El otro juego - Pablo Ananía

Ilustró Saurio
Selección de poemas: Leonardo Longhi

El otro juego
Pablo Ananía

Felizmente este especial dedicado a Pablo Ananía coincide con la edición por parte de nuestra editorial de su libro “Un espectro asedia a la Argentina”. Si, como dice la nota de Daniel Freidemberg, “Un espectro..." alberga cuatro libros en uno, entrelazados con los jirones de la poética que fue desplegando y concentrando Ananía a lo largo de los años, esta antología celebra entonces una ocasión y una obra. Podría decirse que en términos estrictamente poéticos, se trata de un recorrido que va “de la oscuridad a la luz”. Pero sería engañoso, tan engañoso como confundir claridad con legibilidad. (O establecer algún criterio de valoración en torno de estos dudosos conceptos.)
Enfrentados a la dificultad de dar a conocer algo de una obra que se fue desenrollando durante más de tres décadas casi en secreto, librada a los rigores de su propio azar, decidimos atenernos a las evidencias que pudieran surgir al confrontar algunas hipótesis de lectura con la relectura maratónica que todo insidioso prurito de atención al texto supone.
He aquí que fracasamos. Pero hay formas de fracasar productivamente, una de ellas, recoger con la humildad del caso las hipótesis, las relecturas y literalmente los libros y acudir a un encuentro con el poeta para realizar una entrevista que recorra sus libros y los fragmentos biográficos, a fin de dar cuenta de algunas circunstancias de escritura, no de los textos.
En el caso de Ananía, la buena voluntad para sentarse a hablar de poesía corre pareja con su resistencia orientarnos en la maraña amorosa y oscura que fue librando al mundo con denuedo y notorio desinterés por todo resultado que no fuera la satisfacción del propio hacer.
De todos modos, se habló, y tanto aquí como en el libro “Un espectro…” se difunde la evidencia, titulada “Alquimia militante".
De allí, de ese corpus biográfico violentado, hemos ido recortando, imaginariamente, la antología que pudiera acompañar e ilustrar, como si de un documental se tratara, el abordaje lector de una tierra incógnita.
Y viceversa. Hay menos tres modos hay de adentrarse en una antología poética: en disciplinada atención a la cronología y el orden conceptual; saltando gozosamente entre parte y parte de un todo inaprensible, o combinando ambos métodos (lo cual forzosamente ocurrirá tarde o temprano).
Sugerimos, más temprano que tarde, hacer lo propio llevando a modo de bitácora la entrevista con Ananía. Allí se nombran las series de poemas y poemas extensos que, creemos, pueden hilvanarse en una ilusoria unidad de temas y motivos. Y en definitiva, como para Ananía, admirador casi filial de Alberto Girri, el motivo es el poema, no se puede desdeñar la idea, tan vetusta y provechosa, de que un solo poema escribe el poeta, una sola melodía descubre el músico, un solo cuadro, etc., a condición de que nadie crea realmente que todo lo demás, la multiplicidad, lo azaroso de cada trazo, puede esconderse alegremente detrás de la postulación de una “obra”.
Menos en el caso de Ananía, empeñado precisamente en atar y desatar nudos, tejer y destejer y mirarnos consternado por la propia insistencia en ese empeño sigiloso y no carente de ambición de ponerse en juego en el poema, o ambicioso sobre todo, porque en ese juego se le va la vida.
Dicho de otro modo, en estos momentos de desolación textil por la importación indiscriminada, la caída del mercado interno y el abuso de las grandes superficies comerciales, patear cruelmente el ovillo es un privilegio del poeta, que se lo ha ganado y nada gana (aunque seduce) con su denodado hilar.
Leonardo Longhi

La última conversación de un poeta

De Tipos, observaciones, Buenos Aires, Ambigua Selva, 1981

Restos mortales

Ama lo que tomó para sí,
los movimientos de su mente.
Presiente caderas rígidas,
huesos que se hacen polvo.
Observa el cadáver, padre,
espíritu, huesos deshaciéndose
en palabras intraducibles.
¿A quién pertenecen los restos,
a ese que los lava, pule, calibra,
o al que se niega a exhumarlos,
acosado por la idea
de que es menester con el cuerpo
contribuir a la supervivencia de la especie?

Una hipótesis como cualquier otra

Alucinado, los ojos
dándole vueltas, la boca
incontenible, alimentando,
proveyendo de excusas
al cazador de locos.
Siempre sostuvo, desposeyéndose,
con obcecada insistencia,
la torpe, vanidosa teoría
de su inalienable pureza.

Figuras que inspiran, ¿destruyen?

¿Cómo reconocerlo, adivinar que despertaba
de la muerte, adjudicarle por azar un nombre?
¿Logrará su objetivo, que lo ya perdido,
Irremisible, se convierta en estilo, ritmo, poema,
alucinación de que lo que se vive ha de ser
escrito, vale por lo escrito, aunque lo escrito es nada?

Signos

¿Qué fue de aquel con quien ibas,
hacia quien ibas, hacia la búsqueda
de signos, los signos esenciales
de la noche, vuelto hacia una luz
en la oscuridad de la noche, vuelto
hacia una luz efímera? ¿Has de copiar
sus signos, advertir, admirarte,
interrogar? ¿Has de decir cómo se ordena
la lectura? ¿En tu descenso hacia la oscuridad,
quien al azar daña o protege, hará emerger
esa parte en los textos excelsa
que es tu parte de inconciencia?
¿Inmolarse, innovar, disimular?
¿Sumirse en la oscuridad de quien, sumido
en la oscuridad, al azar juzga, inquiere,
pregunta: ‘¿qué estalla, Dios, en mi cabeza,
Que no puedo pensar?’”

