Postguerra
Pablo Contursi
Una mañana me desperté a la tarde y
mis cincuenta y diez cuerpos habían escapado hacia el sol. La tarde
era un círculo verde en mi pecho, un ouroboros primogénito
que sacudía las fronteras entre mi paisaje y los elementos móviles,
esos pescaditos luminosos como el viento en una playa. El sol caía,
se achicaba con culpa a mis pies, lamidos por llamitas de agua, surgiente
a pulidas desde las orillas del nunca, las olas del eterno ciempiés
horado, minutoso, segundiente. ¿Estoy drogado, ahora?
No, simplemente la realidad es blanda. (Como corresponde). Antes, las hojas
de los árboles eran intangibles. Ahora, en cambio, son sonidos en
mi piel. Acabo de darle una mirada a mi columna. Me horroricé: sus
raíces (que estaban en el olvido) me mordieron los pies. Suerte,
suerte que la guerra ya pasó. Está quieta, aprisionada en
las compuertas del río. Acá, alrededor de mi bote, hay pocos
rastros de ella. De vez en cuando pesco una mandíbula venenosa. O
una garra rencorosa. O un corazón con vidrios adentro. Pero no me
alarmo: estoy descalzo y desde hace rato siento en mis pulmones un fuego
líquido, suave. Esa tarde, que se repite en cada acepción
del camino que recorro, en todos los tentáculos del símbolo
de la palabra casa, es la rueda de las cosas, el antiguo emplazamiento de
mis almas.
Es lamentable que sigan regalándome manos muertas. No, no son para
mí, les digo. Vayan a dárselas al horno come-personas. No
a mí. Aquella vez, la noche siguió mis pasos de cerca, hasta
llegar al momento en que el aire sólido es carcomido por la máquina
de cincelar emociones. Ahí, derritió su luz en la zona de
las calaveras, y todo fue un espasmo de tranquilidad. Sépanlo.
Va a llover. Voy a tener que discutir con el pulpo metálico grosero
alado que recién saqué del fondo del barro. Voy a traerle
los libros. Rimarle las partes oxidadas de sus esquinas. Acompañarlo
a saludar a las chicas del colegio. Nadie sino yo. Ningún otro. Pero
soy música: el cuadro armónico ha dejado de ser sólo
un conocimiento, un estigma sudado por la peor clase de arañas. Ahora
es también la hermosura de una vaca muerta en la arena, en un paseo
helado,
con estelas de linternas a las lumbres nubes cielares. La sección
faltante en el modelo que todavía no vuela. El golpe raspado en la
primera comunión auténticamente blanca. Una serpiente que
se muerde la cola. Un párpado cerrado, como el brillo de un llanto,
sobre el ojo de una mujer. Un partido de fútbol en el campo. Unas
caderas abrazadas en forma de perfume.
O sí.
Pablo Contursi nació en 1974 en San Miguel (Pcia. de Bs. As., Argentina). Es baterista, docente, webmaster y escritor. Ganó un concurso literario en España (Ciencia Infusa 2003: poesía futurista, urbana y de ciencia ficción), otro en Argentina (2do. premio en Concurso Internacional de Formas Breves 2002, organizado por la extinta revista La Mala Palabra) y escribió cuentos para la marca de ropa Agente 13. Desde 1998 hasta 2010 formó parte de Panza, con quienes grabó ocho discos. Actualmente es baterista de Uno x Uno