Poco podemos decir de este escritor que exceda el dato biográfico elemental y no haya sido dicho ya en la serie de notas escritas por sus amigos poco después de su muerte, en 1997, publicadas parcialmente en la revista Gandhi (núm. 2, noviembre de 1997) y localizables en la web desde el sitio Fogwill.com.ar
Allí pueden hallarse ensayos biográficos que oscilan entre el anecdotario y la crítica literaria; para un argentino fatigador de suplementos culturales y pasillos de la UBA (Filosofía y Letras, Ciencias Sociales), la calidad y diversidad de firmas puede resultar significativa o conmovedora: Fogwill, Chitarroni, Grüner, Chejfec, Padeletti, Saavedra, y algunas más de similar calibre. Pero para un lector no argentino, o no demasiado atento a los corrillos literarios de la patria, tal vez resulten no menos conmovedores o significativos los meros datos sobre el personaje en cuestión.
Si solamente dijéramos que nació en Rosario en 1961; que cultivaba con énfasis su ascendencia británica (tuvo, como Borges y Nabokov, una crianza bilingüe, pero en un hogar inglés; fue sobrino-nieto de Anthony Hope); que estudió en el Liceo Naval, pero se licenció en Letras en la UBA e integró cátedras de Teoría y Análisis Literario, Lingüística y Lenguas Clásicas sin que disminuyese en un ápice su pasión por la literatura ni su sensatez; que enseñó Literatura Latinoamericana en Nottingham, desde donde comenzó a colaborar con los breves ensayos y reseñas de su sección "El cónsul honorario" para la revista Babel, de Buenos Aires; que volvió al país y abandonó la docencia para dedicarse por entero al periodismo cultural (en Clarín, Página 12, Página 30) y su peculiar proyecto novelístico, consistente en la escritura de obras "de género" (El agua electrizada [policial, 1992]; Un poeta nacional [aventuras, 1995]; El mal menor [terror, 1996]); que era un poeta original, riguroso, lúdico, sólo complaciente con sus gustos literarios, según puede apreciarse en Amor a Roma(1995); que murió absurdamente, como todo el mundo, pero por la recidiva de una leucemia que no había podido consumirlo antes, a sus veintiún años. Si solamente dijéramos estas cosas, deberíamos agregar que lo demás no es silencio, sino que otros lo podrían decir, lo han dicho y lo dirán mejor que nosotros.
Por eso remitimos al lector a aquellas páginas, pero también por eso, y por no saber o no poder hacer cosa mejor, ni con nuestro torpe agradecimiento de lectores ni con nuestros archivos de todos estos años, hemos decidido que ante la imposibilidad cierta y la inutilidad azarosa de plagiarlo o creerlo presente sólo en las redes de sus libros (a propósito, en varias mesas de saldos editoriales de la avenida Corrientes los venden nuevos y muy baratos) y en efímeras memorias, haríamos bien en seleccionar algunos de los trabajos de este excepcional escritor de entre aquellas piezas supuestamente "menores" de su obra, condenadas a la relectura distraída, admirada, nostálgica y envidiosa de unos pocos fetichistas como nosotros, que han de ser muchos.
Las reseñas y "retratos" de escritores reeditados aquí fueron extraídos -y valga esta mención como un agradecimiento a quienes corresponda- de Babel, Página 12 y Clarín. La selección es tan caprichosa como cualquier otra; sin embargo, podemos asegurar que no está completa en sus propios términos, ya que nos proponemos agregar más escritos de Feiling (ensayos breves sobre estética; traducciones, un relato) y un reportaje en una próxima edición.
Si más allá del mero artilugio pasional hemos perseguido algún objetivo al realizar esta compilación, es por lo menos doble: por una parte, como decíamos, ensayar la posibilidad de leer una "obra" -en términos de coherencia, originalidad, calidad, ideas- allí donde se habían postulado unas lecturas de ocasión; por otra, resaltar la diferencia y la notabilidad de esa obra respecto de gran parte de la producción en los mismos géneros; una diferencia que podría sintetizarse con palabras anacrónicas y grandilocuentes, en apariencia ajenas a los textos, como pasión, inteligencia, valentía. Y talento, para qué omitir.