Asilo

El espíritu que merodea
por las habitaciones flota también
en el aire que respiran
árboles, locos. Es su espíritu
de poeta en la penumbra: abatido
por el crepúsculo cae de rodillas,
se abraza, su vientre se hincha
por el esfuerzo, los espíritus
que abraza. Los ojos salidos
ojos de pescado, sedientos
de lectura leen: “Gloria
de lo inviolable, una roja
llama brotó”. Es su espíritu
de poeta en la penumbra,
el límite infinito, la frontera
de todo, la hoguera abismal
donde se queman
sus inútiles libros.

La última conversación de un poeta

“Ahora tú conversas, padre mío, despierto”
(José Portogalo)

Bebe, se resigna, su vida era la rima.
Oye, levísima, una respiración a sus espaldas.
Es la tortura física que lo aterra.
Habla de las razones de su existencia,
las razones de la locura solidaria que lo acompaña,
la locura que lo acompaña con su música seductora,
con su música seductora a sus espaldas.
“Rima, escribe, habla?”, le pregunto.

Su vida era la rima. Su vida era la rima.

“¿Mueren los afectos también?”, me pregunta.
“Es una buena versión”, digo.
Nada le complace, hábitos
que ha adquirido con el tiempo,
torturas que se complace en reiterar,
hábitos de vida miserable,
sutiles ejercicios de la palabra,
solitarios ejercicios para su rima.

Bebe, se resigna. Oye, levísima,
una respiración a sus espaldas,
entrecortada, una respiración audible.
“¿Rima, rima, rima?”.
Se exalta, lo aterra la tortura física.
Su vida era la rima.

Revelación

Lava en alcohol los huesos de tu padre.
Hunde tus manos en tinieblas, arrima tu nariz
a los fosos donde lidian los sepultureros,
demuéstrales con el movimiento de tus mejillas
qué les espera el último día, el primero.
Inclínate, huele: ¿qué esperabas encontrar
en su jardín, lo que Donne pretendía de su muerte,
almas en libertad? Hay sólo malas hierbas,
aires mezquinos como oscuras plegarias.

Ciudad irreal

(Ambigua Selva, 1987)

“¿No es el tal Sordello
famoso por su rima (…)?
Escasamente una hora
había pasado cuando Sordello
llegó, mucho más viejo
que la primera vez. Ignorados
acentos demenciales lo oprimían
y temblaba, ciego, sordo, mudo,
como un caballo recién mutilado
al entrar en Ferrara, no la ciudad
vacía (…)

Browning

“¡Carajo!, Roberto Browning!
Sordello sólo hay uno, pero Sordello,
¿y mi Sordello?

Pound

“Y Sordello hacia sí lo atrajo
Diciendo: ‘¿Ves allí
a nuestro enemigo?’”.

Dante

I

En la que afirma que vive
su actual, escéptico Sordello,
ciudad donde cultica agrias
disputas, almas execradoras
arrojan desperdicios, voces
que se extravían, imploran,
no se contentan con su “aire
vacío”, “nada” escriben, “sin
escritura” nada nos sucederá,
voces que ignoran lo no escrito,
almas que se disgregan, instigadas
a ser como niños en la ciudad
sin Razón erigida, voces
agónicas críticas, que musitan:
No se cumplió la profecía.
Nacido para ser adorado
pasaste inadvertido, a nadie
importa tu presencia, tu débil
contextura, “nada, en todo
el conjunto nada hay tuyo”,
no hay ambición de perdurar, nada,
ni esperanza ni hastío.

II

El error está en lo concebido:
alma ciega, para siempre
en observación de sí misma,
se repliega: asilamiento que es un fin
como escena de muerte, instalarse
en la mente, limando, astillando, gruñir
despojado de afecto, fuerza que imita
la acción del viento, emoción
de lo que envuelve mas o agita
aquellas hierbas que inclinó…

III

En su exquisita crisis literaria,
¿Será por fin “la voz del hambre
Nunca oída”? “Luz pura, te ruego,
agua clara, te ruego”, pero no hay
agua en la ciudad irreal, rumores
de agua quizá, pensamientos
que sobrevienen a los muertos, clamor
de padre, su énfasis vivo, fragmentos
musicales, variedad de fragmentos,
trozos de su cuerpo, ámames, almitas
sin gracia que repiten: No fue oído
quien al azar habló, mas lo que al azar
se habló, ¿se reprodujo, escrito? Claridad
pura, te ruego, espejo que se empaña, te ruego:
“…que los ojos salgan a la superficie
de las profundidades donde estaban hundidos,
que los ojos salgan de sus cuevas” y vean
la red que atrapa a los muertos.

IV

Espejo que se empaña, poemita,
Tu paz es agonía, nadie te cree,
a nadie conmueve la ficción de niebla
eterna que genera tu aliento. ¿Acaso
no se ignoran también en tu interior
ética, ilusión? Pero ya fue escrito:
“Abriste esa puerta y ahora
sólo la oyes golpear y golpear”.

Tus pensamientos se dirigen con rapidez
hacia un instante de fuga. ¿Qué queda?
Nada que huela bien, una rosa
seca, cuerpo encogido al sol, nada
reconocible, voces, fragmentos
de voces que se extravían: “Oíd,
oíd el oleaje, voces (…), agua
del Leteo en vez de sangre”,

ni rima.

