argentina, el superempresario bailantero: Fabián Frasquito. El hombre que lo contrató para que cante esta noche en su bailanta". Dijo esto y el auto despegó violentamente produciendo una verdadera congestión en el tránsito. El sacudón hizo que Cucurto aterrizara sobre los almohadones de Suni: "Cuidadito, señorito, no soy tan fácil y no me gustan los babosos", advirtió La Bomba Paraguaya.
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El chofer dominicano miraba a las rubiecitas chetitas
que salían de las oficinas de tribunales. El músico sintió un bulto debajo
de sus pies, en el piso del auto, como una alfombra roja y esponjosa que
respiraba. Desesperado, comenzó a patear aquella masa uniforme de grasa,
pelos y pulmones. Abundante la baba segregada: burbujeante y pegajosa.
El negro se dio cuenta: "¿Qué hacés, maricón? ¡Dejá de patear a ese pobre
animal! ¿No ves que es nuestra mascota?" "¡Sáquenme a este monstruo de
encima! ¡Que me está manchando los zapatos con moco!" "Emanuel, a su lugar!",
ordenó Suni, y el oso hormiguero se escondió debajo del asiento. Suni
explicó: "Es un oso hormiguero que me trajo mi marido del sur de Asia,
y su valor es de 120 a 180 mil dólares. Único ejemplar en América" El
hijo único de Frasquito miraba con sus ojos negros y brillantes a Cucurto,
que seguía atemorizado. "¡Epa, caray, pensé que los argentinos amaban
los animales!", dijo el negro riéndose.
"¿A dónde vamos?", preguntó el músico mientras el chofer enfilaba por una banquina luminosa. "A las Lomas de San Isidro, a la casona del señor Frasquito. Hoy es su cumpleaños y pensamos festejarlo a troche y moche", contestó Suni.
El negro volanteó imprevistamente. "Debo hacer una pequeña parada, señora", se excusó. "Está bien, Henry, hazla." El negro bajó rápido -cerrando la puerta de un golpe-frente a un edificio derruído, colonial, con una lucecita en la puerta.
"¿Qué es esto?", preguntó Cucurto mirando a Suni que no dejaba de acomodarse el top para que las tetas no se le derramasen, al tiempo que sacaba de su cartera una caja de habanos guatemaltecos. "El Palomar", respondió La Bomba. "¿Y qué es El Palomar?" "El conventillo más grande de la Argentina. Este edificio tiene más de 1.500 habitaciones. Y cada habitación tiene de 4 a 9 camas dobles. ¿Sabe lo que eso significa? Acá hay 5.000 votos y más de 20 puntos de reiting para mi programa de cable que sale la semana que viene". "¿Y para qué entró el negro?" "A buscar a sus primas, las bailarinas que lo acompañarán esta noche sobre el escenario. También van a hacer un trabajito. Los invitados de mi marido quieren conocerlas... "¿Invitados? ¿¡Qué!? ¿Hay joda?" "Correcto" -asintió Suni. "Perdón, ¿fuma, Wáshington?" "No, gracias, señora".
Suni mete de nuevo la mano en la cartera y saca un objeto brillante, pequeño pero pesado, y se lo entrega: "Tome, Wáshington". "¿Qué es esto?" "Un encendedor, ¿no sería tan gentil de prenderme el habano?", dice mientras inclina su cuerpo sobre el pecho del músico, haciendo que sus grandes tetas rocen su hombro y que sus labios toquen su oreja. Cucurto agarró el encendedor e inclinó su cuerpo hacia atrás para poder encender el habano, y exclamó: "¡Qué pesado!" "Es de oro puro, pesa un kilo y medio. Regalo de cumpleaños", agrega la dama mientras le tira el humo en la cara.
