Cosita preciosa
Sarah Genge

Claude
Ella era una cosita preciosa, ágil, morena. Sacudía sus cabellos así, sin ninguna preocupación, sin la más mínima muestra de tensión que evidenciara lo peligroso de la situación, una chica tomando el metro de noche, sola.
Me imaginé que tenía un novio. Estaba demasiado fuerte como para no tenerlo. ¿Qué clase de hombre la dejaría irse a su casa caminando sola de noche? Seguramente algún adolescente, alguien que no sabía cómo es el mundo o que no la valoraba lo suficiente. Si ella fuera mía la protegería. La ayudaría en las cintas transportadoras que van a 25 Km/h para que no tenga que sacarse los zapatos de tacos altos. La acompañaría a casa. Eso es lo que un hombre decente haría.
Usaba nano. Papi debe de haber gatillado una buena cantidad para pagarlo. Los nanobots le apretaban las ropas a la piel en los lugares correctos, marcando su figura no del todo madura. Ella también debía usar piojos de comunicación en su cabello, pero eran de los caros y no se veían. Era demasiado joven para vestirse de esa manera. Me di cuenta porque tenía marquitas en sus codos y rodillas, manchas oscuras que la gente negra a veces tiene en las áreas expuestas. Si fuera lo suficientemente grande como para usar nano en su cuerpo los bots las hubieran quitado. No mucha gente se hubiera dado cuenta de esto, pero yo soy muy observador.
De hecho, son tan observador que inmediatamente supe que Constanza pensaba dejarme. Eso fue hace un año. Había algo en la forma en la que había entrado en la lancha. Un ligero temblor en su pantorrilla. Estaba nerviosa, aunque ya había venido muchas veces a la chalana. La había llevado a navegar por el Sena y habíamos dormido acurrucados en el cuarto debajo de la cubierta. Me encantaba esa lancha. Las chalanas habían surcado el Sena por siglos. Se supone que son barcos de carga chatos, pero la mía la compré ya adaptada para ser una casa. Sin impuestos, sin ataduras, libre de ir y venir a mi antojo, libre como las corrientes de aquellas aguas sucias.
Me dijo cosas feas aquella noche, cosas que no repetiré porque realmente no querrás oírlas. Me hirió, en serio lo hizo. Todo lo que quería de parte de ella era un poco de respeto. Pero el pasado es el pasado y ahora es esta preciosidad la que está sentada frente a mí.
Programé mi nano para grabar mis pensamientos así que era importante ser observador. De esta manera nunca olvido nada. Yo era cuidadoso y planeaba con anticipación. Repasaba la información a la noche en la lancha. Unía los fragmentos y reconstruía las vidas de los otros. Quién sabe cuándo iba a necesitarlas.
Podía oír las piernas de la chica negra deslizarse una contra la otra cuando las cruzaba, podía ver las miradas hambrientas de los hombres sentados junto a ella. Había un mendigo, comiendo un kebab con sus manos. Uñas sucias, cutículas con bordes verdosos. ¿Tendría un hongo? Ven, esto es lo que quiero decir cuando digo que este país se está yendo al demonio. A esta clase de personas habría que ponerlas en otra parte, o, mejor aún, ponerlas a trabajar. Probablemente me entiendas. Sos un tipo normal como yo. Trabajás duro. Hacés lo tuyo. Y cuando salís del trabajo tenés que ver a estos parásitos, mirandole las piernas de la chica sin ningún respeto. Es asqueroso.
Tanto la chica como el kebab abrieron mis apetitos. Era insoportable. Sabía que una chica como ella nunca saldría con un tipo como yo. No la conocía; ella iba a pensar que yo era un pervertido si yo trataba de entablar una conversación. Sé que las cosas nunca funcionan así. En otra época y lugar, si ella hubiera tenido tiempo de conocerme, seguro que funcionaba. Pero ella nunca va a tener tiempo de conocerme. Me la crucé una o dos veces, accidentalmente, por supuesto, pero ella vivía en un mundo aparte: estudiaba piano en el conservatorio, iba de compras con su mamá, vivía en el 17° Distrito.
Lo que quiero decir es que las mujeres se relacionan de manera diferente. No tengo problema con eso, creo en Darwin. Esta nenita sobreprotegida nunca se interesaría en mí.
El tipo remilgado entró en el metro y se sentó junto a ella. Era un estirado, la clase de tipo que no se relaja, muy enfermo si me preguntan. Se la pasaba mirando las uñas del vagabundo y olisqueando. No lo puedo culpar por eso, pero sí lo puedo culpar por su corte de pelo. Como lamido por una vaca, así de grasoso estaba.