V

¿Y acaso tendría que despertar
una más nítida conciencia interior
el espanto del genocidio? ¿Y será
devuelto a la vida cada hombre espectral,
desaparecido? “Nada, nada te será
devuelto, ni siquiera tu cuerpo”,
los sumisos brazos puestos a la espalda,
colgando flojos del cuerpo desvalido,
los sumisos brazos cubriéndote los ojos:
nada, no ver, no oír, no ver mirando
lo invisible: he aquí tus propiedades:
“muerte, sólo muerte”. ¿De dónde
sacar un público ahora? ¿culpa de quién
la hipocresía, que debiendo dirigirse
hacia afuera, se volvió hacia adentro?
¿Culpa de quién no sacia el mero existir?

VI

En las aguas inexploradas que navega
no se ve más que bruma. ¿Su desnudez
tolera ese contacto? ¿Pasión o piedad
despierta el cuerpo enjuto? ¿Contagiará
su mal

eterno la mirada? Esconde la oscura

cabeza en lo profundo y respira, respira…
Trae consigo locura y a la vez que nacimiento
trae muerte. Se transfigura lentamente
al respirar en esta época: de otro tiempo
su interior, un cuerpo al renacer invoca,
“ni vivo ni muerto” este Sordello
de América, anhelante privado de palabra
ante las puertas de su Cielo, igual que ojo
“arrancado de raíz, separado del cuerpo,
que no alcanza a ver ningún objeto”
mas posee

lo perdido.


VII

No responde a lo conocido, realizable,
no elige poema alguno ni acuerda
con el lector de Pound, de Apollinaire,
brillos quizá, opacidades, Olivari
quizá, sobresaltos de luz que refieren
su tango, melodía ignorada. ¿Despierto?
No basta decirse sobrevivo, despierta
lo perdido, obedece un mandato olvidado
hasta el instante mismo de escribir:
almita ciega, vacía, que admite vivir
en indefinido error, ilusión, no cambia:
no es otro que Sordello renaciendo, mutilado,
aislado en el camino de lo que desaparece:
ha venido a estar solo y si en sus aguas
una nadador las voces corporizan, rápidamente
se interna en la Escritura, inclina el cuello,
muta

y es el mismo.


VIII

Otra su especie, su lengua
otra. Desorden, confusión, temor:
ha comprendido el sentido del Habla
mas lo que aparece comprensible
su lengua lo oscurece. “El recuerdo
de la dicha perdida duplica la desdicha
presente”, y aquel Sordello
vuelve, soy. Se fabula finalmente
un lector. Se sustituye el sujeto:
él, o Ella, es yo. Único, registra
el texto (lo registré), imita, dice
restricción. De sí hay un fluir, denso,
ojo del amo desprendido, sin límite
se piensa, diseminada en muertos, vivo,
ni tuyas ni mías, formas, rimas, su ruina,
su mente, la mía, en ruinas. Registra
el texto (lo registré), adjudica
propiedad de lo escrito a lo que su mente
simula, sustrae, efecto que produce
femenino, singular, poesía, única
lectura del ser yo, Ella su opuesto,
mi propia mente varios siglos después.
Confunde modo, conjugación, persona,
mas nadie juzgue, diga: lo suyo
otra mente, ajeno

su ojo, el poema

en la mente, otra

su especie. Retiene.

Retiene. Confunde su fin con el deseo
de retener. Retiene

femenino, unicidad,

un cuerpo que ha ganado finalmente
retiene, voz que simula no oír
pero su boca

en la mía

desaparece

mi voz en la suya

imita, simulo.



La comedia continua

(Ambigua Selva, 1989)

Nota preliminar

Iniciado en abril de 1987 y concluido en noviembre de 1988, La comedia continua reproduce fragmentos de poemas de Sylvia Plath, Jorge Guillén, Allen Tate, William Butler Yeats y Fray Luis de León, breves y reconocibles por cuanto respetan modismos o la lengua original en que fueron escritos.
Se considera, pese a tales inclusiones, que el poema sostiene una completa independencia formal y temática y se procura, merced a tales inclusiones, delimitar un espacio, trazar una línea de continuidad, no imaginaria, tangible, manifiesta, plena de significados, sonora, no mental, visceral, cuya percepción -se pretende- habrá de evocar algunas ideas de Héctor A. Murena sobre lo sagrado y su relación con la poesía.
La comedia continua se inicia a partir de una lectura arbitraria, no lineal, de El ojo, de Allen Tate, y para su desarrollo hubiera necesitado, con certeza, la formalidad de un lienzo o la rígida estructura de un escenario teatral, ambos territorios negados al autor de este poema.
Se habla de escenario, en un sentido que hubiera aprobado Válery, como espacio, o zona, que podría llamarse de lo sensible, al cual no se accede fácilmente o del cual no se vuelve. Sobre el escenario se actúa, se monologa, se lleva a cabo una experiencia límite. Fuera de él, nada. Llega tarde el espectador que pretende asistir a la representación y en la zona sólo encuentra fragmentos, hacinados, fragmentos concretos de objetos concretos. Nada literario: se habla aquí, en verdad de partes de organismos mutilados.
No es éste el mundillo de la literatura sino de la Escritura. Se habla de una región donde la palabra pierde su condición esencial y, escrita, despojada, se constituye en resto, fragmento, residuo de otro mundo, ¿el más allá de Murena?, palabra-objeto irreal, del pasado, de lo que vendrá, en íntimo contacto con otros objetos, prótesis, ideas, cuerpos sacrificados, partes de cuerpos sacrificados, vacíos con formas de objetos que vendrán, voces. Palabra que al menor roce se inutiliza, se reconvierte, se mimetiza, se abandona a formas nunca por la mente concebidas.
Quizá, como suponía Murena, se pretende traer, con el poema, metáfora mediante, el más allá a este mundo. Sin embargo, no sólo para aprehenderlo sino para incluirse en él, en esa otra realidad, el más allá, ¿enfermedad?
¿Cómo definir la zona de tránsito? ¿Forma inane, una nada? Podría llamarse simplemente poesía, o comedia, Savelli, caos, fuga, residuo, fugacidad, ausencia de color (o más estrictamente presencia del blancor que todo lo cubre, veladura sobre veladura), veladura y ceremonia, trastorno de la mirada.
Clarísimo el acto: se llega en desnudez, no sólo de cuerpo, desnudez de no haber creado nada finalmente y orar, hacer la ceremonia. Habrá un Quevedo al final de esa lejanía inquiriendo: ah, de la vida, ¿nadie me responde?
Nadie responde.
Diluidos, más allá, perdidos, idos tras una imagen, yéndose con facilidad, los Plath, los Yeats, los Murena, unos en otros diluidos, sin nombre, una nada que en otra se disuelve, no responden.