En ese momento el dominicano baja con las tres negras: "Vamos, suban, chicas. Dos atrás y una adelante". Dirigiéndose a Cucurto: " Las tres mejores bailarinas de Buenos Aires. Les presento al señor Wáshington Cucurto. Saluden, chicas", ordenó el negro. "Idalina, Magela y Doricel. Quédense quietas y cuidadito con mancharme el tapizado. No le toquen las piernas a la madama", siguió ordenando el dominicano. Las negras se acomodaban en los asientos traseros riéndose, diciendo chistes sexuales, empujando y casi echando del auto a la madama. Las tres le restregaban el culo por la cara al sorprendido Cucurto.
"Oye tú, Cucurtín, ¿es cierto que a ti te gusta el colmillito de elefante?", le preguntaron a coro las dominicanas. "¡Coño! Cállense, dominicanas del demonio", interviene Henry a cara de perro. "Se vienen de mi país para putear acá, para éso se hubieran quedado en Santo Domingo. Que no hay trabajo. ¡Mentira! No quieren fregar pisos, ¡nacen con un plátano en la panza y una pija en la frente! Eso es lo que quieren! ¡Pijas, pijas, pijaaaasss!", gritaba Henry apretando el volante y hundiendo hasta el fondo el acelerador.
"Nosotras lo que queremos es una carrera artística decente. Tenemos talento y tú bien lo sabes, primo", dice Doricel. "Esta noche se festeja el cumpleaños de la ciudad, subiremos por primera vez a un escenario y vamos a demostrar lo que valemos", dice Idalina. "¡Sí chicas -se entusiasma Magela-esta noche en la entrega de los Martín Fierro hay que demostrar lo que somos!" "Ustedes lo único de artístico que tienen es el culo". "No seas tan duro, Henry. Nunca se sabe" atempera Cucurto.
Los doscientos cuarenta caballos de potencia del motor comenzaron a relinchar. Se levantaron los amortiguadores elevando el tren delantero; las ruedas se inflaron y se recubrieron con una fina capa de aluminio; atrás aparecieron sendos alerones y el turbo hizo rugir el motor. El negro se alucinó con tremendo maquinón y empezó a gritar: "¿Sabés -dirigiéndose a Cucurto mientras daba pequeños giros de la cabeza para no descuidar el camino-por qué no singan en nuestro país? Porque sus maridos las cagan a palos. ¡Freguen pisos, putas...pisos! ¡Confunden poronga con trapo de piso, lavandina con guasca de macho!" "¡Basta, Henry!", ordena Suni. "Disculpe, señora, es que a veces me nace el patriotismo. Si Perón hubiera sido dominicano estas putas no estarían acá. "Nosotros tampoco, Henry" -afirma Suni-,te aseguro que nosotros tampoco".
El auto tomó la avenida Del Libertador derecho para hacer un par de cuadras y adentrarse en un barrio residencial. Dobló por una calle de chalecitos con techo a dos aguas, cochera y jardincito al frente. Llegando a la esquina, sobre una loma, había una casa blanca de estilo colonial remodelado, una recova delantera y, a sendos costados, como guardianes, dos grandes leones de mármol blanco, secundados a su derecha por un olmo, y sobre su izquierda, derrochando sombra granel, el típico ombú de la pampa argentina. Las rejas de la entrada se abrieron y el auto subió por una pendiente estrecha y sinuosa. El senderito penetraba en un jardín de flores y plantas exóticas. Animales sueltos, de regiones remotas, que exigen un trato delicado. Veinte metros adelante, una pileta grande como una cancha de tenis, llena de plantas acuáticas y juguetes de baño, donde unas bellezas tomaban sol en bikini. La música que salía de una de las puertas de recepción sonaba muy fuerte. Sobre la alfombra mojada de champaña, moco y meos de actricita de telenovela borracha y depresiva, tocaba Hippie Rabioso, la banda de cumbia más grande del país. Esa misma mañana, en la terminal de ómnibus de San Miguel, antes de tomar La Veloz del Norte, Cucurto había leído en La Gazeta de Tucumán que los integrantes de Hippie Rabioso tocarían esa misma noche en la fiesta de entrega del Martín Fierro de Oro y en los festejos por los quinientos años de Buenos Aires. La nota también añadía, a modo de reseña, que el primer LP de Hippie Rabioso ya había superado los 35 millones de copias vendidas en Argentina, Colombia y Venezuela, y que su hit más escuchado, Arielina, alma mía, se pasaba a cada rato en todas las radios del país.