La chica bajó nueve estaciones después, como yo sabía que iba a hacerlo. Hizo combinación dos veces. Se movía por la red del metro como un velero atravesando vientos adversos. Cuando subió por las escaleras le vi brevemente la bombacha. Rosa, qué típico. Probablemente todavía no sabía qué era lo que quería pero lo quería ya, eso es seguro. Constanza era así al principio. Luego se asustó. Yo era demasiado hombre para ella.
Me escondí en las sombras mientras ella esperaba el colectivo, miré el número de la línea cuando llegó y caminé. Era un trayecto largo y yo no sabía realmente cuál era su parada. La había visto una mañana en el Liceo Henri V así que debía de vivir cerca. Hice un cálculo aproximado de dónde sería y luego caminé con lentitud. Sabía que no iba a llamar la atención en un barrio bacán; varias veces le alquilé la lancha a gente rica. Puedo hablar y parecer uno de ellos, si me lo propongo. Constanza quería criar a nuestros hijos en un buen lugar. Creía que la chalana no era adecuada. Decía que temía que un bebé se podía caer por la borda. Esa es la cosa relacionada con ella que más odio, que ahora no vamos a poder tener hijos. Me acosté con esa mujer durante un año y no dejó nada que yo pueda mostrar. La última vez ella gritó mucho, fue un espectáculo, sé que le gustó. Yo podría haber sido un buen padre. Les hubiera dicho la verdad sobre algunas cosas, la verdad sobre las mujeres. Nuevamente, Darwin. Los hombres y las mujeres quieren cosas diferentes; lo que no quiere decir que un grupo tenga razón y el otro no. Sólo quiere decir que ambos persiguen sus objetivos de manera diferente y que se respetan mutuamente al emprender sus asuntos. Lo leí en alguna parte.
Por ejemplo: esta chica negra lo está haciendo todo mal. No debería estar sola en la calle a estas horas de la noche. Dios sabe que podría haberse tomado un taxi.
Entonces, ¿por qué lo hace? Por un falso sentido de seguridad, es por eso. La chica realmente cree que las personas son civilizadas. Lo son, pero eso no significa nada. Yo soy civilizado, pero ¿creen que eso me impedirá alcanzar mis metas biológicas? Por qué debería, cuando el mundo en realidad es un sálvese quien pueda. De nuevo Darwin: el más fuerte vence al débil. Y esta chica era tan frágil que yo podría voltearla con una bofetada fuerte. No soy un hombre fuerte, pero siempre seré más fuerte que una chica. Darwin.
Había adivinado correctamente su parada. Casi me tropiezo con ella cuando bajó del colectivo, pero la esquivé justo a tiempo y nunca vio mi rostro. No llevaba un paraguas, lo que era bueno, ni una mochila pesada que pudiera ser usada como arma. Se los juro, alguna de esas chicas de secundario llevan ladrillos en sus mochilas. Sus llaves podrían lastimarme, pero las tendría bien guardadas en su carterita, no hay duda. Era tan estúpida que se lo merecía. Quizás así aprenda a prestar más atención.
La supervivencia enseña lecciones duras. Mejor así, mejor que sea yo y no un pervertido de aquellos, uno sucio que la contagiaría con algo o la lastimaría.
Debía taparme la cara así no tenía que matarla.
Tuve que matar a Constanza porque ella me conocía, pero esta vez va a ser diferente. Esta vez iba a servir para algo.
Oigo pasos detrás mío. Mierda, el remilgado también vino, probablemente la siguió, hijo de puta, y ahora anda tropezándose por la calle, murmurando para sí. Los hombros de ella se tensaron, sabía que tenía compañía. Mierda, mierda, mierda. Qué amateur. Iba a arruinarlo todo. Se la pasaba agarrándose las manos, frotándoselas salvajemente, contado en voz muy baja, aunque no tanto porque podía oírlo desde donde estaba, repitiendo extrañas series de números.
La chica corrió. Se tocó el cabello y me di cuenta de que en un par de segundos estaría llamando a la policía. Sin embargo, se metió en una obra en construcción, al lado de la calle. ¡Qué estúpida! Pensé que quizás esto era una trampa montada por la policía, pero ella era demasiado joven para trabajar con ellos. Probablemente sólo estaba borracha y no sabía lo que hacía.
La iba a alcanzar. La iba a alcanzar después de encargarme del tipo remilgado.