Pablo Ananía, diciembre de 1988


La comedia continua


“- Ese hombre tenía el ojo concupiscente. Hay uno de esos ojos aquí adentro”.
Chester Himes

Del ojo la comedia
continua, ser
ojo amante, creándose
cuerpo sin deseo,

¿el idiota
de Tate, ensimismado,
que cubre su ojo
con memoria
como una sábana?

¿Ojo de quién
sin materia
creándose?

En sí
mismo otro

idiota casi
real, sorbiendo
lo que de antiguo
permanece en el ojo
inamovible: el estado
de vacuidad que su aliento
consume, labio
vivo como ninguna
cosa viva
devorándose

dientes
de raíz
desprendidos

succionando
mi cráneo

su voz
chillona, la anciana
Proust
en mi jardín
latino, copulando,
en Savelli

la cúspide sagrada
donde el blancor padece
su fluencia constante.




Díjose
Proust, mente
en Plath. Por azar
sale a escena
con pálido rostro
y sombrío, mas muda
su nombre
en los círculos
malignos:

¿en qué
Consagración
actúo
y dónde
la madona
cuya prédica
fácil irrita
mi laringe?


Ah, realidad, ¿enfermedad?,
por fin Real
en aparición.

Se contempla el blancor
mas la mirada
no trasunta odio
sino cierta
veleidad de transparencia.




Mi lengua, intraducible, ordena
el sacrificio. Pies clavados, manos
que no hacen sino resumen, cuenta
de lo silábico abortado ojos
colectadores, de finísimo tacto,
y un agua de visitación para la oda

sáfica mutilada.




¿De realidad la aparición se nutre?
¿Respira, hiede, clama su arte?

Pródiga en la oscuridad, en la oscura
claridad más bella, penetra
desde una zona hostil a otra
que padece el asedio

y en Ella


se diluye, ¿en lo sagrado invisible
ese blancor, que mi lengua
genera, casi indistinto
del objeto que crea, ve morir,
renuncia a poseer? Del cuerpo

se conserva el vacío. Donde había
cuerpo humano, vacío (orejas
de carnero, dibujos
donde había palabras), boca
de carnero, ¿succiona
la rosa en las tinieblas
y percibe de quién, desnuda obtuvo
gloria? Lo urgente es el rocío
letal, amargo, agua que de Mí
se espera se evapora.




Entresaca su Cristo de carroña.
Bellísimo femenino, ¿no responde?

Qué estás, no ves el pecho
Desnudo, flaco, abierto?




Desposeída, ignora el paisaje
corporal que discrimina sexo, noción
de cuerpo, ¿cumbre, declive cueva?
Ida, finalmente insana, se abandona
en el blanco fondo de un lienzo,

por dentro como detrás de un velo,
lejanía y disipación, desolado
jardín que proyecta un cristal,
esparcidos fragmentos de escenas

íntimas de flagelación, un agua
con su incógnita, que está pero se niega
a la visión. ¿Es que no hay ningún
final que ansíe y la desborde? Gracia

de aparición la lengua errante
de entre los oscuro extrae lo inmolado,
arde en los extremos de los que no se debe
regresar, su yo perdido. Los tonos
profundiza, ásperos aquí, hirsutos,
blandos en la concavidad que se humedece
sola. Luz esquiva una orden de la mente
ignora, resto tangible de una
pesadilla, una y otra
vez en fuga. ¿Cabe rima

en ese ámbito barroco? ¿Rima
piedras engarzadas en penumbras
como pétalos entre canales secos
sujetos a una garganta exhausta?




Dedos como piedras que lastiman, two,
of course, there are two, the one
who never looks up, whose eyes
are lidded and balled, like Blake´s, uno
luz y otra

luz, y aislamiento, la música

entre líneas, tonos que reconocen
en un plano mental mas se diluyen
al revelar continuidad, el más
allá que ese ojo, seminal, excita.





Entresaca su Cristo de carroña.
Bellísimo femenino, ¿no responde?

¿Qué estás, no ves el pecho
desnudo, flaco, abierto?





