Ilustró Saurio
Publicado originalmente en La Opinión, 1977
¿Por qué escribe cuentos?
Porque escribo cuentos.
¿Podría establecer semejanzas entre el cuento y la poesía?
Podría establecer semejanzas entre la poesía y todas las cosas. Hace dos mil quinientos años (año más, año menos) Protágoras de Abdera dijo que el hombre es la medida de todas las cosas. No me acuerdo quién dijo que el hombre es la medida del hombre (pero no importa). Para mí, la medida del hombre es la mujer, pero tampoco importa. Creo que la poesía es la medida de la poesía, que la poesía es la medida de toda belleza, que no hay literatura sin belleza. Además fíjese una cosa. Nadie dice de una bella mujer: es una narración breve, es una tragedia, es una novela, es un relato, es un entremés. Dice pura y simplemente: es un poema.
Creo que de todos los géneros literarios el cuento es la forma más exigente después de la poesía, que la poesía es un cuento de Borges, que es El Aleph de la literatura, que es detener la eternidad en un punto.
Soy de los que opinan que cuanto más corto es un cuento, mejor. Porque la eternidad está más cerca.
Creo que El Mago, un libro de "cuentos cortitos así", es un libro de poesía. Al menos es lo que dicen los poetas que lo han leído. Para la mayoría de los prosistas, en cambio, es un retroceso en mi escueta carrera literaria.
En los cuentos breves, la frontera que los separa de la poesía se desdibuja.
Por ejemplo El dinosaurio de Augusto Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". ¿Qué es, un poema o un cuento? ¿Qué es esta línea de Salvador Elizondo: "La mariposa es un animal instantáneo inventado por los chinos"? Un porteño diría que es un cuento chino.
¿Cómo le gustaría que fueran sus cuentos?
Pequeños, peludos, suaves; tan blandos por fuera, que se dijeran todos de algodón, que no llevan huesos, pero eso sí, que los espejos de azabache de sus ojos sean duros cual dos escarabajos de cristal negro, que cuando los llame dulcemente, vengan a mi con un trotecillo alegre que parece que se rieran en no se qué cascabeleo ideal y que tengan acero. Acero y plata de luna al mismo tiempo.
¿Qué cuentos y qué maestros del cuento universales y nacionales, le gustan más y por qué?
Supongamos Una tarde perfecta para el pez banana. Supongamos que cumpliendo con Los ritos, harto ya de Los oficios terrestres, huyendo de El infierno tan temido, consiga escapar de la Casa tomada. Supongamos que junto a El puente sobre el río del Búho, me encuentre con La dama del perrito. Supongamos que ella, bajando los ojos, me dijera Sí. Creo que me sentiría El príncipe feliz, creo que se operaría en mí La metamorfosis. O no. Porque en vez de vencer mi natural timidez, en vez de acercarme a ella y cubrir sus frágiles hombros con El capote, me volviera autista y sólo escuchara los latidos de El corazón acusador. Entonces, víctima del superyó, en vez de ofrendarle El estuche del cocodrilo, sólo atinara torpemente a estirarle La pata de mono, que en vez de iniciar una conversación comme il faut, como hace El hijo de mi amigo, que es todo un Rashomon para estas cosas, tan es así que El mejicano mismo lo envidiaría, sólo atinaría, digo, a decirle con mi timidez congénita ¿No oyes ladrar los perros? Con lo cual ella podría adoptar una actitud intempestiva como por ejemplo: ponerse a gritar Los asesinos o exigir la inmediata presencia de El acomodador o decirme en tono de burla, mofa o sorna ¡Desciende, Moisés! Dado lo cual, si así sucediere, lastimado en mi autoestima, dejaría yo de creer en Los peces de colores, y no me quedaría más consuelo que volver a la gordita, a la que Los amigos llaman Bola de sebo.
Y ahora, Onetti. Elegir algo es renunciar a algo.
De entre los maestros del cuento el que más me gusta es Onetti. ¿Por qué? Por su devastadora y fulgurante belleza, por su endiablada estructura, por su impecable dominio de la ambigüedad, por su crueldad sin concesiones, por los increíbles destellos y reticencias, por su perfección del silencio, como si el silencio fuera un centelleo, como si el silencio fuera sonido. Su escritura daña. Socava el espesor de la realidad y uno ya no es el mismo, ya no es el que era antes, después de haberlo leído. Su lenguaje pausado y demoledor marca el fin de la inocencia.
¿Qué opina de la joven narrativa argentina y a qué escritores podría citar y por qué?
Opino que va a arrasar de una vez por todas con el elenco estable de figurones mediocres y anquilosados. Claro que los figurones mediocres y anquilosados podrían objetar que no hay ninguno menor de treinta años, es cierto, salvo Javier Torre o Reina Roffé. ¿Y qué? Fíjese la cantidad de nombres que puedo citar. Todos entre los treinta y cuarenta años: Jorge Asís, Enrique Medina, Federico Moreyra. Los tres talentosos, salvajes, escribiendo desde adentro, con todo. No son pulcros, es cierto. ¿Y qué? ¿Acaso Arlt lo era? Además ellos ya se están dando cuenta de que la era del escritor "intuitivo" ha terminado. Por otro lado tenemos también a Juan José Saer, con un virtuosismo, un lenguaje y una riqueza expresiva poco comunes. Y el rigor y la inteligencia de Ricardo Piglia. Tenemos a Miguel Briante, límpido, terso, casi un orfebre. A Germán García, cuyos conocimientos teóricos, sus intentos por destruir el lugar común de la "literaturita" y su influencia sobre otros jóvenes han sido decisivos. Y el talento y las posibilidades de Luis Gusman. Y Liliana Heker, una narradora excepcional que posee el fino instinto de la bella maldad. Y Ramón Plaza, excelente poeta capaz de trabajar una novela como si fuera un poema. Rodolfo Rabanal: una prosa hermosísima, una construcción perfecta. Héctor Lastra: original, despojado, con una mirada agudísima. Alicia Dujovne Ortiz, poética y envolvente, llena de magia. Juan Carlos Martini Real, avanzando en cada nuevo libro. Nilda Sosa, con una lograda novela, publicada hace más de cinco años.
En fin, lamento no conocer la obra de Héctor Libertella, Fernando Sánchez Sorondo, Marcelo Pichon Riviére, Diego Angelino, Otto Carlos Miller, Fernando De Giovanni.