Ilustró Saurio
Lucía caminó por la callecita angosta recordando las palabras de su amiga: “Fijate bien, no te vayas a equivocar. Es la quinta desde la derecha. Lleva un pañuelo rojo en la cabeza. Vas a ver que muchas tienen pañuelo rojo, pero el de ella es llamativo porque brilla. Además la vas a reconocer porque es la única que espera que alguien se le siente enfrente. No llama, no invita a nadie a los gritos como las otras. Simplemente espera que alguien la elija”
Hacia ambos lados del pasador que atravesaba la plaza, se disponían en puestos sencillos, con mesitas de madera, decenas de gitanas. Algunas tenían runas o cartas de tarot, pero la mayoría anunciaba la lectura de manos. Al principio Lucía se asustó ante tanto despliegue de adivinas que la reclamaban a los gritos, pero después contó hasta cinco del lado derecho y la vio. La gitana del pañuelo rojo brillante tenía la cabeza gacha, parecía adormecida. Pero ni bien Lucía se sentó en la silla plegable que la enfrentaba, la gitana la saludó con una reverencia leve, guardó los billetes que ella le entregó y que coincidían en valor con el número escrito en una pizarra pequeña sobre la mesita, y con un gesto le pidió ver la palma de su mano izquierda. Lucía la extendió dubitativa y la gitana apresuró el movimiento acercando sus propias manos hasta alcanzar la de ella. Ni bien sus manos se rozaron, la gitana tembló.
“Vas a ver, te vas a sorprender”, le había contado Jimena unas semanas antes animando a Lucía a descubrir su futuro en una sesión de quiromancia. La gitana del pañuelo rojo brillante le había anticipado a su amiga el embarazo de Martincito aún antes de percibir la primera anomalía en su período. Y no solo eso, sino que además le había contado con detalle de las dificultades durante el parto y hasta le había advertido que Martín iba a repetir tercer grado. Un secreto que Jimena guardó durante años y que solo se animó a revelar cuando vio a su amiga indecisa ante las resoluciones que debía tomar frente un presente que se le tornaba turbulento.
Cuando la gitana se estremeció, Lucía sintió miedo. Un miedo tan raro como nuevo en ella. Miedo más angustia, además potenciado por la expectativa tensa de lo que necesariamente no resultaba de buen augurio. Pero no era tanto el sacudón repentino de la vidente lo que le había provocado ese estado, sino el rostro alarmado de la gitana ni bien superó el trance. Los ojos estaban rojos y la mueca en el rostro denotaba una alteración abrumada.
–Vas a morir aplastada por un piano –anunció finalmente la gitana.
Tal vez motivada por las absurdas condiciones en la que se le acababa de anunciar su partida del mundo, a Lucía la noticia no le causó estupor ni mucho menos. Incluso hasta le sacó una sonrisa.
–¿Un piano?
–Un piano de cola que se desprenderá de las sogas que lo sostienen durante la mudanza desprolija de una familia de alcurnia venida a menos.
Lucía escuchaba como la gitana daba precisiones sobre el accidente que le costaría la vida, y aunque los antecedentes con Jimena le indicaban que tenía que tomarse en serio el anuncio, no podía figurar en su mente una escena que le resultaba imposible de imaginar. Y menos teniéndola como estelar protagonista. Mientras tanto la gitana seguía hablando.
–Percibo con precisión que el sistema de aparejos y sogas no será el indicado. La familia en crisis privilegiará el bajo costo del servicio, puesto que habrán decidido conservar a toda costa el piano como único símbolo de la alcurnia pasada, y ya lo dice el refrán: lo barato sale caro.
El tono coloquial que empleó la gitana en la última frase animó a Lucía a interrumpirla y a realizar algunas consideraciones que le resultaron prudentes
–Pero ¿Cuántas mudanzas de piano se realizan por año en la ciudad? ¿Qué chances hay de que una resulte fallida y justo al momento de mi paso?
–El destino, Lucía, que a veces nos resulta caprichoso, en realidad es un camino que tenemos trazado desde el momento mismo en que nacemos. Un camino guiado por la posición de los astros, el influjo de sus energías y que llevamos grabado en las líneas de nuestra mano. Por más esfuerzo que realicemos no lo podemos cambiar, y el anticipo del futuro al que estás accediendo es únicamente a título informativo. No se trata de alertarte para que puedas torcerlo, sino prevenirte para que lo asumas con resignación.
