El reptiliano aparece de repente.
Un día atendés a un chabón que a gritos pide gaseosa y papas fritas, y al siguiente tenés una iguana de uñas color palta apoyando su torso fosforescente limón amarillo sobre la mesa para olfatear un pedazo de durazno, sin pestañear ninguno de sus ojos ni mosquearse, con la típica templanza de los animales frugívoros, adaptados a una alimentación basada en pequeños recursos naturales que no huyen de sus predadores.
¿Qué pasó? Lo que pasó es que tenés a un reptiliano en tu entorno.
Calma, no hay razón para inquietarse.
Estos bichos volvieron a jugar fuerte en la época de Abraham Lincoln: lo eligieron, le dieron permisos y felicitaciones, lo manejaron como a un títere y lo mataron cuando se les retobó. Venían de un letargo de milenios, ¿entendés? Milenios. Hace poco nadie discutía que el primer presidente reptiliano de Estados Unidos hubiera sido Reagan, pero nuevas olas en la historiografía han rebatido de plano tal presunción. ¿Y Lincoln? Ni él, ni tampoco Garfield (asesinado en 1881) ni McKinley (en 1901) eran reptilianos. Reagan y Roosevelt sobrevivieron a intentos de asesinato, pero no porque fuesen humanos. No eran humanos. Esperá, escuchame. Yo conozco investigadores que piensan que John F. Kennedy fue la única persona humana que pisó la Casa Blanca en en las últimas cinco décadas. No me parece. ¿Alguna vez se sabrá qué hubo detrás de su muerte? No creo que Kennedy fuese humano; eso quiero decir.
Andá a la mesa ocho y llevá esto. Dale. Ahora te cuento qué pasó con Lincoln y con Kennedy.
¿Todo bien? En cualquier caso, y aparte de preguntas sobre problemas que ni vos ni yo resolveremos, hacia la mitad del siglo pasado concluye una etapa turbulenta, marcada por derramamientos de sangre en viejos y nuevos continentes, cuando un par de bombas atómicas resbala y cae desde aviones sobre unas islas del Océano Pacífico. Con libertad y justicia para todos, el fin de la guerra habilita un consenso reptílico entre ganadores, perdedores, neutros e inútiles; y un proceso de reorganización internacional devuelve los lagartos a un sitio desde el cual pelear el poder que habían perdido. ¿Me seguís?
La familia de George Bush (hijo): reptilianos. El padre de George Bush (hijo): reptiliano. Sus ancestros (Prescott
et al.): reptilianos. George Bush (hijo): reptiliano. Sus amigos, sus vecinos y su perro: todos reptilianos. Tom Cruise: reptiliano. Nicki Minaj: reptiliana. Bill Gates: reptiliano. Lance Armstrong: reptiliano. Rupert Murdoch: reptiliano.
Hay quienes suponen que Cleopatra era reptiliana, pero yo no sé; francamente no lo creo, en realidad; es decir, habría que ver, digamos. Y parece que Poncio Pilatos era otro reptiliano. Y también Platón. Se afirma que antiguamente la Antártida, mucho antes de que ningún primate razonase mejor ni se emocionase más que un mísero ratoncete, había sido habitada por ellos, los reptilianos. Se cuenta que allí vivían en armonía y felicidad. ¿Se entiende? Que debieron emigrar porque el continente se congeló. Que quedaron luego desperdigados en el extenso archipiélago llamado Oceanía. Que, mientras los últimos mamuts vagaban por el norte de Asia y de América sin otro destino que la extinción, notorias salvedades aparte, los reptilianos construían una civilización de armonía y felicidad, otra vez, pero esta vez con tecnología, ciencia, industria y organización política. Se cuenta que en cierto momento, hartos del clima terrestre, de los cambios climáticos terrestres, pero en especial de las noches grises y sin estrellas, se replegaron en la Isla de Pascua, donde por centurias aguardaron un rescate celestial que jamás se efectuó. Y que en Babilonia, ya resignados, antes del Diluvio Universal, enseñaron lengua, literatura, geometría y contabilidad. Que a Rómulo le alcanzaron el arma con que mató a Remo (una gomera). Que en Europa. en el siglo XII, metieron mano en la confección del sistema que sentó las bases de la notación musical moderna. Y también, ridiculeces, que ayer nomás Alan Hovhaness les pedía consejos (¿sobre composición?), y que Pina Bausch les daba consejos (¿sobre danza?). Se dicen muchas cosas. No creas en las malas lenguas.
Volvé a la mesa ocho. Quizá quieran la cuenta.
