La frivolidad, sí. También la pedantería y el cinismo.
En un país donde a la mayoría de la gente le gusta el
fútbol y Ernesto Sábato pasa por un profundo pensador,
¿qué otras actitudes caben? Hablo -que quede claro- de actitudes
éticas: quejarse de quienes enfrían excesivamente el vino blanco,
censurar los barbarismos o solecismos de la prensa, desconfiar de la buena
conciencia de algunos, de los buenos propósitos de casi todos.
"A ver si nos entendemos", dice un amigo, escritor y psicoanalista.
Desde cierta zona de la izquierda -a ver si nos entendemos: uno utiliza el
término con resignación, cansancio- las actitudes pregonadas son
muy diferentes. Para contrarrestar el hecho de que la eterna entelequia, el
Pueblo, no se encuentre en el sitio adecuado, cierta izquierda busca ocupar el
sitio donde se encuentra dicho espejismo. Y entonces adquiere tics, hace muecas
y ademanes. "Por aquí, por aquí", se escucha el grito,
"¿no ven que hay una foto de Bonavena?" "Acá, es
acá", corre un rumor, "el general nos está recibiendo
con los brazos abiertos". "Al fin hemos llegado, al fin", afirman
los cafés de Corrientes. "Malvinas es la verdadera causa de este
país".
En un contexto internacional poco propicio, resulta grave que la enfermedad
del populismo haya llevado a la izquierda a la sala de terapia intensiva. Para
el frívolo, el pedante o el cínico, sin embargo, más graves
resultan los efectos culturales del populismo. Las secuelas de la enfermedad,
por así decirlo. Ciertas producciones artísticas parecen mostrar
que el daño neurológico es irreversible, sobre todo cuando al
esfuerzo de captar un público - esfuerzo loable pero que debería
estar supeditado a otros- se lo reemplaza por estrategias dignas de un
"cómo ganar amigos". Sobre todo cuando se cae en el equivalente
cultural de la política menemista.
Una sombra ya pronto serás, la quinta y exitosa novela de Osvaldo
Soriano (Buenos Aires, Sudamericana, 1990, 256 págs.), le hace a la
literatura argentina lo mismo que el Excelentísimo Sr. Presidente al
país. Uno podría detenerse en la escasa cantidad de subordinadas,
en el estilo cercano al de un famoso personaje de Burroughs (Edgar Rice, no
William), pero la novela merece una crítica ideológica.
Habrá quienes alcen la ceja ante esta declaración:
convendría que reflexionaran sobre el hecho de que el material de una
obra jamás es inerte. Y quienes objeten que Soriano abomina
públicamente -periodísticamente- del menemismo, podrán
tener en cuenta, amén de las obvias diferencias entre el narrador y la
persona real, que buena parte de la izquierda lo hace, sin por eso modificar en
un ápice las viejas y malas costumbres.
¿Qué pasa en la novela de Soriano? Simplemente, nada que no sea
esperable o se aparte mucho del golpe bajo. Un ingeniero desempleado deambula
por las rutas de la provincia de Buenos Aires y se va encontrando con otros
marginales (Soriano no abusa de la imaginación: sus marginales son tan
chabacanos como un ex acróbata que alguna vez tuvo un circo, una adivina
cuarentona, un hombre que quiere fundir casinos, dos oficiales del
ejército que han perdido su regimiento, etc.). Como No habrá
más penas ni olvido, reiterando la fórmula hasta en el
título, otro verso de canción popular, Una sombra...
pretende constituirse en state-of-the-country-novel. Soriano cree que con
exagerar los rasgos de decadencia del país, los apagones, la
privatización, el crecimiento de la economía informal, logra
pintar con colores indelebles la Argentina de 1990. De hecho, sólo
consigue guiñarles el ojo a los lectores ávidos de reconocerse, si
permitirles siquiera la distancia necesaria para una reflexión. No hay
lugar común ni estereotipo que escape a la máquina narrativa:
desde el "cura bueno" al que acusan de comunista hasta el joven que
ensordecido por su walk-man piensa emigrar a los Estados Unidos, todo conspira
contra el pensamiento. Lejos de ser una novela que describe el estado del
país en una etapa de su historia (como lo fueron, defectos aparte, Las
leyes de la noche, de Murena, o Sobre Héroes y Tumbas, de
Sábato), Una sombra... resulta una larguísima falacia, la
forma literaria del argumentun ad populum tan cultivado por el
Excelentísimo Sr. Presidente en sus discursos y apariciones
públicas.
Dado que las únicas concesiones a la cultura "alta" de la
novela son una mención de Stephen Hawking y otra de Bret Harte, se la
podría considerar fruto de la ignorancia y liberar a Soriano de culpa y
cargo. Por desgracia, el concentrado populismo de Una sombra... responde
a una combinación mortífera de las peores tendencias de cierta
izquierda argentina y una imagen del artista absurdamente romántica: hace
muy poco, Soriano utilizó la contratapa de un diario para defender dicha
combinación. Cito un fragmento de su reseña de Oscuramente
fuerte es la vida, de A. Dal Massetto (aunque "reseña"
quizá no sea el nombre apropiado para ese canto a la amistad entre
Briante, Dal Massetto y el propio Soriano): "En aquellos tiempos
festejábamos Las hamacas voladoras y Siete de oro.
Empezábamos a tomar temprano en el Bajo y terminábamos con
escándalo de trompadas (recuerdo varios) en el viejo Ramos o en alguna
comisaría. Una vez, con Briante, nos despertamos en la Recoleta, del lado
de adentro del cementerio. No teníamos una explicación muy
sólida y fuimos a parar al calabozo. Tal vez soñábamos con
Hemingway y Scott Fitzgerald, no sé. Sólo éramos nosotros,
nos reíamos de todo y no sabíamos que maduraríamos entre la
sangre y el fuego".
Uno se pregunta si no es hora de ser un poco más frívolo,
más pedante o más cínico. Son formas de evitar la idea de
que para escribir hay que emborracharse y pelear. De no quedarse, por otra
parte, babeando frente a un banderín de Boca Juniors o las estampitas de
San Cayetano.