Desposeída, ignora el paisaje
corporal que discrimina sexo, noción
de cuerpo, ¿cumbre, declive, cueva?
Ida, finalmente insana, se abandona
en el blanco fondo de un lienzo,

por dentro como detrás de un velo,
lejanía y disipación, desolado
jardín que proyecta un cristal,
esparcidos fragmentos de escenas

íntimas de flagelación, un agua
con su incógnita, que está pero se niega
a la visión. ¿Es que no hay ningún
final que ansíe y la desborde? Gracia

de aparición la lengua errante
de entre lo oscuro extrae lo inmolado,
arde en los extremos de los que no se debe
regresar , su yo perdido. Los tonos
profundiza, ásperos aquí, hirsutos,
blandos en la concavidad que se humedece
sola. Luz esquiva una orden de la mente
ignora, resto tangible de una
pesadilla, una y otra
vez en fuga. ¿cabe rima

en ese ámbito barroco? ¿Rima
piedras engarzadas e penumbras
como pétalos entre canales secos
sujetos a una garganta exhausta?





Dedos como piedras que lastiman, two,
of course there are two, the one
who never looks up, whose eyes
are lidded and balled, like Blake´s, uno
luz y otra

luz, y aislamiento, la música

entre líneas, tonos que reconocen
en un plano mental mas se diluyen
al revelar continuidad, el más
allá que ese ojo, seminal, excita.





Entre uno
Y otra luz
¿enferma?

Del ojo
vulvar la forma
irreal, acuosa,
criatura que se consume
en su aislamiento,
lengua bajo el último
sopor
se desentiende
del espacio
creado

en la distancia
agua, obra
de la otredad

fragmentos
de cristal que reflejan
malamente sombras
ahogándose en sopor,
sumándose en lo oscuro,
repitiéndose, ¿luz
between myself
and myself?





Recluida en la oscuridad, nacida
de una imagen, no nacida
para ocultarse, ¿agua trémula
por la presbicia que el cristal
provoca? ¿Se percibe ojo

tras el cristal, raíz de ojo
yendo hacia la mente, cuerpo
disipándose en espeso blancor,
piernas en escorzo, en fuga
hacia otra

noción de oscuridad?


¿Qué late en el cuerpo
Del que nace esa luz?





¿Partes de Otro
Cuerpo o sucesión
de imágenes velándose
hostiles a la penetración?




De Proust
el desvarío, el instante.
La estructura, el lugar.
Su abanico

y su máscara.

Lo femenino

de Proust.






De Yeats
los éxtasis simulados
del cuerpo, súbita
muerte, ligera plenitud.

¿Le es propio en el instante
de femineidad cedido
el extravío?

La tiniebla le es propia,
nacida del cristal, de lo observado,
del ojo présbite que lo aísla
y prolonga. El asilamiento
le es propio, a astucia
de alejarse sin dejar evidencia

como en zigzag de peces
disueltos por Yeats
en mares ilusorios.





De Plath
la vestidura
griega, lo indefinido
trágico, la belleza
inanimada
de Plath.

El rocío que vuela, orgiástico, suicida.





De Browning
la transmutación sutil
del desvarío.

Su alquimia.
Lo simulado
masculino de Browning.





De Michaux el temible
suplicio, la pérdida, la escritura
como una dádiva del cuerpo
en abstinencia, la culpa
como una dádiva para el Ascenso
y la Caída, como la droga que genera

entre el cristal y el ojo
las visiones
de aguas en penumbra, alzadas, sometidas
a un poder que jamás se revela.

De Michaux la adicción, la apariencia

de ser en un instante máscara
y el siguiente trágica
blancura abrupto, subrepticio, anhelado
despojo. En ese espacio reducido

cierta paz, el olvido
de lo íntimo, cierta luz,
el extravío entre sombras
cuya realidad no ignora.





¿Se funden
en ese instante
fugaz el ojo
y el cristal?

¿Se ama
lo indefinido formal
o del agua
su incógnita?





¿La inanimada
imagen se desea
o el deseo

(de ser visto
poseído, exaltado, redimido)

mutilado
que a la vez
lo proyecta
y lo anula?





Se sacia
al observar
se restituye
en el asedio.





¿La oscuridad por fin?
Pero sus ojos
están húmedos. ¿Cómo
embozarse entonces, dónde
extraviarse, dónde
la cópula que apenas
si se late?





Mente en Plath, hoja
que al nacer
anuncia
frutos letales.

Tal es el eje del universo.

Estallan
letras entre escombros, formas
femeninas más bellas
que los cuerpos, amantes

como Yeats desea, pétalos, escamas, boca
de carnero, oda que no se constituya
en intención de muerte.





¿Amantes simétricos
fragmentos de cuerpos
hace tiempo distantes
hace tiempo deseándose?

El mustio
Plath, en confusión, perdido, ido
tras una imagen, yéndose
con facilidad, como de una herida
fluye the blood that runs
is dark
fruit.





En fuga, Ella, romántica.
Un efecto su muerte, escénico.
Su clamor, un efecto (“oh poeta
Yo te amo”). Un cosmético
ese Proust, indecente, ese
femenino hostil, Plath
en su jardín, para ser redimida
delo escrito por lo escrito,
timid, entangled, empty and abashed,
repitiéndose, esperando
el llamado en la oscuridad, el himno
que describa su aislamiento, repitiéndose,
recluida en la oscuridad,
sin reconocerse ni nombrarse,
oculta, en cuevas, sobre escenarios
dadá, escaso el don de percibir a Browning
en su locuacidad. Lo exterior

es opaco
fondo del lienzo, blancor que proyecta
un cristal, el eco
de Ovidio simulando en la rima
su inocencia, ¿el abismo
sin embargo, la ausencia
de esa errática
mano poseyendo
un agua amante?