No obstante, ahí estaban, tocando en un escenario improvisado: un living supermajestuoso de más de 200 metros cuadrados. Nadie les daba la menor bola. Tipos tirados, desnudos en la alfombra. En las mesas ratonas, montañas de polvo blanco. Conductoras de programas infantiles, desnudas, borrachas, pidiendo pija. Jugadores de selección, periodistas, políticos y demás yerbas y celebridades, todos pidiendo lo mismo.
Cucurto bajó del auto luciendo su metro noventa y cinco y detrás bajaron las negras bamboleándose, con sus zapatos de taco en las manos, levantándose los vestidos ajustados al cuerpo por sobre las rodillas, dejando ver sus piernas torneadas y perfectas. Hermosas. Reíanse sus culos grandes y cantores. Las dominicanas corrieron como abejas a la miel cuando vieron las mesitas ratonas. Cucurto no terminaba de cerrar la puerta cuando ya se le vino encima, a los gritos, una bailarina de cumbia.
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"¡Feliz noche, hermanas y hermanos paraguayos!... ¡Bienvenidos
a esta noche superexcitante... Bienvenidos a esta velada única e inolvidable
en la historia de la música tropical! ¡Bienvenidos a su casa, El Palacio
de la Cumbia Paraguaya! ¡La bailanta más grande del mundo! ¡Bienvenidos
al mundo maravilloso de la música, de la alegría y del amor!... ¡Muy buenas
noches a todos mis compañeros del Paraguay! ¡Fuerteeee! ¡Fuerteee ese
aplauso! ¡Guauguauaguaua guaua guauguaua! Y en esta noche superestelar...sin
precedentes en la televisión argentina, haremos la entrega de la estatuilla
sagrada... ¡El galardón más importantes de la televisión argentina!...
¡El Palacio de la Cumbia se enorgullece en presentar para todos ustedes,
hermoso público paraguayo, por única vez en Buenos Aires, su nuevo y ¡SEN-SA-CIO-NAL!
espectáculo, la gran entrega... Así es, hermanas y hermanos paraguayos...
Como les iba diciendo, con todos ustedes, ¡EL ÚNICO! ¡EL SUPERMAJESTUOSO!
¡EL MARAVILLOSO Y ANSIADO MARTÍN FIERRO DE ORO! ¡Fueeerteeee las palmas,
que no paren de chocar! ¡Y hay más, muchísimo más! En esta noche emotiva
que quedará en el corazón de todos nosotros, ya que también celebraremos
los 500 años de la Primera Fundación de esta bendita Ciudad, que siempre
nos ha recibido con los brazos abiertos. Decía también, que en esta noche...
¡Vaya velada inolvidable! , tengo el gratísimo honor de presentarles a
todos ustedes al mentor de esta gran velada y estrella de la noche...
Hermanas y hermanos paraguayos, con ustedes... la estrella máxima del
género tropical en todo el mundo, especialmente traído desde la hermosa
y encantadora República Dominicana, la figura más importante de nuestra
música latina, número uno en todos los rankings de los Estados Unidos...
con ustedes... el Señor Wáshington Cucuuuurrrrtooooo , el Sofocador de
la Cumbia y su trío de bailarinas... ¡Fuerte el aplauso también para ellas!
¡Fuerte el aplaussooo!... Pero esperen... Paren, por favor... Dejen de
aplaudir que una información de último momento me dice que todavía no
está presente El Gran Sofocador, debido a un inconveniente en el tránsito...
