Ilustró Saurio
Publicado originalmente en Clarín Cultura y Nación, 7 de octubre de 1993
Es alta, de nogal. Un laúd o una lira de madera calada sostiene la tela de damasco que cubre el parlante. Al encenderla, una luz tenue la ilumina por dentro y en mitad del cuadrante una fragata o una balandra resplandece entre los números. Su sonido es perfecto. En esa radio mi madre, desde la antecocina bordeada de temblorosas madreselvas, escuchó a Jaime Font Saravia exclamar presuroso: "¡Olavina, Olavina!". Escuchó a Ignacio de Soroa reírse, al final del sketch, de los dichos de Felipe. Ignacio de Soroa decía: "¡Felipeee...!", y prolongaba la e y eso significaba "¡Qué muchacho este!" o "¡Es de lo que no hay!" o "¡Es impagable!". Y el oyente reía.
En la época de Sandrini, la gente era menos avisada, más candorosa, las señoras querían tener "cutis de colegiala" y los hombres se enorgullecían de su calzoncillo suspensor Casi y todos formaban parte de la "enorme platea del éter" y el radioteatro de Juan Carlos Chiappe, a través de las radios de catedral, a través de las radios de bakelita, a través de las radios de ojo mágico, inundaba las tardes, apacibles de mate, repletas de factura. Y mientras el León de Francia corría a espadazos al canalla por el palacio, el príncipe de los gauchos gritaba "¡Ahijuna!" con su facón vengador, el gitano metía a los chicos robados en su carromato y la bruja desdentada aullaba a la luz de la luna pegadita al lobizón, al oyente se le caía el mate con la carcajada sardónica, la risa demoníaca, los alaridos convulsos.
La radio nos iba marcando el paso del tiempo. A la mañana, bien tempranito, Enrique P. Maroni leía íntegramente "La Prensa"; al mediodía, al volver del colegio, la inconfundible voz de Tincho Zabala nos hacía reír desde "La alegre redacción", y a la tardecita, El Amigo Invisible prodigaba sus frases célebres.
Cuando la radio se empacaba había que golpearla. Sobre todo los domingos, cuando uno se estaba mordiendo las uñas con los incontenibles avances de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, en el exasperado relato de Lalo Pelliciari o Fioravanti. Por ese entonces, el arquero (pese a que había un "guardavallas cantor") era todavía el arquero. Pero años después apareció un libro de inextricable título y todo cambió. El libro se llamaba El miedo del portero al penalty. Me llevó años descubrir que eso quiere decir "el miedo al arquero al penal". Ahí fue donde cambió la radio, como cambiaron todas las cosas. Mientras tomaba sus matecitos, el oyente era presa de espanto. "El que compre un solo dólar, se va a a quemar las manos", decía el ministro. Y ese mismo día, una suelta de argentinos asolaba la City para transformar en dólares los magros pesitos.
Por la radio fuimos aprendiendo a comprar dólares y a comprar fideos. Si a las seis de la mañana alguien sacaba los tanques a la calle, las madres decían: "Hay que comprar fideos, viejo. Nene, andá a comprar fideos".
Lo que nunca aprendimos es quién era Köchel (que la voz culta del speaker pronunciaba Quejel), mejor dicho, lo aprendimos en la edad provecta. Porque para no desentonar con esa noviecita cultísima y melómano, mientras por Radio del Estado oíamos que el Río de la Plata había subido tres pies sobre los valores tabulados, escuchábamos la sinfonía número cuarenta de Mozart en sol menor, Köchel 550.
Escuchando a Serrat
Hablando, hablando, hablando, como Enrique Guitar en Las manos de Eurídice, los políticos desplazaron a Sandrini, a los Pérez García y a la inefable Pamela, que entre tahures, quinieleros y malandras, pasaba por el fuego sin quemarse.
Y los políticos comenzaron a nivelar para abajo, a pensar "de que", a decir que el Estado les mete la mano en el bolsillo, que es mejor ser propietario que proletario, que los contrarios eran mariscales de la derrota, que el tejido social está enfermo y que había que consensuar, consensuar y consensuar.
Por la radio aprendimos que se estaban vendiendo "las joyas de la abuela" y, aunque nuestra abuela nunca tuvo joyas, eso nos pareció una iniquidad digna de denuestos.
Aprendimos a admirar la variedad de recursos de ciertos conductores de programas. Siempre le pedían al político que se quedase en línea privada. Nos golpeábamos los tobillos pensando qué cosas le dirían por esa línea privada. Por esos conductores supimos que la Municipalidad es la comuna metropolitana, que cualquier camandulero es un operador político y que los periodistas son comunicadores sociales que hacen una lectura de los datos de la realidad. Aprendimos también que esos conductores nunca oyen, siempre escuchan y que cuando no escuchan ponen a Serrat. He aquí un ejemplo:
–Estamos en comunicación con la Directora Circunstancial de Planeamiento Estimativo, la doctora Araceli Romina Lorena de Platero 1116. ¿Doctora, me escucha? Doctora... ¿Me escucha? Se cortó la comunicación. ¡Bueh, vamos a poner a Serrat...! ¡Ahora sí! ¿Me escucha, doctora?
–Sí, lo escucho.
–Doctora, ¿qué nos puede decir del corrupto?
–Estamos investigando.
–¿Cuántos millones robó el corrupto?
–Se están librando las actuaciones.
–Comprendo, no puede hablar por el secreto del sumario. Le agradecemos mucho su deferencia y vamos a escuchar a Serrat. Quédese en línea privada, doctora.
Otro conductor va a convocar a la discusión y esclarecimiento de los grandes temas convocantes. El oyente, en absoluta libertad, sin anestesia, sin temor al disenso, demostrando su actitud plural y participativa, llama a la radio y da su opinión. Los grandes temas convocantes serán:
a) ¿Le parece bien que los chicos se emborrachen?
b) Los padres, ¿deben o no permanecer más tiempo con los hijos?
Contestan: Elizabeth Karina de Villa de Emergencia Ciudad Vergel, Cynthia Roxana de Barrio Norte, Carla Paola de Montserrat y Samantha de Villa Domínico, quienes aprovechan para mandar un besote al conductor a quien felicitan por el programa mientras la locutora, antes de la tanda, ríe, ríe y ríe mientras comenta que es una lástima que esto no sea televisión, así, chicas, podrían ver la camisa del conductor quien, emocionado, acaba de contestar un mensaje de otra oyente y dice: "¡Qué maravilloso eso que acabás de decir! ¡Cuánto amor noble en lo que decís!", y propone ir a un corte y propone que escuchemos un tema de Serrat.