El desvarío nade
del ante-ojo que exalta
las visiones.

¿No ve
caer su cuerpo
de una nada
a otra, disolvente?

¿Y en la ausencia
el aire
ficticio se respira?

¿No se anhela
una imagen de realidad,
Su ojo
en Plath, hueco
de ojo, raíz
de ojo
yendo hacia la mente
suicida?

¿No es
su ojo
zona
que de sombras
se libera
y agua disemina
hasta que sólo queda
espacio del espacio?

Abstraído el cuerpo
lo profundo es el blancor
espeso diluyéndose
entre dedos que engrosan
con los años, dedos
en primerísimo plano

crispándose sobre secretos suyos
almacenados entre cabezas muertas.

POST SCRIPTUM

No hay ojo sino errante
modular de ojo, melodía
velando, inconclusa, ojo
ido como el blancor se ve, yéndose.

Sabor de ojo, ¿acre?, velos, vacío,
un ligero vapor en torno, suspendido,
velos simulan muslos en deseo
aguzándose, túnicas, sedas, rimas,
y el hechizo conduce a la misma
agonía que se lee en el ojo Real
cuando contempla, antiguas, las sombras
en su mente, desnudos
inmóviles los cuerpos
en el lienzo mas fugándose.

No hay ojo sino hueco de ojo
en el azogue, ojo ido que prueba, présbite,
textos, texturas, blancor
de ojo que en parte se penetra
con la mente, en parte con objetos
concebidos en reemplazo de miembros:
no más uñas, ni labios, no más dedos,
artefactos, efectos, pocelanas,
acrílicos que simulan funciones, lo familiar
de un cuerpo diluido en recuerdos,
en sonidos que oír el vacío revela: the ill
man becomes the child, the ill man
whose hands

with no lines

writes, writes…

Lo niño observa hueco, ¿anal? Dícese
boca por pudor, y seda, por prótesis
que suman masticación y llagas, sin forma
boca, ojo vulvar, ábrese ojo
seminal, el velo, el velo de cristal
que no tiembla, blancor entre blancor,
la melodía en su interior. Opacidad
y fuga. En la opacidad, that has no ear
no reye, su morada. La obra
es anterior. Oculta permanece.

Pensar sin Pensar

(Ambigua Selva, Buenos Aires, 1992)

XLIV

Un ojo virtualmente arrancado del cuerpo
indaga en las celdillas de mi mente, me penetra,
escribe, me reescribe, da comienzo
a la experiencia del poema, ¿nunca escrito,
escrito anteriormente, en eterna reescritura’

XLV

El ojo observa el ojo, mi ojo en el poema.
¿En el mero acto de ver se consuma ese amor,
en la exclusión también de lo que no se ve?

XLVI

Ojo, lo que no se ve, la raíz
del poema no escrito.

XLVII

Poema, ¿espolón, tenaza, vulva, eterno
abrir y cerrar de ojos donde desaparecemos
pero donde somos, en forma simultánea, otros,
esencia, espíritu de otros, alma?

XLVIII

De ser y no estar sino siendo
constantemente otros, extrañas
mutaciones de la lengua.

XLIX

¿Se percibe en mi escritura
esa línea esencia que recorre
los tiempos desde la raíz del ojo
hacia la mente, mirada que penetra
en la fosa donde resisten
aquellos cuyas ideas sobrevienen?

L

Ojos que se extirpan como quería Nietzche
en lo que sería una operación cristiana

en pos de trascendencia
y una continuidad negada al cuerpo
para que jamás se resuelva el enigma
y continúen los motivos de dolor

sin revelación.

LI

Ojo especular, resuelto a observarse
en apariencia para siempre a sí mismo,
no resiste semejante persistencia
y enloquece: emite signos equívocos,
órdenes dislocadas, acentos invertidos,
eses por ce, erróneos procederes,
ni guiones ni diéresis, vocales inaudibles,
balbuceos, frases mutiladas.

LII

Frases mutiladas

¿bordes quizá
de un tejido probable
oscuramente percibido
en la faz oculta de la mente
donde eternamente es sólo ahora

este único y mismísimo ahora
del alma desolada?

LIII

El lienzo de la mente extendido
no bello sino simplemente expuesto
y nadie que registre la totalidad.

LIV

El paisaje del Principio jamás reconstruido.
¿Fracaso del poema antes de ser escrito
cuya música sin embargo
levemente se oye, rimas
quizá, artificios que desquician la mente, fuegos
extinguidos donde aún se conserva
la Obra de un hacedor original?

LV

El poema se omite

no nacido
opera desde el límite.

LVI

Ojo vulvar, devorador, uno que ha venido
a traer vida, uno que la vida desdeña
y se extravía ante tanto dolor en el ojo
doliente de uno como dios

extraviado

expulsado del reino.

LVII

Ojo que imágenes transmite
para excluirlas de cualquier muerte
hasta que queden inútilmente
profundizando el infinito.

LVIII

Registro, registro, Mío
es el reino, vocear
de hojas diseminadas, lo múltiple
finalmente en una sola visión

inaprensible. El lienzo
extendido y un ojo colectador
de finísimo tacto
persuadiendo al paisaje, incitándolo,
espolón que recorta
una escena, escenario
donde la comedia se trama

en aparente sucesión
a partir de hechos mínimos.

LIX

La realidad
impresa
de muy antes

¿en qué territorio, mente, papel, tela, lienzo
convulsionado aunque ningún viento agite la memoria?

LX

Tela desnuda
despojada, blanco
en supuesta convulsión
asido por el ojo.