Pero viene en camino. Igualmente... para que nos escuche desde donde esté...
¡Fuertíiiiiisimooo el aplausooo para el Gran Cucurto!
"Cojéme, negro, cojéme", venía gritando la adolescente
bailarina de cumbia. "¡Qué grandote y fuerte! Dame con todo, sacudime
la persiana, enterrámela hasta el fondo, enjuagame el duodeno". Todo mientras
Henry estacionaba y Suni entraba en la casa quejándose. "Mirá que no te
perdono...", le dijo Cucurto a la bailarina. Eso calentó más a la adolescente,
que comenzó a gritar y a suplicar: "Por favor, reventáme, negrote. ¡Dame
con todo, teñíme las tripas de blanco, pasteurizáme el hígado! Dicho esto,
y sin preámbulos ni alharacas de por medio, la desprejuiciada pubercita
se arrodilló ante el Dios Morcillón del negro, al tiempo que se desprendía
el suéter haciendo volar los tres botoncitos censores, dejando al descubierto
un buen par de pechugas blancas. Sin perder tiempo, le desabrochó el cinturón
y le bajó el cierre de la bragueta con los dientes, todo en un mismo acto,
demostrando gran maestría. Con la lengua le bajaba el slip y con los labios
le succionaba los huevos. Era increíble que con tantas cosas en la boca
pudiera hablar, pero así sucedía: "Dále, yararacita de mi corazón, despertá,
mi vida. ¡Dále tarzán, pelá la liana! ¡Dale, poroncha, escupime la carita!
¡Tiráme cremita para el cutis!". Cucurto no pudo soportar tanto cinismo
dialéctico y la agarró fuerte de un brazo, la llevó para el jardín, le
estampó un furibundo beso tucumano y la arrojó sobre unas rosas carísimas
traídas de Tokio. Por un momento se sintió Monzón filmando La Mary. Le
levantó la pollera hasta más arriba del ombligo, le corrió la bombacha
rosa y sin pestañear se la enterró hasta el fondo. Después la sacó y la
volvió a ensartar, ahora estilo "gallinita", con las piernitas bien arriba,
pinchándose con las espinas picantes y jugosas de unas rosas traídas de
Nigeria. ¡Oh rosas negras nigerianas, si hablaran! Las rosas negras se
reentusiasmaron con el cuero grasiento de Cucurto... cuero a base de guisos
carroñeros y tucos de mondongos... La tenía enterradísima bien en el fondo,
gemía, elegante, la modelito para la cámara. ¡Si acá no hay cámara, atorranta!.
Contra todo pronóstico, la jovenzuela se desfaló dando dos o tres saltitos
hacia adelante como una conejita, quedando así de espaldas a Cucurto.
Arrodillada como estaba en el pasto ralo se abrió las nalgas todo lo que
pudo, casi hasta desgarrarse. El sexo trasero de la bailarina se abría
como una flor nocturna. La sangre obedeció al llamado del músculo y Cucurto
se le fue encima febrilmente. Le tironeaba los cabellos a un ritmo de
hechicero tribal, mientras ella soportaba estoicamente los movimientos
ondulares del músico. Wáshington depositó su primer voto ganador en la
urna carnal. Después le devolvió una cana al perro, o le quitó un bigote
al gato, lo mismo es. "´¿Cómo te llamás?" "Le-Leticia." "Te amo, mi amor.
¡Leticia!", dejó entreoír Cucurto entre jadeos y frases sueltas a la vez
que le daba a la chiquilina un profundo beso de amor. "Y vos, ¿me amás?",
le preguntó" "¡Si ni siquiera sé tu nombre... ¡Igual no me importa! ¡Sí!
¡Sí! ¡Te amo, morochazo de mi vida!, se estremecía la bailarina a medida
que Cucurto bombeaba con más fuerza. "¡Morochazo porongudo y demoledor!