Si cualquier lector más o menos enviciado tarde o temprano aprende -empezando por casa, naturalmente- que tales cualidades no abundan, por lo menos, en el mundo literario -el cual suele reducirse, con justicia, a "mundillos"- creemos que en muchos escritos de Feiling pueden apreciarse con creces. Con ese fin hemos dispuesto -por ahora- tres secciones: escritos polémicos; poetas nacionales; galería personal (retratos de escritores).
En la sección de polémicas, rescatamos un par de reseñas certeras y más o menos dañinas para los reseñados, que aún son válidas en sus postulados, porque aún hoy resultarían, si se las tomara en serio, desestabilizadoras para los pactos de lectura y las débiles estéticas de las actuales promociónes literarias. La que se refiere a Arturo Carrera/ Emetrio Cerro, con ecos en César Aira, tiene el mérito adicional del disenso (en un caso parcialmente, ya que el reseñado de un libro en co-autoría) con textos y argumentos de escritores que Feiling admiraba. La dedicada al libro de Osvaldo Soriano, a la luz de la historia nacional reciente -últimos diez años- y los nuevos parcelamientos del campo literario, debería volver a leerse y, al menos, discutirse. En el caso de los retratos (seleccionados de entre los muchos que Feiling realizó para el suplemento de lectura Verano 12 a principios de 1997), a pesar de cierto desaliño en la escritura (si las comparamos con otros textos del autor) es notable en todo caso el procedimiento, y casi siempre los logros: al sintetizar las vidas de algunos de los más mentados escritores de los últimos dos siglos, Feiling podía comenzar por una observación al paso, una anécdota ínfima o una hipótesis enigmática, extraer inesperadas derivaciones estéticas, históricas o biográficas, y concluir citando elementales datos de diccionario, variando el orden y los términos de este proceso según el grado valorativo y el modo de apreciación respecto de cada autor. (Quien haya leído las Siluetas, de L. Chitarroni, notará saludables aires de familia en este aspecto, aunque los estilos son muy distintos.)
Respecto de las reseñas de poesía, hemos agrupado, para apreciar mejor variaciones y constantes y crear al menos un espejismo de unidad, sólo algunas dedicadas a escritores nacionales (casi todas ellas aparecidas en la revista Babel). Feiling no sólo se ocupa en ellas de algunos de los poetas más influyentes de fines de los '80 y principios de los '90 -lo que equivale a decir que son o pueden ser influyentes ahora, a raíz o a pesar de lecturas como aquéllas-; también de otros que la crítica de entonces no podía tener en cuenta. Son los casos de Horacio Armani y Jorge Dorio, por ejemplo. En el primero, la convivencia del autor con las facciones menos decorosas de sobrevivientes del grupo Sur en las páginas del suplemento literario de La Nación, parecía motivo suficiente para pasar por alto una lectura, sino entusiasta, al menos seria. En el segundo, el hecho de que al autor hubiese desertado, por un motivo u otro, de las tertulias literarias al tiempo que se dedicaba casi por entero a su "carrera" como conductor y periodista en radio y televisión, parecía indicar que aquí y entonces su libro sólo podía ser leído y festejado, si lo era, puertas adentro. ("¿Para qué hablar de quien habla en otra parte?", habría sido la pregunta que justificase, tal vez, una ignorancia a-sistemática que sólo ha servido para ratificar, una vez más, que el circuito literario es, casi siempre, un corto-circuito.)
De todos estos trabajos puede deducirse una poética fuerte pero no sectorial ni cerrada en sus intereses y derivaciones, frecuentemente a contrapelo de modas y lugares comunes de la crítica (no muy diferentes de los actuales; el novelón de la Academia va más lento y menos prometedor que Betty la fea). El texto de Feiling sobre Amor a Roma puede servir, en este sentido, de llave para abrir una de las posibles ventanitas autobiográficas y espiar todo el resto bajo una luz tan efímera como estimulante.
Mientras, si alguien llegase a ver en este refrito más o menos bien servido un homenaje a Feiling, no habrá visto del todo mal. Aunque quisiéramos, en realidad, que se notase también y sobre todo una intención más egoísta, menos ambiciosa en cuanto a posibles efectos y mediatas satisfacciones, quiero decir: un homenaje a nosotros mismos; a nuestras lecturas de entonces y nuestras obsesiones de ahora, a nuestros papeles olvidados y a los dos o tres prejuicios que nos asisten para disfrutar y extraer algún provecho de productos tan valiosos en general como devaluados en particular: ciertos libros, la literatura.