LXI

Trazos del ojo
en sucesión de imágenes
velándose.

LXII

Desde un supuesto existir
revelar lo perdido, imprimir
en los huecos que lo perdido expone
el ser de lo que no necesita existir
porque infinitamente permanece
en el poema de la mente.

LXIII

En la esfera del ojo del dios de la esfera,
extraviados, ante oídos extraños que se cierran
no ya al enigma sino a lo momentáneo de la forma.

LXIV

Extraviados, restos
de aquella que nos engendró
y repudia, inaccesible lengua.

LXV

Duda somos
de una en polvo
y soledad envuelta
deslumbrante
lengua.

LXVI

Nos deja

sin sentido
su belleza.

CXXIII

(Para Alberto Girri, 16/11/91)

Qué discutir si lo sensible
ha de ser percibido en lo formal
donde el que más despoja se desprende.

Qué discutir si el texto es quien lo lee,
la propia, intransferible experiencia
moral reconstruida, y el blanco de la hoja
autor inerte, entre tipos hostiles, observando.

Qué discutir si una punción
extirpa mezquindades, extrema lo ilegible,
no aísla, multiplica los efectos
paradójicos, es prueba inquisitiva, final,
de que lo inmóvil se conserva estático,
si sus redes lo inconcluso armonizan,
obra y alma clausuran para siempre.

Qué discutir si lo inmóvil, validez
de lo inmóvil, es lo hermético, codicia
vana del ojo, si el errático mal
violenta todo intento y la visión no basta,
no revela el vacío que deja
como de un padre a su hijo
la promesa de un oscuro
imperio sin accesos.

Qué discutir si las formas
permanecen, la voz del maestro
en la intemperie, si del poema
emerge Giacometti, esculpe
como austera varilla
su cuerpo inspirado por la muerte.

Más milagro que muerte)

(Ambigua Selva, 1994)

Amantes fingiendo piedad

Este es el festín de las aves
de rapiña: aire italiano, del sur,
allí en Savelli donde brota
la sutil telaraña de rocío sobre
bosques oscuros de olivos. Es
un aire grato y dulce, húmedo,
pero la mirada no me pertenece:
ah, melancolía, ¿quiénes le arrancan
a la vida el sentimiento de lo injusto
cuando en traición se obra,
amantes fingiendo piedad?

¿Darse al femenino en el encuentro con la muerte?

¿De la ruptura qué, darse
al femenino en altas dosis
de aire rígido y sólo vos existirías
en las salinas del infierno

señora del filo de la luz
dispuesta a hablar en público de lo íntimo
con tu vientre excedido, deforme,
y los continuos leves ruidos que nacen
como humo de la hiedra inmóvil?

¿Y qué del dolor, del extravío?
Si estás así vestida con hábito de puta
¿no es la tela raída a tus espaldas sello
sin fin y vos solo el recuerdo
de un diseño en el oleaje?

Vos señora del filo de la luz
vos muerte imagen de la muerte cuerpo
de piedra y labios que a su señor traicionan
vos mujer ¿y yo tal?, ¿aliento soy de más
allá de las alturas, servidora que trae
parálisis al lecho, bestia insomne que vela
la luz de tu pasado distante inasequible
y sin embargo hiela mi fulgor?

¿Y si expirar quisieras en un beso, si
ver quisieras que se quiebra
la argentinita de Ortiz tan hueva seca
un ala una ramilla y ella
todas las cosas mismas buscándose
para la comunión?

¿Qué del existir entonces
sin beber del alcohol
que aguza mi lenguaje?

¿Vivir en más
sin darme al femenino
con la mente quieta
junto a una hoja de trébol
con la mente que huela
como hierba?

Piedad

Restos del susurro nupcial
forman esos cuerpos
que anhelan sustitutos.

Inertes, como hiedras, en fría
ensoñación, se adhieren
a imaginarios velos. En
su alabanza rimas, epílogo
quizá de un acto inútil. Hiedras:
el término suplica conclusión.

Démosle un final, fisgones
de la mente, hasta esfumarlos,
a esos cuerpos que danzan
palabra por palabra lo que oyen
o leen. Démosle una música
que improvise un paisaje
a esos cuerpos que danzan
en museos vacíos. Aunque
amantes en la ilusión

démosle que huelan el perfume
ácido del instante que fluye.

Ave de rapiña

Si a lo Góngora ha sido
esponja, abismo, no construye
fraude vulgar cuando engulle, ligera
de latidos, vivas las crías
de la tierra? ¿Disciernen sus ojos
como los míos el instante en que la luz
del atardecer propicia la locura?

¡Su arte, lo escénico!
No entidad sin registro
de lo actuado, yendo
como alguien que teme
lo que es, su naturaleza
demoníaca, atenta, sin respirar,
envileciendo el ácido
esperma que sella los labios,
olvidada su música, sin olvidar
su presa, un instante pensativa y luego
expuesta al oído mediocre
de su mente, alma sin rima
ahogada e cuerpo vil,
llama consumiéndose
con velados crujidos.

Escritos en el cuerpo, 1992

Excluido crítico, creador, criado, su odio
el tono demencial de la materia inerte invoca:
maligna criatura que en mi cuerpo graba su agonía
como si rama estéril, zarza, y la pasión poética
ya no partes de su estado representan
sino restos expuestos de mi lengua.