¡Me vas a dejar la concha como una cacerola!", gritó Leticia al borde
del orgasmo. Los enormes ojos celestes se le aguaron, estaba cerca del
llanto. Cucurto le daba tiernos besos en la nuca. Y le repetía mil veces
que la amaba. La jovenzuela, para no ser menos, comenzó a tirarle los
pelos de los huevos produciendo el efecto "palmadita". Progresivamente
se fueron poniendo en posición de 69; Wáshington le mamaba la vagina y
le sorbía el clítoris como si fuera la cantimplora de un maratonista después
de una carrera. Ella no se quedaba atrás por nada del mundo y de vez en
cuando ejecutaba una jugada maestra. Ahora le daba tiernos mordiscos al
grueso anillo de piel que se formaba alrededor del glande. La picha cucurtiana
se hinchaba más y más a medida que recibía los golosos ejercicios, hasta
que finalmente descargó un latigazo de frustradas cruzas, mestizajes y
truncas descendencias. ¡Toda una generación acabada! ¡Tirada por la borda!
¡Hecha polvo! ¡Dentro de la boca de la apasionada señorita! Que, lejos
de alejarse, succionaba más y más hasta tener la boca llena de generaciones
enteras de paraguayitos y bailanteros, se deleitaba la niña con las generaciones
en la boca. ¡Ah, el hermoso cuenco bucal de la bailarina es el hogar de
estas generaciones que no serán! ¡Ah, la maternal vasija de saliva, calcio
y sarro de la mejor cumbia del mundo! ¡Generaciones enteras que nunca
bailarán! ¡Morochitas que nunca exhibirán su belleza en el fragor de una
bailanta! ¡Músicos que nunca compondrán!... He aquí bailando por única
vez, por única vez conviviendo en la boca de esta niña, en los labios
apretados que les niegan el mundo. ¡La maliciosa boca de una mujer terminará
acabando con generaciones enteras! ¡Sin dudas, deliciosas criaturas perfumadas!
¡En el beso de sus boquitas pintadas se esconde el triste destino de la
humanidad!
No pudiendo ya soportar tanta gente en su boca hecha líquido, la púber-impúber comenzó a soltar el semen por la nariz, algo nunca visto pero siempre oído: el legendario "colmillito de elefante"....
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"Y en esta noche superespecial, inolvidable en la vida
de todos los paraguayos, seguimos esperando al Gran Sofocador de la Cumbia,
el Rey Morochongo del Caribe Wáshington Cucurto, que de un momento a otro
estará con nosotros. Y no nos olvidemos, en especial todas las jovenzuelas
y ¿por qué no? alguna treintañera florida también, que esta noche tocarán
junto al gran Cucurto los melenudos... ¡SÍ! ¡SÍ! ¡SÍ! ya estoy escuchando
los suspiros de las quinceañeras, el aletear de los brazos alzados allá
al fondo, el despampanante olor de las bombachitas mojadas... Mejor grítenlo
ustedes: el grupo furor de la Argentina estoy hablando... ¡SÍ! ¡SÍ!...
grítenlo bien fuerte, les cedo el micrófono, a la cuenta de tres, guarden
aire... allá al fondo las jovencitas... los melenudos de... ¡FUERTE!...
¡HHHIIIPPPIIEE RABIOSSSOOO! Impresionante en el fondo cómo se levantan
los pósters con los rostros de Mil Pilas, cantante, Dominó Karkajón, tecladista...
y se produce un gran alboroto en todo el Palacio, sin dudas el más codiciado
por las niñas, Kudo, bajista, y en percusión Luis Pérez, la araña venezolana,
la nueva incorporación de Hippie... A ver, oigamos: que levante la mano
la niña que no tiene el último compac de Hippie Rabioso... ¡Corran a comprarlo
a la disquería! ¡Con la entrada les hacen un descuento del 20% en todos
los locales de Música Feliz! Y también les digo que no pierdan la entrada,
pues con el numerito habrá sensacionales premios... ¡Y el primer premio
seis lingotes de oro, un departamento y un viaje para tres personas junto
a los integrantes de Hippie Rabioso en un crucero por todo el Caribe!...