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Jean
Multipliqué tres por tres hasta llegar a 3000 y luego volví a empezar todo desde el principio, al menos cinco veces. Cinco es un buen número. Ella era una chica hermosa, armoniosa en todo sentido. Lo que quiero decir, con precisión, es que tenía un cabello perfecto, manos perfectas, cuerpo perfecto..., no, no, no, no pensaba en ella en esa forma.
Ok, ok, ok, estoy mintiendo. En realidad no estoy mintiendo, no estoy siendo preciso.
A veces se aparece en mi cabeza la imagen de una negra desnuda y no puedo hacer que se vaya. Viene a torturarme todos los días cuando trabajo en la línea de montaje. Temo que alguna vez se me escape, que un compañero me diga hola y yo largue "¡chica negra desnuda!" o "¡sexo!". No, no, no. No puedo permitir que eso ocurra. Me paso las noches en vela pensando en eso. Qué desastre que sería. Todo el mundo sabría que soy un pervertido. Se reirían de mí. Con mi suerte, va a suceder. Lo sé, algún día va a suceder. Ni siquiera puedo estar seguro de que ya no haya ocurrido. Tal vez ya se me escapó pero fueron demasiado amables y lo dejaron pasar. Es por eso que llevo un diario de mis pensamientos, así puedo revisar luego mis recuerdos y estar seguro de que no hice nada malo.
Cuando eso no es suficiente, cuento. Multiplico tres por tres hasta llegar a 3000 y luego vuelvo a empezar todo desde el principio, al menos cinco veces. Cinco es un buen número. Hay cinco dedos en cada mano, cinco dedos en cada pie. La imagen de la chica negra desnuda a veces se va cuando hago esto cinco veces.
Y si esto no funciona, cuento saltándome uno, saltándome dos, saltándome tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve. Cuento hasta que me pierdo y tengo que empezar de nuevo, cinco veces, cinco es un buen número.
Me senté en el metro y disfruté de la manera en que su cabello se movía. Nuevamente estaba teniendo pensamientos sucios. Sabía que yo era una mala persona; me merecía morir. Quería tocarla de malas maneras. Creí que ella se había dado cuenta por la forma en la que la miraba. Todos se podían dar cuenta. Llamarían a la policía; sabrían que soy un pervertido.
Se bajó en Nation y combinó con la línea 1 a Gare de Lyon. La seguí de cerca a lo largo del amplio túnel de la combinación. De día había tiendas y restaurantes allí, pero a esas horas de la noche estaban cerrados. No había nadie que la protegiera. Ninguna multitud que la cuidara. La seguí hasta la línea 14. Debe de haberse dado cuenta. Yo respiraba tan fuerte que sabía que me podía oír. Uno, dos, cuatro, siete, once, dieciséis, veintidós, veintinueve, treinta y siete... iba a perder mi autocontrol. Tenía miedo de lastimarla. Le quería arrancar su bombachita rosa. No puedo creer que le miré la bombacha. Soy malvado. Debería estar en la cárcel. Una vez fui a la policía pero me dejaron libre. Me dijeron que tenía un desorden obsesivo y que nunca iba a ejecutar mis impulsos. Estaban equivocados. ¡Miren! Estaba siguiendo a la chica.
Iba a violarla, estaba seguro de hacerlo. Iba a violarla y después a matarla.
Casi la pierdo cuando cruzó la calle con luz roja. No pude cruzar, la seguridad es primordial. Deseé perderla. La vi de nuevo, doblando la esquina. No quería lastimarla. Uno, dos, cuatro, siete, once, dieciséis, veintidós, veintinueve, treinta y siete

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Annita
Ese tipo raro me estaba siguiendo. Me observaba en el metro y doblaba dolorosamente sus rodillas para no tocar las mías. Estoy acostumbrada a que los hombres me observen, sé que soy bella. Pero la manera en que estaba atento a mí pero haciendo tremendo esfuerzo por no mirar... qué sé yo, me asustaba. Se movía raro, andaba siempre con el cuerpo contenido, tratando de no tocar los asientos y las puertas. Contaba locas series de números en voz baja. Tenía que focalizarme, concentrarme. Debía haberme imaginado que esto podía ocurrir. Estaba deliberadamente tratando de atraer al violador. Luego de este tratamiento extremo de rejuvenecimiento sabía que iba a atraer a los pervertidos. Debía haber previsto que podía atraer al equivocado.
Al menos la presa aún me seguía. Focalizate, concentrate..