Pero si no fuera ficción lo que a ciegas encarna,
si en masculina esencia poseyera
mi aliento, mi sed, la hematuria cediera,
si actuaran los narcóticos y dormida, o muerta,
frisos labrara en enjoyada prosa, si líneas
en su oído la fatiga, el rencor, la sevicia
expresaran, el ciclo concluido, esas notas
agudas, solitarias, oprimiendo
su abdomen, ¿repetirían sin sosiego:
dimmi, maestro mio, dimmi, signore?

Escritos en el cuerpo, 1991

“Ah, señor Jesucristo, no queremos tus frases”
José Portogalo

¿Audible todavía, asediándome, sutil
su monólogo, adaptándose a formas
que mi voz requiere, extrañamente elegíacas,
como si la idea de dos poseídos, asidos
uno al otro en el vómito de intraducibles
signos, incrustara su vida en la mía?

¿Audible el paisaje, su canción de la primavera
del año 1934, ambiguo, para disfrazar su ser
incontrolable en mi refugio de lenguas
sin encanto? ¿Aislándome, diluyendo el efecto
de quienes pretenden en vano sellar mi mente
con ácidos epigramas? ¿Cómo entonces reunir
lo incompatible, no claudicar, si cada línea
suya, cada fragmento del cuerpo textual
sustraído, mutilado sin descifrar, sólo revela
el deslizamiento de rimas concebidas
para instantes como éste, que de mi nombre
se deshacen, uno cuya fama se nutrió sin pasión?

¿Cómo apaciguar fiebre, pluma, voz, de quien resignó
su cordura, su conciencia de clase, su paternidad,
si muerte -mudable, veleidoso- todavía germina,
acaso llegue a Cristo, se cuente entre sus elegidos?

Más milagro que muerte

(Savelli, 1887-1987)
Para Doménica Gualtieri, en su memoria

Ocho vientos menores
dice el anónimo
presagian el suplicio.

Un instante es hambre.
Otro destierro y muerte
la sustancia que asoma.

Más milagro que muerte.
No hay dolor en los ojos,
la carne ya no es firme,
se oyen no los vientos
rugiendo, el sonido,
no el sonido delicioso
y sosegado ni el grito
de los cuervos en Savelli
sino huesos partidos,
tan lascivas antes las rodillas
y el deseo ardiente del retorno
extinguen. ¿Y por lo que ascendió
y por lo que huyó se olvida?

¿Y se quiebra la rama sin vida
del árbol donde cuelgan
sin ser frutos letales
hijos con sus temibles ojos,
con sus ojos abiertos
que restauran los indiviso,
lo que muerto no muere y roto
a la desolación conduce?

Dos en uno

Lo fugitivo, Quevedo, permanece.
Regiones donde hubo
ardientes pero estériles ocasos
sombras dejaron, perfiles entumecidos
pero ocres elevándose
como cuando cautivo de la danza
de deshace el dolor. Tu comprensión
remite sólo al tacto. Tacto
sin embargo que es dicción, lente, sutil
sangre del que predica. ¿Cómo no habrá
de resignarse, Góngora iletrada, sin deseo
carnal, a bogar en sus fingidos lagos
definitivamente secos? ¿Cómo
culterana ha de engarzar en oro
si plebeya de acentuada oftalmía
fastidia los metales con fusiones mezquinas?
¿Es posible, Quevedo, que te obstines
en ceder tu palabra a quien labra ofuscada
con soles baratijas, manjares para el oído?

Revelación

Para Adriana Inés Brunetti

¿Sin luz muriera
allí donde su rima imploran?
Una reina de esfinge rencorosa
al peón calvario ordena. Otra, poseída,
se entrega artificiosa. Red
de oro, red traidora: que virtud
como muerte, carne, escoria.

Sin más: tálamo, casa, hijo.
Ni rescate ni súplica en la leve
profundidad del amor.

Escena del final

“La sangre que exprimió, cristal fue puro”
Luis de Góngora

Deidad en cuanto trama
no lo que su mente
de lo tangible abstrae, no yo
soy yo sino inmutable
sino instrumento de paisaje:
hebra, oro que otros labraron,
artífices de alto don, deidades.

Especia sin sabor
mas ácido el perfume
de la seca piedra

No hebra que trama
o narra sino tazo
en el cuerpo:
herida abdominal,
hiedra tenaz
de muro endeble

en rima concebida
por azar como labio
que la pasión despoja
de lenguaje: niebla
el aliento en la distante
niebla cuando trama

parir sin forma, hilar,
coros bizarros simular,
dictar sin arte, soslayar
autoría, no ser
yo, no ser nadie deseándote
invisible auditorio: agua rota
de Góngora bastarda
sin que hedor ni dolor
interno el cuerpo exhale,
rima quizá, cristal, sin ley
aunque fortuna hallare, santidad.

Arteria seca, sangre del habla
simular: cristal fluye de mí
versado en citas
el cuerpo que claudica
en fin con sus propias
palabras lapidado:

aquellas que dictó
el azar mintiendo oro,
tosco vidrio soplado.

Pablo Ananía nació en Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, en 1942. Ensayista, poeta y periodista. Es autor de los libros Tipos, observaciones (Ambigua Selva, 1981), Ciudad Irreal (Ambigua Selva, 1987), La comedia continua (Ambigua Selva, 1989), Pensar sin pensar (Ambigua Selva, 1992), Más milagro que muerte (Ambigua Selva, 1994), Hemos construido este país desde el principio al fin equivocados (Ambigua Selva, 1999), Diccionario inmoral de los argentinos (Vergara, 2005), La Poema (La Idea Fija, 2012) y Un espectro asedia a la Argentina (La Idea Fija, 2017). .