Mientras seguimos esperando al Gran Cucurto y a Hippie, pasemos a presentar
a nuestros invitados de lujo. Pero... ¡No!, esperen, que me llega una
noticia de último momento... como si a esta noche le hicieran falta más
sorpresas... y esta noticia es sin dudas el broche de oro de la noche...
Y acá me confirman que además de ser hoy el cumpleaños de la ciudad, también
una persona cumple años... A ver el público si adivina... ¡Divino público
adivina! ¡Qué sería de nosotros, los artistas, sin tí!... Y, ¿adivinaron?
Les doy un minuto para que acierten. ¡Qué noche increíble, por Dios! Espero
que mi madre me esté grabando en casa, un saludo también para ella. ¡Sí,
sí, sí! Por ahí lo escuché, por ahí dijeron el nombre... SSSIII, hoy es
el cumpleaños, ¡muy bien!, de su excelencia Don Palmiro Palito Pérez.
¡Fuerte el aplauso para su excelencia! ¡Un cálido abrazo desde el fondo
de nuestro corazón para el hombre que guía el destino de nuestros hermanos
argentinos! ¡Fuerte las palmas, hermanos paraguayos! ¡A ver las palmas
allá al fondo!... ¡Vamos a cantarle el Feliz Cumpleaños, todos juntos,
hermanos argentinos y hermanos paraguayos! Como bien decía el General,
para un paraguayo nada mejor que un argentino y viceversa... ¡Paraguaí
jaipotáva!... ¡Que lo cumpla feliz, que lo cum-plaaa ¡Pa! -¡li! - ¡to!,
que looo cumplaaa feeelizzz! ¡que lo cum - plaaa feeee - liiizzz!....
¡Fuerte el aplauso!... Ahora todos lo paraguayos se lo cantaremos en guaraní,
mientras el Presidente sube al escenario a soplar sus flamantes 26 velitas.
Los dos negros, Hambre y Ganas de Comer, entraron al Palacio de la Cumbia por una puerta de emergencia. Pasaron al hall central y nadie les dijo nada. Ganas piropeó a unas chicas que cruzaban rápidas los pasillos con carpetas y papeles en las manos. Desde el pasillo se veía el salón de baile y el estudio central. Antes de llegar un tipo los paró. Ganas lo cazó al vuelo y antes que le pregunte le dijo: "Oiga caballero -acentuando su tonada centroamericana a fondo-somos representantes del Sofocador de la Cumbia, que canta hoy, especialmente para la entrega. ¿Sabés tú dónde podríamos hallar al director? El botón cayó como un pajarito: "No sé nada. Mejor entren y pregunten". Hambre fue y se paró en medio del estudio pensando que sería Francis Ford Coppolla, vio cómo unos pibes corrían los cables, las cámaras estaban encendidas, pero en punto muerto. Desde las vigas del techo comenzaban a bajar un gran telón bordó con una inscripción en letras fluorescentes y brillantinas: "Martín Fierro 2016, Feliz Aniversario". El conductor se colocó delante del telón, al costado de las gradas.
Esperó la orden del director.
