Realmente, él nunca entendió del todo la famosa diferencia entre los hombres y las mujeres. Sí, era obvia, los hombres son hombres, las mujeres son mujeres. ¿Y qué con eso? Los gatos son gatos, los autos son autos, y nadie hace un gran escándalo al respecto.
Los filósofos llenaron libros con preguntas acerca de por qué los gatos son gatos y los autos son autos. Los poetas escribieron versos que hablaban de gatos como si fueran autos y de autos como si fueran gatos. Los gatos y los autos vivían juntos en el mismo mundo donde crecían los muchachos.
Cuando él era un pibe, su madre solía decirle: "Es muy difícil mantenerse vivo en ese lugar llamado vida". Nunca entendió esta frase, pero tampoco nunca entendió realmente a su madre. ¿Cómo podía ser que esta persona fuese sólo un adulto más entre varios y, a la vez, su única e irrepetible madre?
Y ella tenía otro gran problema, al menos en lo que se refería a la empatía de su hijo venía de otro planeta: ella era un adulto y una mujer.
Nuestro hombre,
siendo aún un chico como son el resto de los hombres en algún periodo de sus vidas, amaba locamente a las nenitas. Estaba muy seguro que no tenían nada en común
con él. Cuando creció y se volvió un chico un poco más grande, comenzó a detestar a las nenitas, y luego a toda la idea de "nenas" en general. Pasó el tiempo, era un joven alto
y fuerte, y se enamoró locamente de una chica de su edad. Tuvieron relaciones. Instantáneamente, él le prometió amor eterno.
Le preguntó si se quería casar con él, ella dijo, sí, sí, sí, Tres veces.
Se casaron muy jóvenes, tuvieron tres hijos y vivieron felices por siempre durante los siguientes veinte años.
Y luego algo sucedió. ¿O estuvo sucediendo todo el tiempo, en forma gradual?
El hombre no podía saberlo. Sólo notó consternado que su joven esposa se había convertido en una mujer madura aún bella pero infeliz, agresiva y silenciosa. Ella se negaba a dormir con él, a hablarle, a
apoyarle.
Él aún la amaba, como siempre lo había hecho. Su amor seguía tan firme como en el primer día, cuando hicieron el amor y él le pidió matrimonio. Quizás hasta la amaba más, ya que se había encariñado incluso con los lados malos de su personalidad — y ella tenía muchos, siendo una persona violenta, infeliz y fracasada. Alguna vez ella había sido joven y prometedora, que tenía a sus pies a todo el mundo y a todos los hombres, y sin embargo lo había elegido a él. Ahora, luego de veinte años de matrimonio, sólo lo tenía a él a sus pies. Pero él aún la amaba locamente. Dependía totalmente de ella, la miraba como si fuera su salvavidas, la protegía de su propio mal caracter y de sus movidas erróneas en la vida y en el pensamiento.
¿Qué había pasado? ¿Por qué ella había dejado de amarlo? ¿Amaría a otro hombre? ¿Querría una nueva vida, ahora que sus hijos eran grandes? El mundo había cambiado y los hombres y las mujeres ya no se unían de por vida. Oh, sí, claro, tal vez él era un tipo romántico y chapado a la antigua, como un personaje de una película o de una telenovela o de una ópera italiana. Y él insistía en el romance auténtico: amaba a su esposa luego de veinte años de matrimonio y luego de que ella hubiera dejado de amarlo.
Ella decidió hablar con él y decirle. ¿Decirle qué? Bueno, mentiras... Como sea, había decidido que ellos tenían que hablar. Compraron una botella de whisky, pese a que ella no bebía, y la abrieron solemnemente.
— Sí, amor — dijo él.
— No me llames amor — dijo ella.
— ¿Cómo querés que te llame? — preguntó.
— No me llames de ninguna manera, aunque sea una vez escuchame.
— Siempre te escuché.
—
Eso es lo que creés, AMOR, pero sólo escuchaste a tu amor, Amor.
— No seas cruel. ¿Qué hay de malo con que te haya amado durante todos estos años?
— ¿El hecho de que no te hayas dado cuenta de que dejé de amarte?
— Eso no me importa, yo aún te amo.
— Eso es muy egoísta, me arruinaste la vida amándome sin importarte que yo te amara.
— Siempre te amaré, sin importar lo que sientas.
— Cortala, asesino de mujeres, dejá de amarme y mirame. Dejame ir, por favor, dejame ir, arruinaste mi aspecto, mi carrera, me volví el objeto de tu amor, la cosa que amás, que podría haber sido cualquiera, porque sos un maniático que amaría a cualquiera que se hubiera quedado tanto tiempo con vos como yo lo hice. CUALQUIERA. No me ves, no me necesitás, sólo necesitás tu amor... Cortala...
El hombre comenzó a llorar, por lo general las mujeres lo hacen primero en las discusiones, pero este hombre era diferente. Era un buen tipo a quien su esposa había dejado de amar. Y luego, terminada la botella de whisky y una cruel conversación de dos horas y media, simplemente ella pegó un portazo y lo dejó. Dejó su casa, el auto, los chicos, los ahorros, su nombre y su orgullo: todo lo que habían hecho y logrado juntos. Él la dejó ir. No tenía opción, aún la amaba pero tuvo que dejarla ir, amándola. No se atrevía a pensar en su futuro sin ella, o en el de ella sin él. Ni siquiera podía tener la esperanza de que volviera. Sólo se sentó y comenzó a pensar, muy lentamente, casi inconscientemente.
