Un viejo tópico, a todas luces falso: el de atribuir la acerbidad de los críticos literarios a su presunto carácter de "escritores fracasados". De acuerdo con esto, la envidia sería el único motor de la crítica literaria.
Para buena parte de los críticos, sin embargo, un escritor es meramente otro problema (un paciente que se escapó del Psicoanálisis, la clave de cierto momento histórico, el detalle que se resiste a la categorización formal, etc.). No se trata de envidia, sino de comprender un fenómeno, forzarlo a encajar en la trama conceptual de una disciplina no menos importante, tradicional y exacta que la mayoría.
Esto no significa que nuestro viejo tópico sea completamente falso. Hay una crítica envidiosa, y tanto mejor cuanto más envidiosa: es la que hace un escritor cuando escribe sobre otro, al que se sabe inferior o detesta porque ve que constituye un precedente estético. Ejemplo de lo segundo es un poema de Borges (un poema también puede ser una crítica) sobre Baltasar Gracián: "Laberintos, retruécanos, emblemas/, helada y laboriosa nadería/, fue para este jesuita la poesía./ reducida por él a estratagemas...". Ejemplo de lo primero y lo segundo es el artículo de Flann O'Brien sobre James Joyce, "A Bash in the Tunnel". He traducido (mal) la versión que aparece en Stories and Plays, Penguin, 1977.
Quien haya atravesado la última página del Ulises y tenido la mala idea de comenzar con la primera del Finnegans Wake, comprenderá perfectamente por qué el artículo de O'Brien es uno de los mejores que jamás se hayan publicado acerca de Joyce. No es un ensayo circunspecto, útil y atento como el de Stuart Gilbert. Pero únicamente la envidia de un buen escritor puede detectar con tanta precisión las virtudes y defectos de otro.