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Claude
Darwin, ¿sabés? Este chiflado tenía que irse. Me había visto acechando a la negrita. Era un incordio. Si alcanzaba a la chica antes que él, se iba a cabrear y llamaría a la policía. Como si pudieran hacer algo para detenerme. Yo estaba en la cima de la cadena alimenticia, pero eso no significaba que iba a tomar riesgos innecesarios. Tenía que sacar a este tipo del medio para que yo y la mamba negra pudiéramos divertirnos un poco.
Giré de improviso y le di un golpe en el rostro. Le hundí el puño en la nariz, que comenzó a sangrar como loca, ensuciándome mis pantalones nuevos. Le di una trompada en la panza y se revolcó. Lo pateé, apuntándole a las gónadas, a las costillas flotantes. Después de un rato de seguir haciéndolo estaba sudando.
Es un ejercicio duro pero probablemente tan bueno como las cintas caminadoras del gimnasio. No importaba lo fuerte que lo pateaba, el tipo seguía retorciéndose. Uno creería que iba a darse por vencido y morir. Cuando finalmente no se movió más me detuve y encendí un cigarrillo, en caso de que estuviera hibernando y planeando levantarse pronto. Yo era muy cuidadoso, pero que yo supiera ningún paquete de nanomeds lo iba a poder salvar de esa golpiza.

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Annita
Vincent dejó de hacerme el amor luego del rejuvenecimiento. Es decente, no puede cogerse a una adolescente. Dijo que iba a esperar hasta que desapareciera. Eso son dos meses de abstinencia, demasiado decente si me preguntan. Le dije que fue un accidente. A veces pasa, les pedís que te saquen diez años y te sacan quince. Me creyó. Nació rico, es fácil de engañar. El rejuv no es una ciencia exacta y es muy caro. La mayoría de las personas no sabe siquiera que existe, y con eso es lo que cuento. Incluso les pedí que me agregaran algunas imperfecciones a mi piel. Sabía que Vincent no se iba a dar cuenta, bendito sea su corazoncito, pero el hijo de puta que yo buscaba sí lo notaría.
Digo esto sólo para que me crean. Nunca me creerían si pensaran que soy una adolescente estúpida parloteando para llamar la atención.
El gobierno puede leer tus pensamientos. Sé que estarán pensando, que nunca lo harían, que es ilegal, bla bla bla. Tienen razón, no deberían. Pero lo hacen. Tienen acceso a todos esos ingeniosos diarios y ayudas para el pensamiento. A pesar de los encriptados, a pesar de las contraseñas. Tienen computadoras que pueden romper esas trabas como si fueran ramitas. No lo hacen rutinariamente, les lleva mucho tiempo a las computadoras, pero cuando algo les llama la atención, digamos, un montón de árabes en una mezquita diciendo acaloradamente "bomba" dos o tres veces, o dos individuos en un lugar desierto grabando pensamientos sobre la violación con un tono altamente emocional, entonces pueden escuchar. Tienen unos programitas ingeniosos diseñados para detectar esa clase de situaciones. Si querés matar a alguien, mejor que lo hagas por sorpresa y que no pienses mucho en ello. Mejor aún, no lo grabes.
Ahora voy a apagar esto. Si las cosas se ponen espesas lo enciendo de nuevo y espero que alguien lo note. Si todo sale bien, debería tener tiempo para borrar todo esto antes de volver a casa, pero ahora necesito dejar un precedente en caso de que algo suceda. En el caso de que me maten. Si muero esto se transmitirá por la red. Mi nano es muy muy especial. Muchos nanos dejan de funcionar luego de que el usuario estira la pata, pero este modelo puede usar mi menguante calor corporal como fuente de energía para hacerme un último favor.
Si muero se pudre todo.
[Fin de la grabación]