¿Qué pasó? Ah, eso. Mirá, al tipo lo mataron según un plan de su sucesor, el bocón de Johnson. Los reptilianos habían tramado un arbolado sistema de circunstancias futuribles, enfocadas hacia la dominación planetaria, organizado en derredor de la consigna de “envenenar, infectar, sofocar, desgarrar, triturar”. Hartos, estaban: hartos del planeta, hartos de nosotros. Y necesitaban dar una estocada, un golpe maestro que sirviera como signo, y también como puntada táctica contante y sonante dentro y fuera de la hermandad. Amenazarnos, eso querían. No precavernos, sino intimidarnos: deshacer las fuerzas morales humanas antes de aplastarnos las cabezas, muy al contrario de lo que San Jorge hubiese deseado. Y estuvieron a punto de lograrlo varias veces, pero se encontraron con un problema jorobado: las luchas entre facciones internas. ¡Pobres reptilianos! Varados en este mundo, despreciados por sus congéneres del espacio exterior... No les fue tan mal, en realidad: fijate si podés atacarlos en Pascua, andá; no vas a poder, la isla está vigilada y las iguanas protegidas. Johnson, qué bien aprovechaste tu momento, sigiloso como cocodrilo agazapado en la frontera lodosa de la tierra y el agua de un río de África, qué grande, bajo el terrible mediodía del ecuador que fuerza a cebras, gacelas y ñúes a acercarse sin querer, aplausos para vos, a la mordida artera de un vicepresidente dispuesto a todo con tal de tomar el mando, aplausos para ese circo bien armado, a atrapar a un tonto herbívoro del cogote y arrastrarlo a la muerte, vos sentado en el sillón presidencial, jetón, y el herbívoro colgando de tus fauces. Manos que se mueven: aplausos, saludos, disparo. No fue la única ocasión en que los lagartos usaron, del mismo modo en que se usa una herramienta, a un humano impregnado de convicciones patrióticas o antipatrióticas, lo mismo da, para que presionase el gatillo.
¿Podés ir a la mesa ocho? Hacen gestos. No sé. Fijate.
Melanie Klein: reptiliana. L. Ron Hubbard: reptiliano. Slavoj Zizek: reptiliano. Los psicoanalistas lacanianos: reptilianos. Los líderes de sectas, los astrólogos: reptilianos, reptilianos todos. Ann Coulter: reptiliana. José López Rega: reptiliano. ¿Y no es obvio que también eran reptilianos los asesinos en idea y en acto de León Trotsky y de San Pedro? ¿Y no es obvio que también lo eran aquellos que diseñaron los cristales soñadores de Stonehenge y las baterías de artillería de Machu Picchu con los que nuestra especie hubo de repeler, en insólita sociedad con los reptilianos, un olvidado ataque de Gnorjlebskue un escarchado invierno de 1433, entre gallos y medianoche? ¿Y no es obvio de toda obviedad que también esos seres que descubrieron y calcularon e intuyeron el fuego, el triángulo y el alma eran reptilianos de la misma prístina laya? Comoquiera, los invasores de América en 1492, ¿eran humanos? Otrora habrá de saberse.
El reptiliano aparece por eclosión.
Supongamos. Un día recibís la visita de un pariente que silba rocanroles de Van Halen cantados por Gary Cherone y tangos de Troilo y Manzi cantados por Edmundo Rivero, y al siguiente hay en su lugar un
Triceratops horridus que no podría silbar ni cantar aunque quisiera, porque su anatomía no lo ha preparado para ello. Andá a decirles a tus familiares que el
T. horridus se extinguió. Andá a decirles, ¿me explico? Ni ahí. Ni loco, ¿entendés? Escuchá. Un día el compañero de banco del colegio te habla de su nuevo teléfono celular y al siguiente te enterás, llanto de madre y congoja de maestra mediante, de que Omarcito se ha convertido en tortugón lloroso pero violento, un barrabrava modulado por ínfulas caricaturescas de sapiencia filosofal, un paradójico semidiós capaz de adentrarse con éxito en las delicadas profundidades de las letras y la política y la reflexión, al mismo tiempo, de insultar y maltratar a una mujer como el más maricón de los cobardes. Enjuto y seco, como el viejo de aquel poema de Machado recitado por Fernando Fernán Gómez, Omarcito acomoda su caparazón bajo la sombra de una viuda prestigiosa para lamer restos culturales de una soberbia que él ejecutará, hundida su cabeza dentro de su culo, con inconsciencia y esmero de canalla.