Lucía se dio cuenta que nunca le había dicho su nombre a la gitana, quien sin embargo la nombró como si la conociera desde siempre. Allí fue que comenzó a alarmarse, aunque la predicción le seguía provocando más dudas que certezas.
–Pero la mudanza de un piano es algo imposible de ignorar. No soy para nada despistada, me resulta imposible pensar que semejante suceso me resulte inadvertido, más aún cuando esta entrevista me alerta de ello.
–Estará lloviznando –continuó la gitana –Eso será lo que, en virtud de no arruinar al instrumento, apresurará los movimientos de los empleados, que no se percatarán del riesgo de las sogas raídas. Y será el piso húmedo lo que impedirá que tus intenciones de huida resulten exitosos. Está todo en las líneas de tu mano. Todo sucederá ante tus ojos y no podrás hacer nada para evitarlo. Un resbalón será tu última torpeza en este mundo. Luego el piano caerá sobre tu humanidad, y junto con tu vida se llevará también el último símbolo del pasado acomodado de una familia de doble apellido y cuádruples deudas.
A medida que los detalles aumentaban a Lucía la escena se le volvía más creíble. Lo que en un principio le resultó absurdo, en el encadenamiento de fatalidades que la gitana le revelaba, se convertía en un suceso de lógica implacable. Tanto que Lucía, como si se encontrara en una consulta oncológica, se animó a preguntar cuánto tiempo de vida le quedaba. Sin embargo la gitana, sin separar jamás su vista de la palma de la mano izquierda de Lucía, casi en trance continuaba detallando pormenores del incidente
–La empresa de mudanzas estará fundada en la informalidad. No habrá seguro que cubra el gasto de tu sepelio, por lo que la familia dueña del piano donará la madera de la caja de resonancia destrozada para la construcción del ataúd con el que serás enterrada en un cementerio público. La prensa cubrirá el accidente con liviandad y en los bares porteños abundarán los comentarios graciosos relacionados con tu infortunio –finalizó la gitana, que luego elevó su vista para cruzar sus ojos con los de su desolada clienta.
Lucía no salía de su estupor y hacia sus adentros maldecía a Jimena por haberla animado a semejante revelación. Su destino estaba signado y pasaría el resto de su vida mirando hacia el cielo, esperando toparse con la imagen del piano de cola a punto de desplomarse. Jamás volvería a disfrutar de un paseo, y desistiría de cualquier tipo de compañía con el objeto de no compartir su infortunio. Cada llovizna desde ese momento podría significar el peor de los augurios, y cualquier proyecto que su ímpetu la anime a encarar, quedará trunco por el temor a dejarlo inconcluso.
La gitana percibió la turbación y no se animó a interferir en el repentino replanteo de prioridades que Lucía, todavía sentada frente a ella, hacía de su vida. Se sabía infalible y era consciente que el destino que acababa de revelar significaba el más duro de los golpes para cualquier ser humano. Era momento de terminar formalmente la entrevista, pero no era la primera vez que a la gitana le tocaba una situación así y supo ceder tiempo.
Con resignación, Lucía finalmente se decidió y dejando una mueca mustia como despedida, se dispuso a alejarse del puesto.
–Un momento –le dijo imperativa la gitana cuando ella amagó a levantarse de la silla.
Lucía volvió a acomodarse y en ese momento la gitana comenzó a pronunciar frases a una velocidad insólita. Las palabras se atropellaban en su boca. La gitana parecía repetir un mantra inteligible, estaba como poseída y la pronunciación no parecía distinguir vocales de consonantes, aunque bien podría tratarse de un dialecto desconocido, dictado vaya a saber por qué tipo de poder en las tinieblas. En un momento la gitana hizo un alto breve en su alocución, absorbió una bocanada de aire y retomó:
–Premonición válida para todo el territorio nacional, excepto Córdoba y Mendoza– concluyó
Y a Lucía, que hasta entonces nunca había imaginado una vida lejos de Lomas de Zamora, el alma le volvió al cuerpo.