Los dominicanos ven salir de una puerta a un grupo de bailarinas. Comienzan a abrir las puertas de los demás camarines, pero ya están todos en el estudio. De pronto, al final del pasillo, ven una puerta semiabierta que dice: "Maquilladora". Entran y ven un montón de gente trabajando; una gran pared cristalizada hace a su vez de espejo general; chicas que alcanzan cosas, gritos, susurros, pequeños insultos... Gracias al fragor del trabajo nadie nota la presencia de los visitantes, ni siquiera las tres bailarinas que se desnudan y trotan como potrillas hacia las duchas. En ese momento un tipo grita desde afuera: "Dos minutos y salimos al aire". Y al segundo: "Estamos en el aire, ¡silencio!" A un costado del camarín, Hambre ve sentados a Palito y a la diva Enriquetta Foguetta. Una maquilladora le da los últimos retoques. El negro se acerca a Palito: "Tú eres el Sr. Pérez". "Sí", dice Palito, "con quién tengo el gusto de hablaaaarrr..." "No te hagás el gracioso", dice el negro levantándolo de su silla por los pelos. "Parece que se despeinó el presi", dice ganas justo cuando la señora Enriquetta se le tira encima marcándole las diez uñas de oro en la cara. "Vieja mal cojida", largáme que no soy de goma.
Hambre arrastra a Palito por todo el camarín, lo tiene a los ponchazos para ablandarlo un poco, relojea a la maquilladorcita y le dice: "Bomboncito, me das un besito de la suerte que está por comenzar el programa".
"¡Silencio, que estamos en el aire!", gritó el director.
Hambre atraviesa el estudio con Palito de trapo de piso; se abre paso a las patadas limpias, delante de las cámaras. Ganas lo secunda forcejeando con la diva a cuestas. Saltan, peor que leche hervida, el bailarín Carlín Clavel y el joven Palomino Gavilán, galancito de las novelas de la siesta. Carlín tira su mejor golpe a la boca del dominicano que ni se mueve. El negro lo agarra de los pelos y le cruza un gancho a los riñones. Carlín cayó como una bolsa 'e papas, fulminadísimo. Se le enrojeció la cara y quedó en el piso enrollado como una mulita de las pampas. el dominicano lo corre con el pie, con lástima.
Palomino Gavilán se le prende del cuello como una garrapata y no lo suelta
por nada del mundo. El negro lo sujeta del cuello de la camisa, con su
enorme mano tira hacia abajo arrancando un pedazo de tela rosada con flores
amarillas. Palomino abre la boca y se lleva las manos a la cabeza en un
gesto de total indignación. El negro le arranca los cuatro pelos locos
del pecho. El galancito pega un salto de dolor exagerado, parece que lo
estuvieran matando. "Por cuatro pelos locos", dice Hambre, y le coloca
un perfecto gancho a la mandíbula. La garrapata pelirroja vuela de tal
manera que queda aferrado a las vigas del techo. Aguantó unos segundos
y se soltó para aterrizar sobre el novio de Susana, que se levantaba,
en esos momentos, con aire de gallito para inquirir: "Qué pasa acá!" Palito
aprovecha la distracción del negro y le zampa un patadón en los huevos.
Hambre queda pidiendo perdón en el piso. En el otro costado del estudio,
Ganas sigue luchando con una emulidad, le aprieta las tetas para que lo
suelte. No hay caso. Ahora la diva se le sube a caballito. Ganas da vueltas
en un mismo lugar, comienza a transpirar exageradamente y se pone morado
como una morcilla. La diva grita: "¡Arre, Halley, Arre!" Detrás del estudio,
en las tribunas y en las pistas de baile, la gente se enfervoriza. La
temperatura sube abruptamente. Todo el Palacio de la cumbia se calienta.
También Enriquetta Foguetta empieza a sudar, se le derrite una de las
tres capas de maquillaje. Una espesa sustancia viscosa comienza a deslizarse
por sus mejillas hasta los pelos motas del negro. El negro gira y la diva
queda frente a él, para no irse de boca al piso se le aferra de los huevos.
En ese instante, un fotógrafo hace ¡click! Y al rato la foto está en todos
los diarios del país. ¡LA diva Foguetta, bailando el baile de la banana,
con formidable mulato dominicano! ¡Extra! ¡Romance en puerta! ¡El plátano
del negro golpea la puerta de la diva! No obstante, el dominicano continúa
forcejeando con la diva. ¡Ganas forcejeando con 50 años de televisión
argentina, en carne y hueso!