¿Qué salió mal? La gran pregunta. ¿O, de alguna manera, todo había salido bien? La gran respuesta apareció en su mente: lo que haya sucedido debería ser reconocido como el estado verdadero de los amoríos. Le encantó esto y lo aceptó como una especie de respuesta temporaria.
Entonces llegó otra etapa: los hijos empezaron a molestarlo, pidiéndole dinero, comida, atención. Comportándose con rudeza, no siendo amables como solían ser. Luego, comenzó a quedarse calvo, engordó y se puso malhumorado. Luego algo grande y generalizado comenzó a andar mal en la parte del mundo en la que él vivía. La gente era amenazada, se sentían inseguros, incómodos con respecto al futuro, con respecto al sentido de sus vidas. ¿Fin de siglo? ¿Crisis de los cuarenta? ¿Soledad?
Todo eso y nada de eso.
Y luego más sucesos, casi absurdos ellos. Perdió su trabajo al ganar una demanda legal. Perdió el sueño y el apetito pero se volvió hacendoso. Perdió todo interés en su ex esposa, de quien de todos modos no tenía noticia alguna.
Mientras tanto, pasaron diez años. Los chicos dejaron la casa, sólo volviendo para mendigar favores o burlarse de él. Tenían novias, novios, amigos, suegros e hijos propios. Sus hijos se habían vuelto adultos mediocres y ruidosos a los que él amaba por alguna razón que ya no podía recordar pero cuya presencia le resultaba intolerable luego de media hora.
Nunca se involucró en otra relación. Cada oportunidad de una era una posibilidad que él elegía perder — o quizás no se tratara de posibilidades, sólo de quimeras. Rara vez pensaba en mujeres; su amor y su vida sexual habían llegado a un final abrupto en el momento en el que su mujer lo abandonó y él la dejó ir.
¿Por qué habría sido que ella dejó de amarlo...? Luego de diez años una respuesta le surgió desde sus entrañas, no vislumbrada en ningún pensamiento previo. Cuando su esposa lo dejó fue porque ella era una mujer muerta. Tan muerta como él ahora: un hombre muerto. ¿Por qué las mujeres se morían tan temprano? ¿Será porque son mujeres o será porque los hombres están felizmente casadas con ellas?
Estando ahora muerto, tan muerto por dentro como su ex esposa, decidió buscarla.
Se encontraron amablemente en un café, cerca de su ex casa. Ambos habían cambiado, y remarcaron este hecho al estrecharse las manos sin pestañear, sin darse un beso. Ambos muertos, ambos asesinados.
Ella se había vuelto una persona más tranquila, él una más amargada. Dos personas diferentes, que una vez se habían conocido íntimamente. No íntimamente — habían conocido a un espejismo flotante.
— Ya no te amo — dijo él inmediatamente, para liberarla por siempre. — Lo sé, me doy cuenta, me di cuenta hace años, y estoy libre, finalmente libre.
— Y, ¿cómo se siente ser libre? ¿Cómo se siente no amarme más? ¿Te sentís libre?
Ambos permanecieron en silencio, bebiendo café, no whisky. Disfrutaron de una tarde tranquila, se dieron nuevamente la mano y se dijeron adiós, esta vez para siempre, cada uno dirigiéndose hacia una auténtica muerte física. Ahora ellos podían distinguir la sutil diferencia entre la muerte y la muerte y la muerte. ¿O era la muerte otro paso hacia otra muerte más? El amor es una forma extraña de la muerte, pensó mientras se duchaba inmediatamente luego del encuentro con su mujer, para lavarse lo que ella le había tocado, para sacarse de su cuerpo la imagen de ella. Amé a esa mujer más que a mí mismo durante la maoría de mi vida. Ahora ya no la amo más, ni amo a otra mujer, ni siquiera me amo a mí mismo. ¿Qué pasó? pensó, no con furia, no con tristeza, simplemente con seriedad, como un científico, como un pensador.
A medida que la ducha le arrojaba agua humeante, miró el bulto desnudo de su cuerpo, enrojecido por el calor: era un amimal sin forma, enorme, palpitante, lleno de sangre y tejidos. Él era una criatura extraña, una creación de Dios o del Universo, un milagro... Una vez él fue un hombre que amó a una mujer. Luego fue un hombre que no amó a una mujer, luego un hombre que no se amaba a sí mismo.
Y ahora, desnudo, con la piel escaldada, él es una mujer que una vez quiso ser amada como un hombre.
Ahora ella cierra un círculo de doloroso entendimiento. Cierra el agua hirviente de la ducha, busca una toalla y decide comenzar de cero su vida. Basada en este ridículo momento, este exhaustivo entendimiento de la vida y el amor. Por supuesto ella nunca sería capaz de explicarle a nadie en forma razonable este suceso. Pero, ¿a quién le importa? ¿Es el amor algo que uno puede explicar, es la vida algo que alguien pueda entender? ¿Y está cambiando permanentemente, de hombre a mujer, dentro de una ducha, algo que jamás se le ocurriría preguntar a nadie? Definitivamente no, y eso era una especie de garantía, al menos en lo que respecta a la nueva vida de ella.
[tradujo: Saurio]