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Jean
Me dolía pero no podía gritar. Mi paquete de emergencia entró en función prioritaria. Me agradó tener el último modelo, la seguridad es primordial.
El psicópata se detuvo para respirar. Tomé el control del paquete y lo forcé a inyectarme algunas anfetaminas. Me levanté y él grito, pero me moví rápido. No sabía hacia dónde corría. Al principio pensé en pedir ayuda, pero todos sabían que yo era un pervertido y nunca me creerían. El tipo probablemente era el novio de la hermosa chica y sólo me estaba dando mi merecido.
Soy malvado, merezco morir.
Me metí en la obra en construcción de la izquierda, esperando algo, no sé qué, algo que viniera y me salvara. Mis ojos recorrieron el piso en la tenue luz, buscando algo para usar como arma, hasta que tomé conciencia y me di cuenta de lo sádico que era y tuve que empezar a contar otra vez, uno, dos, cuatro, siete...

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Claude
No fue difícil encontrar al tipo remilgado, no paraba de contar. Era un estúpido.
Iba a perseguir a la chica en la obra en construcción abandonada, alejándose de la ayuda. No sabía nada de Darwin. No sabía que yo era la putísima cima de la cadena alimenticia.
Agarré una pesada barra metálica. La sentí áspera en mi palma, corroída, pero ¿a quién le importaba? Me acerqué lentamente al tipo contador, concentrado en mi presa. Yo era un león. No podía dejar que nada se interpusiera en mi camino.
Di un paso hacia adelante....
[Fin de la grabación]

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Jean
Veintinueve, treinta y siete, cuarenta y seis, cincuenta y seis, sesenta y siete.
¡Un grito!
Todavía yo tenía miedo pero quizás el novio celoso necesitaba ayuda. Salí de mi escondite y encendí mi celular para tener algo de luz. La vi a ella. Estaba oscuro así que al principio no vi el pequeño cilindro negro en sus manos, ni tampoco su piel negra, sólo el destello del nano.
El psicópata cayó sin hacer ruido pero había sangre por doquier.
Yo nunca había visto un arma de tan cerca.
Ella giró hacia mi. Sabía que iba a matarme, pero bajó el cilindro y por señas me hizo revisar al tipo. Me incliné con cuidado, tratando de no mancharme de sangre los puños de la camisa. Tenía tanto miedo que ni me puse a contar. Sólo le tomé el pulso.
No estaba muerto. Me miraba sorprendido. Trataba de hablar pero sólo balbuceaba. Pronto moriría si no recibía ayuda.
— También trató de matarte — susurró ella. Tenía razón. Por si acaso lo pateé con fuerza. Salté varias veces sobre su pecho hasta que se derrumbó. No conté.
Se rieron de mí bastante. Incluso un pervertido tiene el derecho a algo de respeto.
Sabía que era lo que ella había hecho. Me había involucrado en un asesinato. No me importaba, no mucho, no en ese momento.
Le disparó otra vez y la miré sorprendido.
— Yo era amiga de Constanza — dijo.
— ¿Quién?
— La asfixió mientras dormía y la arrojó al Sena. Estaba tan putísimamete calmado que grabó todo el asesinato sin que nadie se enterara, las sondas nunca detectaron el más mínimo signo de agitación — dijo.
— ¿Qué sondas? — le pregunté.
— Las sondas, hombre, las sondas del gobierno. — De repente su voz se volvió un susurro — No llevarás un diario de pensamientos, ¿no? — No le respondí.
Por su mirada supe que ella también oía las sirenas. Bajó el arma. Tenía la más tristes de las sonrisas en su rostro.
— Vamos a ir a la cárcel — dije.
Ella sacudió su cabeza y oprimió un botón negro en su arma plástica. Esta ardió en llamas y desapareció, no dejando siquiera una cucharada de polvo que probara que alguna vez había existido.
— No, vos sos el único a quién van a culpar de esto. Sos el único con un motivo y tenés sangre en tus zapatos.— Y entonces comenzó a pedir ayuda a los gritos. Ella es una hermosa chica, tan fuerte y perfecta y yo soy un monstruo. Me lo merezco, realmente me lo merezco. No me importa ir a la cárcel para salvarla.

[tradujo: Saurio]

Sara Genge nació en Madrid en 1984. Aparte de publicar en varias revistas de habla inglesa y estar traducida al griego, al checo y al castellano, Sara Genge es médica y una de las fundadoras de The Daily Cabal, una revista diaria de microficción especulativa. También lleva un blog en inglés llamado Artemisin.