Bueno, bueno. ¿Qué querían en la mesa ocho? ¿Más? ¡Pero si no terminaron el plato anterior!
No son alucinaciones. ¿Adónde querés llegar con tu escepticismo? Hay quienes comprenden las apariciones de estos seres según las ideas de Jung. Símbolos y hombres. Sincronicidad y verduras. Allá ellos. Tampoco adhiero a las abstractas teorías físico–matemáticas de Komori–Keisuke: aclaran el asunto reptílico, pero tienen validez sólo en universos en los que los batracios, la totalidad de los batracios del universo, vivan produciendo copias inexactas de las obras de Leibniz. Allá ellos. ¿Te parece? Jung. Leibniz. No importa, no vienen al caso.
No, no solamente norteamericanos y anglófonos. Nicolae Ceausescu: reptiliano. Silvio Berlusconi: reptiliano. Idi Amin: reptiliano. Fernando Collor de Mello: reptiliano. Vladimir Putin: reptiliano. Aldo Rico: reptiliano.
Estoy seguro de que Ronald Reagan era reptiliano: su mirada y sus modales lo delataban. Hay documentos fehacientes; búsquenlos. Todas las marcas y señas de un animal rastrero y húmedo. ¡Ronald al mando del País de la Libertad! Serpiente trajeada. En Camp David, animado bajo los rayos del sol, ensaya una operación armada cerca de pozos petrolíferos del Medio Oriente, en una maqueta con avioncitos, barquitos y tanquecitos de juguete. Táctica y estrategia de la guerra contemporánea. En la Casa Blanca, quieto en una oscuridad imperfecta por la luz de una pantalla de televisión, contempla impávido el sufrimiento de miles de habitantes de un país de Centroamérica cuyo nombre todavía desconoce y quizá nunca pronuncie bien. Víctimas de su inescrupuloso ejercicio de la fuerza. Ronald, ¡lengua bífida!, casi te matan a balazos. Ronald, ¡vientre al suelo!, y te salvaste por poco. ¡Ronald, salvaje!
Y los fabricantes de la máquina de ultratumba que atacó a Aldous Huxley en una fecha mencionada por Sheryl Crow en una de sus canciones. Y las formas exobiológicas que guiaron a Bismillah Vilayat en su viaje a través de las Zonas Erróneas del Sistema Galáctico 31021162–Bis. Y quienquiera haya tenido la idea de contratar a una mantícora real para que actuara en el documental
Invasion of the Body Snatchers de 1978. Y Erich Von Däniken, y Pedro Romaniuk, y tantos otros.
¿No hay reptilianos en tu familia? Decime, ¿ni uno? No me hagas reír.
Con la suficiencia lenta de un reloj cósmico de asombrosa precisión naufragado y dormido veinte siglos bajo el mar, la iguana de cresta dorsal ocre damasco vitupera olímpicamente una hamburguesa en el local de comidas rápidas multinacionales, su papada turquesa ciruela temblando, ante la sorpresa de los comensales vecinos, encantados y asqueados a la vez. En cambio, otea trozos de manzanas rancias, coloradas por la oxidación causada por los cálidos aires de una ciudad de Sudamérica a no más de cuarenta kilómetros del Océano Atlántico, y mira arriba con su tercer ojo cubierto de piel verde dólar ubicado en el medio de la frente.
Pero el arcángel San Miguel no aparece. Ni arriba ni en ningún lugar. No aparece con un ejército para matar a un dragón. No aparece con una lanza con que cegar el tercer ojo del animal. No aparece ni en estampitas ni en alucinaciones.
Madame Blavatsky batió la posta.
Ahora se viene la maroma. Estos tipos están revolviendo la salsa de la hegemonía mundial, ¿me explico? Cómo servir al hombre: ni más ni menos. Estos tipos, que cortaban el bacalao en las cenas de la sociedad secreta Calaveras y Huesos, ahora cantan falta envido subidos a la punta del Obelisco, ¿entendés? Pisan fuerte. Vienen a quedarse. Y quieren la frutilla sobre la torta.
Pidieron más postre desde la mesa ocho. Andá, no te preocupes.
Tranquilidad. No fue el diablo quien desparramó huesos de dinosaurios en el planeta.
Ese cliente que ves allá es un soldado de sangre fría de un arcaico ejército extraterrestre. Ayer era un estudiante mediocre, hoy es un pichón de tirano. Así como lo ves, un líder que escribirá con blanco vaticano su apellido y con rojo sangre su nombre en la Historia. Un opresor, un predador.
Lo sé porque así es como se reconocen estas cosas. Y punto.
Pero no hay que tener miedo.